Por Federico Pineda
Un nene se acerca tímidamente a la cámara del celular. Su madre le pregunta “¿qué te gusta hacer mucho?”. Ante el pánico escénico del punto que ilumina la pantalla, Milo se da la vuelta y no responde. Natalia lo dice por él. Le encanta tocar la batería y su banda de rock favorita es La Sorda Razón, la banda de su padre, Wilfredo. Tres años después de su trasplante, él sabe que su tío ´Lulo´ le trasplantó “un pedacito de hígado para que se sienta mejor”.
El delantero de Central Larroque de Entre Ríos, Alejandro Benítez, fue tío nuevamente el 3 de septiembre de 2016. Ese día, su hermana Natalia daba a luz a su tercer hijo. “Ahí cerramos la fábrica”, aclara ella entre risas. Sin embargo, Milo tuvo que sortear muchos obstáculos para seguir con vida. Desde que nació, le diagnosticaron una atresia biliar en el hígado. Una obstrucción de las arterias que se comunican con el hígado. A los dos meses de vida, se sometió a su primera operación.
“El problema era que no le funcionaba el hígado y, por ende, estaba desnutrido. Tenía niveles muy altos de bilirrubina que provocaba un resecamiento de la piel y un color verdoso”, contó su madre sobre esos primeros meses de vida que transformaron al Hospital Gutiérrez en su segunda casa. Iban y venían a Buenos Aires para extraer sangre y ver su evolución, pero la operación no había servido. Milo necesitaba un trasplante antes de los nueve meses para vivir. “Cuando nos enteramos fue un bajón para nosotros. Se vinieron del Gutierrez, y ahí empezó a empeorar. Tenía el cuerpito cada vez más deteriorado. Se quejaba si le tocaban el hígado”, relata Alejandro con respecto a esos meses “complicados” que debió superar su familia mientras él seguía yendo a cada entrenamiento de su equipo. Inmediatamente, iniciaron los exámenes para saber qué familiar era compatible con el nene que ya figuraba en la lista de espera del Instituto Nacional Central Único Coordinador de Ablación e Implante (INCUCAI).
Wilfredo tenía otro tipo de sangre. Natalia dio compatible, pero había sido operada del corazón a los dos años de edad y era considerada por los médicos una paciente de riesgo. Fanny -hermana melliza de ´Lulo´ – también era compatible, pero había sido madre hace pocos días y los médicos no querían exponerla. Allí, apareció Alejandro.
“Cuando se confirmó la compatibilidad de él, no dudó en ningún momento. Lo decidió y no le importó más nada. Estaba decidido que iba a salvar al sobrino”, cuenta su compañero de equipo, Kevin Olivera. Casi a la par, Camila Olivera, hermana de Kevin y esposa de Alejandro, quedaba embarazada de su primer hijo.
Con el paso de los días, empezó a desarrollar varias entrevistas con los psicólogos y los psiquiatras para comprobar su fortaleza mental dada la situación reciente. “Me advertían que, si mi hijo tenía problemas de nacimiento, no iba a poder donar de vuelta. Me decían ´cuánto vas a cobrar para donarle el hígado. Es tu sobrino, no es tu hijo´. Eran cosas que no tenían nada que ver. Uno lo hacía para salvarle la vida al nene”, comentó el empleado de un frigorífico. Allí trabaja hace 13 años. En una de esas charlas con los profesionales del hospital, se enteró que debía abandonar el fútbol provisoriamente si se sometía al trasplante.
“Cuando decidí hacerlo, no sabía que iba a dejar el fútbol. Y de a poco, uno va cayendo de lo que está por hacer y el riesgo que corre en la operación”, estimó Alejandro. Los médicos necesitaban ver su evolución tras el trasplante. Días antes, le había dicho a su hermana que abandonaría toda su actividad con tal de ser donante. Los estudios no habían arrojado problema alguno. Quedaba despedirse del vestuario por tiempo indeterminado: “Todo Larroque se enteró del problema de Milo y, antes de una práctica, les comenté a los jugadores, al cuerpo técnico y al presidente, y en ningún momento me dijeron nada. Siempre me apoyaron en la decisión que había tomado y el club siempre estuvo a disposición mía”.
“Fue una emoción para todos. Lo felicitamos por el coraje que tenía y por arriesgar su vida para darle vida a su sobrino”, cuenta Maximiliano Checuz, delantero titular de Central Larroque y compañero de ´Lulo´ en esos años. A pesar de que la decisión de ser donante aceleró los trámites, no fue hasta el 6 de julio que se procedió a realizar la intervención en el hospital Austral.
“Cuando inicia la operación ven que mi hígado tiene dos arterias en forma de ´y´, cosa que nunca habían visto en el Austral. Para ellos, fue un descubrimiento. Tuvieron que sacarle el hígado a Milo e injertaron el mío con dos arterias. Sacaron una arteria del nene y otra de un donante cadavérico. Estuvieron trabajando mucho tiempo fuera del hígado”, declaró ´Lulo´ sobre el procedimiento que debieron utilizar. Se llegó a evaluar la suspensión de la cirugía, pero dado el buen estado del hígado que se iba a trasplantar optaron por seguir. Esto alargó, mucho más, la estadía en el quirófano. De unas pocas horas a siete para él y doce para Milo.
“Se vive con incertidumbre, con miedo. Justo mi hermana estaba embarazada y pasaba ese momento de nervios con el marido operándose y una panza de siete u ocho meses. Fue algo fuerte que nos tocó pasar, pero por suerte salió todo bien y la pueden contar los dos”, manifestó su cuñado y padrino de su único hijo, Paulinho.
Unos días después llegó el reencuentro: “Estuve unos días en terapia y, en una oportunidad, el médico me preguntó si quería ver a Milo. Al verlo, el dolor pasó a ser secundario. Era otro nene. Había entrado de mala forma al hospital y, al verlo ahí, lleno de vida, fue una emoción enorme. Se diluyó el dolor”.
Desde aquel momento hasta hoy, su sobrino no ha tenido rechazo del trasplante, pero debido a su inmunosupresión -baja de las defensas- es propenso a sufrir enfermedades. Ha sufrido problemas en el intestino, en febrero último sufrió una sepsis generalizada “muy compleja” en palabras de su madre, que trajo al presente esta última internación en el Austral. “Tuve una charla con el jefe de pediatría del Hospital -que ya nos conoce- y le dije que de las siete vidas del gato creo que vamos gastando cuatro. Cada internación que ha tenido ha sido milagroso que salga”, manifestó sobre los diferentes obstáculos que ha tenido Milo para sobrevivir.
Sin embargo, su hermana Camila, quien también se desempeña como psicóloga prefirió la positividad. Nunca pensó en la muerte en todos estos años, sostiene que “los médicos han hecho magia” y no quiere ver a su hijo toda la vida en el hospital: “Cuando pasa lo que le ocurrió en los intestinos, tuve una charla con mi marido y le dije que no podría soportar tener un hijo que no disfrute de la vida. Si tiene que pasar internado, yo no sé hasta dónde podría acompañarlo. Prefiero que viva lo que tenga que vivir disfrutando de la vida”.
Días después de la operación, esta historia salió en los medios y Alejandro Benítez dio notas para diversas radios y canales de televisión. Mientras los teléfonos no paraban de sonar, volvió a Larroque para iniciar el periodo de recuperación postoperatorio. Allí lloró por segunda vez. “Él estaba muy feliz y orgulloso. Lloraba y tampoco entendía la dimensión que podía tener algo así. No podía creer la gente que lo llamaba y lo saludaba”, declaró Marcelo Cafferata, presidente de Central Larroque y ex entrenador de ´Lulo´ en el club. La institución lo homenajeó con un video, una camiseta y una bandera. Mientras que Checuz agregó que había “mucha gente” esperándolo. “Para muchas personas, es un ídolo por lo que hizo”, concluyó el inspector de obras viales de la provincia. Larroque es un municipio del departamento de Gualeguaychú con 6180 habitantes según el último censo de 2010.
Su recuperación iba a oscilar entre los seis y ocho meses para que su hígado se recuperara en un 80 por ciento. Antes que nazca Paulinho, le ofrecieron ir a un programa de Italia para visibilizar la historia. No aceptó. Se quedó para acompañar a su mujer en los últimos meses del embarazo. Ella dio a luz en los últimos días del 2019, y Alejandro ocupó rápidamente el tiempo libre que empezó a tener sin el fútbol. “Esa hora y media que practicaba todos los días empecé a dedicársela a él y a mi familia”, comentó Benítez, uno de los más de 700 socios de Central Larroque que, tras la recuperación, empezó a jugar al paddle en el club.
“Desde que pasó eso, ya no le interesa nada porque ya no tenés más nada porqué pelear. Es una satisfacción de por vida para él. El fútbol pasó a un décimo plano”, expresó Cafferata enalteciendo a su ex dirigido y agregó: “Tiene el cielo ganado porque no todos harían lo que hizo él. Como persona de la ciudad, es el mejor acto de la historia de Larroque”. A la par, el cuñado de ´Lulo´, Kevin Olivera, manifestó: “Hay que tener un corazón enorme para hacer algo así”.
Hoy en día, nunca tuvo secuelas de la operación. Se levanta a las 3:30 de la madrugada porque sale a trabajar de 04:30 a 14 horas en el frigorífico. Después de almorzar, se duerme una siesta y suele visitar a toda su familia respetando las medidas de distanciamiento social. Allí se habla a diario de lo que ocurrió.
“Siempre recibo saludos y eso me llena de orgullo. Me cambió la vida ser donante de Milo y todo lo que pasó. Yo hice un gesto que tuve para mi familia y no pensé que iba a tener tanta repercusión. Hoy lo volvería a hacer por mi hijo, no sé si por otra persona. En ese momento, estábamos desesperados viendo al nene cómo estaba y dejé todo”, relata Alejandro. Antes que ocurra lo de Milo, nunca le daban atención a la donación. Hoy, recibe llamados por distintas campañas para donación de órganos y todos los 30 de mayo (día del donante) quieren hacerle notas sobre su historia. Además, en 2019 su suegro necesitaba un trasplante de riñón y, gracias a la Ley Justina -todos somos donantes a menos de haber dicho lo contrario en vida-, rápidamente se halló el órgano y lo trasplantaron.
En contrapartida, Milo debe hacerse chequeos mensuales y consume cuatro medicamentos por día. El inmunosupresor para no sufrir el rechazo del órgano. Consume corticoide, ya que debido al trabajo artesanal que se realizó para tener una arteria más en su hígado ocasionó un achicharramiento de la zona y el órgano no drena de buena forma. El remedio sirve para paliar esa situación. Además, ingiere un protector gástrico y un medicamento para drenar líquidos en la panza. Con respecto al corticoide, Natalia aclara que puede resolverse con una operación, pero no se pone plazos para realizarla y destaca que “todo está controlado”. Por último, cada tres meses deja su trabajo como secretaria de Desarrollo Humano del Municipio de Larroque para viajar a Buenos Aires y que le proporcionen gammaglobulina a su hijo con el objetivo de aumentar las defensas -en Entre Ríos no lo realizan-. Tenían turno para el 17 de julio, pero dada la coyuntura actual, se retrasó para agosto.
En el plano alimentario, también hay restricciones: “Hay alimentos que son contraproducentes a la inmunosupresión como el pomelo por ejemplo. Tampoco puede comer verduras de hojas verdes porque lo inflaman y le producen diarrea. Puede comer frutas y verduras. La mayoría deben estar cocidas. Tampoco puede comer helado”.
Sin mediar imprevistos, la entrevista a ella se ve interrumpida por una persona que pide mayor atención. Es Milo. El mismo día que se cumplen tres años de la operación. “Parece mentira, pero ha pasado bastante tiempo. Verlo a él es muy emocionante”, expresó sobre su hijo menor. Teo es el mayor con nueve años y Luca tiene siete.
“Sin duda que esto te une antes que destruir. Mi hermana y mi cuñado están agradecidos de por vida conmigo. Somos una familia unida y estamos más juntos que nunca con todo esto”, relata Alejandro sobre la relación que mantiene con sus hermanas Fanny -mellizos-, Corina y Natalia.
Su casa está situada a solo dos cuadras del club que lo vio nacer, ese que volvió a ir para no solamente jugar al paddle. Uno de los diez máximos goleadores de la institución volvió a tener “vida normal” y había empezado a hacer la pretemporada en Central hasta que vio la diferencia física con sus compañeros. “Él había arrancado la pretemporada y se dio que cuenta que no estaba para jugar acá”, cuenta su cuñado y compañero del equipo que milita en la Liga A de Gualeguaychú y lo relacionó al trajín de su trabajo que lo obliga a mantenerse parado por 10 horas. Debido a esto, optó por bajar una categoría, ir a la Liga B y jugar en Sportivo Larroque, el otro club de la ciudad. “Ahí empezó a entrenar y ya era parte del equipo titular. Estaba muy contento”, acotó el padrino de Paulinho, pero la pandemia frenó todo.
Como futbolista, se denominó como “un jugador de 20 minutos” y Jorge Riolfo, ex entrenador ya fallecido, llegó a decir que fue el mejor suplente que tuvo en su carrera. “Nosotros sabíamos que entraba Lulo y algo hacía. Tenía una potencia bárbara y era suertudo. Bien de goleador. Tenía una y la mandaba a guardar”, cuenta Kevin. Dentro del vestuario, es alguien divertido. El encargado de los chistes y las jodas. “A medida que van pasando los años, cuesta más alejarse de la cancha que en el momento que lo hice”, revela Alejandro. Cuenta que es muy difícil estar fuera de los vestuarios, a la vez que disfruta permanecer cerca de la cancha viendo a las inferiores o charlando con sus compañeros con el mate bajo el brazo.
Desde la operación a la que se sometió, empezó a valorar otras cosas mucho más importantes que el fútbol: “Ya me sentía desgastado y me molestaban muchas cosas como ir al banco de suplentes, pero ahora me encantaría ir al banco, al vestuario o dar una charla técnica”. Y el nacimiento de su único hijo lo hizo conocer al amor de su vida: “Cuándo lo vi no lo podía creer. Lloraba y no entendía porqué. Día a día, voy a trabajar y vuelvo pensando qué está haciendo. Vivo para él. El amor de un hijo es inigualable”.
Desde que regresó a los entrenamientos, nunca sufrió golpes fuertes en la zona hepática y admite que “cada vez que pasan más los años, me dan más ganas de jugar al fútbol”. Ya con 33 años, siente estar “medio retirado de las canchas”. Nunca vivió de este deporte, pero seguirá vinculado a él si Central Larroque lo llama para ocupar un cargo en el futuro. Mientras tanto, se dedica a cuidar a una familia que lo tiene como ídolo.