domingo, abril 28, 2024

Roller derby, el deporte más feminista

Por Enzo Dattoli 

Daniela Lio, madre soltera, llega al entrenamiento acompañada de sus dos hijas de 7 y 13 años. Se cambia la ropa, se pone su casco, rodilleras, muñequeras, coderas y bucal. No pudo -no quiso- que sus hijas se quedaran con otra persona, así que las llevó a la cancha. Les gusta ver a su madre entrenar. Se preocupan cuando cae al piso y festejan cuando tira. Imitan sus movimientos. Con voz aguda y chillona le gritan indicaciones. Quieren ser parte, y lo son.

Como cada miércoles y domingo a las 18, las “Capitanas del Espacio” entrenan en la calle Sarmiento. Están ahí. Asumen el compromiso. Se llaman así en honor al alfajor local de Quilmes, su ciudad. Algunas cursaron por la mañana y otras trabajaron. Y son un equipo de roller derby.

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Carla Guerrero, conocida en la jerga como Gualicho (en este deporte cada jugadora tiene un sobrenombre o “derby name”), pide perdón por el retraso. Tuvo unos inconvenientes con su hijo en la casa, además de los acotados horarios por su profesión de carpintera y bailarina folklórica. Juega en el equipo 2×4 -mejor ránking de Latinoamérica y top 10 a nivel mundial-. Entrenaba antes de ser madre, lo hizo durante el embarazo y lo siguió haciendo después del nacimiento de su hijo. Ahora van juntos a los entrenamientos y a torneos en otras provincias. 

Carla se hace el tiempo entre el estudio artístico, el trabajo y su maternidad para abocarse al roller derby. Suele trabajar más de ocho horas, y sus herramientas son el cuerpo y las máquinas. “Nosotras ponemos el cuerpo en el embarazo -dice- y muchos años después también. Por eso es más difícil sostener y conciliar los espacios que teníamos antes de la maternidad”.

 

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A muchas chicas les regalaron un par de patines en su infancia. Si para algunas es desconocido qué pasará luego con ese regalo a corto plazo y sin un futuro claro, para ellas no. Tal vez no supieran que el roller derby se creó en 1930 en Estados Unidos por Leo Seltzer. Tampoco que en sus orígenes se jugaba en una pista peraltada y distinto a cómo es ahora. Pero lo juegan. Son todas chicas, mujeres. Y lo juegan.

No es una aclaración innecesaria, ni retrógrada. Es la mejor descripción del deporte. En estadísticas de foros especializados en Internet afirman que en el deporte hay cerca de 70 equipos en Argentina y el 95% de las personas que lo practican son mujeres. Es el deporte más feminista.

 

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En 2009 se estrenó en Estados Unidos la película Whip It (Golpéalo) sobre una adolescente que se une a un equipo de roller derby. En seguida se enamora y se asombra de la voracidad y la furia de sus compañeras y el deporte. Whip It significó un auge de chicas que se interesaron en incursionar en el roller derby. Y en Argentina fue una suerte de Big Bang para el deporte.

Whip It fue el acercamiento de Daiana Sismael a los patines y a la disciplina. Algunos portales web han llegado a titular que “Argentina tiene a la Messi del roller derby”, conocida como Francesca. Ella, oriunda de Berazategui, se avergüenza de la comparación. Comenzó jugando en su ciudad y luego fue a Capital Federal, donde está la mayor concentración de equipos. Jugó con Sailor City, uno de los únicos dos equipos del país afiliados a la Women’s Flat Track Derby Association (WFTDA), ente regulador a nivel internacional. Pero luego cumplió el sueño de probarse entre casi 60 patinadoras y quedar en Gotham, un equipo neoyorquino que es de los mejores del mundo.

 

Daiana Sismael no sabe qué otra cosa hay después. También es entrenadora y a veces árbitra. Adjudica un gran cambio al momento en que comenzó con el entrenamiento físico. A partir de ahí empezó a ver el roller derby de otra manera y le dedicó muchas horas de entrenamiento de fuerza por fuera de las horas semanales que ya tenía con Gotham. A sus compañeros les insiste para que sigan su camino.

 

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El deporte se practica en una pista ovalada con equipos de cinco jugadores. Cuatro bloqueadores forman rondas tomándose de las manos para evitar que el jammer -anotador- del equipo contrario pase entre medio de sus caderas. Así se anota un punto. Una vez logrado, el jammer da la vuelta a la pista -en sentido contrario a las agujas del reloj- y vuelve a intentarlo. No pueden golpear con cabeza, piernas ni manos, aunque sí con hombros y caderas. En la hora que dura un partido (dividido en dos tiempos de 30 minutos) lo que predomina es la estrategia y la técnica, pero sobre todo el contacto. Es la base del deporte.

Algunos equipos tienen canchas propias y otros piden predios prestados. En Parque Chacabuco, debajo de un puente, entrena 2×4. Un polideportivo ubicado en Curapaligüe al 1100 en el que abunda el color y las expresiones artísticas. Prestado. Otros, los más artesanales, se movieron, salieron a la calle, contactaron y consiguieron una canchita de baby. Alquilada. Su hogar, pero tienen que pagar. Pagar por hacer lo que les gusta, que se lo permitan. A la intemperie, en un lugar cerrado, con calor o con frío, todos entrenan. Siempre.

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Carolina Lio, capitana, líder, y provisoriamente también entrenadora de Capitanas del Espacio, es la única de clase C en su equipo (el deporte se divide en categorías A, B, C y fresh para los que comienzan y no rindieron el examen). Silbato en mano, mira su agenda, y les da indicaciones a sus compañeras para que calienten. Sus gritos retumban y hacen eco en el galpón con techo de chapa. Entre todas las chicas que llegan hay un hombre, se llama Matías y apenas lleva tres días. Aparece el 5% restante de la estadística.

Mientras ellas entrenan, entra al buffet un empleado de la cancha y comenta algo sobre “las chicas con patines”. Lo hace en voz baja. Como si quisiera que no lo escucharan. Como si ocultara alguna opinión sobre que usen su cancha de fútbol para patinar. Ellas no lo escuchan y siguen. Son un nicho y saben que una de las virtudes de ser una comunidad tan chica es que pueden tener el control.

“El roller derby es un espacio muy feminista -dice Carolina Lio, sacando pecho-, viene de la mano de la igualdad de género. Es un espacio seguro para la mujer. Acá es común ver personas trans, lesbianas o queer porque no te vas a encontrar con desubicados ni machistas. La comunidad es tajante con eso. Si uno se pasa de la raya o hay un abuso se desvincula automáticamente a esa persona. No importa que sea buen jugador”.

 

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Mientras el Mundial que podría realizarse en 2025 aún es una incógnita y se desconoce su sede, Argentina sigue puliendo su selección. Salió octava de 38 países en el Mundial de 2018 en Manchester, Inglaterra y una de sus jugadoras (Samantha “Hulka” Barrera) fue MVP. Francesca, desde Nueva York, elogia el nivel del seleccionado que en 2023 organizó un Try Out (una prueba de jugadoras nuevas). Ella es parte de la selección y también fue entrenadora de la selección masculina. A la vez que destaca el nivel y la competitividad que hay en el país a nivel individual, marca las dificultades que tienen para ejecutar un plan como grupo, en equipo y en planificación.

Los equipos son amateurs y la autogestión es el emblema. Ganan unos pocos pesos con la organización de actividades impulsadas por ellas mismas. Cada una tiene un rol fuera de la cancha. Hacen sorteos, venden merchandising o vales para subsistir y costear los gastos. Sus realidades son muy distintas. Coexisten estudiantes, artistas, empleadas y emprendedoras, pero las unifica la pasión por el roller derby.

 

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Sábado, 22 horas. Muchas personas piensan en salir y juntarse con sus amigos o parejas. Ellas -las Capitanas del Espacio-, en cambio, tienen una cita en su cancha, su nuevo hogar. Les sirven las dimensiones, pero las señalizaciones no. Entonces se juntan a pintar unas nuevas líneas que delimiten el óvalo reglamentario para un partido.

Ahí están. Reunidas, comiendo algo, charlando y pasando un buen rato. Pero también trabajando. No para ellas, tampoco para ganar dinero. Haciendo horas extras para su equipo e invirtiendo tiempo de sus vidas para que su dedicación sea más fácil -y más profesional-. Dos de ellas, Debora Tapia y Valeria Mattera, estudiantes de Arquitectura, diseñaron los planos, midieron y marcaron. El resto siguió indicaciones, encintó y pintó.

Cinco horas después, la tarea queda terminada. Una toma su celular y retrata una imagen espontánea cargada de emociones y empoderamiento. Sus rostros de felicidad invaden la story de Instagram. Un grupo de mujeres que pintaron su cancha. Autogestión. Y ahora, oficialmente tienen pista.

 

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El roller derby rompe varios mitos. Un deporte practicado en su mayoría por mujeres que se golpean, empujan y van hasta el límite de su potencia y sus energías reivindicando la fortaleza femenina.

Mientras que otros deportes son catalogados como industrias, abundan las sociedades anónimas y los casos en que se vulnera la salud mental de los jugadores, ellas juegan sólo por el amor al deporte. El estado más lúdico del ser humano.

En el roller derby no hay empresas multimillonarias que inviertan en la disciplina convirtiéndola en un negocio. No hay réferis que mezclen sus intereses para que gane uno u otro equipo. Y tampoco hinchas violentos y desquiciados que amenazan, insultan o acosan a una jugadora por un error.

Todas apuestan a que crezca y es un objetivo necesario para los bolsillos de las jugadoras. Pero algunos organizadores manifiestan la importancia de mantenerlo como un deporte under y que no lo corrompa nadie. Porque quién sabe si su crecimiento implica como efectos colaterales la aparición de actores que desvíen el sentido primordial de cualquier disciplina: jugar. Para su desgracia -o su suerte- el roller derby es -aún- sólo eso. Jugar sin más.

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