martes, diciembre 16, 2025
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De la oscuridad al campo de juego: Julio perdió todo y ganó una segunda oportunidad

Por Melina Contino Nykteridis

Después de 17 años preso, el rugby fue su único escape y la esperanza para renacer.

“¿Para qué me voy a levantar, si no tengo nada para hacer?” Esta era la frase que resonaba en la cabeza de Julio López Lara cada mañana, antes de conocer el rugby. Preso en el Penal Unidad 48 (San Martín), el encierro que lo atormentaba no era solo físico, sino también mental. La monotonía entre las cuatros paredes de cemento oscuro le había apagado las ganas de salir adelante. La cárcel no solo lo aisló, le arrebató todo lo que alguna vez quiso; su familia, sus amigos y sus sueños. Tenía 24 años cuando cayó, hoy tiene 41, hace 17 años que intercambió su sueño por una condena.

Cuando Julio transitaba la preadolescencia comenzó a boxear. El deporte le quitó más de lo que le dio, ya que con la ilusión de llegar lejos se cortó sus propias alas. A los 15 años y habiendo disputado 17 peleas amateurs, no pudo seguir. Su familia no pudo mantenerlo y en consecuencia comenzó a robar. Una decisión que tomó para perseguir su meta de vida: “Empecé a robar para mantenerme y así seguir entrenando”.

Previo a la videollamada, una mezcla de nervios e incertidumbre me invadía. No sabía con qué me iba a encontrar. Estaba sola en mi departamento, en un día frío pero soleado, de esos que anuncian el principio del otoño, con un pequeño rayo que se paraba sobre la isla de la cocina, mientras esperaba a que Julio me contactara. Pasaban los minutos y mi mente se llenaba de conjeturas: un asesino, un violento, un abusador, un ladrón, un narcotraficante, un loco… Pero, por sobre todo, no sabía cómo las emociones de esta persona influirían en la entrevista y cómo se iba a tomar mis preguntas al verme en otra realidad distinta a la suya. Sentí un leve miedo, atenuado por la distancia que nos imponía la pantalla, a diferencia de si nos hubiéramos visto cara a cara. Cuando sonó el teléfono y vi su nombre en la pantalla, me encontré con un personaje distinto al que mi cabeza había creado: era una persona más bien calma, que se presentó amablemente y me sonrió. Me hizo sentir más a gusto con mi primera entrevista, aunque no logré soltarme del todo hasta que intercambiamos las primeras palabras. Mucho no pude observar, él, parado al otro lado de la pantalla, merodeando en la zona externa de la cárcel, con un gorro gris de lana que fue lo único distinguible de su vestimenta.

Julio no era la persona que esperaba entrevistar, me dio más de lo que hubiese imaginado. Comencé con esto como un trabajo, para cumplir con lo que tenía que hacer, sin buscar mucho trasfondo se me presentó la oportunidad y la tomé. Pero terminó siendo algo que me guardo por fuera de una entrega, conectar con una persona que vive tan distinto a mi, me hizo pensar un poco en mi vida. La entrevista logró dejarme una enseñanza que tal vez no hubiera conseguido hablando con otro deportista. Cuando terminó, me quedé en silencio frente a mi celular unos segundos, intentando recopilar toda la información que había recibido en menos de una hora. Le agradecí, le dije que había sido muy generoso conmigo y  lloré. No mucho, pero lo suficiente como para darme cuenta de que su historia me había atravesado más de lo que pensaba. No solo por lo que contó, sino por cómo lo hizo: sin rencor, sin victimizarse, con honestidad y buena predisposición hacia mi, que no le estaba ofreciendo nada a cambio.

Lloré porque, entre tantos relatos que podría haber escuchado, Julio me habló desde un lugar humano. Me contó lo que es despertarse sin ganas de vivir, lo que es perderlo todo, no solo la libertad sino también las riendas. El rugby llegó cuando más lo necesitaba como una suerte de escape. Al principio, me dijo que era un deporte desconocido, le servía para distenderse y mover el cuerpo, como un escape físico y mental del encierro. Pero cuando logró incorporarse, el rugby tomó un escenario principal en su día a día: “Cuando empecé a entender el juego fue mi cable a tierra, me hizo escaparme y me desconectó de la cárcel. Al estar detenido y estando acá, con la angustia, la tristeza, el bajón que uno tiene cuando está preso lo pude descartar, lo pude abandonar, cambiandolo por felicidad. Estar en la cancha me hacía feliz, me hacía libre y abandonaba todos los sentimientos malos”.

En un intercambio de mensajes le dije que me conteste lo que él sintiera, que no buscaba ponerlo incómodo, y luego pregunté: “¿Sentiste que no tenias ganas de estar vivo?, a lo que muy seguro y rápidamente contestó: “Sí, sí. Muchas veces. Antes de conocer el rugby no tenía sentido levantarme. No tenía sentido vivir, estar preso no tenía sentido y el rugby me hizo encontrarle un sentido. Los días que teníamos entrenamiento me levantaba contento, con ganas, eso me hacía estar anímicamente diferente acá adentro”.

Antes de encontrar una nueva motivación en el deporte, Julio venía de una etapa complicada donde se relacionaba con grupos que lo llevaban a tomar malas decisiones, en la afán de encajar y pertenecer al espacio, se veía obligado a hacer las mismas prácticas para empatizar con quienes lo rodeaban: “Yo venía de estar dos años estancado, metido en las drogas y el primer o segundo dia de entrenamiento me pude relajar. Llegué al pabellón y me bañé. Había noches que no podía dormir por los malos pensamientos de mi situación y ese día jugué al rugby; volví a entrenar, después de tanto tiempo fue una de las primeras noches que pude dormir sin pensamientos malos, sin tristeza, sin angustia, sin cosas que te invaden acá.

 

Volver para estar en casa

Después de 17 años preso, Julio comenzó con las salidas transitorias y en ellas encontró la oportunidad de reconectar con su familia, especialmente con su madre, a quien describe como su mayor sostén junto con su hermana. Aunque el vínculo nunca se rompió, estos breves reencuentros, bajo custodia y por apenas dos horas, le devolvieron algo de lo perdido: “Lo único que puedo hacer: llego, estoy un rato con mamá, tomó unos mates, charlo”, cuenta. Cuando se cumplan siete meses bajo esta modalidad, le otorgarán la pulsera electrónica, que no implica la compañía del Servicio Penitenciario. Julio espera aprovecharla para quedarse más tiempo en casa, acompañar a su madre, que está sola y comenzar a hacer algunas refacciones en su casa.

 

*Foto de portada: “Espartanos, una historia real”, documental de 8 episodios dirigido por Sebastián Pivotto y guión de Andrés Gelós y Pablo Gelós. Cuenta la vida de Eduardo “Coco” Oderigo, un abogado penalista que afronta la tarea de transformar a un grupo de presos de la Unidad Penal Nro. 48 de San Martín, en un equipo de rugby para lograr su reinserción en la sociedad.

La piel debajo de la montura, la historia de la jocketa Romina Villegas

Por Ludmila Gomez

Desde Tucumán hasta las pistas porteñas, su historia cruza esfuerzo, pérdida y pasión por los caballos.

Antes de aquel día, sentía una mezcla de ansiedad y curiosidad. Había leído y escuchado mucho sobre ella, pero no sabía cómo sería el encuentro desde mi rol de entrevistadora. Imaginaba algo cálido, natural, que se diera con fluidez.

El viaje hasta su casa fue corto. Fui acompañada de mi mamá. Subimos al auto y nos dirigimos hasta Villa Catella, La Plata, donde ella reside. Sabía que vivía en un lugar que antes fue un stud. Que había comprado después de mucho esfuerzo, con lo que ganó corriendo, ahorrando, trabajando sin pausas. Convive con Nacho, su pareja, y Marta, su adorada gata que a veces se la ve en su estado de Whatsapp o en sus historias de Instagram posando casualmente.

Cuando bajé, seguía nerviosa. Nos recibió en calza, con el pelo atado y en ojotas. Entre detrás de ella, tras un largo pasillo llegamos a su casa. A Marta, su gata, no la vi al principio. A Nacho, lo vi apenas ingrese a su casa. Se encontraba justo tomando un vaso de gaseosa. “¿Quieren algo para tomar?” -preguntó-  y ambas respondimos que no, mientras preparábamos las cámaras y buscábamos el lugar preciso para realizar la entrevista.

Y entonces pasó algo simple, pero decisivo. Todo lo que había sentido -el nudo en la panza, la presión en la garganta, que a veces te hace dudar- empezó a apagarse. No de golpe, pero sí con claridad. Empezó a fluir.

Yo ya estaba lista. La entrevista iba a empezar.

Nos sentamos en el comedor. Precisamente en su sillón. Le coloque el micrófono corbatero y comenzamos.

Arranque. La presenté y todo iba fluyendo aún más. A su vez, la tenía a ella al lado y nada más existía. Se mostraba honesta, como si me estuviera diciendo: “Estoy acá, preguntame lo que quieras”. Y así lo hicimos.

Hablamos de su debut, de sus comienzos, de los caballos que la marcaron. De lo que significó su primera carrera y cómo se desarrolla ella dentro de las pistas. Habló con calma, como quien ya hizo las paces con muchas cosas, pero todavía guarda cicatrices.

Había una forma muy suya de contar. No adornaba, no exageraba, pero tampoco esquivaba nada. Cada respuesta venía con una pausa, como si necesitara tomarse el tiempo justo para no traicionarse ni apurarse. A veces bajaba la mirada, otras se reía sola, como recordando anécdotas que no llegaron a entrar en voz alta.

El ambiente era silencioso, pero no incómodo. Se sentía que estábamos en un lugar cargado de historia, no solo por su pasado como stud, sino por todo lo que ese espacio representa para ella: hogar, refugio.

Yo escuchaba y, al mismo tiempo, sentía que algo se ordenaba dentro mío. No porque ella me ofreciera respuestas cerradas, sino porque hablaba desde un lugar de verdad tan profundo, que inevitablemente te hacía conectar con tus propias heridas, tus propias batallas.

Desde el comienzo de la charla sabía que nuestro recorrido no solo iba a hablar de carreras y caballos. Mi foco principal, aunque aún no lo habíamos tocado directamente, estaba en ese silencio que flotaba entre sus palabras, en esa historia que sabía que tarde o temprano iba a salir a la luz: la de su hermano.

Sentía que todo lo que me venía contando tenía un hilo invisible que conducía a ese dolor profundo, y que entender ese episodio era clave para comprender quién es hoy. Por eso, aunque no lo nombrará de inmediato, mi pregunta inevitable estaba guardada para ese momento.

Cuando finalmente el tema salió a la luz, lo hizo con una mezcla de calma y gravedad, como quien acepta una verdad que no puede cambiar pero tampoco quiere olvidar.

“Mi hermano siempre quiso que yo sea jocketa” -dijo-. “Me puse las pilas allá en Tucuman el año que él se quitó la vida hasta que salí a correr”, agregó. Tenía 14 años y ese domingo parecía uno más. Uno de esos días largos y tranquilos en el stud donde trabajaba su papá, el mismo lugar que había sido siempre parte del paisaje familiar. Pasaron toda la tarde juntos. Ella, su hermano, su papá, los caballos. El aire tenía el ritmo de la rutina conocida: baldes, cepillos, corrales, mates, silencios.

-Ese día mi viejo le regaló un caballo a mi hermano -me contó-. Con él aprendí a andar bien por primera vez.

Ya empezaba a trabajar como peona de su padre. Mientras muchas chicas de su edad estaban en otra cosa, ella madrugaba, ensillaba, limpiaba, aprendía. Ese día, como tantos otros, tenía que ir al hipódromo. Se despidió con la misma naturalidad con la que lo hacía siempre. Su hermano estaba ahí, como cada domingo, como cada día. “Él era depresivo. Muy para adentro” -relata-. Se fue al hipódromo sin saber que sería la última vez que lo vería. Sin saber que, en ese mismo lugar donde habían estado juntos toda la tarde, él se iba a morir. Cuando volvió, ya era tarde. Todo había cambiado. El stud no volvió a ser el mismo. Tampoco ella.

-Tenía 14 años -me repitió, bajando la mirada-. Y fue ese fue el día que, sin buscarlo, empezó a crecer de golpe. A hacerse fuerte. A buscar refugio en los caballos, en la disciplina, en el turf. No porque no doliera, sino porque era la única forma que encontró para no quedarse quieta en ese dolor.

Cuando apagamos la cámara y empecé a guardar las cosas, se hizo un silencio distinto. No incómodo, sino necesario. Habíamos hablado mucho. De su carrera, de los caballos, de su debut, de los sueños que todavía la esperan. Pero, sobre todo, habíamos hablado de su hermano. De ese quiebre silencioso que la atravesó para siempre y que, sin quererlo, también la empujó a ser quien es hoy.

No hay épica en su relato, ni frases hechas. Solo verdad. La de una mujer que encontró en el turf no una salida, sino una forma de sostenerse. Que creció entre caballos, herraduras, y madrugadas frías, y que aprendió -a fuerza de golpes y perseverancia- a transformar el dolor en motor.

En su casa, el pasado convive con lo que vendrá. Marta, la gata, seguía sin aparecer. Nacho estaba allí junto a nosotras acompañando. Afuera, se escucha a los albañiles que justo habían ido a trabajar a su casa.

Y ahí está ella, firme, serena. Con cicatrices, sí, pero en pie. Montando, ganando, perdiendo. Viviendo.

-Mi hermano, mi mamá y mi papá ya no están -me dijo, antes de despedirnos, sin dramatismo, pero con una ternura que dolía-. A veces siento que corro por ellos también. Como si todavía me miraran desde algún lado.

Porque a veces no se trata de superar lo que pasó, sino de seguir galopando con todo eso encima. Y hacerlo igual.

Después de todo lo dicho, había algo que me seguía dando vueltas. No era una frase exacta, tampoco una imagen. Era una sensación: que en cada carrera, en cada llegada, ella vuelve a ese stud, a ese domingo. Que cuando se acomoda los guantes, cuando mira hacia adelante, cuando escucha el campanazo que marca la partida, no lo hace sola.

Hay quienes corren para ganar, para ser los mejores, para hacer historia. Y está bien. Pero ella corre para no perderse. Corre para estar cerca de los que ya no están, para mantenerse viva, para sostener una identidad que eligió —o que quizás la eligió a ella— cuando todavía era una nena de 14 años aprendiendo a resistir.

Porque ser jocketa ya implica un desafío. Pero ser mujer jocketa lo multiplica. Hay que demostrar más, aguantar más, callar ciertas cosas, resistir otras. Hay que ser fuerte sin dejar de ser sensible. Hay que bancarse las miradas, los prejuicios, las veces que te subestiman. Hay que sostenerse incluso cuando el cuerpo dice basta, incluso cuando la tristeza te tira para atrás.

Y ella lo hace. Todos los días. Sin estridencias, sin querer ser ejemplo de nada, pero con una determinación que conmueve. No busca aplausos, ni frases heroicas. Lo suyo es más silencioso, más profundo. Tiene que ver con saberse dueña de su historia. Con no negociar su esencia para agradar. Con haberse hecho mujer entre el barro de las pistas, la soledad de los vestuarios y el peso de las ausencias.

Afuera, el día seguía. La vida, también. Guardé el último cable, apagué el grabador y supe que algo había cambiado en mí. Porque escucharla fue, también, escucharme. Porque hay historias que no se escuchan solo con los oídos: se sienten en el pecho. Y esta, sin dudas, era una de ellas.

Ella no busca impresionar. No necesita luces ni relatos grandilocuentes. Su historia no galopa para el aplauso, galopa para seguir adelante.

Y eso -en un mundo que a veces pide disfraces y poses- es lo más valiente que puede hacer alguien: ser, simplemente, quien es.

Villegas, al recordar a su papá

Lo que la quebró no fue por una caída o por alguna derrota. Fue el dolor de que su papá no estaba allí. La escena fue breve, pero la desarmó. “¿Que significa tu papá para vos hoy en día? -le pregunté- y fue en ese instante que el  llanto se apropio de ella. No dijo nada. No hacía falta. Fueron unos segundos, yo a la vez apoyaba mi palma de la mano en su espalda conteniendo. Lloro sin ruido, con las manos se secaba las lágrimas. “Mi viejo era todo para mi” -dijo- si hoy estoy acá es por él”. La emoción no fue con desesperación, sino con ese llanto seco, callado, que sólo aparece cuando el cuerpo recuerda algo entrañable. Fue algo imprevisto, pero verla así, me dio el pie para empatizar aún más con su historia.

 

Solana Sierra: una grata sorpresa en la superficie más adversa

Por Francisco Gentile

“Solana está por las nubes” es una frase que hasta hace una semana parecía estar ligada únicamente al mundo cripto para referir a la moneda homónima, sin embargo, esta primera semana de Wimbledon hizo que el tenis también pueda acuñarla, con un histórico ingreso de Solana Sierra al cuadro principal. Los primeros pasos fuertes en el profesionalismo para una fuerza dominante en las categorías menores.

Sierra consiguió una hazaña que no tiene precedentes, jamás una tenista en la Era Abierta (1968) había llegado a octavos de final de esta competencia clasificando como “lucky loser” (término para referir a quienes perdieron la clasificatoria pero ingresan por una baja). Fue la lesión en la espalda de la belga Greet Minnen la que la hizo participar del cuadro a pesar de haber caído en los clasificatorios. Esta segunda oportunidad fue aprovechada y con tan solo quince minutos de preparación en los que se vistió del blanco característico del certamen, ingresó al césped y calentó, logró vencer a la australiana Olivia Gadecki en dos sets, desde ahí, cosechó victorias ante la local Katie Boulter con una remontada en tres sets en la cancha uno del All England Lawn Tennis and Croquet Club ante más de 11.000 espectadores y posteriormente a la española Cristina Bucsa por 7-5; 1-6; 6-1, con el dedo mayor de su mano derecha vendado tras un golpe de frustración al encordado de su raqueta en ese segundo set. Su participación finalizó frente a la alemana Laura Siegemund, que venía de eliminar a la vigente campeona del Australian Open Madison Keys, en un encuentro que se detuvo por lluvia en dos ocasiones.

El festejo de Sierra en el court principal.

La epopeya de la marplatense se da en una superficie históricamente adversa para el tenis argentino, tanto por su casi nula práctica en el país, como por su alta velocidad. De hecho, la última compatriota en haber llegado a esta instancia fue Paola Suárez en 2004, mientras que en la rama masculina fue Guido Pella en 2019, ambos clasificaron a cuartos en el único Grand Slam que nunca pudo ganar un singlista nacional, por el que Guillermo Vilas declaró que “el pasto es para las vacas”.

Aunque esta actuación representa una sorpresa, ya que antes del certamen se ubicaba en la posición 101º del ranking (ya escaló como mínimo a la 65º), se condice con la obtención de su primer título WTA, conseguido a inicios de abril en Antalya, y con su instalación este año en la Rafael Nadal Academy de Manacor, además de contar con un dominante pasado en el circuito de menores, fue la número uno de Argentina a nivel sub-12, sub-14 y sub-16 e internacionalmente llegó a las semifinales del US Open 2021 y la final de Roland Garros 2022, los dos en categoría junior, donde alcanzó la séptima posición del ranking, luego de pasar la pandemia entrenando en la cochera de su entonces instructora y en la terraza de su departamento.

Su iniciación en el deporte de raqueta comenzó cuando tenía dos años, jugando a pegarle a pelotas con caras dibujadas por su padre Omar, y aunque practicó también danza y natación, a los cinco, comenzó clases de tenis en el club Teléfonos, en la escuelita de Bettina Fulco (ex número 23º del mundo en 1988), más tarde, comenzó a competir en torneos de menores, a los que llevaba una muñeca que la acompañaba. En uno de ellos coincidió con Vilas, quien tras un duelo con su hija Andanin, aseguró que le gustaba como jugaba y le aconsejó que recordará que el tenis es “sacrificio, sacrificio y sacrificio”.

Solana Sierra junto a Betina Fulco y Gabriela Sabatini.

Con su crecimiento en la actividad y la necesidad de viajar para competir, cuando tenía 16 la federación italiana se ofreció a apoyarla económicamente en su carrera a cambio de que ella representara a la nación europea, pero la posibilidad fue desestimada por su familia, que creía que esto podía ser una incomodidad a futuro.

Sin cambiar de bandera y siendo la octava mejor clasificada entre las jugadoras de 21 años o menos, la carrera profesional de Sierra da sus primeros pasos en vistas de un porvenir prometedor.

 

Diogo Jota: un acompañante en el camino de la esperanza

Por Juan Pablo López

Despertar un jueves a la mañana implica vivir un día más de rutinas previsibles, pero la noticia llegó sin avisar. Quebrando el alma y el mundo leyó: Diogo Jota, delantero del Liverpool, y su hermano André Silva, murieron en un accidente de tránsito en la A‑52, a la altura de Cernadilla, en el noroeste de España. Conducían un Lamborghini, en lo que debía ser un descanso merecido, unas vacaciones familiares después de un semestre cargado de éxitos. El destino quiso otra cosa.

En 2021, la Dirección General de Tráfico de España reportó más de 119.000 víctimas por accidentes de tránsito, solo el 1% de ellas habrían muerto. El delantero portugués, que había sorteado lesiones, suplencias y olvidos, no pudo esquivar ese azar inesperado. No hubo aviso, ni tiempo para prepararse: fue un golpe seco, que dejó un vacío profundo en el mundo del fútbol y en todos los que se levantan para ver al equipo de Arne Slot brillar cada fin de semana.

En 2017, el atacante llegó al Wolverhampton sin ruido. El club jugaba en la Championship, una liga con barro, con 46 fechas y con más combate que pausa. La llegada de capital chino y la influencia de Jorge Mendes transformaron al equipo en una sucursal portuguesa, sucursal en la que el oriundo de Massarelos fue el primero en destacar y ayudar a que se asiente en la primera división.

Con 17 goles en aquella temporada 17-18, lideró el ascenso. El fue el pionero de las figuras lusas en la institución naranja de occidente inglés: Rúben Neves, João Moutinho, Podence, Semedo. Fue el puente que unió dos mundos, porque aunque ya habían pasado otros jugadores portugueses por “Os wolvinhos”, aquella temporada de el marcó página.

En Liverpool fue otra cosa; o lo mismo, pero más grande. Jürgen Klopp lo pidió tras dos temporadas en primera con el equipo de Nuno Espirito Santo, y nadie entendía bien por qué. En un equipo con Salah, Firmino y Mané, parecía solo sumar profundidad a un plantel consolidado, lo que no tenían en cuenta, era el motivo de Diogo para jugar, grande como sus sueños.

Su entrenador en Paços de Ferreira solía decir que podía ser el sucesor de Cristiano. El Atlético de Madrid fichó al joven talento portugués en 2016, pero, ciegos a su potencial, no le dieron la menor oportunidad. Lo prestaron a los Wolves sin que pisara la cancha con la camiseta rojiblanca. El jugador, que guardaba con celo el recorte de aquel artículo, se lo reenvió a su antiguo técnico por Gmail al llegar a su casa, tras presentarse oficialmente con la camiseta roja del Liverpool.

En Anfield entró, jugó y respondió. Marcó el gol 10.000 del club, un taconazo en Old Trafford. También realizó el gol más rápido entrando desde el banco de suplentes: 22 segundos después de cambiar con Konaté aquel 15 de enero, contra el Forrest. Su gol más recordado, trascendió la importancia futbolística: festejó con la camiseta de Luis Díaz en la semana que secuestraron al padre del colombiano, con el que se disputaba la titularidad en la banda izquierda. El futbolista expresaba esfuerzo y sacrificio detrás de cada pelota en la red, y vivió abrazando a sus compañeros, dedicando celebraciones o cantando You’ll never walk alone.

Mientras tanto, en casa, jugaba al FIFA con su por aquel entonces novia. “Ella armaba las tácticas, y después me hacía jugar.” Tenían tres hijos, y un perro llamado Luna. Fundó un equipo de esports. Cuando se lesionaba, competía en otra cancha. Decía que no sabía vivir sin jugar. Desde chico ya pagaba por jugar en Gondomar: cuota, transporte, esfuerzo. Nadie le regaló nada, nunca lo empujaron, llegó solo. A los 28 años, viajaba en un Lamborghini que se había ganado jugando. No lo había heredado, ni inventado: lo había merecido.

Pero ahí quedó.

 

El destino, ese que no avisa, le puso un freno brusco, sin tiempo para una gambeta más, sin el último aplauso en la cancha. Su partida, tan inesperada como el grito de gol en un partido trabado, nos recuerda que hasta al más grande, al que parecía invencible, la vida lo puede sorprender con un portazo. Y así, con el dolor a flor de piel, la pelota sigue rodando. La historia que nos dejó, la de su entrega y su amor puro por el juego, late en cada rincón de Anfield, del Molineux y de un país luso que abraza a sus ídolos. La fuerza desgarradora de goles que nunca se olvidan y una ausencia que jamás se llena.

“No actúes como si fueras a vivir diez mil años. La muerte está acechándote. Mientras vivas, mientras sea posible, sé bueno.”

— Marco Aurelio, Meditaciones

El delantero portugués ansiaba lograr el título de Premier, y lo hizo. Aunque el dolor hoy nos ahoga, el eco de su gambeta, de su gol, de su sonrisa, seguirá vibrando en cada cancha Y corazón que late por el fútbol. Porque en un último suspiro de fe que nos da la vida, siempre recordaremos que es más lindo vivir como el 20 rojo, acompañado en el camino, abrazando tras un gol, festejando con los fans, y nunca caminando solo.

¿Quién es el misterioso ente que estuvo en todos los partidos del Mundial?

Por Francisco Gentile

Tiene su lugar garantizado en la final, vio el tiro libre de Messi, el batacazo de Al-Hilal a Manchester City, los goles de Miguel Merentiel y la pelea de Marcos Acuña y Denzel Dumfries. Incluso se las arregló para hacerse presente en partidos que se disputaban a la vez en distintos estados, todos en primera fila. No se trata de Gianni Infantino, ni del ya recurrente en el palco VIP de la FIFA Roberto Baggio, ni de nadie presente en ese sitio, pues su ubicación es aún mejor, de hecho está a la vista de todos, pero no alcanza la misma relevancia.

El elefante en la habitación es el PIF (Fondo de Inversión Pública), es según su página web, “el motor del crecimiento de la economía de Arabia Saudita”, un ente soberano que maneja la riqueza del gobierno saudí e invierte en distintos rubros, contando para ello con un patrimonio de 925 mil millones de dólares e importantes activos en más de 220 empresas, entre ellas Uber, Disney y Shell, además de su más reciente y famosa inversión, DAZN, la plataforma que se popularizó durante este mes al transmitir de forma gratuita todos los partidos del certamen, gracias a un pago de mil millones de dólares por los derechos televisivos.

Este titán económico avanza a pasos agigantados su inmisión en el fútbol, es dueño de los cuatro grandes clubes de Arabia Saudita: el Al-Ittihad que dirigió Marcelo Gallardo, el Al-Ahli vigente campeón de Asia, el Al-Nassr de Cristiano Ronaldo y el Al-Hilal, equipo que alcanzó los cuartos de final del Mundial de Clubes, sin que importe mucho que pertenezca al mayor patrocinador de la copa. Estos cuatro equipos tienen en conjunto un balance negativo de 1.293 millones de euros únicamente en mercados de pases desde 2023, posicionándose todos entre los once con mayor gasto, sin tener que rendir cuentas de fair play financiero, como sí hacen los pertenecientes a la UEFA, donde el fondo soberano también incursionó, con la compra del Newcastle United en 2021.

La adquisición de las Urracas fue muy criticada por el resto de equipos de la Premier League inglesa, debido al “estricto” estatuto que prohíbe a los estados adueñarse de clubes, sin embargo, la federación inglesa alegó no poder probar que el PIF y el gobierno saudí esten asociados y autorizó la compra, algo que suena como una excusa vaga, ya que el presidente de esta institución es Mohammed Bin Salman, príncipe heredero y primer ministro de la nación árabe.

Mohammed Bin Salman con la vestimenta protocolar.

El interés por sumar capitales deportivos a su portafolio y posicionarse en el ojo público de Bin Salman es parte de su proyecto más ambicioso, la Visión 2030, un plan trazado en 2016 que tiene como misión diversificar la economía del país para dejar de ser dependientes del petróleo, previendo un aumento del uso de energía eléctrica y solar, apostando al turismo mediante la construcción de ciudades modernas como Qiddiya y The Line. A su vez buscan abrirse al mundo y modernizarse socialmente, un paso clave para esto fue eliminar las barreras que incumplían con los derechos de las mujeres, destacando la prohibición a manejar cualquier tipo de vehículo motorizado, entrar a estadios deportivos y asistir a cualquier escuela o universidad libremente. 

Estos dos objetivos desembocan en otro importante aspecto de la visión, convertir a Arabia Saudita en una sede recurrente de los más importantes eventos deportivos de toda índole, lo lograron con el automovilismo por medio de la incorporación del circuito de Jeddah Corniche al calendario de la Fórmula Uno, con el tenis y la organización de las WTA Finals 2024 y un posible ATP Masters 1000 en Riad a partir de 2028, el pádel con la Riyadh Season Premier y el fútbol con la organización ya confirmada del Mundial 2034, que le fue otorgada luego de que la FIFA decidiera que en tan solo ocho años la Copa del Mundo pase por Sudamérica, Norteamérica, África y Europa, logrando que vuelva a Asia en tiempo récord.

Un total de 910 acuerdos comerciales deportivos que forman parte de un lavado de imagen al país del Golfo, una operación gigantesca que trata de encubrir los abusos a los derechos humanos propinados por parte del estado, que además de ser un territorio hostil para la comunidad LGBTIQ+, participó en el homicidio del periodista opositor Jamal Khashoggi, que fue torturado y estrangulado en el consulado árabe en Estambul durante su exilio en Turquía. Los asesinos viajaron en un avión del PIF y nunca fueron identificados, posteriormente la CIA (Agencia Central de Inteligencia estadounidense) afirmó que fue una orden de Bin Salman, pero que este era inimputable por su condición de mandatario. Para la realización de sus proyectos arquitectónicos desplazó a la tribu Howeitat y condenó a muerte a tres de sus ciudadanos por marchar en contra de su migración obligada, también hay decenas de denuncias de habitantes (en su mayoría mujeres) que fueron apresadas con condenas que llegan hasta los 45 años por criticar al gobierno en X, sentenciadas por “difamar al Reino”.

Su logo con una palmera y dos espadas está a la vista de todos en cada partido y su peligrosa influencia crece constantemente, pero de alguna manera logra pasar desapercibido.

Heritage Cup: el primer título de la selección argentina de lacrosse femenino

Por Carolina Jazmín Geloso y Juan Sebastian Gradin

La selección femenina de lacrosse ganó su primer título en la Heritage Cup al salir campeona invicta de la edición 2025 del torneo internacional con 32 equipos, en la división de mujeres que se disputó del 23 al 26 de mayo en Boston, Estados Unidos y en el que Argentina se enfrentó a cinco países: Eslovaquia, Puerto Rico (rojo), México (blanco), Israel (azul) y Gales.

En el primer partido, el seleccionado le ganó 22 a 0 a Eslovaquia. Contra Puerto Rico (rojo) se impuso por 13 a 6. En el tercer partido consiguió la victoria con un 8 a 5 contra México. Ya en la semifinal, Argentina derrotó por 8 a 4 a Israel (azul) para ganar la competencia al vencer con el mismo resultado a Gales. Según el sitio oficial de la Heritage Cup, la selección femenina hizo 59 goles en 180 minutos de competencia.

El torneo estuvo dividido en cuatro días en los que cada país jugó al menos cinco partidos de 40 minutos cada uno (de dos tiempos de 20) con varios enfrentamientos todos los días. Según el entrenador principal desde que la Asociación Argentina de Lacrosse decidió desarrollar un seleccionado femenino en 2018, Nicolás Prandi, la táctica para los partidos era “arrancar con toda y después ponerlo en piloto automático al segundo tiempo”. El seleccionado metió sus primeros 6 goles antes de que Gales lograra el primero. Prandi también destaca el rol de las mediocampistas en la final porque pudieron ganar la pelota en el medio y meter 7 de los 8 goles.

El lacrosse femenino de campo se juega al aire libre en una cancha con medidas de 100 metros de largo y 55 metros de ancho. En cada equipo hay diez jugadoras y cada una tiene un palo con una especie de “bolsillos” con red en el extremo superior para poder tener posesión de la pelota de goma y pasarla. Como medidas de protección, usan un equipo reglamentario que incluye antiparras y protector bucal.

Al principio de cada tiempo y después de cada gol se inicia el juego con un “draw” que, en palabras de Milena Isturiz, mediocampista de la selección argentina que formó parte de la Heritage Cup, es cuando se saca del medio. “Hay 3 jugadoras, una en el medio que saca y 2 en el círculo y es como un 3 contra 3, la pelota va para arriba y el equipo que la gana primero tiene posesión”, explica sobre el propósito del saque.

Para afrontar la exigencia del deporte, Prandi dejó en claro la importancia de la actitud dentro del plantel, más allá del esquema táctico que utilice. Sus jugadoras deben prepararse físicamente para poder presionar a las rivales durante todo el partido y de esta manera buscar protagonismo en la cancha sin importar el torneo, ni los minutos que les toque disputar.

El inconveniente más grande que afronta la selección albiceleste de lacrosse es que sus jugadoras se están esparcidas por el mundo, ya que algunas practican el deporte por las distintas provincias como  Buenos Aires o Chubut y otras se encuentran actualmente en Estados Unidos. De esta manera, el esquema que usa Prandi se basa en mandar rutinas a sus jugadoras para que cada una siga el entrenamiento desde su respectiva localidad y se organizan giras en las cuales se juntan para poder trabajar con todas y fomentar la unión dentro del grupo.

Para el entrenador la pandemia por el COVID-19 tuvo un gran impacto en el deporte. “En un momento teníamos 200 personas jugando, después bajó a menos de 100 y en estos momentos estamos todavía tratando de volver a donde estábamos”, explica. Pese a que es difícil generar el momento que necesitan con el lacrosse después de 2020, destaca el trabajo de las jugadoras y jugadores porque gracias a ellos “en Argentina todavía existen los clubes”.

Después de consagrarse campeón de la Heritage Cup, la selección argentina de lacrosse se centró en el Clasificatorio Panamericano (PALA Championship) que es una instancia de eliminatorias rumbo al Mundial de Lacrosse de Japón 2026. El certamen se llevó a cabo del 26 al 30 de junio en Florida y fue disputado por Argentina, Canadá, Jamaica, México, Perú, Puerto Rico, Estados Unidos y Haudenosaunee (una organización deportiva indígena). Ganó contra Jamaica 16 a 9, perdió contra Haudenosaunee en su segundo partido en el certámen por 18 – 9 y también su tercero contra Canadá (24 – 2). Después de vencer 21 a 8 a Perú, la selección se jugó la clasificación contra México y logró el 5° puesto que necesitaba para asegurarse el último cupo al ganarle 16 a 8.

La clasificación no es importante solo por el mérito deportivo, sino por la visibilidad también. Sobre esto, Prandi asegura: “Para arrancar hace falta reconocimiento y poder mostrar un producto algo más tangible. Poder ganar y poder estar en torneos internacionales y que la gente conozca más el deporte”. Aunque la selección todavía debe mejorar para competirle a las potencias mundiales como Canadá y Estados Unidos, ya posee un gran nivel. Lo que es necesario es mayor exposición para poder tener mayor infraestructura y mejorar la manera de practicar el deporte en Argentina.

El lacrosse todavía no es reconocido por el Comité Olímpico Argentino (COA) y para Prandi trabajar con la Asociación para que suceda es uno de los primeros pasos para divulgar el deporte y tener más apoyo. Le abriría las puertas a la selección para participar de competencias como los Juegos Panamericanos, porque según el entrenador, “estaría buenísimo también ser parte de algo así, como un primer paso” y también de los Juegos Olímpicos después de que el Comité Olímpico Internacional (COI) lo incluyera en Los Ángeles 2028. La mediocampista de la selección Milena Isturiz cuenta: “Yo creo que el sueño de cualquier chica que está en la selección hoy en día es poder clasificar a los Juegos Olímpicos y ser el primer equipo que juega lacrosse para Argentina en hacerlo en la historia del país”.

Participar de una competencia de esa magnitud le brindaría mucha notoriedad y podría marcar un antes y un después, no solo para este deporte, sino que también para la historia olímpica del país. Grandes disciplinas que hoy forman parte de la cultura Argentina se instalaron luego de campañas heroicas por parte de deportistas que dejaron en lo más alto la bandera de nuestro país. El fenómeno de Las Leonas en el hockey a partir de la medalla de plata que ganaron en Los Juegos Olímpicos de Sydney 2000 y que impulsó a muchas chicas a empezar a practicar el deporte, o la popularización y el reconocimiento que recibió el BMX Freestyle después de la consagración de José “Maligno” Torres al ganar la medalla de oro en en los Juegos Olímpicos de París 2024, son solo algunas de las tantas historias que enriquecen la diversidad de los deportes practicados en Argentina, y tal vez, el lacrosse sea una de ellas.

Jorge García Barrera: a 20 años del asesinato que truncó sus sueños

Por Laureano Vergara 

Para Jorge García Barrera, la muerte llegó conduciendo un Chevrolet Corsa oscuro y con vidrios polarizados. “Jorgito”, como lo apodaban con cariño, todavía era joven. Apenas 21 años. Tenía una sonrisa pura y cautivadora, que solía dibujarse cuando hacía lo que más amaba: jugar al fútbol y enseñar educación física. Conservaba el pelo largo, cubriéndole con sus ondulaciones finales la nuca; barba rala; cejas pobladas. 

Desde los 10 años era parte del Club Atlético San Miguel, institución que lo vio florecer en su niñez, adolescencia y primera juventud. Allí también realizó la primaria y secundaria. No alcanzó a recibirse como profesor de Educación Física, pero cumplió en parte su pasión al enseñar ad honorem en las inferiores del “Trueno Verde”, algo que Jorge padre le recriminaba. Este último revelaba tiempo después que “Jorgito”, tranquilo y decidido, le respondía: “Papi, ¿te acordás cuando jugamos con Banfield y en el segundo tiempo nos caímos porque no teníamos piernas? Bueno, no quiero que pase más. Y vos no sabes la alegría que te da que los pibes te digan Profe”.

Hacía poco que era parte del plantel de Primera de San Miguel. No llegó a debutar. Jugaba de mediocampista y llevaba el cinco estampado en la espalda, número que también había utilizado Fernando Redondo, su ídolo. En la cancha intentaba emularlo, aunque según Walter Berardi, histórico jugador del club de Los Polvorines y quien fue compañero de “Jorgito”, sus cualidades pasaban por otro lado: “Era un futbolista con fuerza, que corría mucho. De esos que persiguen al rival por todo el campo. Cuando la tenía, jugaba, y eso lo llevó a entrenar con nosotros”. Un chico callado, pero maduro y con personalidad, era lo que percibía Berardi de Barrera cuando estaba con el grupo. 

 

San Miguel vivía episodios críticos. Disputaba la Primera C y, por terminar penúltimo en los promedios, debía jugar la Promoción frente al Club Social y Deportivo Liniers para mantener la categoría. El 25 de junio de 2005 se desató la alegría que luego daría paso a las lágrimas: el “Trueno Verde” vencía 4 a 1 a la “Topadora del Oeste” y se salvaba del descenso. 

Aquel fue el último partido de Berardi en su carrera.

—¿Qué recuerdos te quedan de Jorge?

—Quedé muy mal, muy dolorido por lo que le pasó. Él fue quien me llevó a caballito cuando yo me estaba despidiendo. Tengo fotos en casa del momento. Él me llevó en andas toda la vuelta a la cancha.

A la noche, tras la celebración, Cecilia, novia de “Jorgito”, fue a su casa a comer y mirar películas. En la madrugada del domingo, dispuesta Cecilia a volver a su hogar, llamaron a un remis, que la pareja fue a esperar hasta la ruta 197 y Seguí, frente a la estación de Pablo Nogués. Por allí mismo pasó y siguió de largo el fatal Chevrolet Corsa, que momentos después volvió, frenó frente a ellos y escupió por la ventanilla, sin motivo aparente, dos disparos accionados por el hombre que conducía. Una bala atravesó el pecho de Barrera, dejándolo herido de gravedad. Un par de horas después, pese a llegar al hospital Ramón Carrillo y ser intervenido quirúrgicamente, el corazón de Jorge García Barrera dejaba de latir. El profe y futbolista, junto a sus sueños, morían asesinados.

A día de hoy, dos décadas más tarde del hecho, solo se ha identificado y condenado con cinco años de cárcel por encubrimiento al ex policía bonaerense Cristian Javier Soria, quien iba como acompañante en el vehículo de la muerte. El móvil y el autor del asesinato continúan sin ser reconocidos.

 

Gael Galván: “Yo quiero que mi vida sea el rugby, me gustaría en mi futuro ser un gran entrenador antes que jugador”

Por Magalí Willems 

Gael Galván, jugador de Pucará y Pampas, integra la selección argentina de rugby categoría M20 que se prepara para el Campeonato Mundial de la World Rugby, que se disputará en Italia con solo 12 equipos. Comienza el 29 de junio y ese día debutará Argentina ante Gales. Los otros encuentros son el 4 y 9 de julio frente a España y Francia, todos a la misma hora, 15.30 hora argentina.

Gael Galván frente a Australia en el Rugby Championship M20.

-¿Cómo estás viviendo este momento en la selección?

-En lo personal, muy bien, la verdad, sintiéndome mucho más cómodo que el año pasado y sintiéndome en un buen presente sobre todo. Actualmente estamos trabajando mucho, quizás, lo que nos faltó en el anterior torneo. También enfocándonos más en nuestros puntos fuertes, ya sea las formaciones fijas, el pack de forwards.

-¿Qué sentiste la primera vez que te pusiste la camiseta y saliste a la cancha?

-Es una mezcla de emociones medio rara. A mí me tocó la primera vez en un sudamericano, que justo fue acá en Argentina, en Rosario, y estaba viendo a mis viejos ahí en la tribuna. Y nada, fue un poco de orgullo, un poco de cómo se puede decir, de agradecimiento hacia ellos por todo lo que dejaron para que yo pueda llegar allá, también por mí, por todo lo que dejé. Pero nada, te tengo que decir una emoción… sería esa. Una emoción.

-¿Qué pensás de que Argentina en el rugby está acostumbrada a la derrota digna? 

-Yo creo que hubo un gran avance porque ahora estamos en el top cinco del ranking y recientemente comenzamos a tener una base sólida en el seleccionado hace menos de 20 años, con lo que son las academias de alto rendimiento, a tener un equipo que abarque todo el país y se dé visibilidad a todos los jugadores con el Torneo del Interior, Top 12 y Súper Rugby Américas. En los países como Australia, Sudáfrica, Nueva Zelanda lo tienen hace 40 o 50 años y nosotros comenzamos, medianamente bien, hace 10 años.  Estamos en buen camino pero es un poco conformista la derrota digna y no me gusta decirlo.

Gael Galván frente a Australia en el Rugby Championship M20.

¿Cuándo te diste cuenta que podías llegar a ser jugador profesional?

-La verdad que me di cuenta más o menos a los 18 o 19 años. Antes era mucho más una corazonada y por algo de que me gustaba el deporte. Me decían que tenía el físico y después con el paso del tiempo que era bueno y podía llegar lejos.

-¿Qué metas tenés para la selección en el futuro?

-Mi sueño es jugar en los Pumas. Y, la verdad, me veo jugando en la selección mayor de acá a un par de años. Todo lo que estoy haciendo hoy en día es para llegar a eso.

-¿Cómo es el apoyo de tu familia?

-Yo cuando entro a la cancha, trato de no distraerme, pero los busco a ellos, siempre en la vista periférica trato de ubicar a mi familia. Igualmente, a las giras internacionales todavía no pudieron ir, pero cuando tengo partidos en el país están siempre, es difícil separarse tanto tiempo, la verdad que no me cuesta tanto porque sé que están.

-¿Dónde te gustaría estar jugando en unos años?

-Me gustaría estar en un club de afuera, quizás buscando el máximo nivel, ya sea la Premier o el Top 14 de Francia. Para llegar a eso tengo una alimentación controlada, el entrenamiento ya en esta etapa de mi vida no puede faltar y después la parte de dejar algunas cosas de lado, ya sea en eventos familiares, con amigos.

-¿Esos son los sacrificios del deporte?

-En la selección nos hablan de que no hay sacrificios porque estamos buscando un bien para nosotros y un objetivo. Hay esfuerzos, como se le dice hoy en día. Es algo mental más que nada, es decir deja de ser un sacrificio cuando es algo que te gusta.

-¿Quién es tu referente en el deporte? 

-Yo tengo dos, uno que está directamente asociado con mi posición, se llama Owen Franks, es un All Blacks ya retirado. Es uno de los jugadores en mi posición más icónicos, por lo disciplinado que era, lo técnico y que tenía un juego callado. No vamos a salir por ahí en todas las fotos, pero por ahí te ganamos un partido sin que nadie se entere. Y después, uno que me cambió un poco la cabeza en un momento, fue Juan Imhoff, que tiene una historia muy linda sobre el desarrollo personal dentro del deporte de su vida.

-¿Cómo fueron tus inicios? 

-Yo soy la primera generación de mi familia que juega al rugby, fue de casualidad. Comencé en Rugby Social Lomas a los 13 años porque mi mama quería que haga un deporte y tenía las condiciones, y ese mismo año conocí a un chico que venía a Pucará, fui a probar e inmediatamente lo instale como mi estilo de vida. Después a los 16 o 17 ya marcaba mucha diferencia por mi contextura y por mi estado físico también, siempre me gusto mucho entrenar, practiqué mucho tiempo Boxpro y es algo que todavía comparto con mi papá cuando tengo tiempo.

-¿En algún momento dudaste de seguir?

-En la pretemporada de 2024, era mi primer año como invitado de Pampas y no me fui de vacaciones para quedarme entrenando. Después me di cuenta que fue un error porque no había descansado la cabeza y no tuve una pausa, me sentí sobrepasado. Además, se me acercaba el Championship que era mi primera convocatoria grande, me llegué a plantear de no querer jugar o entrenar y estar frustrado pero con el apoyo psicológico y ayuda de mis padres lo pude llevar bien. Actualmente, estoy con mucha confianza, busco estar en el momento y dar el cien por ciento y después si me seleccionan o no es decisión del entrenador, yo me quedo tranquilo.

-¿Hacés algo más aparte de entrenar?

Empecé a estudiar nutrición en la UBA y me coincidió con el primer año de academia en la UAR, casi termino el CBC y mis padres me dijeron que me apoyaban si quería dejar porque me veían cansado. Este año iba a arrancar la carrera virtual pero sacaron esa área. Me gustaría estudiar, seguro retome el año que viene. Igualmente, yo quiero que mi vida sea el rugby, me gustaría en mi futuro ser un gran entrenador antes que jugador.

Colapinto, la quinta carrera y el futuro en juego

Por Milagros De Stefano

En la antesala del Gran Premio de Austria, que se llevará a cabo en el Red Bull Ring, repica el augurio, la promesa con la que comenzó nuevamente el sueño argentino en la Fórmula 1: “cinco carreras”. Imola, Mónaco, Barcelona-Catalunya, Montreal y ahora Austria verían completo el período de prueba supuestamente establecido por las altas esferas del equipo Alpine para la plaza que ahora ocupa Franco Colapinto. Muchos medios extranjeros hablan de méritos, de merecimiento, de patrocinadores y de conveniencia. Pocos hablan de talento, y si lo hacen, es puramente en comparación con otros pilotos en situaciones similares. Lo cierto es que la categoría reina del automovilismo nunca fue piadosa. 

Alpine habrá nacido como Renault, pero el hombre que lo rebautizó para dividir las expectativas de un fabricante de autos del sueño millonario del automovilismo de élite, Luca De Meo, anunció su salida del gigante automotor la semana previa a el Gran Premio austríaco, dejando al equipo a la deriva en el momento más turbulento que se lo ha visto atravesar en años; último en el campeonato de constructores, con sponsors claves como BWT amenazando con irse y una visión borrosa ante la sacudida de tablero que representa 2026 para la parrilla. Teniendo eso en cuenta, ¿cómo podría haber espacio para el desarrollo de Franco como piloto si no existe una dirección clara en la escudería en sí? 

Más allá de una incontable cantidad de horas invertidas en prácticas arriba de viejos modelos y en el simulador en Enstone, el hijo del cinco veces campeón de MotoGP Mick Doohan no brilló con suficiente intensidad durante las primeras seis carreras del año como para deslumbrar al ahora jefe de equipo Flavio Briatore. Aunque sean imperceptibles a simple vista, las diferencias, por más insignificantes que sean, existen. Colapinto está más cerca en materia de puntaje y performance de su compañero, Pierre Gasly, de lo que estuvo el australiano Jack Doohan, quien poseía más experiencia arriba el auto, especialmente considerando su deterioro a lo largo de la primera porción del año. 

Incluso corriendo en el circuito Gilles Villeneuve, un trazado en el cual el argentino jamás había corrido (no existen fechas de Fórmula 2 ni Fórmula 3 en ese autódromo) logró clasificar y terminar la carrera por encima de su contraparte francés. La longevidad de Gasly en el equipo pende de un hilo, con su contrato multianual terminando en un área gris denominada “más allá de 2025” y varios pilotos buscando trabajo para la temporada del cambio de regulaciones. La incomodidad ante el buen desempeño de los sudamericanos de cara a los europeos, y más aún si están bajo las mismas condiciones, es una constante que parece reiterarse incesantemente sin importar qué deporte se esté mirando. 

Para quedarse aún más tranquilos, la confianza que Briatore deposita en Colapinto no es en lo absoluto alevosa; es un hombre con mucho kilometraje en la categoría y con un ojo extremadamente afilado para el talento, siendo el que descubrió a Fernando Alonso y acabó por sacarlo de Minardi para llevarlo a Renault en 2002 como piloto de reserva. El voto de confianza del italiano produce un efecto motivador en el piloto que se traduce directamente en buenos resultados en la pista. Pase lo que pase en Austria, sólo una verdad suena por encima de todos los rumores: Alpine tomó la decisión correcta.

Joaquín Rossotti vive a toda velocidad

Por Valentino Paglia

Joaquín Rossotti tiene 16 años, nació el 28 de enero de 2009 en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA), actualmente vive en Ezeiza y es alumno del Instituto San José de Liniers A-355, donde está cursando el cuarto año, piloto del equipo SDE San Juan y conduce un Chevrolet Camaro Número 88 en el Turismo Carretera (TC) Junior, donde en cuatro fechas disputadas hasta el momento de la actual temporada se ubica en la segunda posición de la tabla general y posee una victoria, en la tercera jornada, que se realizó en el Autódromo Roberto Mouras de La Plata.

¿Cómo empezó tu pasión por el automovilismo?

– Comenzó a partir de que mi abuelo me empezara a llevar a una escuelita de karting, la cual se ubica en el Kartódromo de Buenos Aires”

¿Recordás tu primera vez al volante en una pista? ¿Cómo fue esa experiencia?

Mucho no me acuerdo ya que fue hace 10 años y yo era chico, pero tengo algunos recuerdos de mis primeros sobrepasos con los compañeros que compartía escuelita.

– ¿Quién o qué te inspiró a dedicarte al TC Junior?

Mi abuelo y mi tío, ya que a este último le llegó la propuesta para que yo participe este año. Ellos desde chico me acompañan junto con mis papás y hermanas.

– ¿Cómo es tu preparación física y mental antes de una carrera?

Para mi preparación física entreno dos veces por semana con un profesor especializado en el deporte, con quien tengo ejercicios de fuerza y también cognitivos. Mentalmente durante un fin de semana de carrera me concentro en estar relajado y enfocado.

– ¿Qué te cuesta más: mantener la concentración en pista o manejar los nervios antes de largar?

Me cuesta más manejar los nervios antes de largar, cosa que hoy en día no me sucede mucho, pero hace unos años me pasaba seguido.

– ¿Cómo describirías la sensación de estar dentro del auto a más de 150 km/h?

Lo veo como adrenalina pura, y es una increíble experiencia.

 – ¿Qué pensás cuando estás en plena carrera? ¿Lográs pensar o todo es reacción?

Me concentro en no cometer errores, en ver siempre que todos los relojes que miden la temperatura del motor, de la nafta y del aceite y su presión estén bien. No todo se logra pensar, hay cosas que salen por la experiencia que uno tiene, cosa que todavía estoy adquiriendo.

– ¿Tenés alguna cábala antes de salir a correr?

Tengo una sola, que es hacer la señal de la cruz cuando estoy saliendo para la pista.

¿Cómo manejás la presión siendo tan joven en un deporte tan exigente?

Antes de cada carrera intento estar tranquilo para poder evitar la presión sentándome a respirar una vez arriba del auto.

– ¿Qué tanto te involucrás con el auto fuera de la pista?

Intento siempre estar cerca, aprender sobre sus partes y mecanismos, ya que a la hora de realizar cambios hay cosas que actúan de manera diferente.

 – ¿Cómo es tu relación con los mecánicos y el equipo técnico?

La verdad es que me llevo muy bien con todos, están en todo momento, como en la parte de hacer chistes, pero también en la de aprender y esforzarnos por dar lo mejor entre todo el conjunto

– Si pudieras cambiarle algo al auto, ¿qué sería?

Le cambiaría únicamente el volante, pero por una cuestión de gusto personal.

– ¿Cómo combinás el automovilismo con el estudio?

Intento estar siempre al día con la escuela, cosa que a veces se me complica por la exigencia de cada materia.

– ¿Qué rol juega tu familia en tu carrera? ¿Quién te acompaña siempre?

Mi familia siempre me acompaña, mi papá no es tan fanático del automovilismo, pero siempre está predispuesto a ayudarme y me aconseja en temas como tener un buen descanso y entrenarme bien durante la semana y demás. A todas las carreras me acompañan mis padres, tíos, primos, hermanas y abuelos.

– ¿Tus amigos entienden lo que hacés o sos “el distinto” del grupo?

Entienden lo que hago, más allá de que ellos practiquen deportes distintos como fútbol, rugby o pádel.

– ¿Qué metas tenés para esta temporada en el TC Junior?

Para esta temporada tengo el objetivo de ir aprendiendo y ganar experiencia a medida que van pasando las carreras.

  ¿Te imaginás corriendo en el TC Pista o el TC grande dentro de unos años?

Por el momento no me lo imagino, pero obviamente me encantaría que suceda y sería muy lindo poder disfrutarlo con todas las personas que me acompañaron desde mis inicios.

– ¿Hay alguna categoría internacional en la que te gustaría correr?

Me gustaría correr en la Fórmula 4 española, en la cual hay varios pilotos argentinos.

 – ¿Quién es tu ídolo del automovilismo y por qué?

Mi máximo ídolo es el brasileño Ayrton Senna, quien si bien no llegué a conocerlo ni tampoco vivir en su época, vi sus maniobras, su forma de ser como piloto y persona y me parecieron características increíbles de él, y también lo admiro mucho por sus consejos. Tengo en mi buzo y casco un sector dedicado a los colores que lo representaban a Senna junto con una frase suya.

¿Cuál es tu próximo objetivo en el automovilismo y en la vida?

En el automovilismo aún no tengo un objetivo claro, sino que estoy disfrutando de este presente, y en la vida quiero terminar mis estudios en la escuela técnica para luego cursar una carrera universitaria, la cual no la tengo definida por ahora.

– Sabiendo que tu tío Juan Pablo también es piloto, ¿Sentis presión por seguir sus pasos o lo ves como una motivación?

No siento presión, aprovecho que me acompañe y me de consejos siempre que los necesite.

¿Tu tío te da consejos para correr?

Si, siempre que le consulto me los brinda.

¿Te gustaría llegar a igualar o superar lo que él hizo como piloto?

Yo pienso que son dos caminos diferentes, pero me gustaría llegar a la mejor versión de mí para dar el 100% en todas las oportunidades que se me presenten”.

Joaquín Rossotti corrió el pasado domingo en la quinta fecha del TC Junior, y una vez más lo hizo en el Autódromo Roberto Mouras de La Plata, donde el joven de 16 años logró finalizar en el tercer puesto, y de esta manera sumó su segundo podio en la actual temporada.