Por Lautaro Sciaccaluga y Lucas Huerga
Las puertas estaban abiertas y no había nada ni nadie que impidiera que cualquier persona pudiera cruzarlas. Era un gimnasio como el que se puede encontrar en la esquina de cualquier barrio: bolsas esperando a ser golpeadas, parlantes pasando música a todo volúmen, un temporizador colgado en la pared que sonaba cada tres minutos y dos personas con guantes golpeándose arriba de un ring. Sí, era un gimnasio como cualquier otro, con la única diferencia de que quien se quitó el casco después del sparring fue campeón del mundo. En ese momento, alguien se acercó hasta la entrada y preguntó: “¿Lo buscan a Brian?”.
El boxeo le brindó a Argentina 24 medallas olímpicas, siendo el deporte con más preseas
obtenidas. Cuarenta son los boxeadores que salieron del país y se proclamaron campeones
mundiales. Uno de esos es Brian Castaño. Oriundo de Isidro Casanova, comenzó a
entrenar cuando tenía seis, hace ya 30 años. No era para menos, su padre Carlos le inculcó
desde chico el amor por los guantes y los golpes, ya que él mismo se había dedicado a esta
disciplina algún tiempo atrás.
A tan solo diez cuadras del estadio Fragata Presidente Sarmiento, hogar del Club Almirante
Brown —equipo del cual es hincha y en donde comenzó a dar sus primeros pasos en el
ring— se encuentra el gimnasio del Team Castaño. Los hitos más grandes logrados por el
equipo se reflejan, se muestran y también se esconden a medida que uno se sumerge en el
lugar. Fotos, pinturas y banners de las peleas frente a Jermell Charlo por doquier. Las dos
contiendas que tuvo frente al estadounidense marcaron la carrera del púgil argentino. La
primera fue el 17 de julio de 2021 en San Antonio, Texas. Un empate un tanto dudoso fue el resultado. La revancha, el 14 de mayo de 2022 en Carson, California. Esta vez, fue derrota del argentino. Esa caída significó la primera en la carrera de Castaño; pero también la última, ya que después de eso, nunca más volvió a subirse a un cuadrilátero.

“Las ganas están, yo quiero volver, pero nunca se dio. Me estoy poniendo a tono, y
aunque no tengo fecha estipulada le apuntó a pelear en enero o febrero”.
En el mundo del deporte los años pasan para todos y no esperan a nadie, y menos en uno
tan físico como el boxeo. Varias personas conocedoras del caso se encuentran
desconcertadas con el manejo de Castaño, quien en lugar de pelear en el que en teoría
sería su mejor momento físico, se alejó para resguardarse en su gimnasio.
“Yo sé que los años pasan para todos, pero estoy tranquilo. Estoy satisfecho con lo
que logré y sigo logrando a día de hoy, voy a volver y voy a intentar recuperar el
cinturón”.
Desde lejos un hombre mayor escuchaba la conversación, o intentaba hacerlo. Lo cierto, es
que entre la música y el sonido del temporizador, era muy difícil poder oír algo. Llevaba una
remera y gorra del Team Castaño. Y aunque podría ser cualquier persona que ingresaba al
gimnasio como cada día, su sonrisa y su mirada eran reconocibles a kilómetros. Era Carlos, padre y entrenador de Brian. Él mismo lo reconoce como su ídolo y ejemplo a seguir dentro del boxeo.

Castaño recalcó la importancia de rodearse de gente que lo quiera y aconseje siempre con
buenas intenciones. Y en ese contexto, un amigo que lo acompañó desde la infancia,
Ignacio Romero, contó cómo era el trato durante la adolescencia.“Había mucha gente quilombera, nos tocó crecer en un ambiente difícil. Teníamos amigos que terminaron cayendo en las drogas o en la delincuencia. Carlos se daba cuenta y lo tenía controlado a Brian. Lo dejaba juntarse con los pibes del barrio pero siempre tenía una hora estipulada para volver a su casa o para entrenar. Había días que se escapaba para juntarse con nosotros y si Carlos se enteraba lo pasaba a buscar y lo obligaba a entrenar durante más tiempo”.
Al escuchar ese relato, Castaño empezó a reírse y a asentir con la cabeza. Todo lo que
narraba Romero era cierto. Después de unos segundos, dejó un mensaje para los chicos
que crecen en entornos similares, haciendo énfasis en que una posible solución es el
deporte: “Un consejo que doy es que le metan empeño a un deporte y que se cuiden. De la noche, del barrio, de la droga, sé que es difícil, pero tienen que ordenarse la vida en torno a la alimentación, el descanso y el entrenamiento. La clave es alejarse de la esquina, de la mala junta. Yo soy un pibe de barrio que tuvo miles de tropiezos pero pude lograrlo porque me rompí el alma día a día acá en el gimnasio”.
Además de toda la decoración referida al boxeo, el lugar también cuenta con banderas de la otra pasión de Castaño: Almirante Brown. Su reconocido fanatismo lo llevó cada fin de
semana a las tribunas del estadio, y el mismo club le otorgó un reconocimiento durante un
partido cuando retuvo por tercera vez su cinturón mundial superwelter.
“El club es el lugar dónde crecí. Los años que pasé en ese lugar son una parte muy
importante de mi vida. Conocí gente maravillosa que me sigue acompañando hasta el
día de hoy y además soy hincha. Cuando me hicieron ese homenaje no lo podía creer.
Yo de chico me tenía fe como futbolista pero después fui para otro lado” contó con una risa mezclada entre nostalgia y emoción.

Cuando tenía seis años combinaba dos disciplinas: boxeo y fútbol. Según sus palabras,
utilizaba este segundo deporte para tener un mejor entrenamiento físico y aprovecharlo
arriba del ring. Sin embargo, también llegó a competir en las categorías inferiores del
Aurinegro. En ese mismo club trabajaba el doctor Walter Quintero, quien además de encargarse del plantel profesional, es el médico de muchos de los boxeadores argentinos que pelean por títulos mundiales, entre ellos Castaño.
“ A Brian lo acompañé en tres de sus defensas titulares. La verdad que es una muy
buena persona, muy laburador. Tenía condiciones de futuro campeón desde muy
chico, y lo que está haciendo ahora en su gimnasio es admirable. Ojalá algún día
vuelva a pelear, para cuando lo haga que me llame”.
Dos adolescentes peleaban arriba del ring y eran observados por un grupo bastante amplio,
entre ellos un profesor. Con la conformación del Team, varios jóvenes comenzaron a
entrenarse allí ante los ojos de los Castaño, quienes siguen de cerca los casos de cada uno
y los potencian para que algún día lleguen a tener sus mismos éxitos. “Chicos con talento hay muchísimos, acá los ayudamos a que crezcan y los acompañamos, porque todos los deportes son difíciles, pero más uno individual como el boxeo. Tenés que hacerlos sentir que están acompañados constantemente para que no se manden cagadas”.
Minutos más tarde, se levantó y comenzó a mirar más de cerca la acción en el cuadrilátero.
Sin embargo, antes de llegar lo interceptó su propio padre, Carlos, quien le palmeó la
espalda y sonrió diciendo: “¿Lo saqué bueno a este, no?”.Las peleas en el ring siguieron durante quince minutos más, tiempo suficiente para que Carlos tenga la oportunidad de mencionar lo orgulloso que está de todo lo que su hijo consiguió en el deporte.
“Brian logró en el boxeo lo que siempre soñó y más, pero para eso se tuvo que sacrificar muchísimo. Nosotros tratamos de ayudar a que todos los chicos que vengan acá puedan lograr lo mismo que él, pero el camino no es sencillo. Él lo consiguió con esfuerzo, con sudor, pero a cambio dejó muchas cosas de lado”.

El comienzo de su carrera ya proyectaba lo que iba terminar siendo en el boxeo. Luego de
destacarse en las categorías amateurs —ganando medallas en la selección—, llegó el
momento de su debut. Y no fue en un evento poco concurrido; sino que su pelea iba a ser en el mismísimo Luna Park y como co-estelar de una cartelera que tenía al campeón Omar Narváez como plato fuerte. “Fue una pelea grande. Había muchísima gente, el Luna estaba llenísimo. Existían algunos que dudaban de mi capacidad, decían que como profesional no iba a destacarme porque tiraba mucha cantidad de golpes y no noqueaba. Esa pelea fue en la que demostré que tenía con qué”. En ese combate de debut ganó sus primeros 20.000 pesos como profesional, contra Alejandro Domínguez en 2012. Diez años después, logró llevarse más de un millón de dólares cuando se enfrentó a Charlo. “Esos 20.000 en su momento eran un montón. Imaginate que me dieron esa cantidad porque ya tenía un nombre peleando de manera amateur, no sé cuánto hubiese
ganado si nadie me conocía”.
Ese monstruo del nocaut que uno ve arriba del ring es un hombre común que no para de
reírse y de tirar chistes abajo del mismo. Un tipo común y corriente, con el detalle de que
con un golpe te acomoda cualquier tipo de idea. Los jóvenes que pasan se lo quedan
viendo asombrados. Lo admiran. Lo idolatran. Y no es de extrañar. No solo por sus logros
en el cuadrilátero, sino también porque a pesar de tocar el cielo con las manos, no parece
haber olvidado de dónde salió. La humildad es algo que lo mantiene con los pies sobre la
tierra, según marcaron algunos de sus compañeros de gimnasio.
Al finalizar su clase, uno de los adolescentes se sacó los guantes, empezó a quitarse las
vendas de las manos, se secó la transpiración con una toalla, guardó todo y se puso su
mochila. Luego, pasó a saludar. Lo miraba a Castaño cómo si fuera la primera vez. Como si
estuviera hipnotizado ante la presencia del campeón. Se dan la mano y el chico abandona
el establecimiento, que sigue con las puertas completamente abiertas. Fue tan solo un
apretón de mano, sin la chance de hacer acotaciones porque otro de los jóvenes se acercó
a saludarlo también. Y así fue durante un largo rato. Una extensa fila de jóvenes
boxeadores esperando el más mínimo contacto con él.

Las horas pasaron y el gimnasio comenzó a vaciarse de a poco. Los guantes quedaron
sobre los bancos, el temporizador se apagó y solo se escuchaba el sonido de la escoba
contra el piso. Castaño charlaba con algunos chicos que todavía seguían ahí, corregía
algún que otro movimiento y daba un par de consejos más antes de despedirse. Afuera caía la noche sobre Isidro Casanova, pero antes de salir, Brian se detuvo un segundo a mirar el ring. Ahí pasó buena parte de su vida. Lo hizo campeón, pero también lo formó como persona: “Acá aprendí todo”, afirmó. No hay tono nostálgico, solo la tranquilidad de quien sabe que su lugar en el mundo está ahí.
Quizás no sepa con exactitud cuándo volverá a pelear, pero su presente no parece girar en
torno a eso. Lo motiva seguir formando boxeadores, compartir su experiencia y mantener
vivo el lugar que lleva su apellido. Los pibes que entrenan ahí lo miran como un ejemplo y,
de alguna manera, cada uno pelea un poco por él también. Castaño se despidió, cruzó la
calle y saludó a unos vecinos que lo reconocieron. Es la estrella del barrio. Mañana será otro día. Y por supuesto, las puertas del gimnasio del Team Castaño seguirán abiertas…



















