Por Matías Cavallero
La pelota, todos los días, nos cuenta historias inimaginables a partir de los actores que le dan movimiento en el campo de juego. Por un tiempito, tendremos que acostumbrarnos a tenerla ahí, guardadita, en el rincón de la pieza en la que, cuando éramos chicos, empezábamos a soñar con una carrera que culminaría con la alegría eterna de hacer aquello que viene por defecto en la idiosincrasia del argentino y del futbolero. El coronavirus no nos dejará ver a los pibes juntarse en la placita para armar un picado u observar atónitos cómo nuestra escuadra favorita convierte un gol que define un ascenso, un campeonato, y que nos funde con el otro en ese abrazo que, hoy, tampoco nos podemos dar. Pero los sueños, sueños son.
Ignacio Giampaoli, de 28 años, también quería jugar a la pelota. Tucumano de nacimiento, mediocampista de alma, arrancó en San Martín una carrera que lo llevaría a lugares recónditos y exóticos del planeta Tierra, a conocer culturas, y a demostrarse a sí mismo que si se quiere, se puede. Atrapado en Finlandia tras la imposición de la cuarentena en medio de las negociaciones por su pase a un equipo de la segunda división del país escandinavo, pasó por casi todos los continentes y hasta ganó un concurso que entre los jurados tenía al periodista Juan Pablo Varsky y a los exjugadores Diego Placente y Víctor Marchesini, para probar suerte en los Estados Unidos. Así lo cuenta un apasionado trotamundos que se animó a recibirse a distancia de ingeniero, mientras desarrollaba su amor por el fútbol.
-¿Cómo fue tu camino para convertirte en futbolista profesional?
-Yo, como cualquier otro chico en Argentina, lo único que tiene para divertirse y para entretenerse es una pelota de fútbol. Siempre quise ser futbolista, siempre quise ser profesional, pero imagínate que si ahora es difícil encontrar el camino para lograrlo, más aún era hace diez o quince años. No existía nada de lo que existe hoy, como internet, como los medios de comunicación, los videos, que filman todos los partidos. Prácticamente no tenía idea, por eso es que mi carrera empieza un poco tarde. Si bien yo hice inferiores en San Martín de Tucumán, iba y dejaba de jugar, más que nada por el colegio, yo estudiaba a la mañana y algunos días a la tarde; era muy difícil entrenar. La verdad es que no era constante, pero debo haber empezado a los doce años, estuve ahí y también en un club muy conocido de allá que se llama CEF 18, que es un centro de alto rendimiento, pero está inscrito en la liga de fútbol tucumana.
De muy chico tuve una experiencia de fútbol en Inglaterra, me llevaron del Bournemouth por unos meses a entrenar, aunque no llegué a jugar. Los jugadores eran de un nivel increíble, la verdad, fue muy bueno pero muy corto. A los 18 años vi que no se me daba, no pasaba nada, y cuando terminé el colegio tenía que decidir si estudiar o jugar al fútbol. Es una edad en la que uno está pensando en otra cosa, más que en sacrificarse, uno nunca quiere dejar todo lo que es la adolescencia de lado para jugar cuando no hay ninguna garantía. Yo decidí estudiar, empecé ingeniería en informática, y además prácticamente no entrenaba, estaba en otra, quería salir de fiesta y disfrutar con mis amigos, y esa era mi única mentalidad. Hubo tres años en los que prácticamente no toqué una pelota, y eso que es la edad clave para un futbolista; haber perdido toda esa etapa simplemente por estudiar. Mi familia siempre me ha apoyado con el fútbol, pero querían que estudiara. De todas formas fue una decisión mía.
-¿Y cuándo fue que te picó el bichito del fútbol otra vez?
A los 21 años me vuelve a agarrar la obsesión por jugar, las ganas, el deseo. Siempre había estado trabajando mientras estudiaba, juntaba un poco de plata. Y me dije: me tengo que ir a Buenos Aires, porque acá solo tenés San Martín y Atlético. Las posibilidades estaban agotadas. Al haber más cantidad de clubes, quizás había más chances. Pero lo mismo, hay muchísimos jugadores, yo ni sabía dónde iba a vivir, no sabía a qué club iba a ir. Eso sí, formaba parte de un grupo de jugadores libres que entrenaban ahí, hay un grupo de entrenadores que lo hacen todos los días, como si estuvieses en un club, y hay amistosos los fines de semana. Mientras hacía eso, esperaba alguna prueba. Me mandé y empecé a conseguir, uno llamaba a los clubes, me iba caminando a pedirles que por favor me probaran. Era imposible, no existís.
En Argentina el ambiente es muy difícil, la gente que maneja el fútbol menosprecia a los jugadores, si no debutaste como profesional prácticamente ni te miran. Realmente sentía que no había oportunidades. Fui a Villa Dálmine, a Atlanta, a Liniers, a Muñiz, pero te veían diez minutos y te decían que no. Siempre sentí que me fui de Buenos Aires sin tener la oportunidad de haber tenido una prueba real, donde me evalúen realmente.
-Pronto te llegó la oportunidad de arribar a los Estados Unidos gracias a un concurso. ¿Cómo te enteraste de que se iba a realizar?
-Con el equipo de jugadores libres jugábamos un campeonato y aparece un agente de Gatorade, que hacía un evento (entre los jurados estaban Juan Pablo Varksy, el árbitro Horacio Elizondo y los exfutbolistas Diego Placente y Víctor Marchesini) y donde seleccionaba jugadores de todo Buenos Aires, amateurs y de las ligas menores. Iban a ser los treinta mejores. Te llevaban a Casa Amarilla y en el complejo, de los treinta, se quedaban con tres. Nos iban a mandar a Estados Unidos a entrenar como profesionales en un club. Me fue muy bien, quedé. Ya el nivel era buenísimo, y fuimos allá con todo pago a un club de cuarta división, semiprofesional. El club se llama IMG Academy, pero tiene un predio similar al de Ezeiza, una cosa increíble. Dormís ahí, comés ahí, vivís ahí. Hay dos gimnasios, diez canchas de fútbol. Tiene varios deportes más. Allá se manejan así, todo de primer nivel. El concurso estaba arreglado para un mes, y era fuera de temporada. No sirvió de mucho como para jugar en una competencia, pero sí por la experiencia, porque ya tenía un poco más de carrera y de renombre. No era tan descartable.
Consigo, también, a partir de unas pruebas abiertas en Los Ángeles Galaxy, que me inviten a la pretemporada con el primer equipo de la reserva, que juega en la segunda división. Ahí entrenábamos incluso con el equipo de la MLS; en ese momento estaban Ashley Cole y el mexicano que había jugado en el Barcelona, Jonathan dos Santos. Lamentablemente no había sido suficiente para lo que buscaban ellos y no me ofrecieron contrato para la temporada, tuve que volverme a Argentina.
-¿Cuánto juega la cabeza a la hora de tomar la decisión de continuar intentando?
-Es muy difícil, porque cada oportunidad se iba presentando de una manera distinta y rarísima. Uno, cuando lo está buscando, surge. Cuando uno lo piensa demasiado, no aparecen las chances. Miles me dijeron que no a hacer una prueba. La de Los Angeles la encuentro por Internet; salvando las distancias, para mí era como si viniera Boca, la cantidad de jugadores que había era inmensa. Yo dije: vamos a ver qué pasa. De los 2500 que debe haber habido, quedamos yo y un par más. Nos pasaban a buscar con una Traffic en un hotel pagado por ellos y nos llevaban al complejo.
-¿Cómo viviste la etapa en la cual tuviste que estudiar para la carrera de ingeniería informática y ser jugador al mismo tiempo?
-Uno de los desafíos más grandes de mi carrera como futbolista fue recibirme de ingeniero. Yo no quería, pero por momentos no tenía otra opción. Mi único consuelo de no encontrar club y de volver frustrado era decir: voy a estudiar. Mientras no jugué al fútbol avancé muchísimo, los primeros tres años. Cuando estuve seis meses en Buenos Aires no sabía qué hacer. Volvía a Tucumán, estudiaba lo que restaba del año, aprobaba un par de materias, pero la pasión volvía a tirar. Yo quería jugar. Sentía que estudiar era estar en el lugar incorrecto. Pero si no surgía nada yo lo necesitaba, así como trabajar, si aparecía alguna prueba tener algo de plata para poder moverme. Además de todo eso tuve muchísima ayuda de mis padres, fue muy importante.
Me iba de vuelta, volvía y estudiaba dos o tres meses más. Yo cargaba con eso. Cuando estaba en Australia yo quería quedarme, pero arreglé irme desde agosto hasta diciembre para avanzar la facultad y volver para el comienzo de la temporada en febrero. El tema es que cuando tenía todos los pasajes comprados para retornar a Oceanía, el club me dijo que ya no tenían más lugar para mí por el cupo de extranjeros. Fue una de las experiencias que perdí por avanzar en la carrera.
-El periplo te llevó a Oceanía, ¿costó llegar allá? ¿Cómo es el nivel de la liga de Nueva Zelanda, la última en la que participaste?
-En 2017 juego en Australia, en un club que se llama Weston Workers. En 2018 vuelvo a Estados Unidos, a un club de cuarta división, pero el año pasado es cuando voy de nuevo a Australia y marco realmente la diferencia en segunda división. Ahí sí logro armarme un video, como para poder mandarlo a distintos lugares, y me contestaron un par de Nueva Zelanda. A través mío, sin ningún representante, así es como llegué. Después de uno o dos entrenamientos llego a prueba por dos semanas, pero al segundo día ya me ofrecieron contrato. Estuve en la primera división, que es profesional.
El nivel es muy bueno en cuanto a los extranjeros, más que nada, se puede tener cinco por equipo. El neozelandés en sí, no es tan bueno, le falta mejorar un poco en la toma de decisiones, pero físicamente es potente. Son fuertes, altos, rápidos, pero no tienen la creatividad ni la picardía del sudamericano; son más mecánicos que inteligentes. Contratan mucho de Inglaterra, hay chilenos, cinco argentinos. Los que vienen de afuera son los que hacen la diferencia. Hay dos equipos que son superlativos, que sacan diferencia: Auckland City y Team Wellington. Tienen mayor poder y mejor economía. Es difícil para los clubes menores como el mío –Hamilton Wanderers- llevar futbolistas de jerarquía. Pero se juega de igual a igual. Tenía compañeros que han jugado el Mundial de Clubes, rivales, porque acá clasificás a la Champions de Oceanía y el campeón la juega. Estar rodeado de esas personas te hace ver que sí, que se puede. Si él estuvo, uno también podría tras una larga carrera y un largo recorrido, siempre se tienen las ambiciones de seguir creciendo.
-¿Cómo es el público allá? ¿El fútbol es masivo?
-No hay hinchas, hay simpatizantes, porque los clubes son casi todos de ciudad y de comunidades. Hay familias que apoyan, los hijos juegan, clubes de barrio con estatus de profesionales. Un partido en donde va mucha gente hay 500 personas, en uno normal pueden ir entre 50 y 200. Es muy menor el fútbol, pero el rugby es muchísimo más grande. Hacen mucho deporte, de todas formas. Tampoco los clubes tienen tanta plata y generan tanto. Se conocen todos con todos, termina el partido y nos juntamos con la comunidad para conversar en el club, comiendo.
-¿Cómo los sorprendió el coronavirus? ¿Qué pasó con la liga? En el medio, estabas a punto de firmar contrato con un club finlandés.
-Nosotros estábamos entrenando y quedaban dos fechas para terminar la liga. Lo que quedaba, decidieron suspenderlo apenas se agravó la situación y al equipo que iba puntero se lo declaró campeón. Se paró antes para evitar cualquier tipo de problemas. En el medio yo tenía una oferta para jugar en Finlandia, y viajé. El tema no había explotado tanto y llegué allá sin ningún tipo de problemas hace tres semanas. A los dos días también cancelaron el fútbol y ahora estoy atrapado en Finlandia. La gente allá no sale y hay que hacer cuarentena obligatoria, los súper están complicados porque la gente se amontona en la puerta y compran mucho de higiene personal. No se puede salir. El campeonato que se juega en Nueva Zelanda de abril a septiembre no se iba a jugar.
-¿Qué diferencias y similitudes encontrás con el fútbol argentino en tu estadía en Oceanía?
-La liga neozelandesa está en desarrollo y va a crecer bastante, pero cada equipo trabaja distinto. Nuestro club tenía sub-20 y sub-15, y eso es muy corto. 30 jugadores por categoría. En Argentina tenés muchísimo más, de todas las edades. Allá no hay abundancia. Los clubes son muy trabajadores, el sistema está bien preparado, bien organizado. No son orgullosos los neozelandeses, son humildes. Ves lo que es Argentina, creen todos que son los mejores, la Superliga no va a existir más, los jugadores son cada vez mejores pero el sistema es peor. Ya no sé si es AFA o cómo funciona, pero lo gerencial es un desastre.