sábado, noviembre 23, 2024

Cuando Maradona jugó al fútbol cinco en San Vicente

Por Nayla Suco

“Una tarde de camino a la cancha de Boca, mi nieto grita: ‘En ese auto va Diego’. Mi yerno Fito pisa el acelerador y logra ponerse a la par en un semáforo de Almirante Brown, la avenida que sale de La Bombonera. Le grité: ‘Diego, en el 91 comí con vos’. Me miró, se golpeó las manos y me dijo: ‘¡Viernes a la noche en San Vicente, viejo!’. Se acordó, aún habiendo pasado 28 años de aquel partido”, rememora el reconocido DT sanvicentino Rubén Arenas.

Eran las seis de la tarde cuando Rubén Barciocco, encargado por aquel entonces del buffet del Depo, barrió la vereda del club como casi todos los días. Sobre el boulevard estacionó un Fiat 1 color bordó que venía a alta velocidad, mucha más de la que ese modelo de auto originalmente gozaba. “¿A qué hora es el partido?”, le preguntó Maradona. Barciocco revoleó la escoba y comenzó a aplaudirlo. 30 segundos después balbuceó: “A las nueve”.

El mejor futbolista del mundo estaba a horas de debutar como jugador de fútbol cinco con el Club Social y Deportivo Parque. También suspendido, lo que explica su presencia en un barrio ubicado en el sur de la provincia de Buenos Aires. La triste noticia la había dado a conocer el Comité de Disciplina de la liga italiana el 6 de abril de 1991, 13 días antes de ese partido con San Vicente. La historia entre el genio de la Argentina y el césped se dejaba de escribir por 15 meses a causa de un doping luego del encuentro entre Napoli-Bari.

Quien pensara que Maradona era capaz de permanecer tanto tiempo lejos de la pelota no estaba dotado de razón. “El lunes era el día en que nosotros practicábamos en Club Parque. Diego, que ya estaba de regreso en la Argentina, se dio una vuelta y nos dijo que quería jugar. Le contestamos que jugábamos el viernes en Sanvi, y él afirmó que el viernes estaría ahí. Nadie le creyó”, relata entre risas Norberto El Chino Batista, integrante del plantel del Club Parque y amigo de Maradona.

¿Cómo era posible que Diego Armando jugara un partido de fútbol cinco? Lo cierto es que su nombre estaba en la lista de buena fe del Club Parque gracias a Sergio el Checho Batista, quien todos los años lo ponía con bajas expectativas de que un día finalmente se diera. Por otro lado, la liga que se llamaba Fútbol de Salón estaba regida en ese momento por la Asociación Metropolitana de Fútbol de Salón y no por la FIFA, que le había prohibido actuar al Diez en toda actividad nacional e internacional que estuviera afiliada a ella, como la AFA.

La esperanza de los sanvicentinos que se estarían enfrentando al Club Parque era mucho más que baja. “Cuando fui a buscar la planilla a la asociación que quedaba en Congreso, uno de los que me atendió me dijo: ‘Estén preparados porque para el partido del viernes está fichado Maradona’. Ni lo imaginamos, de hecho ni abrimos la boca para no generar falsas expectativas en el pueblo”, narra Marcelo Razeto jugador del plantel del Club Deportivo San Vicente.

Aquel pueblo finalmente fue testigo de esas cosas que ocurren una sola vez. Maradona regresó a las 8 de la noche al club. Los dedos de una mano alcanzaron para contar las personas presentes antes de su llegada, pero ni bien puso un pie en la institución, hubo pruebas de velocidad entre los pueblerinos y no quedó lugar para siquiera un suspiro. “Los vidrios del buffet temblaban, la gente estaba prácticamente dentro de la cancha, tuvimos que cerrar las puertas”, cuenta maravillado Arenas.

Diego comenzó el precalentamiento, pelota va, pelota viene. El tipo con las zapatillas Pumas sin atar y la camiseta de la Sampdoria (el rival en el último partido que jugó con el Napoli) era el protagonista de aquella felicidad colectiva. Los fans morían por abrazar y besar a su ídolo, querían comprobar que era real. Pero lo respetaron, nadie se le abalanzó. Quizás ese comportamiento infrecuente hizo que Diego, solito, sin que nadie se lo pidiera, se lanzara a la tribuna para sacarse fotos, ni una ni dos ni tres: cientas.

Los fotógrafos de prensa, en cambio, tenían acalambrado el dedo de tanto apretar el botón de la cámara. Lógico, estaban haciendo su trabajo. Pero a Diego le importó poco y nada. “‘Bueno, basta, se acabó, córtenla o les pego un pelotazo’, gritó Maradona y amagó a darnos un bombazo. Estaba muy malhumorado con la prensa”, recuerda Daniel Caldirola, fotógrafo en aquel entonces del diario La Nación.

El fastidio retornó durante los minutos iniciales del primer tiempo. 2 a 0 iban ganando los locales. “En la gesta del segundo gol la pelota había quedado sobre la línea pero no se había ido y el Deportivo San Vicente finalmente convirtió. Vino Diego con las manos atrás y me dijo: ‘¿No ves, no ves que la pelota se fue afuera?’. Sacadísimo, a los gritos. Y yo le respondí: ‘Cállate la boca o te saco’. Me miró y largó una carcajada terrible”, revive Arenas, quien además de encargarse del buffet fue árbitro asistente de manera imprevista y necesaria en ese contexto de caos.

Maradona le gesticulaba al árbitro con una estudiada teatralidad. Ricky,  como apodó Diego a Arenas porque le veía un parecido a Ricky Maravilla, invalidó la mayoría de sus reclamos. “No sabía las reglas. No sabía que el gol era fuera del área, tampoco que los laterales y córners eran solamente con la mano”, relata Gustavo Cerdán, director técnico de aquel plantel del Club Deportivo y Social Parque.

Le costó diez minutos aclimatarse. El cinco inicial integrado por Landeira, Lara, Batista, Lamas y Maradona se fue al descanso 3 a 2, con dos goles de Diego.

El pívot de San Vicente, Néstor Ponciolo, contó que su padre al final del primer tiempo entró al vestuario y le dijo: “¡Néstor, a Maradona le tenés que marcar la zurda!”. Tan obvia como ridícula e imposible fue su petición que todos se quedaron callados por un instante, y se echaron a reír segundos después.

“Los cuatro goles que nos hizo en el segundo tiempo, de todos los colores y ángulos, no me asombraron, para nada. Lo que sí me llamó la atención fue verlo tan feliz por lo que estaba haciendo, ver tanto disfrute en su cara. Porque uno siempre vio un tipo enojado, rebelde, viste… Esa noche fue uno más de nosotros”, recalca Ponciolo.

El partido terminó 9 a 4 a favor de Parque, que con la victoria se posicionó en la cima del torneo con cuatro puntos. Maradona entró intempestivamente al vestuario de los pibes del Depo y los invitó a sacarse una foto.

“Se puso coqueto para la cena. Su asistente le pasó el desodorante, las cadenitas de oro y la ropa. Tenía un peinado bien italiano, el pelo brilloso, un brillo distinto, que te llamaba la atención”, recuerda Razeto. Se sentó en la parte de adentro de la U que formaron los anfitriones con las mesas. Como en casa, o ni siquiera, Diego sirvió y no dejó que le sirvieran. Ofreció vino de una damajuana a cada uno de los que estaban ahí.

“Qué grandísimo este asado”, le dijo Diego a Rubén Barciocco. Vaya a saber si lo elogió porque de verdad estaba espectacular, o porque hacía ya dos horas que había comido una empanada y tomado un vaso de vino que le regalaron en un bar ubicado en el cruce de la Avenida Juan Domingo Perón y la Ruta 210  de Alejandro Korn, cuando iba de camino al club.

Podría haber sido un soberbio, pero la realidad es que el tipo estuvo de entrecasa. “Mientras comía las costillitas con la mano le dijo a un compañero: ‘Che Zurdo, ponete hielo ahí. Aflojá en la semana, no juegues, descansá”, recuerda Razeto. “Se dirigió a cada uno por su apodo, ¿entendes eso?”. Como si se tratara de los amigos de toda la vida. Eso ya era bastante, o mejor dicho, demasiado. No era normal que la estrella mundial le prestara atención a los sobrenombres de unos pibes que acababa de conocer.

Se hicieron las dos de la mañana y Diego decidió regresar. Con él se llevó una damajuana del vino berreta que esa noche lo conquistó: Viñas riojanas. Hacía 26 días estaba jugando en la liga de Italia, la más importante del mundo en aquel entonces. Podría haber elegido irse de vacaciones con su familia a cualquier lugar del mundo, pero el genio pasó sus horas en San Vicente. El principal animador de la rueda de la fortuna del fútbol esa noche lució como un hombre inocente, despojado de toda fama y fortuna.

Y quizá fue eso, un rato a la sombra de la gloria, un pueblo que lo desarraigó del mundo exitista en que vivía. Esa noche Diego no jugó al fútbol, jugó a la pelota, interrumpió y no escuchó a la tristeza, y fue tanta la alegría que sintió, que sentenció: “No voy a volver a jugar al fútbol profesionalmente, solo al fútbol cinco con ellos, mis amigos”.

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