Adrián Emmanuel Maravilla Martínez es un futbolista que se desempeña como delantero en Racing y es la prueba viviente del sacrificio, de nunca rendirse y de dejar todo en la cancha. Su historia con la redonda comienza en Campana, provincia de Buenos Aires, donde su madre presidía el club de barrio Las Acacias y él aprendió a vivir con lo justo, sin lujos, pero siempre con una pelota, aunque fuera de trapo.
Martínez nació el 7 de julio de 1992. A los 17 años tuvo un breve paso por Villa Dálmine, pero enseguida dejó el fútbol. No porque no le gustara, sino porque tenía que trabajar. Fue recolector de basura, albañil y empleado de la distribuidora fueguina recolección de residuos. La pelota quedó relegada a las canchitas de su barrio los fines de semana. Jugaba cuando podía, entre un trabajo y otro.
En 2014, su vida dio un giro dramático. Fue detenido por error en una causa vinculada a un tiroteo en el que estuvo involucrado su hermano de 18 años, y pasó siete meses preso en la Unidad 21 de Campana. En los papeles no tenía nada que ver. Lo liberaron a finales de ese año. Motivado por sus amigos, decidió retomar su vida ligada a la pelota.
En 2015, Defensores Unidos de Zárate (CADU), que en ese momento militaba en la Primera C, le abrió las puertas. Sin contrato, sin sueldo. Se entrenaba por su cuenta y aguantaba sin reprochar. Debutó oficialmente a los 22 años. En 2017 marcó 21 goles (43 en total en 73 partidos) y fue clave para el ascenso a la Primera B Metropolitana. Ese mismo año, el periodista Bruno Aleotti lo apodó Maravilla por el boxeador campeón mundial con el que comparte apellido, aunque él mismo dice que no le gusta.
En 2017 lo llamó Atlanta por pedido de su técnico, Francisco Berscé. Llegó callado, con perfil bajo, pero bastaron un par de entrenamientos para que lo notaran. “Siempre fue callado, pero cada vez que tirábamos un centro, la metía. En las prácticas hacía goles todo el tiempo”, recuerda Emanuel Pentimalli, compañero de equipo ese año en el Bohemio. Mariano Bettini, lateral derecho de ese plantel, agrega: “Era reservado, muy creyente. Pero cuando hablaba, te dabas cuenta de que todo lo que había vivido lo había hecho fuerte. No era uno más. Tenía un fuego interno distinto”.
Atlanta fue otro punto de partida. Marcó 15 goles en la Primera Nacional del 2017, incluido uno a River, y enseguida se fue al exterior. Jugó en Sol de América de Paraguay (12 goles) y luego en Libertad, donde debutó en la Copa Libertadores con un triplete ante The Strongest de Bolivia y ganó su primer título, la Copa de Paraguay en 2018. Más tarde pasó por Cerro Porteño, por Coritiba de Brasil (4 goles en 22 partidos) y regresó a Argentina para jugar en Instituto de Córdoba, donde convirtió 18 goles en 41 encuentros. Ese rendimiento lo llevó a Racing, con el que fue campeón de la Copa Sudamericana 2024 (con gol en la final) y de la Recopa Sudamericana, donde volvió a convertir. Siempre sin hacer ruido, pero siempre presente.
Ya como profesional consagrado, volvió de visita a CADU. Se sentó en el vestuario donde empezó todo, esta vez como referente. Santiago Davio, DT de CADU en 2024, recuerda: “Charlamos un rato largo. Nos decía que nunca pensó vivir todo eso como jugador. Que no se permitía quedar último en las pasadas, que se exigía siempre. Y hablaba de un proyecto de canchas que ya había empezado. Siempre humilde, siempre agradecido”.
Como agradecimiento al club que le dio su primera oportunidad profesional, es común ver a “Maravilla” visitar CADU solo para saludar, compartir un mate o dar un consejo. “Verlo es ver al jugador del ascenso. Esa humildad no la va a perder nunca”. Davio, el pasado 16 de junio volvió a tomar el mando del equipo de Zárate tras un breve paso por Flandria.
La historia de Martínez es la de alguien que no fue descubierto, sino que se descubrió a sí mismo. Nunca fue una promesa que pintaba para crack; tuvo que esperar su oportunidad. Se abrió camino a fuerza de goles, carácter y mucha fe. No lo definió una prueba en juveniles, sino su constancia en los entrenamientos. No se formó en una pensión de un club, sino en la calle, el trabajo, el encierro injusto y la voluntad de no rendirse jamás.
Hoy, con 32 años, Maravilla sigue metiendo goles. Pero para quienes lo conocen desde sus comienzos, lo más importante no es lo que hace con la pelota, sino lo que hizo con su vida. Cada definición parece revivir esa primera vez, en Zárate, cuando pidió una oportunidad y no la desaprovechó. Racing lo blindó con una cláusula de 122 millones de dólares, dejando claro que es un jugador para disfrutar y no para vender. Es de esos futbolistas que destacan donde estén y que siempre será ese nueve goleador que todos quieren ver.
Cuando se bajaba del karting en el que competía, Franco Colapinto se subía a un cuatriciclo que tenía y lo ponía en dos ruedas o lo aceleraba para disgusto de su motorista Cristian Tejera, que siempre le aconsejaba que se cuidara. Hasta que un día, cuando estaba camino a ganar el Campeonato Argentino de Karting en 2018, Colapinto le dijo en chiste que se había lastimado con su cuatriciclo y que no creía poder correr las próximas carreras. Susto del motorista, diversión de un adolescente de 15 años que cuando entraba en confianza le gustaba hacer bromas.
El pilarense siempre estuvo acompañado de los motores y la adrenalina. Ya desde antes de nacer lo precedía el mundo de las carreras y la pasión por la velocidad era algo de apellido porque su papá, Aníbal Colapinto, también había corrido en autos y motos en categorías como Turismo Nacional, Speedway y Enduro, y tenía un equipo de TC en el que soñaba ver a su hijo correr. Pero el nene de rulos y ojos verdes tenía otras aspiraciones.
El piloto argentino parecía estar destinado a subirse a cualquier cosa que tuviera cuatro ruedas y fuera rápido. Todavía en el jardín y con solo cuatro años se subía a un cuatriciclo de 50 centímetros cúbicos del mismo tamaño que él.
Los fines de semana en los que tenía que correr se podía ver un N° 43 en el karting del equipo Acosta Racing Team con un nene al volante que recién había empezado a formarse en las competencias a los 9 años, pero que no era ajeno al ámbito porque le gustaba acompañar a su papá a las carreras.
Durante sus épocas de karting, Colapinto también usó el N° 143 y el 243 entre otros. El 43 siempre tenía que estar si era posible, incluso cuando llegó a la Fórmula 1 en 2024 de la mano de Williams y debutó en el Gran Premio de Italia. Después de 23 años de Gastón Mazzacane, último argentino en la máxima categoría, él representa al país con el número que lo acompañó durante su niñez y que heredó de su papá, quien también lo usaba en sus épocas de piloto por gusto personal.
La esencia del automovilismo es el karting. Muchos corredores, algunos argentinos, como Colapinto, Norberto Fontana y Esteban Tuero, apretaron el acelerador por primera vez en competencias antes de llegar a la Fórmula 1. En Argentina, existen diferentes divisiones tanto a nivel nacional como zonal o regional que dependen de la edad de los pilotos y de la potencia del motor.
A Colapinto su personalidad en la pista lo llevó a ganar dos Campeonatos Regionales de Buenos Aires, uno en 2016 (Pre-Junior) y otro en 2017 (Junior), y dos Campeonatos Argentinos, uno en 2016 (Pre-Junior) y otro en 2018 (Codasur). “Cuando se enfocaba, siempre sabía contra quién corría, qué defectos tenía cada uno, qué virtud, qué tenía que hacer él para contrarrestar eso, con qué auto contaba, si le faltaba algo, dónde explotar la condición máxima del karting del momento”, afirma Tejera, su motorista, y explica que su inteligencia y manera de centrarse a la hora de competir lo destacaba, pese a ser diagnosticado con Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) y a mostrarse relajado mientras bromeaba minutos antes de salir.
Durante su paso por el Campeonato Argentino, en el que los fines de semana de carrera empiezan los jueves con prácticas (por lo general no oficiales), el joven corredor se reunía los miércoles con el equipo acompañado por su papá. En la charla previa tanto el motorista Tejera como Martín Acosta, dueño de Acosta Racing Team, explicaban lo que tenían que hacer en esa fecha de la competencia y lo que Colapinto tenía que probar en el karting. Al final de cada jornada en la que se repetía el método de establecer un plan de trabajo y probar el karting para saber qué mejorar, se quedaba con el equipo mientras revisaban el chasis y los motores y después se juntaban a cenar y distraerse.
Colapinto, actual piloto de Alpine en la Fórmula 1, preguntaba todo; cuanto más supiera antes de empezar cada carrera dejaba menos aspectos librados al azar y si el karting se rompía o había algún problema, era común escuchar que dijera: “Qué mala suerte que tenemos”. El motorista, sin embargo, nunca lo vio enojarse.
En la primera prueba con Martín Acosta, ya para la categoría Pre-Junior y a solo un mes de la primera carrera, el dueño del equipo le pidió a Tejera un motor para ver cómo corría. Quedaron los dos sorprendidos no solo por su manera de manejar, sino por la forma en la que implementaba los consejos que le daban. Desde el primer día, ya sabían que Franco Colapinto iba a destacarse.
Mariana “Topo” Lategana, ex jugadora de hockey en Lomas Athletic Club, es la máxima goleadora del Torneo Metropolitano femenino de hockey. El apodo que le asignaron sus compañeras deriva de su implacable olfato de gol en el área, ya que suma 398 toques a la red. Desarrolló su carrera desde 1993 en Lomas Athletic hasta el 2012, siendo emblema y un modelo a seguir para las pequeñas jugadoras de inferiores que la alentaban todos los fines de semana. También tuvo un pequeño paso por Banfield, donde mantuvo su instinto goleador con más de 130 goles en dos años.
A Lategana no solo la caracteriza su historia hockista; también lo hace su personalidad. “Siempre fue muy buena rival, buena persona; a veces te tiraba chistes dentro de la cancha. Es copada y divertida”, la describió Daniela Sruoga, quien fue su rival en el Torneo Metropolitano, organizado por la Asociación Amateur de Hockey sobre césped de Buenos Aires.
Lategana comenzó jugando al tenis en una pequeña escuela de Caballito y al hockey en el club Nahuel al mismo tiempo. “En un momento el entrenador de tenis me dijo que tenía que decidirme por uno de los dos, porque ya tenía que federarme. Y ahí elegí hockey, porque me gustaba más el deporte en grupo, el trabajo en equipo y todo eso”, declara. Sus inicios y sus primero contactos con el hockey fueron en el club Nahuel a sus 10 años. Su director técnico fue Daniel “Bocha”Herrero, quien le enseñó “mucha técnica”. Brenda Vaccaro, su ex compañera del club Nahuel, la describe como una jugadora “muy completa, con una pegada bárbara, muy buena gambeta, ella estaba enamorada del arco” y menciona que su mejor recuerdo del hockey es haber jugado con ella.
Lategana fue llamada para los entrenamientos del preseleccionado que se realizaban en el Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (CENARD) durante sus años de inferiores. Allí conoció a Ariel Holan, ex entrenador de hockey y actual director técnico de fútbol en Rosario Central, quien la llevó al Club Olivos en 1989, donde jugó desde los 14 años y con tan solo 15 debutó en primera división. “Nunca pude jugar en quinta división, pasé de sexta directamente a primera. No me arrepiento de no haber jugado en quinta pero me parece que es una linda etapa que perdí y me doy cuenta ahora de grande”, cuenta la exdelantera. Además, Lategana también fue una de las primeras jugadoras en irse a jugar al exterior con una remuneración económica de por medio, en 2002 a Ourense de España y luego, a sus 36 años, UD Taburiente, un equipo español que se encontraba en zona de descenso, la contactó para mantener la categoría.
Lategana decidió irse a Lomas luego de una gran insistencia de su amiga Gabriela Pando, quien la convenció. “Ella me dijo que me tenía que pasar a Lomas. Para mi era un sueño; era como jugar en Boca o en River y ahí inicié mi larga carrera que comenzó a los 17 años y terminó a los 38”, confiesa. La delantera sostuvo una racha de 21 años consecutivos ubicándose entre las primeras tres goleadoras del Torneo Metropolitano. Holan destacó: “Topo siempre, desde juveniles, y antes probablemente, tenía el arco entre ceja y ceja. Una capacidad de definición por arriba de la media. Además de su gran habilidad para definir, era muy buena asistiendo a sus compañeras dentro del área”.
En 2010, decidió jugar en Banfield, donde consiguió el podio de goleadoras históricas y ascender a la división “C” del torneo metropolitano. Al volver a Lomas, el club le ofreció una despedida “a lo grande” con un partido homenaje, que se hizo con la compañía de Luciana Aymar, Mechi Margalot, Giselle Kañevsky, Carla Rebecchi, Pity D´Elía, Mariana Rossi, Mariana González Oliva y Claudia Burkart, con quienes compartió el seleccionado argentino, y varias jugadoras de Lomas que la acompañaron a lo largo de su historia.
Topo Lategana se convirtió en una leyenda para el hockey bonaerense, uno de los clubes más importantes en el hockey metropolitano, con 398 goles a su nombre. Más allá de la consagración en los campeonatos de1996, 1997 y de 2001 a 2006, jugar en Lomas dejó en ella un sentido de pertenencia para con el club y para con las compañeras, formando, más que un equipo, “una familia” que marcó la mejor parte de su vida.
“En el 2012, cuando me retiré, me retiré en el club donde me crié, con la presencia de jugadoras extraordinarias, como Luciana Aymar, para mi fue un sueño”, recuerda “Topo”.
Hay un rincón de la ciudad donde las palabras no se gritan. Donde todo está dicho, pero igual se sigue diciendo. Donde los libros no se venden: se dejan encontrar. Es ese tramo de la Avenida Corrientes en el que sobreviven, como faroles en una noche larga, las librerías de usados. Ahí el tiempo camina distinto. No apura, no empuja, no exige. Entra en silencio, como el lector que se queda parado frente a una estantería alta y no busca nada en particular. Solo quiere estar. Respirar. Dejar que algo lo elija a él.
Los locales tienen olor a humedad vieja y a historias que no se lavan con el tiempo. Las tapas están rayadas, los bordes doblados, los nombres subrayados por otros ojos que ya no están. Y eso los vuelve más hermosos. Porque son libros que ya vivieron. Que ya pasaron por camas, mochilas, plazas, mudanzas, hospitales, estaciones. Libros que escucharon llantos, que se mojaron con mates, que fueron marcados con boletos de colectivo como señaladores improvisados.
En Corrientes no se compra un libro: se adopta. Se rescata. Se le da una segunda oportunidad. O tercera. O décima. Porque ahí nada es completamente nuevo aunque también haya librerías que ofrecen ejemplares recién salidos de imprenta, pero todo puede volver a empezar
No hay música, ni pantallas, ni promociones llamativas. Apenas una lámpara amarilla, una radio baja, y la voz de un librero que ya ni intenta ofrecer. Los libros se defienden solos. Esperan con la dignidad intacta, apilados en torres imposibles o acostados en canastos, sabiendo que quizás mañana alguien los va a elegir. O quizás no. Pero igual esperan.
Y el que entra, entra con una especie de fe ciega. No busca lo último. Busca lo que quedó. Lo que alguien soltó por necesidad, por olvido o por muerte. Y en ese gesto hay algo profundo, casi íntimo: leer lo que otros ya leyeron es una forma de tocar lo invisible. Como si uno pudiera acariciar, en las notas al margen, los pensamientos ajenos. Como si al abrir una página marcada encontrara no solo una frase, sino a la persona que la subrayó. Caminar por esos locales es como caminar entre fantasmas que no asustan. Son presencias suaves. Recuerdos en voz baja. Palabras que todavía tienen algo para decir.
Hay algo mágico en cómo la Avenida Corrientes conserva su alma a pesar de todo. Aunque la peatonal se llene de espectáculos, aunque las oficinas del centro estén vacías, aunque los precios suban y los lectores escaseen, los libros usados están ahí. Quietos, tercos, fieles. Como testigos de otra época, como restos de una ciudad que supo detenerse a leer.
Afuera, la ciudad apura el paso. Los colectivos rugen, los teatros encienden luces, las pizzerías llenan mesas. Pero ahí adentro, el mundo se detiene. Un chico pide “uno que tenga dragones”, una mujer se sienta en una silla a leer sin comprar, un hombre revisa con paciencia una caja entera de policiales. Y nadie apura a nadie.
Corrientes resiste así: con estanterías desparejas, con portadas rotas, con palabras que se repiten una y otra vez. Porque hay lectores que todavía prefieren un libro con manchas antes que uno perfecto. Porque hay algo reconfortante en saber que eso que se lleva ya tuvo vida. Que alguien lo esperó, lo leyó, lo subrayó, lo guardó… y luego lo soltó.
Caminar por Corrientes, entre ruido de bocinas y pasos apurados, en ese pequeño gesto de elegir un libro olvidado hay algo de esperanza. Como si, en medio del caos, todavía existiera un lugar donde el tiempo se detiene para leer.
Y aunque la ciudad cambie, aunque las librerías cierren, aunque los libros nuevos sean cada vez más caros, ese rincón de Corrientes sigue ahí. Respirando en silencio. Recordando a quien pasa que hay palabras que no caducan. Que hay historias que siguen vivas, incluso cuando nadie las está mirando
Hay historias que no necesitan adornos para emocionar. Solo basta contarlas. Porque cuando una nena con una sola pierna vuela sobre ocho ruedas, es su habilidad la que habla por ella, una fuerza silenciosa que nace del corazón y que nadie puede detener. El silencio se llena de aplausos, y la emoción anida en cada rincón de la pista
Milagros Trejo tiene doce años, una sonrisa inmensa y un corazón que desafía diagnósticos. Patina, gira, salta, y cada movimiento suyo parece decir “nada es imposible”. Pero antes de brillar en torneos internacionales, antes del aplauso y los reflectores, hubo un camino que empezó torcido y que, contra todo pronóstico, fue enderezado por el amor.
Milagros nació en Suipacha, provincia de Buenos Aires, con un cuadro médico que los especialistas describieron como “incompatible con la vida”:sin ano, con una fístula traqueoesofágica y un dedo extra en la mano. Fue abandonada por su familia biológica al ser internada, cuando apenas tenía tres años. En el hospital vivió días muy duros: llegó a estar una semana entera con el mismo pañal. Allí la vio por primera vez Héctor, doctor que se enteró de su caso. Su pareja, María, rescatista de animales, no estaba convencida de ir a conocerla… hasta que soñó con ella: en una habitación blanca, la niña saltaba sola en una piernita. Ese sueño fue una señal. Fueron a verla, y el flechazo entre Mili y María fue instantáneo.
A pesar de la conexión inmediata, el proceso legal fue lento y doloroso. El juez les advirtió que no podrían adoptarla bajo esas condiciones, pero ellos no se rindieron. Entre papeles, estudios médicos y batallas legales, pelearon con el cuerpo y el alma. Finalmente, lograron llevarla a casa. La familia biológica rechazó el pedido de revinculación, y eso, por duro que suene, terminó allanando el camino. “Si tuviera las dos piernas, seguiría dando vueltas”, dijo alguna vez María, con la crudeza de quien enfrentó a la burocracia de frente. Desde entonces, María y Héctor pusieron todo: tiempo, amor, coraje. Mili fue operada tres veces para mejorar su calidad de vida y, aunque le habían dicho que solo recuperaría un 40% de movilidad, hoy se mueve con el 95%. A los tres meses de la última cirugía, ya se deslizaba con andador.
En su crecimiento, las ganas de integrarse fueron tan naturales como urgentes. Jugó al fútbol, hace equitación, y en una Navidad, recibió de su tía un par de patines. Fue amor al primer giro. “Desde ese momento supe que quería hacerlo toda la vida”, recuerda. Pero no todo fue fácil: pasó por varios clubes que no supieron cómo acompañarla. Hasta que apareció Claudina, su entrenadora en el Club Independiente de Chivilcoy, que no solo la aceptó: la desafió. Entrenan cuatro veces por semana, dos horas por clase. Claudina adapta las coreografías a sus movimientos, la estimula, la impulsa. Milagros gira, va para adelante, para atrás, salta. Y no tiene miedo.
Claudina se convirtió en más que una profe: es su cómplice en cada nuevo desafío. Juntas trabajan dos disciplinas dentro del patinaje artístico adaptado, en las que van creando movimientos únicos que se ajustan a las capacidades de Milagros. Nada está escrito. Todo es posible. Cuando algo le sale, surgen nuevas ideas. “Se me ocurren 800 cosas más cuando la veo lograr una”, dice Claudina. Mili gira, se impulsa para atrás, patina hacia adelante con fuerza, y sobre todo: salta. Salta como en aquel sueño de su mamá. Pero ahora, lo hace en pistas reales y frente a públicos que la ovacionan.
La inclusión no siempre fue automática. En algunos clubes le dijeron que no estaban preparados para trabajar con una nena así. Así. Como si no fuera una nena como todas. Pero Mili encontró en el patín no solo su lugar en el mundo, sino una trinchera desde la cual demostrar lo que es capaz de hacer. En el barrio y en la escuela, la discriminación no formó parte de su vida. Su familia cuenta que sus compañeros jamás vieron la falta de su pierna. En el club, tampoco. Siempre participó de las mismas actividades que el resto.
En su casa, el respeto es una bandera. María y Héctor le enseñan a manejarse con amabilidad, a saludar siempre con una sonrisa, a entender que a veces le va a costar un poco más, pero que todo se puede lograr con paciencia y dedicación. “Si me caigo 500 veces, me levanto todas”, es una de las frases que más repiten en familia. Porque lo que más quieren no es que Mili sea la mejor, sino que sea feliz y sepa levantarse. No se trata de negar la realidad, sino de mostrarle cómo enfrentarse a ella con amor propio, empatía y confianza.
Hoy Milagros se desplaza con andador, bastones o prótesis, según la situación. Aunque esta última le resulta incómoda, los médicos insisten en su importancia para cuidar la postura y evitar lesiones en la columna. Pero más allá de la herramienta que use, lo que no cambia es su actitud: avanza. Siempre. Ya no es solo la nena que desafía diagnósticos: es la que inspira, la que emociona, la que se roba todas las miradas cuando entra en escena.
Milagros emocionó a todo el país con su presentación en el programa Buenas noches, familia (el trece ), conducido por Guido Kaczka, donde logró recaudar más de 75 millones de pesos para seguir persiguiendo sus sueños. Además, participó de la segunda edición de los Juegos Sudamericanos sobre Ruedas, en Brasil y Paraguay, representando a la Selección Argentina en la categoría adaptada. Su rutina, una mezcla perfecta de técnica y emoción, con su uniforme albiceleste y una sonrisa más grande que ella, se convirtió en símbolo de esfuerzo y superación.
No tiene límites. Es una deportista, una hija amada, una amiga. Tiene once años y un montón de sueños por delante. Uno de ellos, convertirse en veterinaria. “Yo les digo a todos que pueden hacer lo que se propongan. Nada es imposible”, repite, como si fuera una profecía. Quizás por eso su historia trasciende el deporte: porque no se trata solo de una patinadora con una pierna. Se trata de una niña con una vida entera por conquistar, y con la certeza de que el amor, la perseverancia y la fe en uno mismo pueden cambiar destinos.
Shirin Gerami es la atleta iraní que soñó con representar a su país, lleno de restricciones y pensamientos machistas, y que lo consiguió después de muchos obstáculos que se le pusieron en el camino, aunque la repercusión de sus logros no fueron difundidos por el mundo.
Todo comenzó cuando la nacida en 1988 se mudó hacia Gran Bretaña para terminar el secundario y, posteriormente, ir a la Universidad de Durham, tercera más longeva de Inglaterra solo por detrás de Oxford y Cambridge, en donde se graduó en política, economía y filosofía (PPE) en 2012. Ella hacía natación, salía a correr y andaba en bici, pero todo como un pasatiempo, hasta que un amigo del campus le propuso la idea de participar en un triatlón para representar a su país natal. A partir de ahí todo fue cuesta arriba. Llamó a la federación iraní para plantear esta oportunidad, pero le cortaron el teléfono y pasó varios días llorando en su cama, indignada, sin ninguna alternativa y sin ideas perspicaces. Aun así, no bajó los brazos. Varias semanas después, viajó a su país de origen para poder hablar con alguien del personal y plantearle seriamente la chance de representarlos, bajo cualquier régimen islámico que tenga que hacer. Las condiciones eran claras: Tenía que usar un velo que le tape la cabeza (hiyab) y una prenda especial que le tape todo el cuerpo (burka). Seguían pasando los meses, la federación no daba la aprobación y la fecha del torneo se acercaba. El hecho hizo mucho ruido en la religión musulmana y marcas deportivas como ROKA y BSR se comprometieron en ayudarla con la causa.
A comienzos de septiembre de 2013, a una semana del inicio de la Gran Final del Campeonato Mundial de Triatlón en Londres, le llegó un correo electrónico con la autorización desde su país para poder competir, con la advertencia de respetar todos los códigos de vestimenta. Finalmente, pudo completar la competencia, contó con la logística necesaria para poder cambiar su vestuario sin que nadie la vea, con un estilo de cambiador privado que se podía mover, y quedó en el puesto 76 de 87. Al terminar la competición, dijo: “Quería demostrar que lo que la gente considera imposible es en realidad posible, y esta regla universal se aplica a todos los países y a todas las personas”.
Además, en 2016 participó del Campeonato Mundial IronMan, campeonato de triatlón más importante a nivel internacional, que también completó, después de más de 13 horas. Ese mismo año estuvo en el top 100 de mujeres más destacadas, según la BBC, encuesta que realiza cada año. En 2017, Irán creó el primer equipo femenino de triatlón, impulsado por ella. En la actualidad tiene un sitio web donde impulsa a las mujeres a superar barreras culturales y participar en actividades deportivas como el ciclismo y el triatlón, llamado Roads Less Cycled. Uno de sus últimos logros fue conseguir la visa para una de sus alumnas, Mercedeh Chegini, para que pueda participar del UCI WorldTour, máxima categoría de ciclismo en ruta.
Si bien sus resultados no fueron los mejores, eso no fue lo más importante. Su historia de superación quedará en la historia de una religión.
“Este blog está destinado a resaltar y hacer resurgir a todos aquellos entrenadores y equipos de fútbol que intenten jugar cuidando el balón, respetando la estética del juego y apostando por una propuesta ofensiva. A todos aquellos que intenten ser protagonistas”, escribió Julio Vaccari en 2013 cuando era un hombre de 33 años, y dio vida a su artesanal blog llamado Estímulo Fútbol, que co-creó con su amigo y colega Gino Navone. Resaltar, intentar, jugar, respetar, apostar, proponer: una solapada declaración de principios. Palabras del diccionario de un profesor de Educación Física.
Con su metro ochenta y corto, encaneciendo y con una mirada de perro enrabietado, empieza a entender por qué se la jugó. No sabe no jugársela. Como dijo alguna vez, le “chupa las pelotas” lo que digan y se atiene a las consecuencias. Nació en Máximo Paz, localidad santafesina de 3.500 habitantes, con la infinita curiosidad como para compartir neurosis con Marcelo Bielsa y Gabriel Heinze, trabajando en sus equipos técnicos. Dios los cría y el viento los amontona.
“Es cercano al jugador aun en los momentos que son externos al entrenamiento. Una vez que arranca la práctica es igual, pero te exige. Es una gran persona”, dijo Ezequiel Cannavo, futbolista que debutó profesionalmente en Defensa y Justicia en 2023 bajo sus órdenes. El entrenador paceño llegó al club situado en la zona sur del Gran Buenos Aires, donde estuvo un año y medio, tras su breve paso por la primera de Vélez y su no tan breve paso por la reserva del Fortín. Allí entendió por qué La Fábrica no era una simple fábrica, sino una cuna de orfebres.
“En el blog no se opina sobre la vida privada de nadie: esta no importa. Del Diez, del Pelusa, del Diego, del Diegote, de Maradona solo se quiere mostrar lo que era capaz de hacer con la redonda”, escribió en Estímulo Fútbol e, indirectamente, rindió pleitesía a su ídolo. Un tipo que humaniza al futbolista y lo reconoce como lo que es. Sus años en la Liga Deportiva del Sur, dirigiendo a su amado Atlético Paz y a Círculo General Belgrano —donde el espíritu amateur aflora los sábados por la noche—, le endurecieron el cuero y le desactivaron el dedo inquisidor. No todo es blanco o negro: existen los matices. Las olas que produce la estela de los yates no lo marean.
La gesticulación ampulosa y su cadencia suspensiva en la voz son propias de alguien que no hizo inferiores en un club profesional. No lo educaron para ir a los lugares comunes ni para filtrar lo que siente. Piensa y ejecuta. Confía en lo que le dicta su conciencia. No teme que una cámara lo ponche dudando sobre si el nueve debe continuar o no, ni oculta su ser emocional. “Me pondré a llorar un rato, abrazaré a la gente que quiero y mañana volveré a poner el cuerpo”, declaró tras quedar afuera del Apertura 2025 con Independiente, club en el que trabaja hace más de un año y al que busca devolver su identidad. Destruyó los libros, especialmente el libro sobre las masculinidades de Eduardo Archetti.
En su canal de YouTube, un trampolín en su carrera, tiene 96 videos y 5.270 suscriptores. Los videos más vistos: uno que contiene la atajada de Chilavert al tiro libre de Diego; “Método Bielsa, parte 2” (son nueve en total); y “Lo mejor de la historia de los Juegos Olímpicos”. Dentro de las playlists que posee su canal hay espacio para Pep Guardiola, Marcelo Bielsa y para “grandes jugadores del fútbol amateur”, como Alejandro “Gambetita” Díaz, personaje que nadie puede certificar que exista, pero de quien sí aseguran que juega fenómeno y que en 2011 fue clave para que Atlético Paz diera la vuelta olímpica en el año de su centenario. El crack ignoto del interior, tan narrado por Eduardo Sacheri y Roberto Fontanarrosa.
La posesión por la posesión no le interesa. Por eso, vendió su Clio, que ya no pasaba el service y tenía averiado el estéreo. ¿Para qué lo iba a tener en el garage juntando polvo? ¿Cómo iba a transitar sus viajes sin escuchar El Firulete, de Julio Sosa? Con un codo apoyado en la ventanilla baja y un escarbadientes sostenido en su boca, Julio Vaccari paseará en su nuevo auto y mirará a su alrededor con los ojos vivos. No vaya a ser cosa que la falta de atención le haga perder algún detalle.
Por Joaquín Lamas, Santino Serrano, Juan Martín Passini, Pedro Finat e Ignacio Juárez
César Luis Menotti dijo irónicamente alguna vez que los sistemas tácticos son como números de teléfono. Está claro que, cuando se piensa en el enganche, se lo imagina por detrás de los delanteros, haciendo de enlace entre el mediocampo y la ofensiva, el “1” en un 4-3-1-2. Sin embargo, el enganche trasciende las posiciones en el campo de juego y, profundizado en el fútbol actual, se convierte en un rol fundamental dentro del equipo. Por eso, a veces puede resultar difícil definir quién o qué es un enganche, pero, cuando uno de ellos entra en juego, todos saben que la palabra le cabe.
Para poder identificar a un enganche hay que mirar partidos de fútbol. En el estado actual del deporte, muchas veces se recurre a las estadísticas para explicar situaciones del juego, pero a esta clase de jugadores no se los puede evaluar con el mismo criterio. ¿Cómo se le explica al software que computa las estadísticas de un partido que un pase atrás puede ser vital para reconfigurar una jugada? El enganche tiene una capacidad superior a la hora de distribuir la pelota y, muchas veces, ni sus propios compañeros logran imaginar lo que estos jugadores pensaron. Incluso puede pasarles a sus entrenadores, que, obstinados por controlar el juego, deciden dejar de lado al enganche, quien les resulta indomable dentro del pizarrón.
Pero, ¿qué es un enganche?
“Un enganche es el creador, el creativo, el que piensa, el que hace mejor a los compañeros, el que con dos toques simplifica lo que al resto le cuesta más, el que puede desentenderse de una responsabilidad defensiva para justamente estar fresco al momento de la toma de decisiones”, dice el periodista Ariel Senosiain, abriendo la puerta a un mundo de definiciones de un puesto tan discutido como admirado. Para Daniel Onega, exdelantero de River Plate, se trata del “jugador distinto, que con un pase ya crea una chance clara de gol”. David Ramírez, recordado por su paso como enganche en Godoy Cruz, va más allá de lo técnico: “Es el que genera fútbol de mitad de cancha hacia adelante, se mueve con soltura por todos los rincones en ofensiva, el desordenado, el que mete el pase gol y lo disfruta más que un gol propio”. En esa línea, Norberto Outes, exdelantero que compartió equipo con Bochini y Maradona, agregó que el enganche “juega de mitad de cancha para arriba, generalmente libre, con poca obligación de marca” y que sus virtudes pasan por “el cambio de ritmo, la claridad, los buenos pases”.
Por otro lado, Marcelo Espina, que vivió la posición desde adentro, lo resume con precisión táctica: “Jugar de enganche requiere saber encontrar lugares vacíos, jugar rodeado de muchos futbolistas, entre líneas, tener buena toma de decisiones”. Mientras tanto, Alberto Márcico, ídolo de Boca, aportó su visión desde el lado defensivo: “Cuando vos defendés, se ponen dos líneas de cuatro, se juega con cuatro atrás y vos sos el cuarto volante. El enganche tiene que volver al lado del 5 contrario, según el lado en que termine la jugada. Una vez que el equipo tuyo recupera la pelota, vos estás arriba con los delanteros, pero cuando perdés la pelota tenés que volver al medio a recuperar con tus compañeros. Ese es el verdadero enganche”. Incluso Alejandro Fabbri, desde lo periodístico, lo definió en términos de época: “Es un puesto de un fútbol más lento, donde había menos marca y más tiempo para el que manejaba bien la pelota”. Y aunque el fútbol moderno intente correrlo, todavía quedan quienes, como Diego Barrado, exmediocampista y actual formador de juveniles en River, señalan que “el jugador creativo siempre está en cancha, aunque hoy juegue en otras zonas”.
Maradona y Messi
Diego Maradona y Lionel Messi crecieron en épocas distintas, con estilos de juego marcados que, con el pasar del tiempo, poco se parecen. Sin embargo, hay un punto en común entre ellos: ambos encarnaron, a su modo, la figura del conductor y enganche del equipo. En un fútbol argentino que idealiza el número 10 como símbolo de talento, técnica y liderazgo, los dos reescribieron, cada uno a su manera, lo que significa ocupar ese número y la relación con el rol de enganche.
El “Pelusa” representó al enganche clásico: cerebral, con dominio del ritmo y del equipo. Jugaba entre líneas, recibía de espaldas, giraba y organizaba. Era el dueño de la pelota y del tiempo del partido. “La Pulga”, en cambio, comenzó su carrera en un fútbol en el que esa posición ya se estaba dejando de utilizar. Es un 10 adaptado a la modernidad. No necesita ubicarse detrás de los delanteros: flota, aparece donde quiere y rompe líneas en velocidad. Aunque comenzó como extremo y brilló como falso 9, su visión, sus asistencias y su liderazgo creativo lo convirtieron, en los hechos, en el enganche de su tiempo.
Ambos representan versiones distintas del mismo mito argentino: la del genio que hace jugar a los demás, que inventa lo que no está escrito. En Maradona y en Messi, el “10” deja de ser una posición para transformarse en una forma de interpretar el fútbol.
Una pieza imprescindible
En Argentina se destacaron memorables equipos, pero muy pocos dejaron una huella tan grande como aquel plantel de River de 1941, conocido como “La Máquina”, que demostró un fútbol colectivo, ofensivo y, sobre todo, revolucionario.
Pasaron 78 años desde la última vez que esa delantera estuvo presente en un campo de juego y, sin embargo, a los amantes de este deporte les siguen saliendo de memoria los nombres de los protagonistas: Juan Carlos Muñoz, José Manuel Moreno, Adolfo Pedernera, Ángel Labruna y Félix Loustau.
El 21 de septiembre de 1941, el técnico Renato Cesarini, bajo la recomendación de Carlos Peucelle, encajó la pieza perfecta en “La Máquina”: centralizó a Pedernera, que se destacaba de wing izquierdo, y lo tiró unos metros atrás del delantero centro, como falso 9 o volante ofensivo, lo que hoy en día conoceríamos como enganche. Este rol fue clave hasta en el mejor equipo de la historia y, una vez más, demuestra que siempre se necesita a ese cerebro que se destaca y hace destacar al resto.
La actualidad del enganche
Pero el presente del enganche está lejos de ser ideal. Cada vez hay más gente que critica al que no corre tanto, al que en el GPS no le dio el mismo ritmo que a sus compañeros. Vivimos en una sociedad cada vez más acelerada y, por ende, se cuestiona al jugador que, en los momentos decisivos, frena la pelota y levanta la cabeza. “El enganche está en extinción. Ya no hay más creativos”, sentencia sin rodeos Norberto Alonso, gloria de River Plate y exnúmero 10. Daniel Onega refuerza esa sensación: “El enganche en sí está muriendo, ya ningún chico quiere jugar de enganche”, aunque, de igual manera, sostiene que todavía queda alguno que cumple estas características: “Hay pocos que lo hacen en el fútbol argentino, está Cabral en Independiente, el chico Taborda ahora en Platense, pero el fútbol se volvió mucho más táctico”. Para el Mago Ramírez, la causa es clara: “El fútbol de hoy es más físico y, si no corrés para atrás, no jugás”. Cristian Zermatten, exjugador y vigente entrenador, responsabiliza a los técnicos: “Muchos no quieren arriesgar, prefieren destruir que crear, y ese jugador queda fuera del sistema táctico”.
Sin embargo, hay quienes se resisten a darlo por muerto. “El enganche está vigente, sin dudas”, afirma Outes. “El fútbol no varía, puede haber cambios tácticos, pero siempre va a haber enganche”. Espina también encuentra señales de esperanza: “En los últimos años hay entrenadores que han querido volver a tener un futbolista en ese lugar”. Para Barrado, más que una extinción se trata de una adaptación: “No es que se lo haya comido al enganche, sí que lo ha ubicado en otro lugar”. Y Senosiain, como quien busca una síntesis, concluye: “El enganche tuvo que reconvertirse. Ninguna función del fútbol murió. Solo hay que contextualizarla”.
Por Joaquin Basile, Thiago Stortoni y Agustin Caballero
Los internos marcan el ritmo en la Unidad 46 de San Martín. Se dedican, con el primer sol, a transformar el encierro en una pulsión hacia el cambio. Las tareas varían: algunos grupos optan por el mantenimiento de los murales, otros por limpieza de las áreas de convivencia y, uno más reducido, por el sembrado de las huertas.
El penal forma parte de un complejo penitenciario en las periferias de José León Suárez que abarca también a las unidades 47 y 48. Es decir, las tres conviven en unos 800 metros que dan albergue a casi 2000 reclusos. Cada una cuenta con sus propias reglas y vicisitudes, pero con un denominador común: el deporte como vehículo de reinserción.
Los primeros metros de la Unidad 46 bien podrían ser una exposición artística. A los costados del camino principal, los mismos internos erigieron murales con pinturas e inscripciones que retratan a figuras del deporte nacional. La precisión de las imágenes destila talento y una pasión subyacente que, remachada por la falta de oportunidades, no logró brotar.
La iniciativa Espartanos
Por estos mismos pagos, Eduardo “Coco” Oderigo -exjugador de rugby y abogado- fundó Espartanos, un programa que busca transformar la vida de quienes se encuentran privados de su libertad. Todo inició hace 16 años en la Unidad 48, luego de que Oderiego se encontrara con más de 500 presidiarios hacinados y pletóricos de resentimiento.
La inserción del rugby fue un lenitivo para la agresividad y el odio que abrigaban los intérpretes. “¿Un deporte violento para gente violenta? Imposible”, le esgrimieron a Oderiego desde la dirección carcelaria. Pero, como buen espartano, no desistió: tras algunas pruebas positivas, se permitió la práctica de rugby en el complejo.
El crecimiento fue tan inmediato como exponencial. Hoy, el proyecto alcanza a más de 2500 presos repartidos en 44 cárceles argentinas. Además, el Modelo Integral Espartano es replicado en sedes de Uruguay, Chile, Perú, El Salvador, España y hasta Kenia. Aún así, los cuarteles espartanos yacen en el complejo de San Martín. Donde todo comenzó.
Allí, Espartanos cuenta con tres aulas (dos multifuncionales y una de informática), un auditorio, dos gimnasios y tres canchas de césped sintético. Una de ellas fue inaugurada hace nada más que un mes bajo el nombre de “Carlos Contepomi” y se encuentra en el sector masculino de la Unidad 46.
El éxito del proyecto motivó a Agustín Dall’Orso, director y cineasta, a crear “Los Espartanos” (2015), un documental que graficó el proceso fundacional del equipo y los obstáculos que se le impusieron desde la dirección penitenciaria. Los datos recolectados y plasmados en el film son categóricos: de más de 2000 presos que pasaron por el proyecto, solo reincidió el 1% (dato de 2015, hoy reincide alrededor del 5%).
“Lo grabamos en un mes”, cuenta Dall’Orso. “Se nos complicaba el tema burocrático, entrar y salir tantas veces (…) pero por suerte muchos chicos se acercaron a hablar. No eran muy duchos. Más bien tímidos. Lo que contaron fue muy bueno, pero hay de todo”.
Aquella es una problemática que el Servicio Penitenciario Bonaerense no logra resolver -al menos con los métodos convencionales-. Se estima que la reincidencia delictiva oscila entre el 65% y 70%. Sin embargo, solo el 5% de quienes desarrollan actividades deportivas vuelven a delinquir. Una diferencia sideral.
“Es impresionante cómo se va contagiando la buena onda”, continúa Dall’Orso. “Lo más importante es dar segundas oportunidades a gente que nunca la tuvo. Eso es lo que quisimos reflejar en el documental. Hay que dejar de lado los prejuicios y ser realmente positivos. Se puede”, cerró.
Inmersión en el proyecto
En la Unidad 46 nació el Unión Rugby Club, uno de los tantos planteles anexos al proyecto. Los jugadores tienen su propio pabellón, donde cada una de las 9 celdas lleva el nombre de algún valor que Espartanos busca sembrar: coraje, respeto, compañerismo y disciplina. Para Unión, la cárcel es un club y las celdas habitaciones. Las rebautizaciones son un escape al lenguaje cáustico que los envuelve diariamente. Así, dicen, logran compenetrarse con el proyecto y lograr mejores resultados.
Dos puertas de hierro y una celda intermedia dividen al módulo de la cancha principal. Fuera de sus aposentos, los internos disponen de un pequeño espacio común donde pueden compartir, distender e interactuar. Allí se encuentra la cocina, una mesa con bancos y dos ventanas por las que se filtra la luz oblicua del día y el eco de los pabellones linderos.
En aquel brazo del penal se respira rugby. Sobre las paredes azules y blancas -colores del Unión Rugby Club-, el plantel pintó un crisol de escudos de la URBA, cambiando cemento frío por pasión en ciernes. Detrás de las puertas de hierro que dividen a las celdas de la escueta sala común, se esconde una tela con el escudo de Unión impreso. Los jugadores despiertan y duermen frente al blasón.
Si bien el deporte es considerado medular en la concepción del proyecto, el trabajo final es fruto de la convergencia entre distintas aristas que preparan al jugador para la reinserción. Según Espartanos, son cinco las actividades que deben desarrollarse para conseguir resultados: juego en equipo, educación, preparación para la libertad, inserción sociolaboral y espiritualidad. Pero fundamentalmente esta última.
Todos los viernes, la Unidad 46 recibe a los voluntarios -o padrinos, como los bautizó el plantel- Ezequiel y Silvia para el rezo del rosario. Los objetivos son la formación humana, el desarrollo de la inteligencia emocional y el fortalecimiento de la espiritualidad tanto individual como colectiva del plantel. La actividad se desarrolla en el mismo pabellón. Se dispone una mesa en el centro con una Virgen cargada de rosarios, además de imágenes con deidades y simbología católica. Los jugadores se bañan, cambian y, ulteriormente, toman asiento alrededor de la mesa para dar inicio al ritual.
En primer lugar, los reclusos se ofrecen voluntariamente para pasar al frente y realizar las tres consignas: agradecer, pedir y llevar una buena noticia. De no postularse ningún grupo, los padrinos tienen la potestad de elegir alguna celda para que pase al frente. Aunque no suele ser necesario.
Una vez de pie, los internos forman fila detrás de la Virgen y comienzan el discurso. Matías, uno de los jugadores, habla con su mano derecha sobre María: “Quiero agradecer por este día. Por despertar y tener una segunda oportunidad. Por estar vivo. Pido por mi familia con respeto por la suya”.
“¿Cuál es tu buena noticia?”,Retrucaretruca Ezequiel, con mirada afable y cercana.
“Que hoy tenemos cancha”, sentenció Matías.
El resto de los discursos no varía, sobre todo en el apartado de las buenas noticias. Chucky, otro de los jugadores, retrata su situación: “Pensar que hace unos meses estaba jugando con mi hija y hoy por una cagada la tengo que verla desde atrás de una pantalla. Me hierve la sangre. Pero acá estoy. Intentando cambiar”.
El rosario continúa con la lectura de pasajes bíblicos, abrazos y un análisis posterior entre el plantel y los padrinos. El último estertor del encuentro consiste en compartir comida y escuchar rock nacional. “¡FUERZA! UNIÓN, UNIÓN”, gritan al unísono. Así, el plantel queda concentrado para el entrenamiento de la tarde.
“Los chicos antes jugaban a las órdenes de los profes, pero fueron creciendo”, dice José Giorgi, exjugador de BACRC y entrenador de Unión. “Los dividimos en grupos de tres (primera, segunda y tercera) dependiendo el nivel. Tenemos ayudantes dentro del mismo grupo por la cantidad de jugadores”.
Durante la pandemia se limitó el ingreso del personal, por lo que los propios reclusos comenzaron a diagramar los entrenamientos: “Cuando volvimos, estaba todo muy bien organizado. Ellos mismos decidían quienes subían y bajaban de categoría. Hoy por hoy es un mix”. Lo descrito por Giorgi sucede los días miércoles, cuando Unión dispone de toda la cancha para desarrollar el entrenamiento pertinente con la tutela del cuerpo técnico. Los lunes, sin embargo, realizan las actividades por cuenta propia bajo los designios de los capitanes.
El ensayo táctico consiste en orden y nociones básicas de parado. El físico, sin embargo, sobresale. Es un momento de descarga emocional. “Me saqué de encima dos años de odio solo en este partido”,le dijeron alguna vez a Oderiego. Voracidad, fulgor competitivo y espíritu.
El pabellón de Unión resulta un éxito para la Unidad 46. El plantel demanda más carga, por lo que entrenan a voluntad dentro de las celdas diariamente. Aquello consiste en ejercicios físicos breves e intensos para acondicionarse de cara a los entrenamientos venideros. “Acá no nos sentimos presos. Somos parte de un equipo. Y eso no tiene precio”, cerró uno de los jugadores. Exequias de un pasado en vías de extinción.
Las vías para el fútbol: Fructífero pero anárquico
Al menos en territorio argentino, el fútbol no tiene un proyecto de la magnitud y alcance de Espartanos. El caso más resonante fue el de Pioneros de Campana, un equipo formado por 21 detenidos de las unidades 21 y 41, tres guardiacárceles, un exagente de las fuerzas de seguridad y un exinterno. Aquel equipo alcanzó a jugar el Torneo Argentino C (tercera división del fútbol del interior) entre 2011 y 2012, un auténtico hito en la historia del deporte carcelario. Intramuros, los jugadores entrenaban dos veces por semana y recorrían el país acompañados por una nutrida escolta policial para cumplir con el fixture.
En la Unidad 9 de La Plata, el fútbol es el deporte predilecto. Pese a la ausencia de una estructura profesional dedicada a su desarrollo, los internos gozan de una práctica supeditada a la disponibilidad del Servicio Penitenciario Bonaerense. Cuentan con amistosos, copas o torneos entre pabellones.
El módulo cuenta con una cancha de tierra en la que se juegan partidos 9 contra 9. Al menos en aquel formato, las reglas no varían respecto al fútbol profesional. Incluso, pueden contar con algún profesor -aportado por un convenio con la Universidad de La Plata- para hacer las veces de árbitro.
Mayo y junio llegaron cargados de lluvias en Buenos Aires, por lo que los internos no contaron con la disponibilidad de la mentada cancha de tierra. Allí, tomó protagonismo un escueto gimnasio localizado casi al fondo de la unidad designado -los martes- para disfrute del pabellón universitario. Al ser un espacio reducido, los jugadores disponen de reglas diferentes. Son encuentros de 4 contra 4, en los que el equipo que anota dos goles permanece en cancha. De haber diferencia de un solo gol, prevalecerá aquel combinado que esté en ventaja a los diez minutos. Y que comience el show.
El techo, levemente desvencijado, había cedido frente a la incesante lluvia. Quienes jugaban en zapatillas caían sin medias tintas contra el suelo, pero jamás significó un impedimento para mantenerse en cancha. Ningún golpe lo fue. Quizá sea, también, un paralelismo con sus vidas dentro de la penitenciaría.
Los arcos eran pequeños, por lo que los partidos se alargaban en demasía -a no ser que alguna distracción o genialidad estableciera lo contrario-. Sin embargo, la intensidad se mantuvo constante en cada uno de los encuentros. “Esto te despeja la cabeza”, dice Javier Pinto, arquero.
Javier atajó en Almirante Brown. Llegó a entrenar con la reserva y soñaba con ocupar el arco de la primera división. “Uno toma malas decisiones y se va para otros lados”, dice. Hoy, estudia abogacía y disfruta del aprendizaje: “Vos ponesponés el cartelito (de estudio) y hay mucho respeto. Nadie hace ruido y te permiten la lectura”. Pinto es alto, pero dúctil con la pelota. Es un arquero excéntrico, pues decide salir de los tres palos en incursiones individuales. Estuvo, incluso, cerca de marcar, pero jamás le acertó al arco. En su ausencia, algún compañero ocupaba su valla y la defendía con los pies. Una exhibición de intensidad, relevos y rotaciones.
Los partidos son altamente demandantes en términos físicos, pero los jugadores jamás dejan de moverse. Ni siquiera mientras aguardan para entrar. La espera ofrece un espacio para realizar ejercicios de calistenia -flexiones en un banco-, aeróbicos -saltar en una llanta empapada por la lluvia- o pugilísticos. No se descansa ni en tiempos muertos.
Contrario a la creencia común, no hubo patadas ni golpes. La violencia suele aparecer en la inmensidad de la cancha de nueve. Ariel, interno, lo deja en claro: “En los torneos se pegan mucho, pero sin falta de respeto. Si alguno te pega, la devolvés, pero nada de piñas. Pasa poco, pero si sucede, la policía tira dos tiros al aire y se termina”.
Los torneos no tienen formato definido. Son decididos por el Ministerio de Deportes en comunión con el jefe del penal. Una vez elegida la modalidad, se da aviso pabellón por pabellón. En algunos casos, se dividen por edad. En otros, simplemente entre bloques de internos. Los premios van desde copas hasta choripanes, mientras que la duración del encuentro se consensúa con el profesor designado para arbitrar.
Al igual que en San Martín, el deporte forma parte de un paquete de actividades inescindibles e imprescindibles para el restablecimiento de la libertad. “Nosotros no le decimos reinserción a la sociedad, sino inserción a secas”, aporta Cristian Romero, coordinador y responsable de la carrera de periodismo.
La educación es un pilar fundamental para la reformación de quienes se encuentran en la Unidad 9. “No tenemos que levantarnos e ir a trabajar para llevar comida a la mesa, solo nos queda estudiar porque si no,perdés el tiempo”, expresa Romero. Entre 2016 y 2018, un grupo de internos juntó recursos y logró transformar una leonera en aula magna. Producto del éxito de la medida, se llevó a cabo un proyecto sucedáneo con otra de las leoneras presentes en el módulo. Hoy, ambos salones universitarios son utilizados diariamente.
“Fue todo con mano de obra de los compañeros. De a poco se juntaron los recursos para conseguir la pintura y demás. Es una lucha y con el trabajo de todos a pulmón”, agrega Cristian. “Las leoneras eran una especie de sala de espera donde no tenés baño, cama ni nada. A veces pasás días adentro. Al menos hasta que te deriven a algún pabellón”.
El presidio cuenta con, además, una biblioteca erigida por el propio centro de estudiantes para retirar los títulos y catálogos inherentes a las carreras: “La idea es que salgamos formados, preparados, con otra mentalidad. El estudio es la llave hacia la libertad”, cerró.
El objetivo de la reinserción
Las unidades 46 y 9 comparten propósito: acabar con la ciclotímica (¿o cíclica?) vida que propone el delito reformulando tanto el pensamiento como la forma de actuar. Es decir, trabajar de manera genuina en un proyecto que reconozca al interno como protagonista activo y no como pieza descartable.
En contextos donde el encierro suele aplastar cualquier expectativa, el deporte -en conjunción con otras actividades- siembra esperanzas y disipa nebulosas. Hace de la cárcel, un club. De pabellones, espartanos. De leoneras, aulas. Y de la justicia, algo más especial: una que no absuelve, pero transforma.
Segundo Palo es un medio emergente que se dedica a cubrir el futsal desde una perspectiva alternativa. No busca competir con las grandes estructuras de comunicación, sino aportar una mirada distinta, enfocada en las personas, los proyectos colectivos y la construcción de sentido. Su modelo se basa en la autogestión: no hay dueños, no hay jefes. “Dueños somos todos”, afirmó Tomás “Toto” Cappelli, uno de los creadores del medio, en el programa Punto y aparte en el Stream Room de TEA y DeporTEA. Prefiere hablar de fundadores y creadores, de quienes estuvieron desde el inicio y sumaron su granito de arena.
El proyecto nació con la idea de hacer visible lo que los grandes medios ignoran. Con el correr del tiempo, se transformó en una red de producción independiente donde cada persona aporta desde lo que sabe, lo que puede y lo que quiere. Las decisiones se toman en ronda, sin estructuras piramidales, con discusiones abiertas y consensos.
Cappelli reconoce que al principio cometieron muchos errores comerciales: “Nadie puso plata como para bancar algo grande. Yo empecé a programar la web, pero no sabía cómo iba a explotar: fue prueba y error”. Esa sinceridad también marca la esencia del proyecto: un espacio que permite aprender, equivocarse y crecer sin recetas.
El caso de Promiedos, que marcó un antes y un después en la forma de consumir resultados, es una referencia obligada. Su posterior venta mostró los límites de los proyectos individuales que no se piensan colectivamente. Segundo Palo apuesta a lo contrario: no busca escalar para vender, sino consolidarse como una comunidad.
El sitio web segundopalo.com.ar no solo ofrece coberturas y entrevistas: también publica tablas de posiciones, horarios de partidos y estadísticas, consolidándose como una plataforma integral dentro del futsal argentino.
Entre sus producciones más destacadas está un mano a mano con Fanny Pinto, que profundiza en temas de violencia, fútbol y experiencias personales. También sobresale la entrevista con Fernando Wilhelm, en la que Lucas Granda repasa su camino desde sus inicios en el futsal hasta su presente como jugador de Primera División en Pinocho. En esa conversación íntima, junto al campeón del mundo con la Selección Argentina en 2016, se habla de esfuerzo, familia, sueños y futuro.
La autogestión no es solo una forma de organizarse, sino una apuesta política. En Segundo Palo, contar también es construir.