jueves, noviembre 27, 2025
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Hockey, fútbol y futsal: un país que se construye corriendo detrás de una pelota

Por Candelaria Cavagna

En la esquina de una de las canchas de “Futbol Palaá”, en Avellaneda, provincia de Buenos Aires, a escasos pasos de la de Racing, un chico de 11 años patea una pelota gastada contra un paredón grafiteado. Es el domingo 13 de julio de 2025 por la mañana y la bruma sube como una neblina casi tenebrosa pero al mismo tiempo relajante. En el Club Ciudad de Buenos Aires en Avenida del Libertador, una chica de 22 años camina apurada a las 20:30 mientras esquiva a la gente del camino para alcanzar la cancha de hockey y no tener que correr una vuelta extra por llegar tarde al entrenamiento. Entre esos dos extremos, el potrero y el club de élite, se despliega el mapa de un país que, a pesar de sus crisis, su inflación y sus grietas, encuentra en el deporte un refugio y una herramienta.

En las calles, plazas y clubes de Argentina, el fútbol, el futsal y el hockey no son solo deportes; son parte del latido cotidiano de millones de personas. Desde los barrios más humildes hasta las grandes ciudades, estos deportes se convierten en espacios donde niños, adolescentes y adultos encuentran salud, aprendizaje y comunidad. Pero más allá de la pasión y la identidad cultural, tienen un impacto profundo en el desarrollo integral de las personas y en la construcción de una sociedad.

En Argentina, el deporte no es solo un entretenimiento: es un medio social que articula comunidades y modela la identidad colectiva. Según la Encuesta Nacional de Actividad Física 2023 de la Secretaría de Deportes de la Nación, dato más reciente debido a que se hace cada dos años y la del 2025 todavía no se publicó, más del 58% de la población practica alguna actividad física al menos una vez por semana. Pero solo el 38% lo hace en instituciones deportivas formales, mientras que el resto se las arregla en canchas improvisadas, plazas o playones municipales. La estadística no alcanza para describir el fenómeno. En Argentina, los clubes de barrio, en muchos casos, funcionan como verdaderos pulmones sociales; ahí los chicos comen, estudian, disfrutan del tiempo libre, se cuidan unos a otros. Incluso para muchos chicos el club es la única alternativa para escapar del encierro y de la tentación de la droga.

El deporte es fundamental en mi vida. Tuve que dejar de hacer muchas cosas por el futsal pero yo creo que vale la pena siempre y cuando sea lo que uno quierereflexiona Ramiro Martin, jugador de fútbol de salón en Club Social y Deportivo Pacífico. También afirma que no todo siempre es alegría y felicidad ya que las lesiones y los obstáculos, como persistir pese a no obtener los resultados que uno quiere, tienden a ser frecuentes en la vida del deportista, pero que mientras el objetivo sea claro y la persona siga disfrutándolo la recompensa siempre llega.  

Fue en la década de 1940, con el primer peronismo, que el Estado argentino entendió el poder del deporte como herramienta de política social. El presidente Juan Domingo Perón impulsó una masificación sin precedentes. Se construyeron canchas, polideportivos y se crearon los Juegos Nacionales Evita, que convocaban a miles de niños y jóvenes de todo el país, y no solo buscaban talentos; su propósito fundamental en un comienzo era la integración social ligada a una política de salud pública y asistencia a la niñez al garantizar el acceso al deporte y a la sanidad a los niños y niñas de las clases populares, que históricamente habían estado excluidos de los clubes deportivos y de los chequeos médicos regulares. La actividad deportiva se convirtió en un derecho y en un medio para promover la salud y la disciplina. Los clubes de barrio, con apoyo estatal, florecieron y se volvieron verdaderos centros de vida social y cultural. 

Pero esa misma herramienta, tan poderosa para unir, también podía ser usada de manera negativa. La dictadura militar rompió el tejido social de los clubes y del deporte principalmente al reprimir a militantes y deportistas, utilizar el deporte para fines de propaganda y desviar la atención de la realidad política, además de impulsar un modelo que, a largo plazo, debilitó la estructura de base de las instituciones. Se persiguió a quienes manifestaron resistencia dentro de los clubes, mientras que el régimen promovió eventos deportivos para proyectar una imagen de normalidad y éxito que contrarrestara la violencia de estado y el silencio de la sociedad. 

A pesar de los vaivenes políticos, en cada club de barrio la herencia de las políticas de fomento perduró. Canchas de futsal, de fútbol, de hockey. Los sábados, en la cancha de clubes de barrio como Pinocho, Atlanta o Arquitectura, entrenan o juegan más de 100 chicos y chicas, mientras que en instituciones con más renombre, como San Lorenzo, River o Boca, la cifra escala aún más.

El bullicio es constante en clubes como Atlanta o Parque. Los silbatos resuenan cada 30 segundos, un sonido clásico en las mañanas de Sunderland o entre las dos canchas de hockey en Ciudad de Buenos Aires. Poco a poco, clubes como Pinocho o Arquitectura cobran vida. El eco de una pelota contra el piso se mezcla con el murmullo de los padres y madres que llevan a sus hijos a que practiquen una actividad deportiva y, mientras, toman mate y comen bizcochos con otros padres y se ponen al tanto de las novedades y chismes.

Los niños suelen llegar entre las ocho y las nueve de la mañana a clubes como Pinocho o Ciudad de Buenos Aires y se quedan hasta después del mediodía. Entre el partido de los más chicos antes del mediodía partido y el de la primera división, los chicos almuerzan una vianda preparada por madres y padres que, además de pagar la cuota social, a veces se quedan a ver los partidos y entrenamientos, cocinan y organizan rifas para juntar fondos. La cancha es un segundo hogar. El club es un refugio de la cotidianidad donde el tiempo parece pasar un poco más lento.

Pese a crecer en una cancha de fútbol, a la hora de plantearse si su sueño es llegar a jugar en Primera, los deportistas que quieren dedicarse de manera profesional deben tenerlo en claro lo antes posible ya que conlleva sacrificios. Gonzalo Desaunet, jugador de Racing de Teodelina de Santa Fe, confiesa que desde chico no tenía bien en claro sus objetivos pero al ir creciendo se dio cuenta de que quería ser jugador profesional. “No solo es correr atrás de una pelota como muchos dicen, es un estilo de vida que hay que saber llevar. No muchos tienen la predisposición para afrontar todo el esfuerzo y dedicación” explica el defensor de 23 años con pasado en Defensores de Cambaceres. Además, reconoce que el deporte le enseñó responsabilidad y respeto que lo ayudaron a saber manejarse en la vida.

Sentada en la silla de la mesa de la esquina del bar al costado de las canchas de hockey del Club Ciudad de Buenos Aires, en la que todos los sábados Morena Fernández Gándola, jugadora de hockey de Muni, se sienta a almorzar un plato espaguetis con salsa rosa luego de arbitrar a las niñas de octava división que entrena, explica lo fundamental del deporte en su vida: “Practicar hockey me hizo entender mis emociones, qué es lo que me enoja, además de crear una conexión con tus compañeras que, en mi caso, no conseguí con nadie más”. Con una sonrisa en la cara, Fernández Gándola, destaca el significado que tiene la vida de club. Cuenta que pasa no solo los fines de semana sino también hasta nueve horas semanales debido a los entrenamientos, y que nunca deja de sentirlo placentero.

Según la Encuesta Nacional de Factores de Riesgo (ENAFyD) 2023, sólo el 30% de los argentinos cumple con la recomendación de realizar al menos 150 minutos semanales de actividad física de moderada a intensa. El sedentarismo está vinculado a enfermedades crónicas que afectan la calidad y expectativa de vida. En este contexto, el fútbol, futsal y hockey se presentan como herramientas clave. Al fútbol lo practican más del 60% de los niños y jóvenes que realizan actividad física, mientras que el futsal creció un 25% en los últimos cinco años. El hockey experimentó un aumento del 40% en la inscripción de jugadoras en la última década, y se consolidó como una actividad que promueve la igualdad y la inclusión.

El Estado, sigue siendo un jugador imprescindible. Desde 2014 existe la Ley 27.098 de Régimen de Promoción de los Clubes de Barrio y de Pueblo, que otorga subsidios y tarifas sociales para servicios públicos. Sin embargo, según la Confederación Argentina de Clubes solo el 40% de los clubes logra acceder de manera regular a los beneficios, porque la burocracia y la falta de información actúan como obstáculos. En muchos casos, sobreviven gracias a rifas, bingos y festivales.

Las disciplinas de alto rendimiento también alimentan un sueño colectivo. Cada medalla olímpica o mundial funciona como espejo para miles de chicos y chicas. En Tokio 2020, la delegación argentina estuvo integrada por 189 deportistas: muchos de ellos surgieron de clubes barriales y apenas podían costearse los pasajes para competir.

Aún agitada y con gotas de transpiración cayendo por la frente, Chiara Ambrosini, jugadora de Las Leonas y de Ferro Carril Oeste, trata de recuperar el aire luego de terminar un nuevo entrenamiento en el Centro de Alto Rendimiento Deportivo (CENARD) con el seleccionado mayor de hockey. “Más allá del aspecto social que me dio el deporte gracias a los diferentes equipos y personas con las que compartí, el hockey me ayudó mucho a ganar autoconfianza. Siempre me sentí muy acompañada tanto por mis compañeras como por mi familia e incluso yo misma”, revela.

El legado de ídolos como Luciana Aymar, Lionel Messi o Diego Armando Maradona no se mide solo en trofeos. Es inspiración pura para una sociedad que, a menudo, encuentra en la actividad deportiva una forma de sentirse parte de algo más grande. Y ese niño, que patea una pelota gastada contra un paredón cerca del Estadio Presidente Perón o esa chica que camina apurada para no llegar tarde a su entrenamiento, más allá de cualquier situación difícil que tengan en su vida cotidiana, eligen ese momento. La sensación de que no exista nada más alrededor, solamente alcanzar el objetivo, ya sea que pase el tiempo para que aparezcan sus amigos o no llegar tarde al entrenamiento, a sabiendas de que no será la última vez que tenga que esquivar a las personas para arribar a tiempo, pero siempre con la certeza de que las próximas horas serán una pausa en sus vidas para disfrutar de lo que más les gusta: hacer deporte.

Diego: el día que el mundo entero lloró

Por Catalina Raffioni

El 25 de noviembre de 2020, la noticia de la muerte de Diego Armando Maradona conmocionó a todo el país. Su legado trascendió el fútbol y dejó en evidencia el profundo cariño y la admiración que millones tenían por él.

Miércoles 25 de noviembre de 2020. Argentina despertaba con veinticinco grados de sensación térmica; era un día más de cuarentena por el coronavirus. Pero al mediodía, esa aparente normalidad cambiaría por completo. A las 13:04, un diario publicaba la noticia que nadie se animaba a decir y que nadie quería escuchar. En la página principal de Clarín aparecía una foto del rostro de Maradona en primer plano: llevaba un gorro, mostraba una gran sonrisa y saludaba con el brazo en alto. Debajo de ella, el título que paralizó a un país: “Murió Diego Armando Maradona”. 

A lo largo de su vida, la salud del Diez había generado preocupación en varias ocasiones: la sobredosis en los 2000, la crisis cardiorrespiratoria de 2004 o cuando se descompensó durante el Mundial de Rusia 2018. Sin embargo, el 30 de octubre de 2020, su cumpleaños 60,justo cuando el fútbol volvía después del parate por la pandemia,Maradona apareció en el Bosque en la previa del partido de Gimnasia y Patronato. Su imagen generó angustia en todos: se lo vio con dificultades para caminar y visiblemente confundido, como si estuviera ausente. Tres días después, fue internado para realizarse unos estudios y se detectó que tenía un hematoma subdural crónico en la cabeza, por lo que fue operado de inmediato. Luego de nueve días, fue dado de alta.

Las siguientes dos semanas, no se movió de su casa, ubicada en Tigre. El 25 de noviembre, a las 11:30, la psiquiatra Agustina Cosachov y el psicólogo Carlos Díaz acudieron al lugar para realizar la visita periódica. Al ingresar al dormitorio, se percataron de que Pelusa no reaccionaba e inmediatamente quienes estaban allí comenzaron a practicarle masajes cardíacos, pero no fue suficiente. El corazón del Diez había dejado de latir. La causa de su muerte fue un paro cardiorrespiratorio. 

Diego estaba vestido con un pantalón de fútbol y una camiseta sucia. En la habitación no había luz, ya que las ventanas estaban tapadas. Tampoco había un baño cercano: solo se encontraban botellas de agua y un inodoro portátil. La cama no se podía reclinar, y el cuarto estaba caluroso y con olor a orina. No eran las condiciones para albergar a una persona que había sido operada unas semanas atrás. 

Luego de que Clarín confirmara la muerte, fue cuestión de minutos para que la noticia se difundiera. La tristeza y la conmoción fueron totales. Su cara estaba en todas partes. Rápidamente, el presidente Alberto Fernández decretó tres días de duelo nacional. En la madrugada, el cuerpo fue trasladado a la Casa Rosada para un velatorio al que más de un millón de personas asistieron para despedirlo, aún en plena pandemia. El cajón, donde reposaban los restos del Diez fue envuelto en una camiseta con su número 10,.

La Bombonera, el Obelisco, el Estadio de Argentina Juniors,Newell’s Old Boys y Gimnasia y Esgrima La Plata, fueron algunos de los lugares donde la gente se reunió para despedir a uno de los suyos.La cancha de Boca, el club que Maradona fue hincha, la noche en que se conoció la noticia apareció completamente a oscuras con el palco de Diego como único punto iluminado. Por otro lado, el Gobierno porteño dispuso iluminar monumentos y fachadas de edificios de la Ciudad con los colores de la bandera argentina.

El homenaje que se le brindó a nivel local fue tan grande como el que recibió a nivel internacional, desde Inglaterra hasta China. En Nápoles, segundo lugar donde más querían a Pelusa, el silencio se apoderó de la ciudad. Algunos grupos no pudieron contenerse y se reunieron, con los barbijos puestos, bajo el mural de Maradona en el barrio español. Se veía cómo sus lágrimas caían por debajo de las mascarillas. Los fanáticos interrumpían el silencio para cantar Ho visto Maradona, mientras encendían fuegos artificiales que iluminaban el lugar de color rojo. El estadio de San Paolo, que tiempo después pasaría a llamarse Diego Armando Maradona, se llenó de altares, velas y banderas para recordar a su héroe. 

En el ámbito deportivo los homenajes también se multiplicaron:Lionel Messi le mostró en el Camp Nou la camiseta que había usado en Newell’s, la selección de básquet salió a la cancha con una camiseta que llevaban su nombre, los all blacks antes de un partido contra los pumas ofrendaron una camiseta negra con numero diez. El deporte se rindió a sus pies. 

La muerte de Diego Armando Maradona marcó un antes y un después en el planeta. Su partida evidenció el amor y el poder de identificación que las personas sentían por él. Para muchos, no se iba solo un ídolo, sino alguien cercano, presente en la vida cotidiana. Las reacciones en todo el mundo demostraron que Maradona trascendió el fútbol y se convirtió en una figura de unión: desde las imágenes de hinchas de Boca y River abrazados hasta el mural que fue pintado sobre los escombros de una casa bombardeada en Siria. A pesar del paso del tiempo, él sigue presente en cada cancha y en todos los lugares que recorrió.

Navidad Maradoniana

Por Lucas Huerga

Diego Armando Maradona es, al menos en el terreno del fútbol, un prócer de nuestro país. Pero trascendió muchísimo más que el verde césped. Quedarnos con su talento en el deporte —solamente— sería un error. Maradona no “cumpliría” 65 años. Maradona cumplió 65 años. Y fue el pasado 30 de octubre. 

Maradona integra un selecto grupo de personas que pueden generar que desconocidos —o no— armen fiestas y homenajes para celebrar un nuevo cumpleaños, aun cuando físicamente no continúa en este plano. Hay miles de adjetivos para describirlo pero el que mejor le calza es que fue —y es— argentino, en la inmensidad de lo que eso representa. 

El jueves 30 de octubre, el Museo del Mate, ubicado en el corazón de la Ciudad de Buenos Aires, Avenida de Mayo 853, albergó la Navidad Maradoniana. Lejos de ser una ironía, el título refleja la devoción que siente el argentino por él. Apenas al cruzar la puerta, el lugar estaba lleno de vitrinas repletas de mates —antiguos, modernos, tallados, de plata o de madera— y, entre ellos, decenas de referencias al ídolo. Fotos, camisetas, stickers, afiches, dibujos, objetos intervenidos con su rostro. El fútbol y el mate, dos rituales nacionales, se cruzaban en una misma ceremonia. 

La atmósfera tenía algo de museo y algo de cancha. Los visitantes se movían entre los diferentes sectores con un respeto que no llegaba a ser silencio. Se escuchaban murmullos, risas, canciones. Una réplica de la Copa del Mundo descansaba sobre una mesa. Cerca, una radio vieja reproducía el relato del gol a Inglaterra, esa narración que ya no se escucha

con los oídos sino con la memoria. A lo lejos un grupo rodeó a una de las personas presentes: era Ramón “El Mencho” Medina Bello, campeón de la Copa América con Argentina en 1991 y 1993: “Yo compartí poco con él. Estuve en el repechaje contra Australia y el Mundial de Estados Unidos 1994, pero fue algo increíble. Diego era increíble”, contó. 

A las nueve en punto, se pidió silencio. En el centro del salón, un hombre de unos 60 años subió a un pequeño escenario con un papel en la mano. Se trataba de la lectura del Poema Diego, uno de los momentos más esperados. El público se acomodó sin hablar. Cada verso destacaba una parte de la vida de Maradona: el potrero, la pobreza, el gol imposible a Inglaterra, los golpes y la resurrección. Entre párrafo y párrafo, un aplauso espontáneo y generalizado lo interrumpía, y en ese aplauso había tanto respeto como emoción contenida. 

Juan Ramón Fleita, más conocido como Lagarto, fue un ex jugador argentino. Pasó por varios clubes pero su relación con Diego se dio en Racing. Primero porque Maradona le aconsejó estudiar y entrenar duro, y de esa manera iba a llegar a Primera. Segundo, porque fue él mismo quien lo dirigió años más tarde en la Academia. Fleita estuvo presente en el Museo del Mate, y no dejó pasar la oportunidad de hablar sobre el Diez: “Fue muy importante. Así como se lo veía por tele, era tal cual en persona. Es movilizante estar acá y acordarme de aquellas épocas”. 

Las voces de los exjugadores se mezclaban con las del público, que escuchaba en silencio, casi con reverencia. Cada anécdota era un pedazo del mito contado desde adentro. Los relatos hablaban de la generosidad de Maradona, de sus gestos sin cámaras, de su obsesión por los detalles y de su sensibilidad con quienes lo rodeaban. El Diez que jugaba al límite era el mismo que, fuera de cámara, llamaba por teléfono a un hincha enfermo o le regalaba botines a un pibe sin recursos. En ese contraste se sostenía su grandeza. 

En uno de los muros del museo había una frase pintada: “No importa lo que hiciste con tu vida, sino lo que hiciste con las nuestras”. Nadie la leía en voz alta, pero todos la entendían. Maradona fue un espejo. En él, cada argentino vio algo propio: la rebeldía, la gloria, la contradicción. Su vida no fue ejemplar, pero fue auténtica. Y esa autenticidad se convirtió en un valor sagrado. El público se detenía frente a los objetos como quien mira reliquias. Un mate con la firma “D10S”. Un póster de Napoli de 1987. Un recorte de diario de México 86. No eran solo recuerdos: eran testimonios de una era en que el fútbol se vivía con una intensidad irrepetible. Maradona fue más que un jugador: fue una síntesis emocional de la Argentina. Capaz de unir, por un rato, lo que normalmente está dividido. 

Entre charla y charla, se escuchaban recuerdos. “Yo lo vi en La Paternal”, decía uno. “Yo lloré cuando volvió a Boca”, respondía otro. Los relatos se encadenaban y formaban una historia única. Nadie tenía la verdad, pero todos compartían un mismo sentimiento. A esa 

altura, el evento había dejado de ser una celebración para convertirse en un retrato del país. Porque hablar de Maradona es hablar de Argentina: de la calle, del potrero, del orgullo, del desborde, del milagro. El recorrido no solo provocaba recuerdos; también despertaba debates y reflexiones. Grupos de amigos discutían sobre cuál había sido el mejor gol, la jugada más brillante o el partido más significativo. 

El evento ya estaba organizado de antemano con horarios para cada sección. Y es allí cuando se dio lo más movilizante: las 22:10, que en realidad todos en el lugar sabían que el significado eran las 10 y 10. Se cantó el feliz cumpleaños, para luego cerrar con Ho Visto

Maradona. Se reflejaba en las caras del público la emoción. Todos los sentimientos, recuerdos, la nostalgia se juntaron en ese instante. Posteriormente, Mariano Barbari, uno de los organizadores del evento, enfatizó su fanatismo por Maradona: “Yo soy muy maradoniano desde siempre. En Regalando Pasión (su propio emprendimiento de objetos personalizados con la licencia oficial de los clubes argentinos) trato de compartir ese fanatismo que tengo por él. Y este evento también es una forma de seguir recordándolo, es un orgullo”. 

Yuyo Gonzalo fue uno de los artistas invitados. Su voz llenó el salón con una versión lírica de “La mano de Dios”. El contraste entre la tranquilidad del canto y la efervescencia popular eneró uno de los mejores momentos de la jornada. Al terminar, el artista sostuvo el micrófono y dijo: “Esto no es nostalgia. Es amor en presente. Te quiero, Diego”. Luego, siguió con la lista de temas, algunos sobre Maradona reversionados a folklore y otros directamente propios de Yuyo. 

El museo es bastante amplio. Dos pisos llenos de cosas de Diego. Esa mezcla de fútbol y cultura no fue casual. El mate, símbolo de encuentro y de conversación, encontraba en Maradona un reflejo de lo cotidiano convertido en leyenda. En cada vitrina, los objetos hablaban: una tapa amarillenta del diario Clarín del 30 de junio del 86, una pelota Tango con las costuras gastadas, un termo con el escudo del Napoli, una bandera de Boca. Cada pieza parecía tener dueño y al mismo tiempo pertenecer a todos. 

Apenas en el ingreso al museo, había un stand con camisetas de Maradona de distintas etapas de su carrera. La gente se acercaba para verlas, muchas sobre percheros o apoyadas en mesas, y se formaban pequeños grupos comentando acerca de las que habían visto en la tele o que habían usado ellos mismos de chicos. Algunos se inclinaban para revisar los números y los escudos, otros señalaban partidos o momentos que les traían. Se charlaba y recordaban goles, finales o anécdotas personales relacionadas con cada época. La dinámica era simple pero efectiva: quienes conocían la historia de Diego compartían recuerdos, y quienes lo habían visto menos en acción escuchaban atentos, generando un intercambio constante. La mejor definición de Maradona es que vistió pocas camisetas en el fútbol argentino, pero aun así todos lo sienten propio. 

En otra sala, había un pequeño espacio con objetos de prensa y recortes de diarios, donde el público podía observar la cobertura que Maradona tuvo durante distintas etapas de su carrera. La gente revisaba los titulares, comparaba notas de distintos años y comentaba cómo había cambiado la forma de informar sobre el fútbol. Algunos contaban anécdotas sobre cómo habían vivido esos partidos o noticias, mientras otros simplemente se inclinaban para leer con atención. La dinámica era tranquila, pero generaba una interacción constante: conversaciones surgían de manera natural, y recuerdos que iban desde la niñez hasta la actualidad. Todo traía nostalgia. 

En el primer piso, las luces eran más tenues. Allí se pasaban constantemente imágenes en una tele gigante: los goles en México, los festejos en Nápoles, el llanto en la final del 90. Cada video provocaba un murmullo distinto. Unos pares aplaudían, otros simplemente se quedaban quietos, con la mirada fija. El sonido de los relatos originales hacía vibrar el piso de madera. “¡Barrilete cósmico, de qué planeta viniste!” se escuchó una y otra vez, y nadie quiso interrumpir. Se notaba la emoción de la gente mientras pasaban los videos.

Al fondo, antes de subir por las escaleras que daban con el segundo piso, había un sector amplio del museo donde se destacaba un stand especialmente diseñado para exhibir cuadros grandes pintados a mano, cada uno retratando momentos icónicos de la vida de Maradona. Las piezas, de varios metros de altura, estaban apoyadas sobre maderas y resaltaban los trazos de pincel y los colores intensos de cada obra. Los visitantes se detenían uno por uno frente a los cuadros, muchos inclinándose para observar la manera en que el artista había capturado gestos, emociones y movimientos del Diez. La mayoría de los invitados permanecieron largos minutos frente a cada obra, comentando detalles entre sí, señalando la precisión de un trazo, la fuerza de los colores o la expresión en el rostro del

ídolo. 

Unos pasos más allá, un grupo de jóvenes compartía sus recuerdos sobre Maradona, pero por cuestiones generacionales, eran digitales: videos de goles, memes y comentarios en redes sociales. La generación que no vio jugar a Maradona se conecta con él a través de estos registros: “Es increíble cómo alguien que nunca vi jugar me hace sentir algo así. Lo quiero como si lo hubiese conocido”, decía uno de ellos.

A medida que avanzaba la noche, la comida se transformó en excusa y el vino en compañía. La botella llevaba la cara de él y tenía de nombre Pelusa. En cada mesa había debates, recuerdos y canciones. Algunos hablaban del Maradona futbolista, otros del Maradona rebelde, otros simplemente del tipo de barrio que nunca olvidó de dónde venía. En un ambiente así, las diferencias desaparecieron. Se discutía con pasión, pero con respeto; se brindaba por Diego y por lo que representaba. Era una comunión popular. Una navidad. Entre los invitados, se podían ver abuelos y nietos compartiendo mesa. Las generaciones se mezclaron naturalmente. Los mayores contaban anécdotas de partidos que los más jóvenes sólo conocían por videos. 

Más tarde, cuando el reloj ya marcaba la medianoche, algunos se acomodaron en las mesas mientras otros seguían de pie, todos conversando. Había quienes se conocían desde hacía minutos y ya se trataban como amigos. El vino Pelusa seguía corriendo y el tono de las voces se mezclaba con el canto que subía desde la planta baja. Nadie quería irse. En ese instante, más que un evento, la Navidad Maradoniana se sentía como un refugio emocional. Un lugar donde los argentinos podían reconocerse en lo que son: nostálgicos, apasionados, desbordados y sobre todo, unidos por un nombre que no necesita explicación. 

A las 00, ya en el final del evento, el público comenzó a acercarse al escenario principal, donde se iba a realizar la última actividad: un brindis simbólico en honor a Diego. Uno de los organizadores subió nuevamente al micrófono y dijo: “Este brindis no es solo por Maradona, sino por todo lo que representa: la pasión, la alegría y la rebeldía. Y por todos nosotros que lo seguiremos recordando”. Los vasos se alzaron, y se escuchó un silencio profundo, interrumpido solo por el choque de las copas. Posteriormente, sonó al unísono el “Diego Diego, Olé Olé…”. 

El Museo del Mate cerró sus puertas ya por la madrugada. En la vereda quedaban grupos conversando, sacando fotos, compartiendo el último mate antes de volver a casa. Algunos hablaban de fútbol; otros, simplemente decían “qué lindo homenaje”. Ninguno quería irse del todo. En el fondo, eso explica por qué cada año se repite. Porque Maradona no pertenece al pasado: sigue ocurriendo. En los murales de los barrios, en las camisetas de los chicos, en los nombres de los clubes, en las historias contadas alrededor de una mesa. Su figura es una herencia que para el futbolero es imposible de ignorar. 

Cuando finalmente las luces del museo se apagaron y las puertas se cerraron, quedó la sensación de que la noche había sido mucho más que un homenaje: había sido un registro de la relación que la gente mantiene con Maradona, una experiencia que unía recuerdos, conversaciones y pequeños rituales cotidianos en un solo espacio. La exposición funcionó como una forma de seguir recordando al ídolo y de recolectar emociones, donde Diego dejó de ser solo un jugador famoso para convertirse en un punto de referencia común, un nombre que provoca debates, anécdotas y charlas sinceras. 

Al cerrar, el museo no solo había mostrado objetos y recuerdos; había evidenciado cómo un hombre puede seguir influyendo en la vida de quienes lo admiran, cómo su legado se mantiene activo en la rutina de quienes lo vivieron y de quienes lo descubren ahora, y cómo la memoria compartida puede convertirse en un espacio de encuentro donde lo importante

no es la perfección de lo que se expone, sino la manera en que cada persona se reconoce, comenta y participa en ella. 

¡Felices 65, Diego!

Maradona llegó a la UBA : “Diego vive de seguir contándolo”

Por Matías Huentelaf

“Que un villero haya llegado a la UBA, a muchos les debe preocupar. Mi Papá fue a Oxford, pero me da más orgullo que hoy esté acá”, con esta frase maradoniana inicio Dalma Maradona.

Se llevó a cabo el Primer Congreso Internacional de Diego Armando Maradona en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires (UBA). En los tres días se abarcaron desde decenas de ángulos la vida de Diego, desde sus inicios en Fiorito, las Malvinas, su defensa por la universidad pública, derechos humanos, abuelas de plaza de mayo, entre otros. Maradona fue un mundo tan abarcativo que se van a necesitar más congresos como estos para terminar de comprenderlo, aunque resulte imposible porque siempre sale a luz una nueva historia. 

Hubo un detalle que pasó desapercibido: el fútbol, paradójicamente, casi no apareció. Pero quizás esa ausencia fue, sin querer, un mensaje. Diego fue el mejor dentro de una cancha, pero fuera de ella fue un militante incansable, un hombre que se plantó frente a los poderosos, que abrazó causas ajenas como si fueran propias y que habló por quienes no tenían voz. “Hay que ser muy cagones para no defender a los jubilados”, mencionó molesto, cuando a metros de él se estaba realizando una marcha contra las políticas tomadas por el presidente Carlos Menem. 

Para entender al DIEZ, primero hay que mirar el contexto de donde viene y a donde llegó, de Fiorito a Dubai, del barro a hoteles 5 estrellas como explicó alguna vez Ernesto Cherquis. Escalo en todas las clases sociales, pero siempre mantuvo “la identidad de clase, eran quien era sabiendo quien era, tan perfecto como imperfecto”, reflexiono Ariel Scher durante la conferencia de apertura.

Cerca de cumplir 5 años de su muerte y a 30 de su visita a Oxford donde le otorgaron el título de “Maestro inspirador de los estudiantes soñadores”, Maradona llegó a la UBA, donde lo esperaban cientos de invitados: deportistas, científicos, excombatientes de Malvinas, periodistas, escritores y la participación especial de Taty Almeida de Abuelas de Plaza de Mayo. Hubo presentaciones de libros, murales, documentales, galería de fotos, obras de arte, conferencias, debates y charlas con Napolitanos.

En la charla con los Napolitanos estuvo presente Massimiliano Verde, presidente de la Academia Napolitana, que explicó mejor que nadie lo que significa Maradona para los del sur de Italia: “Diego nos dio dignidad, nos hizo sentirnos orgullos de ser napolitanos, es un país que es extremadamente racista”. 

El momento más especial del congreso  se dio cerca del final, cuando por una puerta del lado izquierdo del escenario se asoma la presencia de Dalma Maradona, una sorpresa que tenían preparada y, como es costumbre donde hay un Maradona hay un tumulto de gente que busca acercarse. En esta ocasión no fue la excepción.  Dalma se sentó, habló poco, pero dijo mucho. Agradeció, sonrió, escuchó. Y cuando todo terminó, se quedó sacándose fotos, abrazando desconocidos, recibiendo un cariño que parecía no tener fin.

 

El Lado B del Arbitraje

Por Tiziano Moreira

“Los jueces de línea, que ayudan pero no mandan, miran de afuera. Sólo el árbitro entra al campo de juego; y con toda razón se persigna al entrar, no bien se asoma ante la multitud que ruge”. Eduardo Galeano, en su libro “El fútbol a sol y sombra” (1995).

“A mí me gusta el fútbol desde chico, pero no tenía las condiciones físicas para jugar  profesionalmente”, afirmó Lucas Vázquez, oriundo de Villa Madero, de brazos cruzados y con vergüenza. Quería vincularse al fútbol de alguna manera y a los 17 años encontró la fórmula: hizo el curso en la Asociación Argentina de Árbitros (AAA) mientras terminaba la secundaria, en la escuela Juan Manuel de Rosas, de Tapiales. 

Su padre Cristian nunca fue un entusiasta de la redonda, desconfiaba del ambiente y la violencia. Aun así, lo acompañó a su debut como juez asistente en un partido de Intercountry. Lucas lo recuerda entre risas: “Tuve una jugada de gol o no gol. Tenemos un protocolo para levantar la bandera y avisar. Era mi primer partido, estaba nervioso y directamente no hice nada, me quedé duro, sin saber qué hacer”.  

En el deporte, una lesión te puede cambiar la vida. La mala fortuna de su pie lo obligó a especializarse como asistente en lugar de árbitro principal. Ese suceso no lo detuvo, pero le enseñó a prepararse mejor y a convivir no sólo con la presión física, sino con la mental, tanto que tiene un psicólogo con el que “simplemente va a hablar”. “Yo creo que el fútbol acá es muy pasional, estamos expuestos siempre a errar”, confiesa con una voz grave y sin mirarme a la cara. “Vas al partido, vas a dirigir”, sentencia.

Cuando dudó en pedirle un café al mozo, se quedó en el limbo unos segundos; eso mismo pasó cuando le pregunté por su sueldo y si tiene otros trabajos. La realidad económica del arbitraje en el Ascenso es precaria. “Todos los árbitros que no sean de Primera, tenemos otro trabajo”, explica. Su sueldo no es suficiente para vivir con su prima Julieta, ya que cobra por partido y en meses sin torneo recibe un mínimo; por ejemplo, en la pretemporada de verano, entre enero y febrero de cada año. Durante un tiempo trabajó en una pizzería para complementar los gastos.  

En infinitas ocasiones los árbitros han sido cuestionados, porque “inclinan la cancha” para un equipo, en otras palabras, son hinchas de un cuadro; pero Vázquez sacrificó hasta eso: “Empezando desde tan chico en el arbitraje, se me fue la pasión. Sí veo algún partido que otro, pero la verdad que nunca me involucro en un club”. Su lealtad, asegura, está con el reglamento, y confía en que la de sus compañeros también. La clave para sobrellevar la presión y los errores es simple: “Si nos equivocamos, la clave es borrón y cuenta nueva, para que no afecte en el resto del duelo”. 

Así, la figura del juez de línea se revela no como la de un simple ayudante que “no manda”, sino como la de un trabajador que soporta insultos, estudia tácticamente a los equipos, se sobrepone a lesiones y busca un segundo empleo para seguir su vocación. Es un profesional anónimo que paga un precio que la mayoría de la gente jamás llega a ver, sólo para estar en ese espacio verde. Su próximo objetivo: llegar a dirigir en la Primera División.

 

 Fernando Román: “A mi me gusta transmitir”

Por Agustina Zagorda

Fernando Ariel Román es una persona a quien quieren más como amigo que como profesor porque transmite cosas hacia sus alumnos que los demás no. A los seis años corría inquieto por las calles de Remedios de Escalada; el patio trasero de su casa era la cancha de Talleres, un club donde probó varios deportes. Aunque intentó el fútbol y el tenis, no lo convencieron; fueron la natación y el atletismo lo que despertaron su entusiasmo, inspirado por su hermano mayor, un nadador profesional. “Era muy inquieto, y mis padres me mandaban a descargar esa energía en el club”, recuerda hoy con un dejo de melancolía  en la  voz.

La vocación docente de Román surgió en un salón de teatro, no en un campo deportivo. Su madre, profesora de Flamenco, le mostró el poder de un docente que capta la atención de sus alumnos. “Yo quería tener esa energía”, dice. Esta influencia lo acompañó siempre, eligió el profesorado de Educación Física en Lomas de Zamora, se licenció en Alto Rendimiento Deportivo en la UAI y, casi al mismo tiempo, se formó en actuación en el IUNA. En su camino, descubrió su esencia: “Me gusta transmitir, cualquier cosa que haga quiero compartirla, estar preparado para persuadir a quien me escucha, para generarles preguntas e inquietudes”. Para él, la enseñanza es el arte de transmitir.

En sus clases se muestra siempre igual con todos, pero sabe que cada alumno es distinto, por eso intenta que haya un clima de confianza, donde no solo se hable de deporte. Muchas veces escucha historias de problemas familiares o situaciones personales que afectan el rendimiento. “No puedo exigirle lo mismo a alguien que viene con la cabeza en otra cosa que a alguien que llega perfecto de ánimo”, explica. Esa mirada lo llevó a entender que la educación física no es solo correr o saltar, también es acompañar a los chicos en lo que les pasa afuera de la cancha.

Ya con 48 años y con más de dos décadas de docencia, afirma haber aprendido tanto como enseñado, la espontaneidad de los niños, la diversidad de contextos y las distintas formas de expresión lo han obligado a reinventarse constantemente. “Trato de ser plastilina para mis alumnos y que ellos me den la forma que quieran”, confiesa. Su experiencia en escuelas con recursos limitados también lo impactó: recuerda sus primeras prácticas en un colegio carenciado, donde los chicos a veces no tenían ni para comer, ese contraste le enseñó que la enseñanza requiere sensibilidad y adaptación, más allá de los manuales.

Entre tantas experiencias, hay una que aún lo emociona, hace algunos años, tras sufrir un robo en su casa, se ausentó unos días de la escuela. Al regresar, se encontró con un gesto inesperado: sus alumnos, muchos de familias humildes, se habían organizado para juntar dinero y escribirle cartas de apoyo. “Eso me recontra marcó”, dice , porque eran chicos que a veces no tenían zapatillas en buen estado y aun así se preocuparon por mí. “Conservo todas esas cartas hasta hoy”, cuenta conmovido. Para él, ese episodio muestra lo que significa enseñar: un vínculo que trasciende la materia y se convierte en lazos de afecto.

Con más de 22 años en la enseñanza, Fernando Román se acerca a la jubilación -a tan solo un par de años- y afirma que mantiene la misma pasión y motivación que el primer día. Su enseñanza va más allá de las clases de Educación Física, abarca los valores, la escucha y la confianza. Por eso, muchos de sus alumnos lo recuerdan no solo como profesor, también como alguien que estuvo cerca de ellos,  como un amigo más.

 

Tomás Martorana: “La preparación física se esconde detrás de una pelota”

Por Fernando Gerez

En el predio de Defensa y Justicia “Campeones Del Mundo” cada lunes, miércoles y viernes, se repite una práctica constante: gimnasios ordenados y limpios, arcos móviles para jugar un partido en los últimos minutos del entrenamiento, conos ubicados en distintas partes de la cancha y pelotas amontonadas listas para rodar. Los chicos del club que luego de una larga sesión dentro del gym, se preparan para lo que vinieron, la pelota. Hacen lo indicado por los profesores, juegan, se divierten y vuelven a los vestuarios.

En la cancha, juntando los conos y ordenando el gimnasio está Tomas Martorana. A sus 23 años, lleva ocho meses como preparador físico en Defensa y Justicia y ya se mueve con naturalidad en el día a día del club, aunque le sirvió mucho trabajar en otros lugares de su localidad donde creció toda su vida, Berazategui. Es profesor de la categoría 2013/14 y 2015 en Escuela River Berazategui, técnico de la primera en el Club Dive y personal trainer en el gimnasio All Fit. Su trabajo hoy en el club se enfoca en cuatro categorías, 2016, 2017, 2018 y 2019. Además se encargó de infantiles y juveniles, pero hoy su mayor desafío no es la exigencia, sino disfrazar la preparación física como diversión.

Martorana destacó que una de las mayores dificultades se presenta fuera de la cancha, la alimentación. “El 80% de los chicos que tenemos son de clase media-baja, y cuesta mucho ese lado”, señaló. Muchos entrenan al mediodía y llegan con malos desayunos o almuerzos incompletos, incluso a veces comen justo antes de la práctica y cargan con la comida en el estómago mientras corren. Pero para él no es un tema de esfuerzo o voluntad de las familias, sino de falta de recursos, una cuestión social: “La mayoría de los padres tratan de dar lo mejor pero no siempre se puede”, explicó. En lo cotidiano siempre intenta preguntarles qué comieron y aconsejarles que tomen conciencia del cuidado en la nutrición. 

“En estas edades no se habla de preparación física en sí; uno la esconde con juegos y con la pelota, que es lo que más les gusta”, dijo Tomás. Él no solo los entrena, sino que crea recuerdos y momentos del fútbol con cada gesto que produce, generando sonrisas en cada uno de los chicos. Más que ejercicios, transmite energía y pasión, cada jornada en el predio, es una forma de compartir una pequeña parte de su vida y sus emociones a través de una pelota, dejando una marca en cada joven que pasa por sus manos. Algunos días de la semana entrenan en el predio José Lemme y los domingos de jornada local disputan la fecha en La Capilla.

Aunque reparte su tiempo en distintas labores, Tomás tiene una meta profesional por cumplir. “Me gustaría trabajar como preparador físico o incluso como director técnico en categorías mayores o en la Reserva de algún club”. Hoy en día su lugar está en el predio de Defensa y Justicia, escondiendo el entrenamiento físico detrás del juego, porque para él la clave no está en obligarlos y exigirlos a formarse físicamente a tan temprana edad, sino a divertirse.

 

Kopriva: con la mirada social puesta en la cancha

Por Lola Fariña

Desde chico, Juan Carlos Kopriva aprendió que el fútbol podía ser más que una pasión y, por eso, hoy lo entiende como un compromiso social. Su paso por clubes del Ascenso, del exterior y su recorrido de Director Técnico, le enseñaron que cada lugar exige adaptarse, escuchar y aprender a convivir con distintas realidades, aspectos que hoy traslada a su manera de dirigir. Busca forjar un grupo en base a la humildad y sinceridad, donde prevalezca lo colectivo sobre lo individual: “Si vos pensas en lo tuyo solamente, sin pensar en el resto, no se puede crecer. Quiero que los chicos entiendan que no todos tienen las mismas posibilidades”. 

La empatía, las ganas de ayudar, ver que el egoísmo abunda tanto en el deporte como en la sociedad, son parte del hilo que une al fútbol con la política. Kopriva tuvo una larga trayectoria como futbolista, sus inicios fueron en Sportivo Italiano, luego se fue a Ecuador, y su camino siguió en distintos clubes de Perú, Chile y Uruguay; volvió a Argentina después de casi diez años para jugar en Los Andes, Tigre y All Boys. Desde el año 2000 es entrenador, pero también fue Director de Deportes en Hurlingham. Tomó el cargo cuando recibió la invitación en 2022 de Damián Selci, intendente de ese municipio, y no lo dudó. Ese fue uno de los lugares por fuera de las canchas donde pudo poner en práctica sus valores, con la convicción de que el deporte es una herramienta de inclusión y reafirmar que también es una manera de generar oportunidades, porque los clubes son una posibilidad para quienes no la tienen.

“La persona con más plata va a ser la que tenga más facilidad”, agregó al remarcar que el fútbol es un reflejo de la sociedad. Ya sea el deportista que cuenta con un personal trainer, el que tiene la buena indumentaria, o incluso el que dispone de tiempo, porque también están aquellos a quienes eso último es lo que más les cuesta porque trabajan de sol a sol.

Fotos: Gentileza J.C. Kopriva

Conocer al jugador, hablar de situaciones extradeportivas como parte del entrenamiento y contenerlos, son las características que hacen que un Director Técnico tenga la capacidad de conducir: “Una cosa es lo táctico, otra es lo físico, eso lo sabemos todos, pero tenes que saber manejar todo lo demás, sus problemas, las distintas clases sociales de las que vienen y conocerlos”. Que le mientan era lo que más le molestaba de sus entrenadores, por eso hoy en día decide contraponerse a ese modelo, en el que recuerda que si no era elegido para algún partido, utilizaban la excusa de que era para probar un cambio táctico. Hay que ser claro en las decisiones: “Yo sabía que si me sacaban no era por eso, era difícil encontrar que te digan la verdad, con los chicos ahora voy siempre de frente”.

Ahora dirige Excursionistas y busca fortalecer al club para que siga siendo el punto de encuentro entre el barrio y el fútbol. Con la convicción de que no se trata solo de resultados, sino de construir un espacio donde los jóvenes se sientan identificados. Reconoce las dificultades como la falta de apoyo y de recursos, y tampoco se aísla de la realidad, pero lo asume como parte del proceso. Entiende que el fútbol, como la política, requiere esfuerzo, colaboración y la capacidad de levantarse después de cada caída. Fiel a su forma de pensar, busca que sus jugadores respeten la institución y se comprometan dentro y fuera de la cancha. Con la certeza de que pueden tener buenos o malos partidos, pero que jamás pueden fallar como personas. 

 

Betty García: el pulso obstinado de una pionera

Por Juana Enrico

El micro llegó a las cinco de la mañana. Después de un viaje largo, su cuerpo aún estaba cansado de correr detrás de una pelota, lejos de su hogar. Bajó sin decir mucho y caminó hasta el taller de guantes, donde la esperaban sus hermanos. En ese entonces, jugaba al fútbol, trabajaba en una fábrica y, a veces, no siempre, dormía. Gloria Argentina “Betty” García llegó al mundo con un nombre que parecía anticipar su destino, el cual fue construido con esfuerzo a lo largo de los años.

Mucho antes de ese amanecer, su historia ya había comenzado a escribirse. En Avellaneda, donde la pasión suele transmitirse como herencia familiar, eligió otro camino. Su papá, Secundino, era hincha de Independiente, pero a ella no le alcanzaba con la fidelidad heredada: prefirió los colores celeste y blanco de Racing, los mismos de la bandera argentina, los mismos que luego vestiría en la Selección. Esa elección, que parecía rara para algunos, fue en realidad la primera muestra de algo que marcaría toda su vida: la necesidad de construir su propia identidad. Betty no aceptó el destino trazado por otros. Lo mismo haría con la pelota, que en los años sesenta parecía reservada para los varones.

Ser mujer y jugar al fútbol no era una combinación lógica en aquellos años, menos si lo hacías bien. Pero a ella nunca pareció importarle. “Era lo que más me apasionaba. Imaginate lo que sentí cuando supe que podía jugar.” Lo dijo con una mezcla de orgullo y ternura, como si, por un momento, volviera al lugar donde todo empezó. En su entorno era habitual ver que a algunas compañeras las retaban, escondían u obligaban a mentir. Ella, en cambio, contaba con algo que aún hoy menciona con una mezcla de alivio y gratitud: el apoyo de su padre. Él entendía su pasión y la acompañaba, algo esencial para su carrera. Tal vez fue una mezcla de eso: que su papá le dijera que sí cuando el resto del  mundo no podía imaginarlo, y su personalidad desafiante, lo que la sigue llevando a luchar por el fútbol femenino.

Cada vez que alguien le negaba el respaldo, parecía identificar precisamente el motivo para empeñarse. En 1971, viajó a México con la selección argentina de fútbol femenino: diecisiete jugadoras sin entrenador, sin médico, sin vestuario adecuado e incluso sin botines. Todo se presentaba como un obstáculo, y aun así saltaron al campo frente a más de cien mil espectadores en el Estadio Azteca. Vencieron 4 a 1 a Inglaterra, en un partido que quedó grabado como un hito para “Las Pioneras”. Esa tenacidad inquebrantable, aun cuando las circunstancias eran adversas, formaba parte de la índole desafiante que siempre la impulsó, y esa misma fortaleza fue la que cosechó frutos a lo largo de su trayectoria. 

 Hoy, con 84 años, insiste para que otras sigan su camino. Las jugadoras de ahora tienen una historia, escrita por mujeres como Betty, que se animaron cuando no era fácil. “Esto recién empieza”, dice, con certeza. Tiene la esperanza de que, algún día, las mujeres puedan vivir del fútbol. Si los hombres pueden, ¿por qué ellas no? Pronto llegará ese momento en el que ya no tengan que dejar de dormir para sostener una doble vida entre el trabajo y la pasión. En su época, fue la única forma de seguir haciendo lo que amaba. Pero Betty eligió abrirse su propio rumbo, uno que hoy otras pueden transitar con mucha más esperanza.

Gabriel Frías, sentido de pertenencia y sueños

Por Valentina Quinteros

Gabriel Frías no necesita mirar muy lejos para sentirse en casa, para él su lugar está en Temperley. El mediocampista nacido en Guernica, provincia de Buenos Aires, llegó al club en la adolescencia, cuando pasó por las inferiores jugando en Sexta división y, a su vez, entrenando con el plantel de Primera, lo que fue un salto rápido, que nunca olvidará. Desde entonces no se despegó más de la camiseta celeste: “Gracias a ellos no podría ser lo que soy hoy”, asegura con la humildad que lo caracteriza. Su familia es su apoyo fundamental en la vida, y Gabriel recuerda lo que le decía su madre de chico: “Siempre me lo dice: que sea humilde, que nunca cambie mi forma de ser o de pensar por el fútbol”

A nivel personal, le gusta motivar a la gente, ya sea los más jóvenes  del club cuando están por ascender a Primera, o colaborar con personas en situación de calle. En cuanto a lo futbolístico, se siente satisfecho y cómodo en Temperley, ya que tiene muchas metas por cumplir.

Su historia con el “Gasolero” empezó en 2022 cuando debutó en Primera contra San Martín de Tucumán.  A los 35 minutos del segundo tiempo el técnico decidió ponerlo en la cancha. Él recuerda cada detalle: “Fueron 15 minutos de nerviosismo, de querer hacer todo bien, pero la cabeza te juega en contra. Son esos momentos que uno no se olvida más”. Esa etapa de su vida fue lo más lindo que le pasó durante su trayectoria.

En 2023 tuvo que ir a préstamo a Fénix, un paso que le demandaba viajar más de dos horas por día para entrenar. Lejos de verlo como un obstáculo, decidió tomarlo como un aprendizaje y una oportunidad de crecimiento. Para él son esos momentos que uno tiene que disfrutar e ir aprendiendo de cada cosa que brinda la institución, una experiencia que lejos de alejarlo, reforzó su sentido de pertenencia. “Siempre uno no quiere irse de Temperley porque me ayudó mucho en lo primordial, fue mi primer club, el que me abrió las puertas y el que me formó como jugador”, reflexiona.  

En 2024 regresó con más ganas: “Estoy muy contento de poder volver” y no tardó en sumar momentos que alimentaron su vínculo con la gente, ya que convirtió un gol en el clásico ante Brown de Adrogué y también fue parte de la histórica clasificación de la Copa Argentina frente a River, que para él y sus compañeros fue una gran satisfacción. “Hoy en día River es de los equipos más grandes del mundo, pero nosotros también dejamos una huella en el club ganándole”, afirma.

El vínculo con la hinchada también forma parte de su identidad como futbolista. Una bandera flameando con su nombre en la tribuna, los aplausos tras una expulsión dolorosa y el cariño permanente de la gente le confirmaron que nunca entra solo al campo, el público siempre lo va acompañar.

Gabriel Frías también valora el rol de sus compañeros en el vestuario. Considera que la unión del grupo es lo que le da fuerza al equipo y que cada logro conseguido se debe al esfuerzo del grupo. “Acá nadie se guarda nada, todos tiramos para el mismo lado”, dice con orgullo.

Hoy con 24 años, Frías se plantea el presente con un objetivo claro que es salir campeón con Temperley “La gente, el cuerpo técnico y el plantel están mentalizados en eso”, afirma el ”Pibe de Guernica” que ya no es sólo una promesa, es uno de los jugadores que sueña con dejar al “Gasolero” en lo más alto.