sábado, noviembre 23, 2024

Diego: el grito de los sin voz

Por Thomas Somoza

Es imposible. No hay manera de que ocurra. Intentar explicar quién era él y cómo fue su vida en algunos párrafos, en crónicas, documentales, canciones o en libros no alcanza. No existe material en el mundo que lo logre. Quizá con todo lo bello que ha proliferado, todo el amor que se ha expresado, toda la alegría que ha dado pueda sumarse e intentar acercarse al objetivo. Pero, aún así, sería insuficiente para contar los pasos, el camino, los recuerdos, las anécdotas, los goles, los caños, las gambetas o las frases de Diego.

Sí, ir por ahí comentando que fue el mejor jugador de todos los tiempos es una simplificación. Porque Diego fue más que eso, y qué difícil serlo. Diego fue la democracia, los pibes que murieron en la guerra, las Malvinas, la guerra que ganó en la cancha, la reivindicación de los nadies, la villa, la felicidad del pueblo, pero no la palabra “pueblo” expresada generalmente para abarcar mucho, sino el pueblo como quien pelea toda su vida, quien sabe que está destinado a laburar y ser explotado para llevar el pan a la mesa, quien tiene mínimos ratos en los que de verdad siente que su vida vale la pena y puede ser gozada. Diego fue y es el goce de la vida, es ese efímero instante en el que todavía puede pensarse que hay esperanza, que los sueños sí se cumplen.

Si yo fuera Maradona, viviría como él, reza una canción. Pero eso también es, aunque él haya hecho creer lo contrario, inalcanzable. Nos recomiendan que no nos incluyamos en los textos que escribimos porque no somos la noticia. Estoy muy de acuerdo. Pero es inevitable sostener que jamás podríamos decirle que NO en la cara al poder. Poseerlo absolutamente todo, ser una figura empardada con la del Papa, Dios o cualquier creencia y tener la coherencia de acordarse de qué lugar se viene. Porque Diego fue también el NO a Havelange en 1990, el “echemos a Bush”, el “ya lo dijo tu padre”, el “no se lo dedico a los que quieren una Argentina de Videla y Galtieri”, el “buchón de la Policía jamás”. Fue las millones de gargantas que exclaman cuando el poder impone silencio. Fue, como dijo Eduardo Galeano, “el único jugador rebelde que se animó a desafiar la estructura burocrática, tecnocrática y empresarial del fútbol”.

Sí, no vivió 60 años, sino 600. Vivió distintas vidas. Fue Diego, fue Maradona. Fue el hombre que estuvo 40 años bajo el ojo de los miserables que intentaron y a veces lograron colocarlo como lo más malo de lo malo. Y sí, tuvo errores, porque Diego fue, otra vez Galeano, el más humano de los Dioses. Fue la Argentina toda. Fue San Martín, Rosas, Perón, Evita, Néstor, Cristina, Fidel, Chávez, Lula, Evo y cualquier personalidad masiva que se pueda imaginar. Fue “El Diego de la gente”. Y nunca traicionó. ¿Se comprende la dimensión de lo gigante de la persona que partió? Por eso: no seríamos capaces de manejar tanto.

Claro que este mensaje no está a su altura. Pero el impulso para poder decir “adiós”, un último adiós, es muy fuerte. Diego fue, es y será el grito de los sin voz.

Gracias, Diego.

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