viernes, noviembre 22, 2024

El baile de la gambeta

Por Mariano Sánchez

En una villa nació, fue deseo de Dios. 1960, en Villa Fiorito: el fenómeno había llegado a la Tierra para cambiar para siempre la historia del fútbol. A 21 años de su arribo, en una Bombonera en la que no había lugar para nada más que un sueño que daría alegría a propios y extraños. Un pecho, una zurda y una derecha despojarían del alma de todos los bosteros el grito de gol. De la garganta, al cielo dejando la tierra para viajar a la felicidad de la victoria.

Tiempo de un país marcado a fuego por la brutalidad de la dictadura militar, buscaba la felicidad por cualquier lado. El deporte y la música, en muchas ocasiones, brindaba a los argentinos el momento de felicidad. Queen llenaba varios puntos del país con su música y Reutemann conseguía el sub campeonato de Fórmula 1. Por aquella carrera decisiva, el primer clásico de Maradona se jugaba temprano. El Diego convertía su primer gol contra los primos, pero perdería 3 a 2. El Monumental le prohibiría festejar.

La vida es una tómbola. A veces decidida por el azar, otras por un ente que llega entre simples mortales para decidir por ellos. Dos goles separaban a los locales de la visita, así como un partido más, pero cada historia tiene su pizca de inigualable. El mejor de todos, Pelusa –por aquellos tiempos- pondría su estampa distinta y decidiría que aquel Boca 3 River 0 sería recordado para siempre.

En una noche de lluvia en Buenos Aires, se disputaba el segundo Superclásico del año 81. Víctor Hugo relataba para el país una demostración de fútbol. Sin darse cuenta, narraba el deseo de Dios:

“Siempre Córdoba. Se frena. Se demora. Permite que se acomode River. Viene  para Maradona, domina cara a cara. Escapa. Ta, ta, ta, ta ¡Que sea! ¡Que sea! Gol. Gol. Gol. Gol. Gooooooool de Boca. Diego Armando Maradona el mejor jugador de fútbol del mundo”.

Aquella noche, El diez Xeneize dominaba con la zurda un centro elevado. Pie a mano con Ubaldo Filliol, lo desparrama en el área chica con una simple pincelada izquierda, luego, sin presión de definir, amaga para dejar en el verde césped a Alberto Tarantini, dejar la pelota en el fondo de la red y correr hacía el banderín izquierdo y grabar en la memoria del fútbol, una muestra  del gran Diego Armando Maradona.

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