Tatiana Milani @TatMilani
Si se afirma que el fútbol es el espejo de las sociedades, en Colombia recién el año pasado se le dio lugar a las mujeres. En el 2017, La Federación Colombiana de Fútbol (FCF) implementó, por primera vez, una liga de fútbol femenino. No obstante en este mismo territorio existe una comunidad que sí cumple con la igualdad de género que se espera en el siglo XXI. No solo es dirigida por una mujer, sino que también intenta erradicar cualquier tipo de violencia y/o actitud machista que se encuentre dentro de ella.
Alcira Villafaña es la líder del pueblo indígena colombiano Arhuaco. Aunque desde los libros de historia y algunos opinólogos profesionales quieran instalar que estas son congregaciones antiguas que se rigen bajo leyes de viejas épocas, este es el claro ejemplo de que están las que contradicen estos dichos. No obstante la mandatario también afirmó: “No es fácil ser mujer, líder, indígena y, además, madre cabeza de hogar: tengo tres hijos. Se requiere tener dignidad y fortaleza para sobresalir en un mundo de hombres como el de mi pueblo. Los hermanos blancos (las personas que no son indígenas) piensan que en las comunidades indígenas los varones son los únicos que ostentan el poder”.
El pueblo originario de la Sierra Nevada de Santa Marta previamente fue capitaneada por Adalberto Villafaña. Este es el hombre que le dejó a Alcira la frase que la acompaña todos los días: “Las mujeres deben ser respetadas y valoradas”. También fue quien la obligó a prometer que se convertiría en la cacica que hoy es.
Esta enseñanza estuvo en la vida de Alcira desde pequeña ya que dentro de su casa, conviviendo con cuatro hermanos varones, todos debían ayudar en las tareas domésticas y tenían la misma voz y voto a la hora de tomar decisiones. Además ella era quien acompañaba a su padre cuando se reunía junto a los demás caciques y escuchaba todos los detalles que allí se discutían.
Fue a los 16 años cuando empezó a demostrar sus dotes de líder. Los arhuaco tienen un ritual en el cual los hombres se juntan dentro de una de las casas a conversar y las mujeres esperan afuera mientras cuidan a los niños. A Alcira no solo no le gustó esta situación sino que se rebeló e invitó a todas a entrar para ocupar el espacio que les correspondía, pero como ninguna se animó, ella, decidida, ingresó a la choza para sentarse junto a los varones que la observaron sorprendidos por su ímpetu.
A partir de este hecho todos en la aldea empezaron a verla como una persona a la cual imitar y sus ideas se empezaron a valorar. Esas mismas son las que le inculca a sus dos hijas mujeres y a su único descendiente varón ya que considera que las madres y los padres que no inculquen los valores de igualdad y respeto a sus hijos varones son los culpables de los futuros machistas de la sociedad. Además no tolera ninguna manifestación de sexismo o violencia física y/o verbal dentro de su comunidad.
Alcira realizó diplomados en Políticas Públicas y Derechos de la Mujer en la universidad de Los Andes, y en la Distrital, para acercarse aún más a las mujeres de su pueblo que identifica como víctimas de violencia de género. Ella misma lo sufrió en carne propia debido a que hace nueve años se divorció de Héctor, el padre de sus hijos, que, aunque nunca la golpeó, le reclamaba su ausencia en las tareas de la casa. Pero ella tiene bien en claro que no es una mujer que deba estar encastrada en la cocina del hogar.
En la actualidad las mujeres del mundo avanzan sobre sus derechos y libertades a grandes pasos, pero se necesitan más personas como Alcira, luchadoras, para erradicar de una buena vez al patriarcado y a la cultura machista que está en todos nosotros.