Por Federico Pineda
Fue el primer grito sagrado en la historia de los Mundiales, pero ni siquiera los futbolistas tomaron dimensión de su significado. Mucho menos su autor. Abrazos -tan extrañados hoy en día-, apretón de manos y a sacar del medio. A 90 años del primer gol, no hay registros fílmicos y solo se conserva una foto en poder de coleccionistas. Ni siquiera la historia se pone de acuerdo en como fue un gol que arrancó muchos años antes a realizarse.
El presidente de la Federación de Fútbol Asociado (FIFA) Jules Rimet quería hace tiempo hacer una Copa Mundial de Selecciones y la exclusión del deporte en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1932 aceleró todo este proceso para dar nacimiento a la Copa que se jugó en Uruguay, bicampeón olímpico en París 1924 y Amsterdam 1928. Sus éxitos, su desarrollo futbolístico y el poder económico para respaldar los gastos que implicaba un torneo de esta envergadura lo hizo acreedor de la sede el mismo año que se cumplió el centenario de la jura de su constitución.
Sin clasificación de por medio, muchas selecciones como Austria, Hungría, Italia y España se bajaron del certamen por los altos costos de traslado que implicaba viajar a Sudamérica en barco, en medio de la Gran Depresión que se vivía en esos meses. Solo cuatro equipos europeos viajaron a Uruguay sobre 13 que participaron y, uno de ellos, tuvo como claro impulsor al presidente de la FIFA. Francés de nacimiento, Rimet no podía imaginar un Mundial sin su selección presente y, como en aquel país el fútbol era amateur -en 1932 se declaró la profesionalización-, habló a traves de la asociación con muchos patrones de distintos trabajos para que dejaran ir a sus empleados a la gran cita mundialista sin despedirlos.
“La Asociación Francesa tuvo muchas dificultades para conformar un equipo, porque varios de los jugadores contactados se vieron obligados a renunciar. Sus respectivos jefes no les dejaban marcharse dos meses. En aquella época yo trabajaba en Peugeot, al igual que tres de mis compañeros de equipo: mi hermano Jean, André Maschinot y Étienne Mattler”, contaba Lucien Laurent, el gran protagonista de esta historia hace unas décadas atrás.
Laurent nació el 10 de diciembre de 1907 en Saint-Maur-des-Fossés, al sur de París. De baja estatura (1.67) y contextura delgada, demostró sus cualidades futbolísticas en el Cercle Athlétique París desde 1921 hasta 1930, año en que fue fichado por el Sochaux, equipo que era subsidiado por la fábrica automotriz de Peugeot y que no le pagó un centavo por sus servicios. En esa fábrica hacía las veces de empleado.
A partir de sus buenas actuaciones en su nuevo equipo, empezó a ganar fama en todo el país y se ganó el llamado del técnico Raoul Caudron para disputar la Copa Mundial que se celebraba en Sudamérica. Su jefe fue uno de los tantos que recibió el llamado para que lo dejará jugar en el equipo nacional sin despedirlo. Finalmente, el permiso especial fue concedido, pero no iba a percibir su salario hasta que no regresará a su trabajo. A todo esto, la Federación Francesa de Fútbol solo cubrió los gastos básicos de cada jugador para el torneo.
El 19 de junio, Laurent se subió con sus otros 15 compañeros al barco SS Conte Verde, sin saber que 24 días después pasaría a la historia. Allí, compartieron viaje con los equipos de Bélgica, Rumania y Yugoslavia. “Hicimos un viaje de 15 días en barco. Entrenábamos en la cubierta de abajo. Nada de premios, todos éramos amateur. Era como un campamento de vacaciones” recordaba el delantero sobre ese viaje que duró dos semanas.
El debut de Francia fue el 13 de julio de 1930 frente a México en “el field de los Pocitos” por el primer partido del Grupo A. Ese encuentro debía disputarse en el Centenario de Montevideo, uno de los tres estadios dispuestos para el Mundial, pero no se llegó a tiempo con las obras -se inauguró cinco días después- y la cancha de Peñarol fue su reemplazo en esa ocasión.
Según los registros oficiales de la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA), hubo 4444 personas presentes en ese duelo, pero algunas fuentes de aquella época destacan un número que ronda los 600 presentes al encuentro. La poca gente que había puede explicarse ya que a la misma hora y ciudad se jugaba en el Parque Central el encuentro del Grupo 3 entre Estados Unidos y Bélgica. A ese encuentro había acudido Rimet para inaugurar el torneo.
Un gol, dos versiones
Uno de los testigos privilegiados de ese gol fue Raúl Barbero, joven de 14 años en ese entonces, que reconoció años más tarde no acordarse bien del primer gol de de un encuentro que arrancó luchado desde el principio -como lo cuenta el propio Laurent-, pero Les Bleus tardaron 19 minutos en quebrar la valla de Oscar Bonfiglio, arquero latinoamericano. Allí, la historia cuenta dos goles diferentes. “El partido comenzó normal. Ambos equipos luchaban por el balón. De pronto, Delfour atacó por la derecha y pasó a Liberati, que envió un centro cruzado. Yo corrí por el centro, conecté de volea con el balón y entró por la esquina de la portería. Todos estábamos muy contentos, pero nadie se había dado cuenta de la historia que hacíamos. Un apretón de manos y volvimos al juego” contaba Laurent a The Independent a sus 86 años sobre ese gol que pasó a los libros, los mismos que lo contradijeron pocos días después.
“Langiller, wing izquierdo, se desplazó hacía al medio, haciéndole a Laurent, un pase corto. Esté, utilizando el cuerpo, eludió a Rosas, y ya frente al arquero, shoteo corto y hacía uno de los ángulos penetrando la ball hasta la red”, cuenta el libro que realizó la FIFA sobre ese Mundial en los meses subsiguientes y que la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) tiene su versión digital aquí:
http://biblioteca.afa.org.ar/libros/libro_32/.
“Jamás imaginé la trascendencia del hecho. Recuerdo que cuando llegué a casa, sólo apareció una pequeña mención en alguno de los periódicos”, dice el hombre que pasó a la historia como el primer anotador de un gol en la historia de los Mundiales con una diferencia de cuatro minutos con el anotado en el Parque Central por el delantero de los New York Giants, Bart McGhee, quien convertía el primer gol de la victoria por 3-0 de los Estados Unidos frente al conjunto belga.
En ese tiempo la relevancia en los medios no era como en la actualidad y el diario más importante de Francia en aquella época (L´Auto) no había enviado periodistas a cubrir el evento. En cambio, contrató como informantes a dos miembros del equipo como Augustin Chantrel y Marcel Pinel.
El 4-1 final a favor de los europeos les permitió sumar sus primeros dos puntos en la competencia, pero quedarían afuera en Primera ronda tras caer frente a la Argentina -subcampeón- y Chile. Justamente, ante la albiceleste, Laurent sufrió una patada en su tobillo de Luis Monti que lo condicionó para el resto del encuentro. Permaneció en la cancha solamente porque en ese tiempo no había modificaciones y quedó fuera del último partido ante el conjunto trasandino por esa dolencia. Tiempo más tarde, sufriría una lesión que lo privaría de jugar el Mundial de Italia 1934. Ese gol convertido al equipo mexicano fue el primero con la Selección. El restante lo anotó el 14 de mayo de 1931 en un amistoso frente a Inglaterra en París que fue victoria del local por 5-2.
Tras la eliminación, el jugador del Sochaux volvió a su puesto en la fábrica de Peugeot. Además, jugó en otros clubes como el Mulhouse, el Stade Rennes, el Racing de Estrasburgo y volvió al Cercle Athlétique París. El 19 de mayo de 1935 jugó su décimo y último partido con la camiseta nacional en un triunfo por 2-0 frente a Hungría. Cuatro años después, debió luchar para su país en la Segunda Guerra Mundial tras enlistarse en el ejército francés. Sin embargo, fue tomado como prisionero del régimen nazi y permaneció en un campo de concentración de Sajonia, ciudad de Alemania, por tres años. Con su liberación, volvió a su casa de Estrasburgo, pero al llegar a su hogar se llevó la sorpresa de ver como todos sus recuerdos habían sido robados. Entre esos elementos de valor estaba la camiseta con la que había metido su primer gol en la Selección.
“Felizmente todos mis recuerdos están allí, bien establecidos en un rincón de mi vieja cabeza. Nadie me los puede robar“, declaraba en 1998 sobre el hurto que había sufrido, pero que no lo privó de seguir ligado al mundo del fútbol tras la guerra. A su regreso, Laurent jugó tres temporadas en el Racing Besançon hasta retirarse con 38 años y desarrolló su carrera de entrenador en equipos modestos de Francia. Durante décadas pasó desapercibido en todo el mundo del fútbol bajo un anonimato del que salió durante la organización del Mundial de Italia 1990. Allí lo invitaron a una fiesta donde fue homenajeado como un héroe del deporte y fue aplaudido por figuras del fútbol mundial como Pelé, Franz Beckenbauer, Bobby Charlton y Michel Platini. Desde ese momento, sus vecinos de Besanzón se dieron cuenta quien era Lucien Laurent.
“Yo sabía que él había jugado en el equipo de Francia y que había participado en un Mundial, pero sin más” declaró su hijo Marc tiempo atrás cuando fue consultado por la gesta de su padre en una cancha que fue demolida pocos años después producto del crecimiento exponencial de la ciudad y, más de medio siglo después, un arquitecto decidió recobrar sus más profundos recuerdos para dejar su huella en el homenaje de un estadio con mucha historia en el fútbol mundial.
El lugar exacto
En 2005 el arquitecto uruguayo Héctor Enrique Benech se propuso ubicar el sitio del que tanto le hablaba su padre y quiso encontrar el lugar exacto donde se había anotado ese gol y el círculo central que dio el inicio a la historia grande de los Mundiales para emplazar dos monumentos. Ya con el estadio demolido, los problemas surgieron porque el predio no fue ocupado por una manzana entera, sino que se fue perdiendo por el nuevo trazado de calles de la ciudad con paralelas, perpendiculares, diagonales y curvas. Experto en la materia, reviso y superpuso cada plano y fotografía que había sobre el terreno hasta dar con el cruce de las calles Charrúa con Coronel Alegre como el punto central donde la pelota empezó a rodar.
Benech presentó su trabajo en el Museo del Estadio Centenario y allí surgió la idea de hacer otro concurso -llamado “En busca del arco perdido”– para hacer un monumento en homenaje al gol de Laurent, cuyo ganador fue el escultor argentino Eduardo Di Mauro. Sin embargo, el gran interrogante pasó a ser en cual de los dos arcos se había convertido el tanto y allí apareció la meteorología para dar el paso final.
“Ninguna traza se borra y sentí que Montevideo debía recuperar ese lugar. Busqué fotos aéreas de la ciudad de aquella época y las fui contrastando con las de Google Earth. Consulté con agrimensores e investigué en la Dirección de Meteorología cómo había sido el clima aquel día. Enterarme de que sopló fuerte el viento sur, en un día muy frío, fue otra buena pista. También debía saber para qué arco atacó Francia en el primer tiempo, y en un suplemento de un diario de Durazno (La Aurora) encontramos una foto del gol de Laurent. Quedaban elementos subjetivos, pero el círculo se iba cerrando”, declaró Benech sobre el proceso previo a la construcción del homenaje en lo que había sido la cancha de Peñarol.
Di Mauro con las esculturas “Cero a cero y pelota al medio” y “Donde duermen las arañas” ganó el concurso en 2006 y su inauguración tuvo al embajador francés como principal invitado. Laurent no llegó a ver estas esculturas que se emplazaron a 50 metros de distancia una de otra en donde estaba ubicado el círculo central y el gol objeto de esta crónica.
El jugador falleció el 11 de abril de 2005 en el hospital Jean-Minjoz de Besanzón, la ciudad que lo adoptó futbolisticamente, siendo el único sobreviviente del Mundial de 1930 que logró ver a su país campeón del mundo en el Stade de France en lo que fue la goleada por 3-0 de Francia contra Brasil en 1998. Cruzando el Océano Atlántico, Montevideo recuerda a su héroe con una placa que reza: “1921-1930, Field de Los Pocitos-Peñarol. 13 de julio de 1930. Lucien Laurent, primer gol Mundial FIFA. Francia 4 – México 1”.