jueves, noviembre 20, 2025
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Amor sin botines: de Bonavena a Goyeneche, los cuatro ídolos que se ganaron la tribuna por fuera del campo de juego

Por Bautista Marson

1º de junio de 2025. El Estadio Madre de Ciudades, ubicado en Santiago del Estero, recibe la final del Torneo Apertura 2025 entre Huracán y Platense. Unas cinco horas antes del partido, un trío de hinchas mayores charlan en el Café Martinez de la avenida Belgrano Sur, donde el olor a café se junta con los nervios, el color y las canciones de una ciudad que se alista para consagrar un nuevo campeón del fútbol argentino.

-Si no salimos campeones ahora, no salimos más -comenta un hincha del “Globo”, mientras le da un sorbo al café.

-Huracán, siempre que llega a definir, algo le pasa. Pasó en 2009 con (Ángel) Cappa cuando nos afanaron contra Vélez, y en el 94 con (Héctor) Cúper -afirma otro de los integrantes del trío Quemero que busca matar el tiempo hasta la hora de partir hacia al estadio.

Entre anécdotas y glorias viejas – René Houseman, Miguel Brindisi, Jorge Carrascosa, Osvaldo Ardiles- se escucha un nombre que no se esperaría escuchar en una charla de fútbol.

-Me acuerdo que cuando era pibe, los días de partido, Bonavena siempre le dejaba un lugar a mi viejo para guardar el auto ahí en Parque Patricios -recuerda quien aparenta ser el de más edad, minutos antes de pagar el café y partir hacia la cancha.

Ya dentro del “Madre de Ciudades”, en la popular norte, y entre los distintos “trapos” de “La Banda de la Quema”, aparece la cara y el nombre del boxeador asesinado en 1976, Oscar Natalio “Ringo” Bonavena. Ya sea en las banderas, en las remeras que unen la leyenda “Parque Patricios” con su rostro, o cuando la hinchada canta: “¡Somos del barrio, del barrio de La Quema, somos del barrio de Ringo Bonavena!”.

Enfrente, Sergio Rudi, hincha de toda la vida de Platense, y Pablo Ivica, Luis Cositorti y Claudio Pangela, quienes lo acompañan a todos los partidos. Se ubican en la popular sur, designada para los hinchas del Calamar. El marrón y el blanco se hacen notar. Los trapos y banderas se van colgando sobre la baranda de la bandeja superior y el ventanal que separa la bandeja inferior del campo de juego. Entre los dos “trapos” de “La Banda del Calamar” se lucen algunas banderas con la imagen de Roberto “El Polaco” Goyeneche, cantante de tango fallecido en 1994, junto con el nombre del barrio de “Saavedra”.

En Buenos Aires, yendo por la avenida Ricardo Balbin, antes de llegar a la rotonda que la une con la Ruiz Huidobro y Gavilán, se encuentra un cartel que difícilmente pasa inadvertido: el Polaco les dice a las personas que entran a Saavedra “Bienvenidos a mi barrio”. Yendo por la avenida Parque Roberto Goyeneche se llega a la esquina de Melián y Tamborini, donde años atrás Goyeneche frecuentaba el bar San Quintín, donde entre copas alguna vez se escuchó su voz. En la esquina, su imagen está inmortalizada junto al escudo de Platense. “La Esquina del Polaco”.

Tres meses después de aquella consagración de Platense en Santiago del Estero, parado sobre esa esquina, un lugar histórico para Goyeneche, para Saavedra y para todo el pueblo del “Marrón”, Sergio Rudi, junto a quienes lo acompañaron en aquella final, explicó: “El Polaco es la mayor bandera que pudo tener Platense por el mundo, un embajador, el orgullo máximo de un amor genuino por el club… Platense es Saavedra… Y el Polaco es Saavedra y Platense juntos. No se puede disociar, no podrías pensar en el Polaco sin saber que es Saavedra”.

-El Polaco es Platense y representa a Platense, al barrio, a Saavedra. Platense se hizo conocido en el mundo gracias a él, en una época que no había conexión o tecnología -señala Pablo Ivica, socio desde hace más de 50 años, gracias a que su padrino logró convencer a su padre-. ¿Por qué creo que el Polaco sigue estando presente en la gente Calamar? Esa pregunta se responde sola…

Claudio Pangela, también hincha de toda la vida porque en su sangre corre tinta de calamar, dice: “¿Qué quién es el Polaco? Es la voz de un barrio… Es la viva voz de aquellos calamares que ya no están. Del viejo de Luigi, del viejo de Pablito, de mi abuelo y de todos sus hermanos los tanos-calamares, venidos del Piamonte. El Polaco es la voz de todos esos hinchas de otros tiempos que le dieron vida e identidad a estos colores.

Pangela, presente en aquella consagración de Platense del Apertura 2025, comparte lo siguiente: “Dicen que Goyeneche de tanto hablarle al oído al “barba” de su querido Calamar, lo convenció de ir a Santiago. Dicen también que el mismo barba fue quien levantó ese pie zurdo de Guido Mainero y clavó tan hermosa volea en el ángulo quemero. Dicen que éramos 13 o 14 mil… Los que allí estuvimos, sabemos que éramos muchos más. Los de hoy y los de ayer nos encontramos en un abrazo infinito e inolvidable. El Polaco volvió a cantar.

Luego de tres combinaciones de colectivos, el 101 se detiene en la calle Deán Funes, entre Cátulo Castillo y Rondeau. Corazón de Parque Patricios. Allí se encuentra Patio Funes, una casona vieja, que luego de remodelaciones se convirtió en un restaurante. Pero ni la casa que aparenta de los años 20, ni las recetas de Doña Dominga, son lo llamativo del lugar, si no los diversos objetos con la imagen de Ringo Bonavena, el hijo de la Doña, que adornan el bodegón. Desde una chapa con su cara y la frase “La experiencia es un peine que te regalan cuando te quedás pelado”, hasta un mini busto de Ringo. Sí, Bonavena, el que se encuentra presente en las banderas de todos los partidos de Huracán. Desde la final en Santiago ante Platense hasta cada partido en el Estadio Tomás Adolfo Ducó. El mismo Bonavena que con su estatua en la Tribuna Houseman, a la derecha de la popular que lleva su nombre, acompaña a los hinchas quemeros en todos los partidos. Como si los recuerdos no fueran pocos, el ídolo se hace presente cuando el rostro de Natalio Oscar Bonavena, hijo de Ringo y nieto de Doña Dominga, empieza a circular por las mesas.

-Huracán para él era todo. Es verdad que en una nota él dijo: “Yo antes que salir campeón del mundo, quiero que salga campeón Huracán”. Mi viejo es la representación del barrio, de Parque Patricios -opina Ringuito, tratando de explicar el cariño, el sentido de pertenencia y el status de “ídolo barrial” que logró no solo en la gente del “Globo” y Parque Patricios.

Pero este amor incondicional no solo se extiende por fuera del campo de juego, sino que también por fuera de la ciudad de Buenos Aires. En la ciudad donde las diagonales no son solo cosa de los delanteros, el 17 de agosto de 2024, Gimnasia y Esgrima La Plata recibe a River en el Estadio Juan Carmelo Zerillo por la fecha 11 de la Liga Profesional. En la platea que lleva su nombre, René Favaloro acompaña a los hinchas triperos. Sentado en su escritorio, su estatua observa el encuentro y cómo la tribuna lo recuerda con banderas que lo homenajean. El cariño no se desprende sólo de los partidos. En las calles platenses la imagen de Favaloro se hace notar. Quizás, recordado por los hinchas de Estudiantes, vestido de bata blanca. Pero quienes lo llevan más cerca del corazón, lo recuerdan con la camiseta blanquiazul. Desde los estudiantes que siguen honrando al doctor, como sucedió en el acto realizado por el alumnado de la Escuela Primaria Dr. René Favaloro, en el predio formativo del Lobo, “El Bosquecito”. Desde la inauguración del mural-mosaico en la calle 58 y 123 de Berisso, en julio de 2023. Y volviendo a la cancha, el Tripero se encarga de mantener la memoria, como cuando el 16 de julio de 2023, saltó a enfrentar a Boca bajo el lema “Nuestro héroe es de verdad”, con su cara estampada en el pecho de la camiseta, cerca del mismo lugar donde Favaloro lo guardaba. “Gimnasia está en el único lugar posible dentro de mí: el corazón”, dijo alguna vez.

Al igual que en La Plata y en Parque Patricios, en Córdoba, los hinchas también disfrutan de una compañía especial. La de “El Potro” Rodrigo Bueno. Siempre sentado en la Tribuna Cuéllar del Estadio Julio César Villagra. El cantante de cuarteto que, a pesar de su muerte en un accidente automovilístico el 24 de junio del 2000, dejó una huella en todo el suelo argentino. Pero metiéndose por la eternidad en el barrio de Alberdi, donde Rodrigo aprendió a ser celeste como el cielo, donde está su pirata cordobés. Pero lo mejor del amor que se siente por el Potro es que no sólo se demuestra en las banderas y calles piratas, sino que que también en la “piel”. En 2023 se conmemoraron los 50 años de su natalicio con la leyenda “Nunca te olvidamos” en el costado izquierdo de la camiseta titular. Y de una manera mucho más profunda y sentida en 2001, a unos meses de su fallecimiento, cuando su rostro, junto al lema “No me olviden”, fue llevado en el pecho por el plantel desde 2001 hasta 2002/2003 con un rediseño de por medio, siendo la primera en salir la más significativa y recordada, no solo por su diseño, sino porque fue portada por un familiar del mismísimo cantante. “El hincha de Belgrano no se olvida porque es el hincha que levantó la bandera del club por el mundo. No tenía miedo de decir que era hincha de Belgrano, y esa autenticidad el hincha siempre se la reconoció”, comenta el histórico arquero de “La B” y primo de Rodrigo, Juan Carlos Olave.

Para quienes siguen dudando si se necesitan pantalones cortos y camisetas bordadas para ser recordado en el fútbol argentino, acá hay ídolos que no hicieron goles, ni dieron vueltas olímpicas, pero sí caminaron las mismas calles que cualquier hincha. Se pusieron la camiseta y la portaron con orgullo y sentido a lo largo de toda su vida. La defendieron como si de una guardia ortodoxa se tratara. Usaron su voz para darle identidad a un barrio. A un pueblo. Demostrando que el corazón no solo late por quienes juegan, sino por quienes logran representar a la gente, desde la señora barriendo en la vereda hasta el pibe que pelotea por las calles del barrio. Porque el fútbol no son solo 90 minutos, sino también lo que se hereda en las canciones, en las esquinas, en las anécdotas.

La violencia silenciada en la ausencia de los hinchas visitantes: un debate que olvida a las víctimas

Por Juan Pedro Tomaghelli

Argentina Leyes expone la intimidad de su hogar en Parque Patricios. Jueves 10 de julio de 2025. Afuera llueve y truena; adentro no hace falta. El silencio espeso del interior se escucha más que cualquier grito. El olor a humedad y los muebles viejos y gastados son testigos de un dolor que persiste. Argentin toma asiento en su living. De fondo, un cuadro con una foto de su hijo Javier Gerez, asesinado por la policía en 2013 en el marco de un partido entre Estudiantes de La Plata y Lanús en La Plata, acompañada por un lema: “Nunca te voy a olvidar”.

Argentina saca otra foto de su hijo, una selfie con amigos de aquel fatal 10 de junio de 2013, yendo al estadio Único de La Plata. La mira en silencio por dos minutos. Su mano tiembla sobre el marco de madera y exclama, con la voz quebrada: “A mi hijo lo mataron en la tribuna, y nadie se hace cargo”.

-¿Qué le genera observar estas fotos, Argentina?

-Dolor, mucho dolor. Él iba siempre a ver a Lanús, amaba ir -responde, y agrega-. Yo sufría cada vez que iba a la cancha, pero sabía que era lo que más le gustaba hacer.

-¿Por qué sufría?

-El ambiente en los estadios siempre fue muy violento. Las represiones policiales eran constantes y temía que en algún momento le tocara a él.

Es una madre que no desiste en el pedido de justicia por su hijo, al que sigue sintiendo cerca. “Los homenajes y los recuerdos me hacen sentir orgullosa del hijo que tenía, y que me arrebataron de un momento a otro unos delincuentes vestidos de policías”, dice sin poder ocultar su resentimiento, antes de quebrarse en un llanto cargado de impotencia.

En el Estadio Único Ciudad de La Plata hay un cartel de señalización en recuerdo a Gerez, acompañado por la leyenda “Memoria, verdad y justicia” y firmado por la Secretaría de Derechos Humanos, con el objetivo de repudiar los hechos de violencia institucional.

A 54 kilómetros, en el Estadio Néstor Díaz Pérez de Lanús, también está latente el recuerdo, con dos plaquetas colocadas por el club en homenaje al asesinado, que tenía 42 años. Una de ellas dice: “Acá fue feliz el Zurdo Gerez, víctima de violencia estatal en La Plata”. Y la otra: “En homenaje a Javier ‘El Zurdo’ Gerez”.

“El caso de Gerez está archivado y enterrado por la justicia. Es muy difícil que haya una resolución en algún momento. Ya nadie pelea por una sentencia”, cuenta Bruno Russo, director de Fortaleza Granate, medio digital de Lanús, que compartió años con Gerez en la Subcomisión del Hincha, organismo que se disolvió luego del asesinato, punto de quiebre para que las autoridades decidieran prohibir los hinchas visitantes en la Primera División del fútbol argentino. Una medida que se había adoptado antes en el Ascenso, cuando el 25 de junio de 2007, Marcelo Cejas, hincha de Tigre, fue asesinado por barrabravas de Nueva Chicago que invadieron el campo de juego del estadio de Matadores, en un partido clave para el ascenso de Tigre. Los disturbios se extendieron a las afueras de la cancha, donde Cejas fue agredido con pedradas y patadas a traición.

A 35 kilómetros del hogar de Argentina Leyes, en el barrio San Rafael I de la provincia de Buenos Aires, vive Mónica Cejas, hija de Marcelo, a quien recuerda como la mejor persona que conoció en su vida. “Mi papá no tenía un gramo de maldad”, dice. En el interior del hogar, en una cocina desoladora, hay cuadros torcidos, platos sucios y un tacho de basura desbordado que entristecen al ambiente en el que Mónica se sienta a rememorar a su padre. “El tiempo sigue pasando y nadie se hace cargo. A mi papá lo mataron unos cobardes encubiertos por la corrupción. Me voy a morir pidiendo justicia”, expresa Mónica, quien, aún 18 años después, no puede ocultar su furia y dolor.

“No hay nadie a cargo de la investigación por el asesinato de Cejas; hay que estar unidos como familia que somos para solidarizarnos siempre con los cercanos a Marcelo Cejas”, confirma Martín Suárez, presidente de Tigre, quien además, sobre la prohibición de la hinchada visitante, agrega: “Es tiempo de que vuelvan de manera permanente, como sociedad estamos preparados y los clubes lo necesitan”. En las afueras del estadio José Dellagiovanna de Tigre se puede observar un mural en homenaje a Cejas, con su rostro y la siguiente frase: “Por un fútbol en paz y sin violencia”.

A pesar de los homenajes, los deseos y las posturas, el regreso de los visitantes continúa siendo un debate abierto. La AFA, las agrupaciones de hinchas y los organismos de Seguridad y Derechos Humanos analizan los riesgos y condiciones para decidir de qué manera es conveniente llevarlo a cabo.

El 19 de julio de 2025, en la cancha de Lanús, tuvo lugar la primera prueba oficial de regreso de parcialidad visitante en la Provincia de Buenos Aires desde 2013, en la que el local enfrentó por el Clausura a Rosario Central, que llevó alrededor de 7.000 hinchas. No se registraron incidentes y, para Nicolás Russo, presidente del Granate, fue todo un éxito. “Salió como esperábamos; ojalá sea el puntapié para recuperar la identidad futbolera”, comentó.

Entre los hinchas del Granate que presenciaron el encuentro, se encontraba Argentina Leyes, sentada en la Platea Sur junto a su hermano, Walter Leyes, y su hija, Ana Gerez, hermana de Javier. Argentina no iba a la cancha desde 2017, y cataloga su vuelta a los estadios como uno de los días más felices de su vida, aunque la tristeza, de a ratos, siga invadiendo su cuerpo.

-¿Qué significó para usted volver al estadio después de tanto tiempo?

-Me encantó. Estaba muy nerviosa porque todo saliera bien y, la verdad, no tengo reproches. El partido casi no lo vi. Miraba la tribuna en la que debería estar el Zurdo y, de reojo, miraba a la tribuna visitante, como esperando que algo ocurra. Fue muy chocante.

-¿Cree que los hinchas visitantes pueden volver de forma permanente a los estadios argentinos?

-Sí, creo que se puede. La gente maduró, pero nunca hay que dejar de lado que los violentos siguen existiendo en todos lados. Con los cuidados necesarios, pueden volver sin problema, ¿por qué no? La gente estaba contenta, los niños miraban las dos tribunas sorprendidos. Es lindo, le da color.

Uno de los clubes que, dirigencialmente, se manifestó en contra del regreso visitante es River. Aunque en la previa al partido ante San Lorenzo, el 27 de julio de 2025, apareció una pancarta en las afueras del Monumental. “Queremos ir y recibir visitantes, respeten a los hinchas”, rezaba el mensaje brindado por la Subcomisión del Hincha de River, postulándose en contra a los dirigentes de su propio club, que no creen conveniente el regreso. “El cartel lo pusimos porque el fútbol argentino necesita recuperar la identidad”, comenta Christian Krom, uno de los líderes de la Subcomisión del Hincha de River, quien afirma que los dirigentes “van en contra del hincha y subestiman a la gente porque solo les importa su negocio”. Si bien reconoce que todavía es difícil una vuelta permanente a los estadios, Krom plantea que “al menos deberían probarlo en partidos aislados, como hicieron en Lanús”.

“En el fútbol argentino toda la vida hubo intereses cruzados entre el poder, los clubes, los hinchas y los organismos, y esta medida no es la excepción”, comenta Javier Vijande Penas, gerente de los órganos jurisdiccionales de la AFA, y agrega: “Sabemos bien a quiénes les conviene y a quiénes no la vuelta de los hinchas visitantes, y hoy la tendencia más fuerte es mantener las cosas así como están”. Vijande Penas cierra, mostrando la postura interna que mantiene la AFA sobre el tema: “Las esporádicas pruebas piloto sirven para ver si rinden económicamente o no los visitantes. Por eso, desde AFA nos aseguramos de que los clubes que tengan esa prioridad, de que sean clubes convocantes”.

Según la organización Salvemos al Fútbol, desde 2013 a 2025, se registraron 77 muertes dentro de los estadios, víctimas de violencia, 15 más que entre 2000 y 2013. Lo que se había planteado como solución en su momento, no funcionó.

“Con la eliminación de las hinchadas visitantes, se solucionaron buena parte de los problemas administrativos de los actores políticos relacionados a garantizar la seguridad de la gente en los estadios”, dice Darío Ricardo Díaz, encargado de la Auditoría General de Asuntos Internos del Ministerio de Seguridad de la nación, que tiene un rol preponderante en la supervisión de los integrantes de la fuerza policial. La policía y su accionar siempre fueron foco de crítica en el fútbol, por lo que Díaz afirma y aclara que las fuerzas de seguridad “son transparentes y previenen muchísimas más muertes de las que se ven en las estadísticas”. Además, comenta que “no han cambiado su forma ni su preparación a lo largo del tiempo. El manejo es el mismo sin importar si hay una o dos parcialidades”.

El sociólogo y docente Pablo Alabarces, catalogado como “experto en la violencia del fútbol”, critica: “En todos estos años, los operativos policiales en los estadios han sido más relajados y eso representa un problema en este contexto. Habiendo una sola parcialidad, son incontables los casos en los que las fuerzas policiales quedan expuestas por no poder neutralizar los hechos violentos. Entonces, si esto se trata de política, ¿por qué los dirigentes de alto rango querrían a los visitantes si no pueden con una sola hinchada?”.

Policías, dirigentes, periodistas, autoridades e hinchas. Todos son parte de esta bola de nieve llamada “hinchada visitante”. Los intereses cambian, las posturas también. Lo que no cambiará jamás es el dolor. De Argentina Leyes, de Mónica Cejas y de todos aquellos que continúan buscando respuestas. Su lucha es por algo más profundo: memoria, verdad y justicia. Mientras, el fútbol argentino debate su futuro.

Argentina buscará hacer historia en el primer Mundial de futsal femenino

Por Magali Robledo y Azul Ramos 

El primer Mundial de Futsal Femenino, que se llevará a cabo el próximo 21 de noviembre al 7 de diciembre en Filipinas, marcará el primer capítulo en la historia del deporte en un contexto de creciente visibilidad e igualdad.

De cara al inicio de esta primera edición, las jugadoras del torneo local entrenan en el predio de la Asociación de Fútbol Argentino (AFA) ubicado en Ezeiza, desde el 29 de septiembre bajo las órdenes del entrenador Nicolás Noriega y su cuerpo técnico.

En el futsal femenino los calendarios no están bien definidos como en el masculino, por eso la planificación de los entrenamientos en la previa del torneo son más difíciles de organizar. “Nos fuimos adaptando a la finalización del torneo, fuimos variando los días según jugaban las jugadoras y demás. Ahora que el torneo ya terminó, vamos a poder entrenar de lunes a sábado”, destaca Noriega.

El torneo “Futsal AFA femenino Primera A” finalizó, los play off se pausaron en semifinales y se retomarán cuando finalice el Mundial. Por ese motivo, mientras el campeonato aún se disputaba, las jugadoras cargaban con el entrenamiento de la selección y a nivel clubes. El director técnico tuvo en cuenta que debían adaptarse a la liga nacional: “Las chicas jugaron entre semana y fin de semana los cuartos de final de los playoffs, así que tuvimos que adaptar los días a eso”.

La Selección Argentina hará el debut oficial el 21 de noviembre contra el local: Filipinas. “Estamos muy bien, obviamente las expectativas son altas, sabemos que no va a ser fácil pero vamos a ir por todo con el objetivo de ganar”, cuenta Trinidad D’Andrea, actual arquera de SECLA. 

Analizando el grupo de la albiceleste el DT considera que Filipinas aprovechara su localía, en cuanto a Marruecos y Polonia, son selecciones con muchos amistosos jugados, eso les da un rodaje constante que hará un partido duro e interesante. Esta primera Copa del Mundo es una vidriera para las selecciones, no sólo las de renombre como España y Portugal, sino para aquellas que quieren demostrar su talento.

Las jugadoras argentinas destacan que este mundial se logró tras la gran campaña de la Asociación de Jugadoras de España en forma de reclamo y que llegó ante la Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA). Julia Dupuy, jugadora argentina de futsal femenino, fue la cabeza de esta campaña, “Julia es una compañera nuestra y que ella haya sido la cabeza de todo esto, es un orgullo”, dijo Agostina Chiesa, jugadora de Racing Club. 

Esta primera generación de jugadoras colocará la piedra fundacional y serán pioneras en la historia del futsal femenino argentino. No sólo irá por lo simbólico, también buscará dejar al país en lo más alto posible. “Todos los torneos que la selección femenina jugó compitió hasta el último día, como en las últimas tres copas américas: jugamos la final con Brasil, la primera copa américa la jugamos por el tercer puesto. Siempre las jugadoras nos acostumbraron a competir y tratar de llegar al último día”, afirmó Nicolás Noriega. 

“Sabemos que este Mundial quedará en la historia, así que queremos aprovecharlo al máximo. El grupo está muy unido, con muchas ganas de competir, de aprender y de demostrar el trabajo que venimos haciendo. Nuestro objetivo es representar al país de la mejor manera, así dejando las bases para que el futsal siga creciendo”, expresa Lara Villalba, jugadora de Ferro y convocada por Nicolás Noriega a la selección. A pesar de ser una nueva experiencia, las futbolistas argentinas se preparan para comenzar a escribir la primera página de la historia del futsal femenino en mundiales. 

Con esta primera edición las expectativas de que la disciplina crezca son muy grandes. “Estoy convencida de que el futsal femenino va a crecer, este mundial le da una visibilidad enorme, eso genera que más chicas se interesen, que los clubes apuesten más por la disciplina y que la gente empiece a seguirlo de otra manera. También creo que este es solo el comienzo y que a partir de acá se va a abrir un camino mucho más grande para las próximas generaciones”, comenta Lucia Rossi, jugadora de Ferro, otra de las que integra la lista de la selección. 

Las argentinas mencionan que se mantuvieron enfocadas a lo largo de la lucha para poder llevar adelante el primer campeonato mundial. “La perseverancia y la constancia es algo que las mujeres tenemos muy adquirido, sabemos que en cualquier ámbito tenemos que luchar y esforzarnos por conseguir lo que buscamos. A pesar de todo el tiempo que esperamos supimos mantener nuestra pasión por este deporte como motor para seguir adelante”, asegura Silvina “Toro” Espinazo, arquera de Racing Club.

 Con el primer Mundial Femenino, el futsal da un paso decisivo no solo en el plano internacional, sino también dentro del país, donde los clubes cumplen un rol clave en la formación y proyección de las jugadoras. “En Argentina todavía sigue sin ser profesional, es algo que se pelea todos los días. Ojalá que en el ámbito local pueda ser un gran paso para que los clubes puedan apostar más a la disciplina y que podamos hacer un gran torneo organizado e ir preparándonos para poder lograr que esto sea profesional”, resalta Jazmín Della Vedova, jugadora de All Boys.

Noriega dice que siente orgullo de poder participar en este Mundial iniciático pero, sobre todo, destaca que el privilegio que siente de ser el entrenador de este plantel.: “Siento felicidad por ellas que lo van a poder disfrutar porque se lo merecían mucho. Es un equipo de jugadoras que dejan todo por su disciplina y que apostaron siempre al futsal femenino”.

En definitiva, este primer Mundial de Futsal Femenino representa mucho más que una competencia deportiva: fueron años de lucha, compromiso y pasión de quienes integran este mundo: jugadores, entrenadores y referentes. De todos los que apostaron por el crecimiento de la disciplina. La participación de la Selección Argentina simboliza el esfuerzo colectivo de quienes soñaron con este momento y trabajaron incansablemente para hacerlo realidad. Más allá de los resultados, este torneo simboliza el logro de que abrieron las puertas a nuevas generaciones que, inspiradas por este hito, continuarán escribiendo el camino hacia una mayor igualdad, profesionalización y reconocimiento del deporte en todo el mundo.

Jorge Luque: un arquero que no quiere dejar deudas pendientes

Por Tomás Cilley y Nicolás Costa

Ituzaingó recibió a Sportivo Barracas, ambos equipos llegaron con el objetivo de ascender a la Primera B Metropolitana. Muchas ilusiones, pero solo un ganador. El local venía de enfrentar en la final a Camioneros, perdiendo en la última jugada. Cuando todo hacía creer que el León iba a ascender por el resultado obtenido en la ida, el equipo visitante hizo el gol que llevó a una tensa definición por penales. 

La gente estaba confiada y nerviosa al mismo tiempo. Era el turno del primer penal para Sportivo Barracas y Jorge Luque se veía enorme bajo los tres palos. Desde lejos, se le notaban los algodones que tenía en su nariz, producto de una patada de un jugador del rival. Sus extremidades se movían para todos lados y de manera sincronizada. Cara seria y mirando a Alan Vega, el pateador, se desafiaban con los ojos para descifrar qué iba a hacer el otro. Luque se tira a su palo derecho y la pelota le pega en sus piernas, un tiro débil y al medio lo benefició. El estadio Carlos Sacaan se vino abajo, gritos, delirio, alegría.

Los allegados de Barracas permanecieron en silencio. Luego patearon Agustín Faillace, Matías Campuzano, Lautaro Mena, Celso Báez y cada uno metió su penal. Era el turno de Felipe Nigro. El aire se volvió espeso, como si todo Ituzaingó hubiera contenido la respiración. En la cancha, las almas se apretaban una contra otra; en las tribunas, las gargantas eran pura fe. Un penal. Solo uno. Entre el ascenso o el silencio. Entre la gloria o el volver a intentarlo en una división menor donde las dificultades son mayores. Nigro rompió la mala racha: Ituzaingó logró el ascenso. Un antes y un después en la carrera del arquero de 22 años.

La escena parecía sacada de una postal del oeste. Luque era el protagonista con la transpiración marcándole la cara, los guantes colgando y una sonrisa que no se le borraba ni por un segundo. A su alrededor, decenas de chicos lo rodeaban como si fuera un superhéroe sin capa. “Jorge, una foto por favor”, gritaban desde todos los costados. Nunca tuvo problema en hacerse el tiempo e ir con paciencia y esa buena onda que lo caracteriza. 

Mientras algunos compañeros ya se habían refugiado en el vestuario, Luque seguía ahí, entre la gente. Cada hincha era una historia, un rostro conocido, una emoción compartida. Un pibe se le colgó del cuello y lloró. Un hombre mayor lo abrazó en silencio, sin decir nada. Una madre le ofreció a su hijo para una foto. Y Jorge, sin perder la calma, atendía a todos, uno por uno, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Se sacaba fotos con la gente, pasa su compañero y amigo Juan Fanti corriendo muy feliz y le saca la botella de Coca Cola reciclable de sus manos, dejó esperando a unos niños que estaban enloquecidos con sacarse fotos con él, pero los hizo esperar un rato. Luque y Fanti corrían por toda la cancha como dos chicos peleando entre risas y muy buen ambiente por quien se quedaba con el premio ese, el Fernet.

Gracias por esto Jorge”, le decían. “Gracias a ustedes, que nunca dejaron de venir”, respondía él, mientras un grupo de adolescentes lo filmaba con los celulares levantados. En un rincón, una nena le alcanzó un papelito con su nombre para que lo firme; él se agachó, le firmó la camiseta y le dio un beso en la frente. Esa ternura era su marca, la otra atajada invisible: la de los corazones.

No es casualidad que Felipe Nigro, defensor de Ituzaingó, haya dicho: “La ida y la vuelta de la final es un 60% del Gato, tapó pelotas increíbles y sinceramente yo lo estaba viendo desde el banco que eran muy difíciles, pero la confianza que se tiene este muchacho es totalmente increíble, lo admiro como jugador, pero más lo admiro fuera de la cancha”, admitió con emoción. 

Jorge Luque, el heroé del ascenso de Ituzaingó, con Olé: ''Todo valió la  pena'' :: Olé - ole.com.ar

Un periodista quiso acercarle un micrófono, pero él prefirió seguir con los hinchas. “Después hablamos, primero la gente”, dijo sonriendo. Siguió regalando firmas y repartiendo abrazos con todos. Su simpleza era su grandeza. No había vanidad, ni gestos de estrella: solo el agradecimiento genuino de quien siente que la gloria se comparte o no vale nada.

Una pareja se acercó con una bandera vieja de Ituzaingó. “La tenemos desde 1998, cuando descendimos a la C”, le contaron. Luque los miró, la tocó, y dijo: “Entonces esta bandera también subió hoy”. El hombre rompió en llanto, y el arquero lo abrazó muy fuerte.

La noche estaba espléndida y nadie quería irse. La cancha se había convertido en una extensión del barrio, y el héroe seguía allí, con los pies sobre el mismo pasto que tantas veces pisó con esfuerzo y fe. A su alrededor, los cánticos no paraban. Los hinchas repetían su nombre una y otra vez, como si lo quisieran grabar en la noche. A un costado, algunos compañeros miraban en silencio. Otros lloraban también. El arquero, que hizo del vuelo su salvación, rompió en llanto al tocar el suelo.

En medio de los cantos, de la fiesta, de las bengalas verdes encendiendo la noche, Jorge Luque alzó la vista hacia la tribuna principal. Se quedó un segundo en silencio, como si quisiera memorizar todo: los rostros, los abrazos, los colores. Y dijo en voz baja, más para sí que para los demás: “Esto es por ustedes, por los que están y los que siempre estuvieron”.

 

Jorge Luque no necesitó levantar trofeos ni hacer gestos grandilocuentes. Su victoria más grande fue esa conexión con la gente, esa manera de ser uno más. Esa tarde, en el corazón de Ituzaingó, el arquero se convirtió en algo más que un jugador: fue el reflejo del barrio, el abrazo de todos los sueños que alguna vez se patearon en una canchita de tierra. Y así se fue, rodeado de aplausos, fotos y amor. Un héroe del pueblo, de sonrisa simple y manos que, además de atajar penales, supieron sostener las ilusiones de un club entero.

En un momento, Jorge dejó a los hinchas de lado y buscó a su madre. La encontró detrás de la malla, entre lágrimas, apretando los puños contra el pecho. Luque cruzó la línea con el alma. No corrió: caminó temblando, con la cara empapada y la respiración cortada. Cuando llegó, se abrazaron sin decir una palabra. Fue un choque de cuerpos y de historias. La madre lo envolvió como cuando era chico, cuando volvía triste de un partido en infantiles. Pero esta vez no hubo consuelo: hubo desahogo. Él apoyó la cabeza en su hombro, y el llanto le explotó adentro, sincero, profundo, imposible de contener.

Lo hiciste, hijo”, alcanzó a decirle su mamá entre sollozos. Él no contestó. Apenas pudo apretar más fuerte, hundirse en ese abrazo que olía a casa, a sacrificio, a años de lucha silenciosa. Las cámaras los rodeaban, pero el mundo había desaparecido. No había hinchas, no había ruido, no había ascenso. Solo una madre y su hijo fundidos en un abrazo que valía más que cualquier título. Pasaron cinco minutos y apareció su hermano Alexis, totalmente sacado buscando a su hermano para romperse los dos en un abrazo eterno, en esos rostros a pocos metros se veían lágrimas de felicidad, de que solo ellos sabían por todo lo que pasó Jorge para llegar hasta la final y poder consagrarse. “Se te dio bol…, se te dio”, se escuchaba a la mínima distancia.

Ituzaingó volvió a la B Metropolitana. Y ese pibe, el que atajó el penal, ya quedó escrito para siempre en la historia del León. Porque hay triunfos que no se explican con palabras, sino con lágrimas.

Ituzaingó: Jorge Luque, la figura bajo los tres palos del Verde

La historia de Jorge Luque comenzó en Goya, Corrientes. Una ciudad de casi cien mil habitantes. De chico entrenaba en el Central, una escuela de fútbol de su ciudad. Ahí fue creciendo dentro de los tres palos. Él siempre fue decidido con respecto a su futuro, aunque recuerda con mucha nostalgia su pasado. No es casualidad que a los 13 años optó por ir a vivir a Buenos Aires para hacer las inferiores en Huracán. Sin tiempo de despedirse de sus amigos y familiares, se mudó. A pesar de dedicarse a atajar, su ídolo de chico fue Lionel Messi. Esto derivó en su fanatismo por el guardameta español Víctor Valdés, quien atajó en el Barcelona en su época dorada.   

Si bien llegó a principios de 2024 a Ituzaingó, en esta temporada se consolidó como una de las figuras. En lo que fue de la campaña, Luque disputó 29 encuentros, recibió 19 goles y mantuvo la valla invicta en 15 ocasiones. Como arquero, su cualidad principal son los reflejos. Es por eso que los periodistas lo apodaron “el Gato”. Pero su mayor virtud dentro de la cancha y la vida es su capacidad de agrandarse en los momentos más duros, como lo fue al principio de su carrera. “Me costó muchísimo la adaptación. Es una ciudad mucho más grande, con mucho más movimiento. El club me quedaba a una hora o dos de viaje en colectivo. Tuve que aprender a manejarme o saber qué colectivo tomar y en dónde bajarme. Fue difícil”, recuerda el joven, que supo ser adolescente y encajar en un entorno muy diferente al cual estaba acostumbrado. 

Como persona, admite no tener problemas en socializar. Sus principales amistades dentro de los jugadores de Ituzaingó son Juan Fanti, Segundo Gras y Nahuel Santiago, aunque se lleva muy bien con el resto del plantel. Es charlatán tanto afuera como adentro de la cancha. Él se define como alegre, un poco loco y comunicador.

Una persona que lo conoce bien es Alexis Luque, su hermano. Para él y para su familia fue un partido distinto. “Cuando la tribuna empezó a gritar el apellido que tengo y por mi hermano de lo más lindo que me ha pasado, porque él soñaba con eso”, reveló contento. Mientras, se acordaba de la figura del ascenso que describe como respetuoso, amigable y jodón. Destacó su habilidad para reírse, y que siempre saca sonrisas. Sobre el momento decisivo, Alexis lo vivió como un hincha de su hermano y de Ituzaingó.  Por supuesto, la nostalgia y sus infancias se le vinieron a la cabeza. Se acordó de ese pibe mocoso y los momentos que vivieron en el barrio, en dónde los partidos valen por el recuerdo y la anécdota. Muchos recuerdos juntos que marcan historias.  

Lejos del arco, del alambre, del murmullo de la hinchada y del olor a pasto recién regado, aparecía el verdadero Jorge: el pibe de barrio, el que saluda a todos, el que nunca pasa de largo. Una historia de sacrificio constante. Inclusive en la final terminó con una fractura de tabique nasal y en el maxilar superior. Pero que no fue impedimento para lograr el ascenso y hacer valer el esfuerzo. 

Tiene ese don raro, casi invisible, de hacer sentir cómodo a cualquiera. Un vendedor que apenas conocía, un pibe que recién se animaba a pedirle una foto, una familia que lo saludaba desde el auto. Todos reciben lo mismo: una sonrisa amplia, una palabra amable, un gesto simple que decía más que mil discursos. Y eso lo hace especial. Puso una sonrisa en la derrota contra Camioneros, y hoy tiene que festejar. Los bellos milagros ocurrieron. 

Porque Jorge no necesitaba una camiseta ni un estadio para destacar, destaca en la vereda, en la esquina, en la vida cotidiana. Es de esos tipos que no cambian aunque el mundo de alrededor se transforme. Humilde, cercano, con el corazón siempre a mano. 

Quizás por eso la gente lo quiere tanto. Porque entienden que antes que héroe del arco, antes que el de la atajada imposible, Jorge Luque es un pibe que hace bien. Un pibe que contagia alegría y que sin proponérselo deja sonrisas donde pisa. Hace falta en un mundo lleno de angustia. Esta historia no termina acá, ya su futuro es prometedor y su sonrisa parece intachable, pero su personalidad lo vuelve mejor persona que como arquero. No deja a nadie sin un saludo, sin una foto, sin un chiste, sin un momento más liviano. El arquero de la gente, incluso sin los guantes.

Los Puccio: el clan que rompió el silencio del rugby

Por Tomás Pettigrew

Durante décadas, el Club Atlético San Isidro fue sinónimo de disciplina, grandeza y orgullo que, fundado sobre la tradición del rugby, representaba un espacio de códigos
inquebrantables y jerarquías claras. Sin embargo, a comienzos de los años ochenta, ese
orden se quebró por completo cuando el apellido Puccio, hasta entonces uno más entre los
socios del CASI, pasó a ocupar los titulares policiales más oscuros de la historia argentina.

Entre 1982 y 1985, la familia liderada por Arquímedes Puccio llevó adelante una serie de secuestros extorsivos y asesinatos en pleno corazón de San Isidro. Lo que estremeció al país no fue solo la brutalidad de los crímenes, sino el contraste entre la fachada de respeto y la vida delictiva que se escondía detrás. Alejandro Puccio (foto), figura destacada del primer equipo de rugby del CASI y convocado en su momento al seleccionado nacional, fue uno de los principales cómplices de su padre.

Los secretos de Alejandro Puccio, el hijo rugbier que murió jurando que era inocente | Perfil

La doble vida de esta banda familiar/delictiva descolocó a un ambiente acostumbrado a
preservar sus códigos internos ya que, en el rugby, los valores de lealtad, silencio y
camaradería siempre fueron pilares de identidad. Pero en este caso, esos mismos principios se vieron distorsionados: el club, que había sido un símbolo de orden, se encontró enfrentado a un espejo incómodo en el que muchos socios eligieron callar, otros se distanciaron, y unos pocos intentaron separar los hechos de la institución.

El CASI atravesó meses de conmoción. De un día para otro, la casa de los Puccio, a pocas
cuadras del club, se convirtió en un centro policial. Los medios se instalaron en el barrio y
los vecinos vivían entre el desconcierto y la vergüenza, las escenas de los entrenamientos
de Alejandro, aquel jugador que en la cancha era admirado por su entrega.La sociedad argentina, aún marcada por el final de la dictadura, se enfrentó a un caso que
combinaba todos los elementos de una tragedia; familia, poder, fe, violencia y apariencia. Pero no eran marginales; eran parte del entramado social más tradicional de Zona Norte. Ese detalle amplificó el horror, los crímenes no provenían de la periferia, sino del corazón mismo de la clase media alta.

La casa de los Puccio hoy, 40 años después: cómo está el "chalet del horror", la base de operaciones del clan criminal – GENTE Online

Con el paso de los años, el CASI eligió el silencio como forma de protección. Nunca hubo
declaraciones oficiales que profundizaran el tema. En los pasillos del club, el apellido Puccio se transformó en un fantasma, un eco incómodo del pasado. Sin embargo, el caso dejó una huella indeleble: mostró que ningún ámbito, por cerrado o prestigioso que parezca, está ajeno a la oscuridad. El rugby argentino, acostumbrado a hablar de esfuerzo y honor, aprendió entonces que los valores no se heredan por pertenencia ni por apellido, sino que se construyen en el día a día, en los gestos, en la mirada hacia el otro. El Clan Puccio fue, en ese sentido, una herida que obligó a mirar más allá de la pelota y el try. Un recordatorio de que incluso en los lugares donde reina el silencio, el crimen puede tener palco preferencial.

El try que no sonó en San Isidro

Entre el perfume a pasto recién cortado y los ecos de los entrenamientos, nadie imaginaba
que un jugador y su familia escondían un secreto macabro a pocas cuadras del club.
En el CASI, el ruido siempre fue parte del paisaje; los silbatos, las risas, el golpe seco de la
ovalada contra el pasto. Pero hubo un día en que todo eso se apagó: las conversaciones se
acortaron, los saludos se volvieron discretos, y los ojos buscaron esquivar los nombres que
ya no se podían pronunciar.

La familia Puccio era parte del club como tantas otras. Alejandro, un wing veloz y
disciplinado, entrenaba en el predio bajo la mirada de su padre Arquímedes (foto), un hombre de modales estrictos y sonrisa corta. En las canchas, nadie sospechaba nada, pero afuera, en la casa de Martín y Omar al 554, se gestaba una pesadilla con una calma idéntica a la que había en el CASI cuando se preparaban los partidos del fin de semana.

El clan: la historia de los hijos de Puccio - Yorokobu

El barrio, acostumbrado al aroma de los asados y al paso de los autos con calcomanías del
club, amaneció un día invadido por patrulleros. De golpe, los diarios hablaban del clan
Puccio. Y el rugby, ese refugio de valores y pertenencia, se encontró manchado por una historia imposible de imaginar.

En San Isidro, el eco de aquel silencio aún parece flotar entre los vestuarios. Nadie lo dice,
pero todos lo saben: hubo un tiempo en que el club fue escenario de gloria y familia. Y otro, en que la pelota dejó de picar.

Bandera verde para el futuro: el boom del karting bajo el impulso de Colapinto

Por Otto Vodopiviz

El rugido de los motores se escucha cada vez más fuerte. El sol está por asomarse, pero en el Kartódromo de Ciudad Evita ya se huele el aroma de un gran día. El sábado 12 de julio del 2025 son apenas las ocho de la mañana y los boxes ya están con vida: sonido de motores, cascos puestos y familias expectantes. Aquí, cada jornada es más que una carrera: es un paso más en una ruta que, para algunos, puede terminar en los circuitos de Mónaco o de Silverstone, en la Fórmula 1.

El karting argentino se encuentra en un crecimiento que muy pocos recuerdan haberlo visto. Las escuelas de karts tienen más estudiantes y hoy el deporte cuenta con más visibilidad, pero hay un catalizador que nadie niega: Franco Colapinto. El joven de Pilar, que comenzó su carrera en karts a los 9 años, pegó el salto a Europa en tan solo 4 años. El piloto argentino se inscribe en la Fórmula 4 en 2019 y, cinco años después, debuta en la Fórmula 1 convirtiéndose en un faro para centenares de chicos que hoy giran en las pistas del país. Luego de 25 años, tras una temporada de Gastón Mazzacane, Argentina vuelve a tener un referente en la F1. “Antes queríamos ganar el campeonato. Ahora queremos llegar a la máxima categoría como llegó Franco”, dice Ian Sampayo con 13 años, que corre en la escuela de karting en Ciudad Evita.

En los últimos años, el karting viene en curva ascendente y lo de Franco lo terminó de catapultar. Hoy los más chicos lo ven como el máximo referente y eso hace que tomen este deporte con mayor dedicación y expectativa”, explica Gastón Amboade, quien fue campeón sudamericano del Master Max 2024 y hoy es profesor de la escuela de karting Asociación Para el Automovilismo Deportivo (APAD).

En el Kartódromo Internacional de Buenos Aires el ambiente es una caldera. Conocido por su trazado desafiante e infraestructura de primer nivel, el domingo 20 de julio fue escenario de una emocionante jornada de karting. Allí, las gradas comenzaron a llenarse, los niños con sus autitos Hot Wheels y los mayores con sus teléfonos para ojear el Gran premio de Hungría. La pista ardía, las miradas eran fijas; parecía una película del viejo Oeste. Divididos en cuatro grupos, 16 son los karts registrados en el circuito, y hacen gruñir sus motores.

El Argentino de Kart inició su actividad oficial en Ciudad Evita - RECTA PRINCIPAL

El “galáctico” va a la velocidad de la luz; el “relámpago” asombra a sus rivales en las curvas, la “bala” siempre de frente a su objetivo; y el “tractor” en la cima como siempre. Cada kart poseía un apodo característico, algunos interesantes, otros graciosos. “Ojo con el cuarto que a ese lo llaman el tosco”, dice un hombre con la gorrita azul de Nacional que utilizaba el corredor brasileño Ayrton Senna en su paso por la F1.

Las facturas se repartían, el ruido de mate siempre presente y la bandera verde flameaba. La clasificación del Mini Max fue intensa con maniobras arriesgadas y avances estratégicos. La curva uno era un caos: despistes, trompos, pero ningún contacto. El “tractor” lo tenía claro: mejor tiempo en la curva dos y cinco. Algunos estaban en un cumple. De lejos se observaba la poca voluntad de los rezagados; despistes evitables, roces innecesarios y estorbar a los de la punta.

Las familias alientan a sus conocidos. “¡Vamos, Mateo, un poco más rápido!”, se escucha de un padre, quien viaja más de 300 kilómetros desde Tandil hasta el Kartódromo Internacional para cumplir el sueño de su hijo. Finalizada la clasificatoria, los jóvenes de 13 años se reprochaban algunas acciones y otros discutían por un puesto más arriba. El “tractor” había arrasado a sus rivales y se llevó la pole. Ahora quedaba claro quién manda en la pista. “El más rápido no siempre gana, el más inteligente, sí”, decía Niki Lauda, quien supo ganarse un lugar en la historia de la Fórmula 1 con tres campeonatos mundiales en 1975, 1977 y 1984. 

Eran las 12 del mediodía en el kartódromo Internacional de Buenos Aires, sol y viento vigente. Los familiares estaban nerviosos, algunos comiéndose las uñas, otros mirando el Gran Premio de Hungría con el relato de Fernando Tornello, quien cuenta con una voz atrapante, algo así como un motor. “¡La puta que lo parió!”, se escucha de la nada. Colapinto había bajado al decimoctavo puesto con un flojo desempeño de los mecánicos de Alpine. “Son unos inútiles, siempre lo mismo loco”, decían entre los padres que no podían creer la actualidad de la escudería. Los pibes estaban chochos con sus autitos a control remoto, similar a las canchas de fútbol, donde los chicos juegan a la pelota mientras se juega el partido.

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“A Franco le están haciendo una cama de acá a la China, no puede ser que en dos paradas hagan 15 segundos y con (Pierre) Gasly 5 segundos. Siento que lo van a limpiar. Mi hijo empezó el año pasado, cuando Colapinto pasó a la Fórmula 1”, manifiesta Bautista Rodríguez, el padre de Mateo Rodríguez.

Luego de 15 minutos bajo un clima perfecto se asoman los protagonistas: vestimenta puesta, cascos colocados y protectores listos para un nuevo fin de semana en el kartódromo Internacional de Buenos Aires. Los mates iban y venían. Las familias, de pie para ver la largada. Preparados, los pilotos vieron la bandera verde y arrancaron. En la primera curva, trompo del “galáctico” y baja al décimo puesto. “¡Uhhhhh!”, se escucha en gran parte de la grada. Desde afuera, todo parece un juego; desde adentro, era algo más que una carrera.

El “tractor”, de gran arranque, más solo que Adán en el Día del Amigo; la “bala” estaba al acecho, parecía un puma cazando a su presa, y los otros peleándose entre ellos. Las gradas eran un mar de nervios. Madres preocupadas por la salud de sus hijos; los padres, por otro lado, querían la victoria en sus manos. Los hermanitos de los pilotos la tenían clara: soñar con la posibilidad de ser un piloto profesional.

Faltaban cuatro vueltas para finalizar la jornada. El olor a caucho quemado se apoderaba del ambiente, los chicos se tapaban la nariz. Las familias viven cada vuelta como si fuese la última. La tensión, el talento y la pasión quedaron plasmados en cada giro. Tras diez minutos de ida y vuelta apareció la famosa bandera a cuadros. El campeón estaba claro, Joaquín Cordoba le sacaba diez segundos al escolta. “¡Dale, Joaco, que estás ahí nomas!”, gritaba su papá con euforia y sin uñas para comerse.

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Joaquin levanta el puño y se va derechito a las gradas, donde se encontraba su viejo y hermanito. El casco ya emanaba victoria; era un combinado de estilo a lo Ayrton Senna y Gastón Mazzacane, quien fue el último piloto argentino en participar en la Fórmula 1 en el año 2001 antes de Colapinto. 

El karting avanzó tan fuerte que incluso en invierno y verano, lejos de los Mini Max, Master Max, Junior, Senior, el sonido de los motores se orientó en las vacaciones. En Mar del Plata, Pinamar y Villa Gesell, los kartódromos de alquiler se llenan de turistas que, por unos minutos, se sienten pilotos. Muchos padres miran cómo sus hijos dan sus primeras vueltas en pistas. “¿Y si le gusta en serio?”, se pregunta una pareja con el termo y el mate en la mano un lunes en el Karting Paintball de Villa Gesell. No es una exageración: más de un piloto federado empezó así, en vacaciones con su casco alquilado y un kart que apenas supera los 40 km/h. Los pibes entraban y parecía una juguetería. Saltos de emoción, gritos por allá y el famoso abrazo de agradecimiento a las madres.

En Pinamar, el rugido de los motores rompe la calma invernal. Filas de turistas se observan desde lejos. El viento helado hace que el olor a nafta y caucho sea aún más intenso, y el sonido de los karts parece amplificarse en el aire limpio de la costa atlántica. Los mecánicos trabajan con las manos congeladas para chequear motores y estar listos durante la jornada. “Disfrutá que me salió 75.000 pesos”, se escucha a cinco metros de la pista. Los chicos de 8 años, enfundados en buzos térmicos y guantes, ajustan sus cascos empañados por el vapor de su respiración. No hay presión de horarios, tampoco de los padres. Solo el sonido de los motores, el crujir de las cubiertas en el asfalto frío y las señales entre pilotos y mecánicos. El viento que azota las banderas de la pista recuerda que aquí el clima manda, pero también que la pasión por correr no entiende de estaciones.

En un receso, los pilotos se refugian en un pequeño quincho, donde comparten anécdotas y sueños de poder competir en la Fórmula 1. Pero hay algo especial en este invierno. Entre tandas tranquilas y curvas libres, los que corren saben que aquí se forja el verdadero amor por el karting. Sin gente, sin cámaras, sin distracciones. Solo el piloto y su máquina, recordando que la velocidad también puede ser una llama que calienta en pleno julio.

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“Yo empecé así, en un verano de 1985. Fuimos con mis viejos por primera vez a Valeria del Mar y nos cruzamos esos típicos kartódromos de la costa. Cuando me subí al kart me acuerdo que se desarmaba en cada vuelta, era muy peligroso. Terminé las 15 vueltas y fui a decirle a mi viejo: “Pa, de grande quiero hacer esto”, cuenta Javier Pólvera, quien se retiró el año pasado del karting profesional con 47 años y hoy trabaja de empresario .

En los años 70 y 80, nombres como Juan María “El Flaco” Traverso comenzaron su vínculo con la velocidad sobre pequeños chasis y motores modestos. Más tarde, figuras como Norberto Fontana, Guillermo Ortelli y Marcos Di Palma también dieron sus primeros vueltas en kartódromos, antes de transformarse en leyendas del Turismo Carretera (TC). “Senna, el Flaco Traverso y Fontana eran unos monstruos del automovilismo. Siempre fueron mis ídolos; guapos, calentones, garra. Me cuesta mucho identificar a un piloto con esas actitudes. No quiero dejar de lado al Lole Reutemann, a quien encima le robaron el campeonato en la Fórmula 1”, manifesta Gastón Amboade, corredor de karting profesional en Master Max .

En las década de los 90, la disciplina siguió siendo un semillero insistente. José María “Pechito” López tendría sus primeros pasos en el ambiente del karting cordobés; Matías Rossi empezó a correr a los 11 años; Agustín Canapino, guiado por su padre, creció entre pistas y boxes de karting; y Esteban Guerrieri sumó títulos en categorías formativas antes de competir en Europa.

Hoy el karting argentino cuenta con 39 circuitos habilitados en todo el país, la Provincia de Buenos Aires es la que más circuitos posee con 7 y luego le siguen; Cordoba, Río Negro, Mendoza, Santiago del Estero, Tucumán, Formosa y Neuquén. Con referentes como Colapinto, Juan María Traverso y Juan Manuel Fangio. El kart mantiene un crecimiento sostenido. Su futuro parece asegurado. Mientras haya motores encendidos y pilotos con hambre de superación, el karting seguirá siendo el primer escalón hacia las grandes categorías del automovilismo mundial.

Punto de quiebre: la cruda realidad de los tenistas que solo viven para jugar

Por Pedro Lujambio

Cuando se piensa en un tenista desde fuera de este universo, se imagina a figuras como Novak Djokovic y Serena Williams o, más actualmente, a Carlos Alcaraz y Aryna Sabalenka. La imagen es la de quienes viajan por el mundo y, gracias a publicidades y premios de torneos, tienen asegurado que después del retiro no necesitarán volver a “agarrar la pala”—ni la raqueta—. Todos están salvados económicamente. Sin embargo, más allá de esa élite, existe un mundo completamente distinto en el tenis: el de aquellos que, al igual que los mejores, viven por y para la pelotita amarilla, pero no de ella.

El día a día de cada jugador varía según si participa o no en un torneo esa semana. Si toca no competir, suelen entrenar de lunes a viernes, o incluso más. Este es el caso de Lucio Ratti (823° del ranking ATP) en la semana en que concede esta entrevista. ¿Por qué no compite? Él afirma que quedó “bastante quemado” después de perder en la clasificación de los torneos Challenger de Buenos Aires y Antofagasta. Decidió parar una semana para luego volver a jugar torneos M15, el primer escalón del profesionalismo internacional. El descanso dio resultado: el sábado 8 de noviembre ganó su primer título en Valledupar, Colombia.

En el Centro Naval de Olivos se entrena Ezequiel Fagotti, ubicado en el puesto 2264 del ranking de la International Tennis Federation (ITF), que incluye justamente los torneos M15 y M25 antes mencionados. Estos certámenes otorgan 15 o 25 puntos ATP al campeón, los cuales sirven para empezar a aparecer en el ranking ATP, afianzarse en el circuito y comenzar a jugar torneos Challenger.

Son las 10 de la mañana y es el primer turno de tenis del día para Fagotti. Ya hizo físico y, después de almorzar, tendrá la segunda práctica, seguida por un rato en el gimnasio. “Yo entreno siempre acá, si vivo acá nomás”, reconoce al comenzar la jornada. Su caso, el de asistir siempre al mismo lugar y sin moverse mucho, es casi un privilegio. Ratti, por ejemplo, mencionó que suele estar en este mismo club o en Cañuelas, pero la entrevista para esta crónica la concedió (un poco apurado) antes de ingresar al Tiro Federal Argentino (Vicente López), después de una sesión previa en Parque Norte… Al menos cuatro opciones diferentes en el AMBA. Lorenzo Rodríguez, #427 en el ranking ATP, también está en esa situación. “Estoy en el Darling en Barracas, pero me voy moviendo dependiendo de con quién arregle. Mañana me voy a La Plata con Tomy Etcheverry y después sí, vengo acá”, explicó hace algunos días, antes de viajar a Brasil a jugar el M25 de Río de Janeiro.

Primer turno del día en el Centro Naval. Lo primero que se nota al acercarse a las canchas 11 y 12 del predio, incluso antes de ingresar, son los insultos que se escuchan en inglés. Casi las únicas palabras que se distinguen son “racket” (raqueta), “string” (cuerda) y “fuck” (no hace falta traducir). Con esos tres términos basta para entender el origen de la queja. Se trata de Jonah Bramson, estadounidense de 18 años entrenado por Pablo y Gastón Bianchi, quienes están a cargo de los jugadores en esas dos canchas. “Es que acá la escuela es muy buena, y él tiene el objetivo de irse a jugar a las universidades de allá, de Estados Unidos”, sintetiza Ezequiel Fagotti ante la pregunta de qué hace el estadounidense en Argentina.

Bajo un sol muy fuerte, Fagotti practica junto a su compañero Julián Dubourg. El ejercicio consiste en mantener un peloteo cruzado hasta que uno de los dos ataca por la línea paralela y sube a la red. Para ello, se van turnando. Sin cometer errores exagerados, la frustración de Dubourg va en aumento, con gritos e insultos al aire. Un par van dirigidos a la cancha, y con razón: no está en el mejor estado, sobre todo si se considera que son jugadores profesionales y no el socio que pagó para jugar una hora. Aunque también podría estar relacionado con el tiempo que llevan jugando, lo cierto es que en el polvo de ladrillo hay algún pozo y de vez en cuando la pelota pica “rara”. Entre lo que sucede en la cancha de al lado y lo de ahora, Pablo Bianchi se ríe y sentencia: “Este deporte hace mal a la cabeza”.

Llama la atención, durante el ejercicio, la raqueta de Fagotti. Su Yonex Vcore 98 no lleva antivibrador, algo habitual en la gran mayoría de los jugadores, ya sea por comodidad o para prevenir lesiones por la vibración que se transmite al brazo. “Antes lo usaba porque era lo normal, digamos, hasta que una vez me dijeron que probara, que quizás sentía más la raqueta. En ese momento la sentí bien y ya para mí es habitual no usarlo”, explicará después. Más tarde, la guardará en su bolso raquetero Wilson, idéntico al que porta Ratti en el Tiro Federal. Pero las raquetas, más allá del modelo, tienen una diferencia. Fagotti juega con lo que seguramente es común para muchos jugadores en Argentina: una raqueta “de tienda”. Ratti, en cambio, utiliza una “de jugador”, cuyas especificaciones varían en ajustes como el peso, el balance o el largo: “No son lo mismo y no se consiguen acá en Argentina. Las últimas dos veces le compré raquetas a Facundo Díaz Acosta (ex #47 del mundo y campeón del Argentina Open 2024); muchos jugadores hacen cosas así porque es difícil conseguirlas acá”.

Debido al calor agobiante, detienen la práctica durante unos minutos. Fagotti aprovecha para quitarse la banda de la nariz, similar a la de Luis Advíncula, que ya se le estaba saliendo por la transpiración. ¿Sirve para algo? ¿De verdad se respira mejor con eso? “En el video en redes te lo voy a vender como que me cambió la vida, pero qué sé yo…”, confiesa entre risas el tenista, que recibió el producto como canje.

En esa breve pausa, además, profesores y jugadores charlan sobre novedades del deporte que aún no trascendieron. Hablan sobre un tenista que al parecer será suspendido de por vida por estar vinculado a las apuestas. “Y sí, dicen que hasta a la madre vendió… Igual tiene un talento terrible, seguro se va a ir a jugar al pádel”, sentencia uno. Además, los entrenadores les recuerdan a los jugadores que si les llega información sobre esos temas, deben hacer la denuncia sí o sí, ya que de lo contrario también serán sancionados. Dos o tres días más tarde, la noticia de la que hablaban aparecerá en todos los medios: Leonardo Aboián está suspendido provisionalmente, con sospechas de haber cometido una ofensa grave.

En el último tramo del entrenamiento, Dubourg y Fagotti juegan un súper tie-break. Ya con uno a cada lado de la red, debaten y amagan con apostar un sándwich, una ensalada de fruta o alguna otra cosa. No queda claro qué acordaron. Tanto en ese mini partido a 10 puntos como en los ejercicios anteriores, la velocidad de pelota, vista desde afuera, no parece tener mucho que envidiarle, por ejemplo, al partido entre Alex Barrena y Guido Justo (170° y 374° en el ranking ATP) en el Challenger de Buenos Aires hace un par de semanas. Ezequiel Fagotti duda ante esta afirmación, piensa y después responde. “No es tan grande, pero sí, hay una diferencia. No sé si en la velocidad, en realidad. El tema es la calidad de la pelota y el tiempo que sostienen el nivel. Por ejemplo, yo puedo jugar contra Lucio (Ratti) y puedo llegar a igualar su nivel base, quizás hasta mantenerlo un set, pero después me caigo. Ellos pueden mantenerlo por un tiempo más largo. Por lo físico no es, porque es difícil que entrenen mucho más que yo. Creo que ahí la diferencia está en lo mental”, explica el oriundo de Cipolletti, que sueña con conseguir su primer punto ATP.

Llegan las 12 del mediodía y los jugadores, por un rato, abandonan el club. En el trayecto de 2 o 3 cuadras hasta su departamento, Fagotti habla de su reciente crecimiento y viralización en redes sociales, pero aclara: “Si me das a elegir, yo dejo las redes, dejo todo, y sigo siendo jugador. Eso es lo más importante”. Al llegar a su casa, me toca esperarlo sentado en el comedor, como si fuera la sala de espera de un médico, mientras él va a ducharse. En la mesa tiene elementos vinculados a sus actividades, como un cubregrip y un cuaderno con anotaciones sobre lo que debe hacer o publicar en los próximos días, pero también hay un libro: “Nosotros dos en la tormenta”, de Eduardo Sacheri.

Cuando sale, saca de la heladera un bowl de fideos que dejó listo, al que le agrega salsa de tomate y atún. Mientras come, habla del compromiso que debe tener como jugador con la dieta y sus hábitos: “No salgo de fiesta, no como una hamburguesa ni tomo gaseosa nunca. Hace un tiempo que hice el click, antes quizás en una época que estuve de novio comía todos los fines de semana hamburguesas o medialunas, ahora cero”.

El sacrificio que deben hacer los tenistas es muy grande, no solo en lo recién mencionado, sino también en los viajes a los torneos. Marcelo Pagani, hoy entrenador en Doblas Tenis (calle Doblas bajo la autopista 25 de Mayo, en Parque Chacabuco), afirma que en sus inicios como jugador —a fines de la década de 1970— vio venir esto, razón por la cual dejó de jugar antes de ser profesional. No es para todos. Allí en Doblas, antes de dar su novena o décima hora de clase del día, reconoce que idealizaba viajar e ir a los torneos, pero se encontró con algo distinto a lo que imaginaba. “Soy muy cercano a mi familia y empecé a proyectar, a pensar en los viajes a otros países… no quise saber más nada”, señala.

En esa época, en su adolescencia, el sistema de torneos y el acceso al tenis internacional eran diferentes. “El gran objetivo de todos era llegar al Banana Bowl en Brasil y quizás después al Orange Bowl en Miami, pero necesitabas mucha palanca: o tener mucho dinero de respaldo, que mi familia no tenía, o alguna mano desde la AAT”, explica Pagani al costado de una cancha que no tiene nada que envidiarle a las del Centro Naval, más allá de tener como techo a la autopista. ¿Qué son el Banana Bowl y el Orange Bowl? Son dos torneos de juveniles que se disputan una vez al año y, en el circuito ITF de juveniles, son los más importantes después de los cuatro Grand Slams. Sin embargo, hoy no son las únicas plataformas para acceder a los rankings internacionales. En el calendario de 2025, en Argentina hay 11 torneos masculinos y 10 femeninos del circuito ITF, lo que le permite a las bases del tenis local empezar a crecer y sumar puntos sin necesidad de viajar sí o sí al exterior para dar el primer paso.

El día a día del jugador cambia, obviamente, si está disputando un torneo, ya sea en Argentina o en otro país. Además, más allá de lo económico y los puntos, la organización de los torneos también tiene sus diferencias. El Pro Tour, organizado por la AAT para los tenistas profesionales argentinos, “es un poco más a pulmón”, según Ezequiel Fagotti, que llegó a octavos de final en su último torneo, la Copa Pichin Tonella en Cañada de Gómez (Santa Fe). “Todos te dan una mano, todos quieren que te vaya bien”, señala y destaca que allí les dieron un lugar donde dormir y que, con el premio por llegar a octavos de final, pudo recuperar lo gastado en esos tres días de torneo. Sin embargo, aclara que eso es lo que sucede en el interior: “Acá en Buenos Aires no te dan mucha bolilla con el tema de las canchas ni tampoco son buenos los premios”. Por ejemplo, el torneo del Pro Tour que se jugó en septiembre en Lanús recibió más de $6.000.000 en cuotas de inscripción de los jugadores, pero solo repartió un millón en premios. “Ese cálculo lo hacemos en las mesas con los jugadores en los torneos, porque no podemos creer que todo eso que sobra se vaya en canchas, pelotas y árbitros, que en general son de por acá. Podrían darle una mano a los jugadores. Además, después ves fotos de que viajó una delegación enorme a la Copa Davis a Noruega y te da bronca, ¿qué tiene que hacer un administrativo allá?”, se queja otro jugador cuyo nombre no será revelado, ya que los mismos a los que les reclama son a los que quizás algún día necesitará pedirles una mano o una invitación a un torneo.

Siguiendo con el día a día de un torneo, entonces, entre un M15 o un M25 (los del circuito ITF) y un torneo del circuito argentino no es tan grande la diferencia. “Un jugador que gana un Pro Tour en febrero o en septiembre/octubre, que estamos todos en Argentina, seguro que saca al menos un punto ATP”, concluye Fagotti.

Donde sí se empieza a notar más la diferencia es entre los ATP, los Challenger y los ITF. “En un M15 es arreglárselas, jugar con pelotas usadas… a veces tenés que ir al gimnasio y no tenés nada ahí”, reconoce Lucio Ratti. En un Challenger, en cambio, “te dan de todo”, explica el nacido en Lobos: agua, comida y lo que haga falta. El gran cambio también se nota asistiendo como parte del público. En los torneos ITF están las canchas y las tribunas (si no es la cancha central del club, es posible que ni tribunas tenga). En cambio, en el pasado Challenger de Buenos Aires disputado a fines de septiembre, había patio de comidas, stands de marcas y toda una estructura que mostraba el nivel del evento.

Teniendo en cuenta que, al estar un escalón abajo, el nivel de jugadores y de premios será menor, la organización del Challenger de Buenos Aires de este año no tuvo nada que envidiarle al Argentina Open disputado en febrero. La única gran diferencia, y muy notoria, estuvo en el público. El color del Lawn Tennis con las banderas de Brasil alentando a João Fonseca o los argentinos apoyando a Diego Schwartzman no tuvieron nada que ver con lo del Challenger porteño de hace unos días. “¡Vamos! ¡Le metí 500 pesos!”, festejaba un adolescente en la tribuna con su grupo de amigos, cuando Adolfo Vallejo le ganó el primer punto del partido a Genaro Olivieri. Esa fue la tónica de toda la semana, con un buen porcentaje de las tribunas copadas por apostadores, que hasta le faltaban el respeto a los jugadores —algunos fueron expulsados recién en la final—.

Entonces, con el nivel de premios que hay en los torneos más chicos y los costos de los viajes y las competencias, es muy difícil que este deporte sea una fuente de vida. “A mí me ayuda mi familia”, coinciden Ratti y Fagotti. “Solo el top 100 puede vivir bien de esto. El resto, otros 100 más, se pueden mantener mientras están jugando, después ya está”, explica el entrenador Gastón Bianchi, aunque ese es un consenso general entre los tenistas.

Este año, Lucio Ratti jugó en Bosnia, Italia, Marruecos y Chile, además de Argentina. Si bien los viajes fueron financiados por su familia, también aprovechó para jugar interclubes en Italia. “Con eso se hace una diferencia económica, no alcanza demasiado, pero ayuda. Algunos se van dos meses a jugar interclubes y se costean buena parte del año”, cuenta. ¿Cómo son esos viajes? Este año, Ezequiel Fagotti pasó 5 meses en Europa. Francia, Italia, Alemania, Rumania… “En Francia hice base, me quedo en una casa con una familia en París, así que puedo conocer un poco. Lo demás no tanto. Quizás descanso el día que llego, pero después juego y entreno casi todos los días. Siento que sería un desperdicio no conocer los lugares, al Casco Antiguo en Bucarest fui, pero no hay mucho tiempo para esas cosas”. En ese período, jugó dos M15, además de competir en interclubes en los distintos países. “Iba a ir a Serbia también, pero estaba quemadísimo”, confiesa Fagotti. No parece pesarle tanto el desarraigo de su familia al estar en Europa, ya que en Argentina tampoco vive con ellos, que son de Cipolletti.

En estas situaciones en las que todo centavo sirve, cualquier sponsor es bienvenido. “Kirschbaum para cuerda, By Cliza me mandó ropa y una vez por medio de San Lorenzo, cuando jugué interclubes, me consiguieron ropa de Adidas”, dice Ratti, que lleva justamente una remera y zapatillas de la marca de las tres tiras. Fagotti también comparte algunos de esos sponsors, y empieza a tratar de recordarlos cuando le llega un mensaje… Le ofrecen 100 mil pesos por hacer una publicidad en Instagram, se ríe y casi que choca el puño. Una semana ganada.

El latido de Floresta que hizo eco en Sudamérica

Por Tomás Schenkman

La noche ya no cae: se desploma con el peso de la trayectoria reciente y la expectativa inmensa que All Boys, un club históricamente de barrio, carga sobre sus espaldas. No es un día cualquiera en Floresta, ni un entrenamiento más en el Polideportivo Don Fernando Sánchez —ubicado sobre la calle Chivilcoy al 1947 —, que, aunque no es su casa habitual de juego, es el templo donde se forja la disciplina que llevó al equipo de Primera División de futsal femenino a Paraguay para disputar la Copa Libertadores por primera vez en su historia.

El aire está denso, cargado de la humedad en los pulmones y el olor a parqué viejo, pulido por cientos de suelas de goma.

Allí, el roce de los botines rechina sobre el 40×20 con la urgencia de un reloj que descuenta segundos para un debut continental. Es un sonido limpio, casi ceremonial, que se opone al caos de la avenida Álvarez Jonte, donde el ajetreo de los colectivos de la línea 110 y el rumor constante del asfalto marcan el ritmo del barrio.

Afuera, la vida sigue. Adentro, se pone en pausa para tejer una gesta.

El foco está puesto en la Copa, el escenario soñado en la ciudad de Luque, Paraguay. Pero para entender el peso de aquel terreno de juego en el Complejo CONMEBOL SUMA, hay que regresar cinco años a Buenos Aires, al punto más bajo.

En 2020, Bárbara Abot, la entrenadora, llegó a All Boys. No fue un arribo a un equipo consolidado, sino, como ella misma lo describe, “un ejercicio de arqueología deportiva”. El equipo femenino de futsal acababa de descender a la Primera B de AFA.

La estructura era precaria, el ánimo frágil y los recursos mínimos. Abot, una referente con una trayectoria de jugadora que incluyó clubes como Boca Juniors y Sportivo Barracas, y una experiencia clave en el futsal español, se puso al frente de un proyecto que muchos habrían dado por perdido.

Su llegada no fue un golpe de efecto, sino el inicio de una tesis sobre la construcción del juego a largo plazo. Las jugadoras entrenaban en un playón que, por su irregularidad y las inclemencias del tiempo, estaba más cerca de la épica amateur que de un campo de alto rendimiento. Conos prestados, pelotas que a menudo no mantenían un pique uniforme, y un núcleo duro de deportistas que priorizaban el compromiso por encima de la comodidad.

En ese ambiente, la tarea de Abot fue doble: reconstruir la moral y a su vez la metodología. Lo más difícil es “construir un proyecto duradero en el tiempo que tenga bases sólidas desde lo estructural, desde la dinámica de trabajo y desde las jugadoras que permanecen en un plantel”.

Esta frase no es un eslogan, es la carta fundacional de un proceso que hizo hincapié en la identidad del club de barrio: sacrificio, pertenencia y una disciplina que se entiende como una extensión de la vida misma, donde el futsal, al ser amateur, exige a las protagonistas combinar jornadas laborales o estudios universitarios con las demandas de un entrenamiento profesional.

Ella, con su formación como directora técnica en las divisiones juveniles de la Selección Argentina de fútbol de campo en 2018, trajo consigo una visión estratégica y una ética innegociable. Su presencia en la cancha es un estudio de concentración: manos en los bolsillos y la mirada de un cirujano sobre cada movimiento. Sus instrucciones son casi susurros en medio del fragor: “¡Cerrá el espacio!”. “Más rápido el pase”. “¡Dos toques, dos toques!”. Luego, el silencio. Sabe que el mensaje ya está en el cuerpo de las jugadoras, que cada repetición es la memoria muscular de la resurrección del grupo.

La reconstrucción no tardó en dar sus frutos, pero la verdadera consolidación se produjo a partir de 2023. All Boys no sólo regresó a la élite, sino que la conquistó con una voracidad inusual, encadenando un palmarés que lo catapultó a la historia del futsal femenino argentino: supo alzar la Copa Argentina en 2023 y 2024, la Copa de Oro en 2023 y 2025, el campeonato de Primera en 2024  —que les sacó pasaje directo a la Libertadores— y la Supercopa en 2025 tras vencer a Racing por penales.

Este ciclo, con seis títulos en menos de tres años, convirtió al “Albo” en el equipo más exitoso de la Argentina en los últimos tiempos. La gesta cumbre fue la final del Campeonato de Primera División 2024, una serie vibrante contra un gigante del futsal: San Lorenzo. Los hinchas de All Boys, que agotaron localidades en el Polideportivo Roberto Pando para ver la definición, atestiguaron cómo un gol de Yamila Acosta, en un partido de nervios y estrategia, selló la victoria por 1-0, abriendo las puertas de Sudamérica.

Fue un hito histórico: por primera vez, un equipo argentino de futsal femenino, sin ser un gigante deportivo tradicional, iba a competir en el máximo certamen continental. Este logro es la prueba viviente del manifiesto de Abot: “El futsal es de los clubes de barrio”. El triunfo no fue sólo deportivo, fue un acto de dignidad social, llevando el nombre de Floresta y el orgullo de la institución a una escala que jamás habían imaginado.

El entrenamiento matutino, a menos de tres días de viajar, no es un ensayo general, sino una puesta a punto quirúrgica. La cancha se convierte en un tablero de ajedrez donde cada movimiento está guionado. Bárbara y su cuerpo técnico habían profundizado la preparación, sabiendo que el nivel de exigencia en Paraguay iba a ser exponencial.

“No cambió mucho en cómo veníamos trabajando. Quizás sí nos pusimos un poco más detallistas con algunas pelotas paradas tanto en ataque como en defensa, y en lo que refiere al sistema 5 contra 4 y 4 contra 5 —arquera-jugadora, una formación muy utilizada en futsal para tener ventaja numérica—”, explica la entrenadora.

El trabajo de scouting fue fundamental y profesional, un recurso que subraya la seriedad del proyecto amateur. El club analizó a cada rival del Grupo B de la Copa: Talentos (Colombia), Taboão Magnus (Brasil), Tigres Futsal (Venezuela) y Deportivo JAP (Perú).

Los circuitos de pases y los ejercicios de ataque en superioridad numérica se enfocan en desactivar las defensas colombianas o contrarrestar la potencia brasileña. La información fluye de manera sutil. No hay sermones, sólo correcciones basadas en la estrategia del rival.

Pero más allá del mapa táctico, Abot enfatiza sobre cuál es la batalla crucial: “Más que lo físico, es lo mental, la presión de estar entre las convocadas y la necesidad de competir al mismo tiempo en los playoffs locales”. El equipo tuvo que equilibrar la tensión del cierre del Metropolitano con la ansiedad de la Libertadores, una dualidad que mide la madurez de un plantel. Y lo han podido gestionar bien: eliminaron a River en cuartos y jugarán las semifinales en diciembre —con rival a confirmar—, luego del Mundial de selecciones de la disciplina.

Cada ejercicio en las prácticas semanales es una metáfora de lo que enfrentarán en Luque: velocidad para la transición, precisión en el remate y, sobre todo, la inteligencia para gestionar los tiempos bajo presión.

La arquera y capitana, Paula D’Aria, lo sintetiza desde la experiencia de una líder: “Sabemos que va a haber una presión extra. Nadie del equipo, ni siquiera el cuerpo técnico, tuvo la posibilidad de jugar una Copa Libertadores. Es algo nuevo. Pero algo que nos beneficia es que nunca nos planteamos querer ganar, siempre fue tratar de ver cómo resolvemos los desafíos que teníamos enfrente”.

Después de la intensidad, mientras el sudor traza líneas sobre la camiseta blanca y negra, es el momento de las protagonistas. Valentina Naud  —de las más jóvenes con 19 años— termina de elongar contra una de las paredes del Polideportivo: sus movimientos son los de una atleta consciente de cada fibra, pero su rostro refleja la calma de quien ha llegado a donde pertenece.

Naud, que combina sus estudios con la exigencia deportiva, es el emblema de la nueva camada talentosa de All Boys. Su juego es dinámico, su remate es un misil. Es una jugadora que, con una mezcla de serenidad y orgullo, ya tiene un impacto palpable en la historia del club.

“Esto que vivimos es una locura, pero no me sorprende, nos matamos entrenando, siempre el cuerpo técnico está en todos los detalles”, dice con la voz apenas ronca por el esfuerzo. Su ambición es clara: “Mientras mejoremos y disfrutemos, siempre se busca ir por más”. Para ella y para muchas de sus compañeras, el futsal no es sólo un deporte, es el eje que estructura la vida y la recompensa al sacrificio diario de la doble jornada  —estudio/trabajo + entrenamiento—.

Junto a la juventud pujante de Naud y la habilidad de jugadoras como Luciana Natta y Jazmín Della Vedova, piezas claves en el ataque, se sumó la jerarquía necesaria para el escenario continental: Araceli Candela Cejas, de 32 años. Con un recorrido probado en la élite del futsal argentino —Boca Juniors y Sportivo Barracas— y en el fútbol 11 —San Lorenzo y Platense—, llegó al club como refuerzo para la Libertadores 2025, aportando no sólo técnica, sino experiencia y aplomo.

Abot la destaca como un engranaje crucial: “Su rol trasciende lo técnico: es ejemplo y sostén emocional. Su presencia se nota en la lectura de juego, en las ayudas defensivas y en cómo ordena a las más jóvenes”. Cejas no sólo pisa fuerte en el 40×20, su presencia y sensatez actúan como un ancla para el equipo, transmitiendo la estructura y la calma que sólo los partidos de alta magnitud enseñan.

Sin embargo, la historia no se escribe sólo en los entrenamientos, se moldea con la adrenalina de los grandes debuts. El primer partido en la Copa Libertadores, el domingo 2 de noviembre de 2025, fue un vendaval emocional. All Boys debutó en Luque contra Deportivo Talentos de Colombia.

El conjunto de Floresta demostró su poder de fuego. El marcador se abrió con un gol de Valentina Naud a los 11 minutos del primer tiempo, seguida por Agustina Fabián a los 14’. El “Albo” se fue al descanso con una ventaja que reflejaba su superioridad estratégica.

Sin embargo, el segundo tiempo trajo la turbulencia de la competencia continental. Las colombianas, con sendas conversiones de Gineth Jiménez, lograron empatar 2 a 2. La tensión se disparó. All Boys volvió a situarse adelante con una conquista de su mejor exponente y motor de juego: Luciana Natta. El reloj se consumía y la victoria histórica parecía irreversible para el rival.

Pero la Libertadores tiene sus propias reglas de épica y crueldad. Cuando restaban apenas 37 segundos para el final, un remate de Karen Quiñones se coló en la valla defendida por Paula D’Aria, sellando el empate 3 a 3.

A pesar de la igualdad, el partido dejó un sabor a derrota. La frustración de perder la ventaja en el último suspiro, más el tiempo que se detuvo en esa última jugada, se mezclaba con la urgencia de los siguientes compromisos, porque era un torneo relámpago, que finalizaría el sábado 8 de noviembre.

Ese resultado fue la materialización de la frase de Abot: la presión de la mente y la gestión del segundo final. Fue un dolor necesario, un combustible para entender que en este nivel cada segundo de concentración es un tesoro.

El lunes 3 de noviembre se disputó la tercera fecha —la primera fue libre para las de Floresta—. All Boys se midió ante “Tigres” de Venezuela y lo derrotó 2 a 1 con un doblete de Yamila Acosta: el primero fue cuando desenvainó un misil desde su pie diestro, agarrando la pelota con el borde externo y colocándola posteriormente en el ángulo, mientras que el segundo fue gracias a un toque sutil, luego de recibir un córner desde la izquierda para llegar a las cuatro unidades y escalar al tercer puesto de la zona B.

En la víspera del encuentro, en el vestuario mientras se cambiaban, el plantel —incluyendo utileros/as y cuerpo técnico— escribió en el pizarrón con un marcador azul frases motivadoras, enalteciendo el espíritu para estar a tono del partido. “Juntas somos más fuertes” y “con el pecho inflado y el cuchillo entre los dientes”, se sumaron a palabras contundentes como “equipo” y “familia” y forjaron la antesala de la primera victoria en el certamen. Todo se fue construyendo.

Incluso los triunfos posteriores. Al día siguiente, las chicas del “Albo” se enfrentaron a Deportivo JAP de Perú por la cuarta jornada y lo vapulearon 6 a 0, con doblete de Natta y goles de Baez, Della Vedova, Cejas y Fabián. El positivismo sobrevolaba Paraguay, pero llegó la primera caída: 2 a 0 ante Taboão Magnus de Brasil por el último encuentro de la fase de grupos.

De todos modos, el resultado era anecdótico: la clasificación a semifinales estaba consumada. Quedaron escoltas en el grupo B, igualadas en siete puntos con Talentos de Colombia, pero con mejor diferencia de gol. Se venía Peñarol, líder del grupo A.

Luciana Natta abrió el partido con una excelsa definición por encima de la arquera. Luego, Priscila González capturó un rebote y amplió la ventaja tras rematar con el empeine de su pierna diestra. El “Manya” descontó con un penal, pero el equipo de Floresta, por la misma vía, sumó el tercero en su haber en los pies de Natta, quien llegó a su segundo doblete y a los cinco goles en el certamen.

Peñarol volvió a achicar cifras sobre el cierre, pero no alcanzó para cortar la algarabía de All Boys. Directo a la final en su primera participación.

Taboão Magnus, otra vez el rival. Venía de apabullar a Sport Colonial 8 a 1. Pero las chicas del albinegro estaban preparadas.

D’Aria se lució desde el comienzo con una atajada mejor que la otra para cuidar el cero, que se rompería instantes después con un error —de la arquera rival— bien aprovechado por Luciana Natta que marcó el primero y llegó a seis gritos totales para desatar la locura en la tribuna de Luque.

En ese primer tiempo, la frialdad sobraba, el juego fluía y todo parecía encaminarse. Priscila González hiló una excelente pared con Della Vedova para convertir el 2 a 0 con un zurdazo inatajable al primer palo. Nada salía mal.

Pero en la segunda etapa, las brasileñas pusieron arquera-jugadora y lograron igualar el encuentro con inmediatez. Golpe anímico para el albinegro, que ahora debía reinsertarse en el juego.

Poco duró esa ilusión. Una falla en el fondo de All Boys desencadenó en la jugada del 3 a 2 rival, que sentenció el resultado de la final y le concedió el título a la potencia brazuca.

Sin embargo, el papel de las de Floresta no debe pasar desapercibido. Batacazo en su primer torneo internacional. La medalla de plata es consagratoria para un club que fue a Paraguay con el objetivo de competir, pero con los pies sobre la tierra, como había dicho Abot previo al duelo decisivo: “Nunca nos propusimos llegar a una final, pero ellas estaban muy convencidas y fueron demostrando día a día que querían mucho más”.

Para contextualizar este hito, es necesario remitirse a la escena final de la práctica días previos al viaje, que fue un espejo de la filosofía de All Boys. La entrenadora reunió al grupo en círculo. Las luces del Polideportivo Fernando Sánchez perdieron brillo lentamente, y los ruidos del barrio —el portazo de un auto, el ladrido de un perro— volvieron a ser audibles.

Abot esbozó una frase que simboliza el ADN del club, términos que no necesitan gritos: “Este proyecto viene hace más de cuatro años y medio. Todo lo que consiguieron es fruto de mucho trabajo y de confiar en el proceso. Son un ejemplo a seguir para la gente del club y del barrio”.

Las jugadoras aplaudieron y sonrieron, no sólo por el cansancio redimido, sino por la profunda convicción.

Son conscientes de que sus camisetas tienen más peso que el de un simple equipo de futsal. Representan el orgullo de Floresta, la constancia de un barrio que aprendió a soñar en grande y el sacrificio de la jugadora amateur que se enfrenta a estructuras cada vez más profesionalizadas.

Representar al club por primera vez a nivel sudamericano es un logro que dignifica al deporte en el ámbito social y es un paso más para fomentar el respaldo a los clubes de barrio. Y vale el doble tras haberlo hecho así.

Allá en Paraguay, las familias de las jugadoras, e incluso hinchas que siguen con regularidad la disciplina, se hicieron presentes en todos los partidos. Cantando y haciéndose escuchar como bien se caracteriza la hinchada argentina. Sólo se hizo eco de los gritos, los bombos y las trompetas de la “Peste Blanca” —como se la conoce a su hinchada— y eso sirvió para revalidar lo que alcanzó este equipo: ilusionar a todo un barrio, a todo un club y sembrar una semilla en las mentes soñadoras de las niñas que frecuentan las instalaciones de All Boys con la esperanza de repetir o superar la hazaña que se erigió a más de 1300 kilómetros del predio albinegro.

Desde los playones húmedos de hace cinco años hasta el brillo de la Copa Libertadores, el camino del futsal femenino en All Boys es la crónica de un proceso que se construyó desde la base, en silencio, con la única ambición de ser mejor cada día.

Este equipo, con jugadoras que combinan trabajo, estudio y deporte, ha transformado cada entrenamiento, título y partido continental en un capítulo de una historia que trasciende la competencia y que repercute con un mensaje fuerte: la verdadera grandeza se mide en compromiso, esfuerzo y, sobre todo, pertenencia al barrio que las vio nacer y crecer. La leyenda apenas comienza, y el latido de Floresta resuena en toda Sudamérica.

FIUBA Racing: La Fórmula del Ingenio Argentino de la UBA

Por Tobías Fava

Debajo del nivel del suelo de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Buenos Aires, un grupo de estudiantes vestidos con remeras azules con sponsors y un logo, pasa más horas de las que admite su plan de estudios. Es un espacio que, a primera vista, parece un laberinto de cañerías y vigas de hormigón, pero que en realidad funciona como un reloj suizo. En un rincón donde el olor a metal, a aceite de corte y a soldadura recién apagada se mezcla con el murmullo constante de conversaciones técnicas, donde la luz tenue y fría resalta el brillo del acero al cromo, nació hace poco más de dos años el FIUBA Racing Team, el primer equipo de una universidad pública argentina que competirá en la Fórmula SAE International, una de las competencias estudiantiles más prestigiosas y exigentes del mundo automotor.

La historia empezó mucho antes de tener un chasis o siquiera un espacio físico. En octubre de 2022, cuando el proyecto todavía era una idea difusa, un puñado de estudiantes comenzó a investigar con una intensidad casi obsesiva qué era exactamente la Fórmula SAE. Se sumergieron en la lectura de reglamentos técnicos que parecían más bien códigos legales, analizando estructuras de seguridad complejas, desmenuzando normas sobre materiales y comparando meticulosamente lo que hacían los equipos ya consolidados de las universidades de élite de Estados Unidos, Brasil o Alemania. Era apenas una curiosidad compartida: ver si desde Buenos Aires era posible construir un monoplaza con la misma rigurosidad que en los talleres de las grandes ingenierías del mundo.

“Competir con una escudería no es solo armar el auto”, explica Agustín Stroymaher, hoy desde el área de Management. ¿Y qué es el management en un equipo de automovilismo? Así lo resumió Stroymaher: “Una de las cosas que hacemos es el planeamiento estratégico. Básicamente consiste en armar una línea de tiempo la cual dicta qué tarea se debe hacer y en qué momento. Esto se revisa con cada tarea que ya se hizo y con las que se van a hacer”.

En ese momento, hace ya poco más de 3 años, el equipo no tenía nombre, ni taller propio. Pero sí una certeza de piedra los impulsaba: que la universidad pública podía y debía meterse en ese terreno dominado históricamente por instituciones privadas o extranjeras con presupuestos inmensos. La primera validación de que ese sueño era tangible llegó con el peso institucional en diciembre de 2023, cuando presentaron el proyecto formalmente ante las autoridades de la Facultad de Ingeniería. Lo que había sido una inquietud nocturna y apasionada entre amigos, se transformó de pronto en un emprendimiento académico reconocido oficialmente por la propia UBA. El proyecto fue avalado por la Facultad y se convirtió en el segundo grupo institucional en actividad, un reconocimiento que lo colocaba justo detrás del histórico proyecto Astar, el equipo de desarrollo de tecnología satelital, también en FIUBA.

Con el aval llegó también, inevitablemente, la responsabilidad. El equipo necesitaba crecer, sumar miembros y definir prioridades. “Nosotros somos amantes y apasionados por el mundo de los fierros —recuerda Magdalena Cos, la piloto del equipo—, y en 2022 más o menos fue cuando iniciamos unas conversaciones con Guido -Paganini, presidente y uno de los fundadores del equipo- y dijimos: ¿por qué no llevamos algo más práctico a la facultad, algo que nos relacione con lo que nos gusta?”. Así nació formalmente la semilla, la chispa inicial, de lo que hoy es el FIUBA Racing Team.

La pasión se convirtió en una logística compleja y metódica. Para julio de 2024, el proyecto ya había florecido con 47 miembros activos y consiguió un espacio físico preciado: un taller asignado bajo la órbita del Departamento de Mecánica, en la sede histórica de Paseo Colón. En esa pequeña conquista territorial, los estudiantes levantaron su base de operaciones en el subsuelo de FIUBA Paseo Colón. El ambiente que crearon es un microclima de ambición y trabajo duro: las paredes, antes grises y olvidadas, fueron pintadas con esmero en sus colores distintivos, el blanco, celeste y azul. El espacio está lleno de bancos de trabajo, herramientas especializadas, computadoras de diseño asistido (CAD) y simulación (CAE), tubos de metal apilados, y el infaltable mate -ya tibio- rodeado de gente concentrada. El subsuelo dejó de ser un depósito para convertirse en una fábrica de a escala.

La competencia SAE International, organizada por la Society of Automotive Engineers —una entidad con más de 120 años de historia fundada en Estados Unidos por Henry Ford, entre otros—, exige a los equipos un dominio técnico exhaustivo, además de una visión de negocio completa y creíble. El desafío es diseñar, construir y hacer correr un auto tipo monoplaza que sea, en esencia, un prototipo de producción rentable pero hecho 100% por estudiantes. Participan más de 600 universidades de más de 20 países, y cada equipo debe presentar ante un jurado de expertos de la industria no solo el vehículo en sí, sino también un modelo de negocio viable. No basta con que el auto sea rápido y resistente en la pista, hay que convencer a un jurado de ingenieros de status internacional y empresarios automotrices de que el monoplaza podría producirse en serie a un costo competitivo.

“Se evalúan las decisiones que se tomaron con el presupuesto que se tenía —explica Nicolás Podestá, responsable del diseño y construcción de la suspensión y los frenos—. En nuestro caso, el presupuesto ronda los 50.000 dólares. Se habló con distintas empresas y hay al menos tres que comprometieron tanto fondos como herramientas y materiales”.

El FIUBA Racing Team participará en la categoría Combustión, la cual impone sus propios límites en cuanto a cilindrada. Su auto llevará el corazón de un motor de motocicleta de 650 cc. Pero llegar a ese motor y a esos acuerdos de patrocinio no fue sencillo. Antes de tener sponsors o donaciones formales, los integrantes del grupo demostraron su compromiso de una manera muy argentina: organizaron rifas entre amigos, familiares y la comunidad de la facultad para juntar los 2.500 dólares que costaba el motor, la pieza que daría vida mecánica al proyecto. “Las donaciones de grandes empresas tienen sus trámites administrativos, así que para cuestiones del día a día hacemos rifas, vendiendo la idea del auto a pequeña escala”, cuenta Podestá, ilustrando la filosofía del “hacer con lo que se tiene”. Y remata con la visión de futuro: “La idea es poder llegar a la competencia y tener un buen desempeño, para que el equipo de la UBA siga en la Fórmula SAE con nuevas camadas de estudiantes”.

La perseverancia tuvo su primera recompensa palpable. En el subsuelo de la Facultad de Ingeniería de la UBA —ese espacio de paredes pintadas en azul, blanco y celeste, con luces frías industriales que caen desde una doble altura y recortan chispas en el aire— el equipo alcanzó un hito técnico que todavía hoy se recuerda con orgullo: el Chasis Prototipo I. Fue un triunfo de la fabricación sobre el plano, de la voluntad sobre la inexperiencia. “El sector del chasis se encarga del diseño, la simulación y la integración de los elementos del auto, y de la posterior fabricación —cuentan Ana Bales, Juan Pablo Gorza y Victoria Bianchi—. Lo que tenemos acá fue el primer chasis prototipo que fabricamos. Es muy importante para nosotros porque fue una prueba de concepto. Aprendimos a soldar, a cortar, a diseñar uniones entre tubos. La mayoría no sabíamos, así que aprendimos mucho con el chasis”.

Ese primer modelo descansaba sobre una mesa metálica ya gastada por los roces de meses de trabajo. A su alrededor, el sonido de las herramientas, las ventilaciones y las conversaciones cortadas componían un ritmo irregular que acompañó todo el proceso. El Prototipo I funcionó como un laboratorio incruento: ahí quedaron las primeras soldaduras inseguras, los errores de cálculo corregidos sobre planos manchados, las simulaciones rigurosas en FEA (análisis por elementos finitos) que se revisaban mientras una amoladora zumbaba en la otra punta del salón. Esa transición —del plano teórico a la realidad áspera del taller— permitió que en marzo de 2025 el equipo iniciara el desarrollo del Chasis Prototipo II. Ya desde los primeros tubos se notaban las mejoras estructurales radicales, la reducción de peso en zonas no críticas y los rediseños inteligentes pensados para facilitar tanto el montaje inicial como el crucial mantenimiento en la pista de carrera.

“Aparte de unir todos los elementos del auto —completa Bianchi, mientras observa cómo una línea de chispas cae sobre el piso marcado por años de prácticas—, una de las funciones más importantes que tiene el chasis también es la seguridad del piloto. Los elementos principales de seguridad son el aro principal y el aro frontal. Si el auto se da vuelta, la cabeza del piloto tiene que quedar a una distancia segura del suelo. La categoría pide una distancia mínima de 50 milímetros.”

A medida que el proyecto crecía, también lo hacía el movimiento dentro del taller: estudiantes que cruzaban el espacio con la velocidad de quien siente que el tiempo aprieta pero no asfixia, discusiones técnicas en voz baja para no tapar el ruido de una soldadura, hojas impresas pegadas en donde entren que combinaban carteles viejos y planos nuevos. La organización interna se volvió tan crucial como cualquier componente. En el área de Management, el enfoque se profesionalizó con una lógica casi empresarial: líneas de tiempo detalladas, prioridades marcadas en pizarrones y estrategias de compras pensadas a largo plazo. “De esta manera —explica Agustín Stroymaher—, tenemos en papel todos los procesos que se deben llevar a cabo antes del inicio de la competencia. Así podemos determinar las prioridades de cada parte del auto y realizar el calendario de compras”.

Cada sector tiene su propio ritmo. Mientras los de chasis afinaban soldaduras, el grupo de Dinámicas, liderado por Juan Augusto Ehret, trabajaba en un universo más abstracto: los modelos matemáticos que determinarían el comportamiento real del vehículo en la pista. Ehret detalla el proceso con un entusiasmo casi académico: “Estamos en el momento crítico de determinar el coeficiente del amortiguador. Usamos un modelo de cuarto de vehículo: una masa suspendida (chasis, piloto y motor) y una masa no suspendida (la llanta). Con esto obtenemos las frecuencias naturales del sistema y, sobre todo, la constante de amortiguación ideal, el punto justo entre rigidez y tracción. Planteamos las ecuaciones diferenciales y usamos MATLAB —la herramienta estándar de la industria— para obtener los valores exactos y, a partir de ellos, fabricar o comprar el componente necesario”.

Ese trabajo teórico, esencial para que el auto se pegue al asfalto en las curvas y mantenga la estabilidad, se consolidó con éxito en abril de 2025: la Dinámica del Vehículo se finalizó. La geometría de suspensión fue optimizada en simulación, los sistemas de anclaje quedaron definidos y los porta masas entraron inmediatamente en proceso de fabricación. La lista de componentes dinámicos, el corazón del performance en pista, estaba cerrada. Con cada pieza finalizada, el monoplaza de la UBA empezaba a tomar una forma concreta y con potencial de velocidad.

El equipo no sólo diseñó un auto, sino que también encontró una identidad única, nacida de la casualidad y el lugar. En medio del proceso de restauración y limpieza exhaustiva del taller, hallaron un cartel oxidado de la calle Suipacha, con restos de pintura blanca y azul. Era un pedazo de historia urbana. Durante aquel descubrimiento, nadie imaginó que de ese resto surgiría el nombre que llevaría su primer vehículo de carreras.

“Empezamos a limpiar y apareció ese cartel, gastado, con el número 901 apenas visible debajo del óxido”, cuenta Guido Paganini, reviviendo el momento. “Sentimos que ese nombre tenía una conexión especial con la historia del lugar. Buscamos qué significaba la palabra en las lenguas originarias y descubrimos que Suipacha es una conjunción de dos palabras quechuas que significan ‘tierra del diablo’ o ‘tierra roja’ en otras interpretaciones. Nos pareció un gran nombre, con fuerza y arraigo, para un auto que nace desde las entrañas de la universidad pública”. Así nació Suipacha 901, el primer vehículo del FIUBA Racing Team, que competirá en 2026. Este nombre fundacional dará inicio a una secuencia simbólica y técnica: el siguiente auto de la escudería será el Suipacha 902, luego el 903 y así sucesivamente hasta el 1000.

La Fórmula SAE no es solo una prueba de velocidad bruta. Es un examen integral que combina la ingeniería más fina, la gestión empresarial más exigente y la conducción precisa bajo presión. La competencia tiene dos grandes bloques de puntuación: una parte estática (325 puntos), donde los equipos pasan por el calvario de defender cada decisión ante un jurado de élite, y otra parte dinámica (675 puntos), que se desarrolla durante tres extenuantes jornadas en pista.

En la parte estática se evalúan la gestión de costos, la presentación de negocios y la estrategia de marketing. En la parte dinámica, los autos deben superar pruebas rigurosas y cronometradas de aceleración, frenado, consumo de combustible (eficiencia) y, la prueba reina, la resistencia o Endurance, la carrera de 22 km.

La piloto será Magdalena Cos, quien deberá completar un circuito con curvas, aceleraciones y frenadas bruscas, una prueba que pondrá al límite no sólo su destreza, sino la fiabilidad estructural y mecánica del monoplaza. “Consiste en pruebas en la pista, con aceleración de cero a cien y frenado de cien a cero —explica Podestá—. En una pista de Endurance de karting, hay que completar el circuito de 22 kilómetros y también hay otra prueba de skid pad en forma de ocho. La velocidad máxima no se mide, porque la aerodinámica se prepara para otro tipo de rendimiento”.

La meta inmediata del equipo es una carrera contra el reloj: el diseño final debe presentarse a mediados de enero, y los detalles de carrocería y aerodinámica antes de marzo. Pero el desafío real, la visión que trasciende a los fundadores, va mucho más allá de la competencia de Brasil. El objetivo es crear una estructura duradera, un legado académico que trascienda a sus fundadores y permita que nuevas camadas de estudiantes de la UBA sigan desarrollando y construyendo autos de carrera bajo el mismo nombre.

En la Argentina ya hubo antecedentes. En 2017, un equipo del Instituto Tecnológico de Buenos Aires (ITBA) obtuvo el segundo puesto entre más de 50 autos del mundo. Pero esta será la primera vez que una universidad pública participe de la Fórmula SAE.

El FIUBA Racing Team no solo representa un proyecto académico, sino también un símbolo: el de una educación pública que se atreve a competir de igual a igual con instituciones de otros continentes. En los talleres donde antes se dictaban prácticas de laboratorio, hoy se escucha el zumbido de una amoladora, el tecleo de un simulador o el sonido de un arco de soldadura.

“Queremos llegar a la competencia y tener un buen desempeño —dice Podestá—, pero sobre todo que el equipo siga, que esto quede como una tradición dentro de la UBA.”

Y mientras el ruido de las herramientas se mezcla con el murmullo de la ciudad que se apaga, el proyecto avanza. Entre planos, soldaduras y fórmulas, el sueño de ver a Suipacha 901 en la pista de Brasil ya dejó de ser una idea. Ahora tiene forma, nombre, historia y, sobre todo, motor.

Del anonimato al mainstream: Benito SDR, el primer streamer de fútbol de la Argentina

Por Pedro Lujambio y Nicolás Renedo

A las siete de la tarde de un lunes, Benito Este entra a Canal 9, en Palermo, para participar de una nueva emisión de 412, el programa de streaming deportivo del que forma parte desde abril. Llega acompañado por su peluquero, autorizado tras el chequeo en la entrada. Al abrir la puerta en la que se lee “Estudio 5”, se encuentran con los bailarines de María Becerra que ensayaban para su show en River. En pocos minutos, el espacio será de ellos. Este sector se asemeja mucho a un galpón: es un gran espacio de paredes y piso negros, una puerta que conduce a una sala de reuniones, que hoy será usada como peluquería, y una escalera que lleva al pequeño estudio en el que más tarde harán el programa. A los pocos minutos llega uno de los dueños de la Fiesta Bresh —la más popular del momento, a la que concurrieron figuras de la talla de Lionel Messi— para ser atendido por el mismo peluquero del streamer, aprovechando el rato que el barbero está en el canal. Seguramente, cuando por primera vez mostró su cara en un vivo de Instagram desde su casa, Benito no imaginó alcanzar esto.

Cuando comenzó su camino en las redes sociales hace 10 años, Benito manejaba una cuenta de Instagram bajo el nombre “Soy de River”, en la que publicaba opiniones, videos de goles e información del equipo, siempre desde el anonimato. Luego de un par de años consiguiendo seguidores de esta forma y jugando al misterio con su identidad, prometió hacer un “face reveal” si River le ganaba la final de la Copa Libertadores 2018 a Boca, y así fue. “Mostrar la cara me generaba dudas e incertidumbre, pero sabía que era lo que tenía que hacer porque me di cuenta de que la comunicación iba un poco para ese lado, para el de mostrar quién sos. Como yo era inseguro busqué esa excusa de la promesa de River campeón para poder hacerlo”, explica el streamer de 27 años.

Entre 2018 y 2019, Benito continuó en Instagram —cuenta con 285 mil seguidores—, con transmisiones en vivo esporádicas. En diciembre de 2020 creó su canal de Twitch, al que empezó a dedicarle la mayoría de su tiempo, jugándose un pleno. “Tenía que elegir entre seguir en la facultad o dedicarme 100% a esto”, explica el streamer, que había cursado la carrera de Comunicación durante dos años y medio y la carrera de Letras por otro breve período.

Así, BenitoSDR —su nombre de usuario en Twitch y Kick, donde transmite en la actualidad— comenzó a tener sus primeros ingresos en las redes. Si bien ya había hecho alguna pequeña publicidad en Instagram, en la plataforma violeta comenzó a tener un ingreso fijo por mes, pese a que variaba según las donaciones o suscripciones que recibía. Con el apoyo de su familia, decidió inclinarse por este proyecto y tuvo éxito, siendo un pionero en los streams de fútbol en Argentina, aunque no se haga cargo de este mote: “Siempre tuve esa suerte con las redes de ver cuál era ‘la que iba’, pero hubo mucha casualidad, no es que yo fui a Twitch porque vi que no había nadie hablando de fútbol”. El éxito está, literalmente, a la vista. Él pasó de ir ganando esos primeros pesos a estar ahora, en la previa de 412, en una mesa con todo tipo de comida —desde pizza o pollo hasta tiramisú— a la que se le sumarán 4 bolsas gigantes que envió una cadena de hamburguesas a modo de canje. A Benito nunca le faltó nada, pero esta gran cena junto a sus amigos y colegas antes del programa simboliza que realmente “llegó”. Que, con sus más de 80 mil seguidores en ambas plataformas de streaming, de esto puede vivir, y vivir bien.

Mientras tanto, van llegando sus compañeros de aire. A falta de más de una hora para las 22, cuando iniciará el stream, Benito, Teo D’Elia, “Davo Xeneize” (David), “La Cobra” (Lautaro) y “Agusneta” (Agustín) charlan, se ponen al día y también graban videos promocionando los Premios Martín Fierro de Streaming, a los que fue nominado el programa en la terna de “Mejor Programa Deportivo”. Sí, en un lapso de 6 años, Benito Este pasó de subir videos de goles de River a una cuenta de Instagram a ser parte de una de las ceremonias de premios más importantes de Argentina.

“River me salvó la vida”, dijo alguna vez en stream, quizás exagerando un poco (o no). Hoy, en el estudio-galpón de Canal 9 y con su pelo recién cortado, lo reafirma. No sólo por los lugares a los que llegó y por construir una buena parte de su vida con el nombre “Benito Soy de River (SDR)”, sino también por su círculo social. “River fortaleció un montón mi relación con mi familia y con mis amigos del colegio, que no hablábamos de otra cosa que no fuera el club. Y hoy hay muchas personas que se nota que las conocí gracias a las redes y la gente lo ve”, dice haciendo referencia, por ejemplo, a todos los presentes en ese lugar, o a su novia. Pese a que gran parte de sus vínculos tienen su origen en Internet, durante mucho tiempo Benito eligió conservar más la privacidad de su familia y sus amigos anteriores a esta etapa. Joaquín Pessoa, a quien conoció en 2019 a través de Instagram —previo a su “boom” en el stream—, cuenta que “se acercó a él porque tenían el punto de interés en el fútbol” y que hoy ve que “a pesar de su escalada fama, sigue siendo alguien muy bajado a tierra”. Benito, como dice su amigo, afirma que en el último tiempo cambió su postura acerca de qué publicar y qué no. “Aunque hoy se vean más fotos mías con gente del ambiente, ya no me molesta mostrar a mi familia. De hecho, hoy creo que es mejor mostrar que ocultar”, se sincera.

En cuanto a esto último, hace tiempo que Benito dejó de ocultar un problema físico con el que convive desde su nacimiento. Padece una parálisis cerebral, consecuencia de haber nacido de forma prematura, por la que, sin adentrarse mucho en detalles, “arrastra” su pierna derecha al trasladarse. Esto no le impide valerse solo; a veces rechaza ayuda cuando, por ejemplo, quieren alcanzarle una silla en la reunión de preproducción. “Al principio sí me generaba dudas mostrarme y el qué dirán, y también me pasó que para putearme por distintas opiniones se agarraron de eso… pero cuando pasa lo que vos sentís que era lo peor y te das cuenta de que no es tan grave ya está, la vida sigue”, reconoce Benito abriéndose sobre el tema como nunca hizo frente a cámara. En sus inicios como streamer, además, él tenía un ida y vuelta irónico con su chat burlándose de quienes jugaban al fútbol, obviamente como modo de defensa, tratando de escapar de la temática. Pese a no poder jugarlo, él nunca tuvo problemas para opinar del deporte. “En Argentina se habla de todo, no hay que ser músico para opinar de música, o presidente para opinar de política”, sentencia en una entrevista tras tener un debate sobre la actualidad de River y de Marcelo Gallardo.

En el rato previo a conversar un poco más seriamente sobre el programa, sus contenidos o ideas futuras, el grupo se comporta casi de la misma manera que lo hacen al aire. La charla amena pasa por la camiseta que trajo uno, por el partido entre Boca y Estudiantes con su respectivo arbitraje, por otros temas de actualidad del fútbol argentino y por lo que hizo cada uno en su fin de semana: todas las preguntas se las llevan “Davo” y “La Cobra”, que participaron de un stream junto a Messi, De Paul y Luis Suárez. Cuando vuelven a hablar del torneo local, en este caso de River, “La Cobra” da la muestra más clara de que son iguales que frente a cámara: “Este es el peor momento de la historia de River”, sentencia. Hace un silencio, como dejando en claro que dio una frase para un zócalo, y espera una devolución igual de contundente por parte de Benito, pero se va a quedar con las ganas. En los intercambios pre programa, el riverplatense parece sentirse cómodo en un rol secundario y relajado. Es parte de la charla, pero sus intervenciones son escasas, no tiene la necesidad de interrumpir ni de alzar la voz. Casi que administra milimétricamente sus opiniones.

Pasadas las 21, en la misma mesa con abundante comida —que irán ofreciendo a todo el mundo porque saben que sobrará— empieza la reunión de preproducción un poco más seria. No es algo habitual, pero en esta ocasión se hace porque uno de los integrantes del equipo trajo un proyecto de evento para organizar el año que viene en la previa del Mundial. Sin embargo, cuando la idea todavía no fue desarrollada del todo, todo se interrumpe: un gato negro se metió en el galpón. “Hace mucho no se corta el stream”, señalan varios, dando cuenta de lo que inevitablemente sucederá. Después de sacar al intruso, uno de los productores los apura para cortar la charla. Faltan 20 minutos para las diez.

Desde el sector del “galpón” en el que estaban, suben las escaleras e ingresan al pequeño estudio completamente verde para hacer el programa. Un croma que le da su propia identidad al programa, gracias a la creatividad de la producción de generar la vista hacia el panel. Muchos de los usuarios comparan en redes, a modo de chiste, el enterarse que en 412 hay una tela verde con la revelación de quien se encuentra detrás de Papa Noel. Los distintos productores van acomodando todo y aparece un problema de sonido que tarda largos minutos en solucionarse, por lo que el programa empieza pasadas las 21:10. En lo que es la producción, tanto en técnica como en contenido, no puede verse la diferencia entre esto y la TV tradicional. Además, el formato de 5 personas detrás de un escritorio y frente a cámara se asemeja mucho a cualquier noticiero (deportivo o no) que ya exista desde hace años. Sobre esto, Teo D’Elía explica: “Nuestra diferencia con los programas de periodismo deportivo es que somos cinco amigos que venimos a divertirnos y a reírnos. Y acá cualquiera puede opinar lo que quiera sin obedecer a nadie”.

La estructura del programa, de todos modos, debe respetarse. Hay contenidos y un orden que tiene que seguirse, del cual se encargan Teo y un productor. Esto, por supuesto, no es así cuando cada streamer aprieta el botón de “Iniciar transmisión” desde la comodidad de su casa y en su propio canal. Cuando no había otros streamers de fútbol, Benito prendía la cámara y hablaba sobre los partidos de la jornada o alguna noticia reciente. Hoy sigue siendo de la misma manera: la coyuntura marca todo. En un stream “normal”, no hay más producción que esa, que estar actualizado y conocer la agenda del día. Sin embargo, él sí tiene un equipo de trabajo detrás para la difusión de su contenido: “Hoy está Agus que edita y sube a TikTok, yo que subo a YouTube, otros dos chicos que buscan los clips y sé que también está el que edita las miniaturas de YouTube”, explica Ingrid Hordij, la novia del streamer.

La gran producción técnica de 412 no puede evitar lo que era cantado desde la aparición del gato negro: la transmisión se corta al poco tiempo de comenzada. “Se apagó la computadora de la nada”, explica un productor. Después de solucionado esto, la jornada transcurrirá como es habitual, con los debates y análisis sobre los temas que ya se hablaron fuera del aire, con los mismos chistes de siempre porque “ya juegan de memoria”, según dicen ellos mismos. Desde afuera se percibe esa complicidad: alcanzaba un gesto, una exageración o una mirada para entender qué seguía. Si el hilo del programa marcaba que había que burlarse de uno o cargar al hincha del equipo que perdió el fin de semana, bastaba una señal mínima para que todos supieran su parte. Era como si se conocieran de toda la vida.

Con el correr del tiempo, los productores se van relajando y mostrando su cansancio. Se suponía que el final era a la una, pero son más de las dos de la mañana y el stream continúa. En parte, eso también explica la dimensión que alcanzó 412: la estructura que tiene detrás —con producción, marcas y un equipo estable— le da margen para seguir en vivo hasta cumplir con todo el contenido previsto. A eso se suma la lógica del streaming que cada uno trae de su canal personal, esa costumbre de estirar las charlas, de dejar que las ideas fluyan sin mirar el reloj.

Los que están frente a cámara no parecen cansarse. “Hoy ya lo tengo naturalizado, pero al principio me chocaba un poco que yo me levantaba a las seis de la mañana y él se estaba yendo a dormir”, cuenta Ingrid Hordij, quien ya asumió que ese es el ritmo del oficio. Están acostumbrados a esas horas: para ellos, la madrugada es el horario pico. A la una o dos de la mañana, cuando la mayoría apaga la computadora, sus canales suelen alcanzar la mayor cantidad de espectadores. En el chat todavía hay más de cincuenta mil personas activas cuando “Agusneta”, entre risas, se sorprende: “¿Cómo que ya se termina? Yo quería seguir un rato más”. El programa podría continuar indefinidamente, sostenido por esa mezcla de energía, costumbre y público fiel que no se despega de la pantalla.

Cuando todo termina, pasadas las tres menos veinte, el clima cambia. Las luces del estudio —demasiado intensas, casi cegadoras— se apagan, y el cansancio se vuelve visible. El espacio chico y las sillas altas para quienes estaban detrás de cámaras dejan una sensación de agotamiento. Aún así, hay gestos de agradecimiento por haber permanecido hasta el final, a pesar de las incomodidades. Afuera, cada integrante retoma su propio ritmo: SDR comenta que va a dormir, porque al día siguiente tiene otro programa; “Davo”, en cambio, dice que a esa hora prefiere “seguir de largo”: “No me duermo más ahora”. Son las tres de la mañana y, para algunos, la noche recién empieza.

Benito, que hace unos años dudaba en mostrar su cara, hoy vive de hacerlo. Ahora, afuera, el aire húmedo de Palermo anticipa otro día. La plaza que a la tarde estaba llena de chicos, perros y turistas quedó vacía; los bares cerraron, los autos se fueron, y sólo una patrulla policial permanece en la esquina. En los pasillos de El Nueve no hay nadie. Todo está quieto. Baja la escalera con calma. Hace unos minutos discutía de fútbol ante cincuenta mil personas; ahora camina solo, en silencio, hacia la vereda vacía.

Hoy, entre todas sus redes sociales “Beno”, como le dicen sus amigos, reúne más de 800 mil seguidores. Fue el primero en entender que el fútbol también podía vivirse desde una pantalla; el primero en hacerlo propio y el primero en convertirlo en stream. En algún punto, River le salvó la vida. Desde entonces, no volvió a quedarse quieto.