Por Lautaro Torrez
Aún es muy temprano. Tal vez son las seis de la mañana. Hay vías de ferrocarriles pero sin trenes. Un guardabarreras se coloca firme en su garita mirando el horizonte, todavía sin divisar la formación y con el silbato en la mano. Sin embargo, ese sonido agudo que expulsa dicha herramienta de trabajo se escucha en otra parte, a dos cuadras de donde debería percibirse. Es la casa de Heriberto Correa.
El sueño de todo chico que corre detrás de una pelota es poder jugar en el club del que es hincha. Y eso pasaba en la localidad de Longchamps, en el partido de Almirante Brown: los chicos se entrenaban para probarse en clubes como Independiente, Racing, Temperley y Los Andes, por proximidad más que por deseo. Y para ellos, estaba Heriberto Correa, quien los ayudaba en el patio de su casa con conos para mejorar la velocidad y la destreza, con circuitos exigentes para que cada soñador pudiera cumplir su deseo.
Correa, padre de cuatro hijos, era zurdo, no de ideología, porque decía que no se metía en la política. Aunque era de pocas palabras, cada vez que se lo escuchaba se le prestaba atención. Su forma de hablar lo obligaba a uno, sin darse cuenta, a escuchar, porque en cualquier momento llegaba un consejo, un tesoro que quedaría en el cajón de los recuerdos que tiene la memoria en cada uno. Y es que, dentro del fútbol, su fuerte era la docencia. Un don que pocos pueden adjudicarse dentro del deporte.
Incluso presentó un proyecto de fútbol para utilizar un predio que no tenía funcionamiento en el club Defensores de Glew, lugar que supo ver crecer a Lautaro Acosta como jugador. Pero no tuvo el efecto que quiso y lo tuvo que dejar al igual que otro proyecto que tenía en conjunto con el Municipio en el polideportivo de Almirante Brown. Allí mismo, Correa se las ingenió para conseguir cal, arcos, pelotas y una máquina de cortar pasto, debido al abandono de ese sector. “Mi papá se sintió apartado del Municipio porque no lo ayudaban, ni siquiera le pagaban viáticos como para mantener algo de su trabajo que estaba en crecimiento porque iban muchos chicos a entrenarse”, comentó su hijo del mismo nombre que su padre, Heriberto Correa.
Por más que haya nacido en Paraguay, su corazón siempre estuvo con Argentina, decía él. Desde muy chico había emigrado desde su país natal, a los 6 años. Más allá de que se entrenaba, el sueldo no le alcanzaba para vivir, por lo que se las arregló con changas y con trabajos en fábricas.
A pesar de todo, llegó a tener una oportunidad en la Selección Argentina, luego de renunciar a su país de nacimiento, que no lo necesitaba en el equipo, y por cuestiones de la vida enfrentó a Paraguay por las Eliminatorias para Alemania 1974, en la Bombonera. Su familia estaba allí, observando orgullosa como su familiar disputaba un partido internacional. Sin embargo, estaban en la parte de visitantes. Ese partido, el conjunto nacional ganó 3 a 1.
En el fútbol y en otros tantos deportes, cuando se deja de practicar, algunos consiguen trabajo enseguida y otros no. En el mundo de la pelota redonda, suele ser una montaña rusa. Un día estás por entrenar y en plenitud de jugar en un equipo profesional y al otro sos olvidado. Y esto sintió su familia. “Cuando terminó de jugar, se dedicó a la docencia futbolística con los más chicos y a la promoción de los clubes de barrio”, aseguró Heriberto Correa, quien nació en Mónaco cuando su padre jugaba en el club del Principado.
Era hincha de Racing, pero su cariño también estaba en Vélez Sarsfield. Allí pasaron sus mejores años después de haber dejado el fútbol, cuando dirigió a la par de Carlos Bianchi. Uno en la mayor y otro en las inferiores. “Heriberto Correa tuvo un problema de cadera y debía ser operado y junto con el médico Jorge Batista pudimos conseguirle una prótesis para él”, contó Carlos Bianchi, campeón con el club de Liniers de la Intercontinental en 1994 y luego multicampeón con Boca.
“Era alguien que se le notaba que vino a este mundo a enseñar a los más chicos, a que no se pierdan en este camino largo de ser futbolista, era un excelente consejero y amigo de ellos, y por eso le iba bien en Vélez”, agregó Bianchi.
“Hubo un sábado que fui a una charla que dio él en el centro de Adrogué, en las que explicaba sus inquietudes y su necesidad de tener apoyo en las canchas y en las escuelas de fútbol que estaba impulsando en aquel tiempo con el Municipio de Almirante Brown”, reveló Bianchi.
Otro de los amigos que le dejó el fútbol, y que también lo hizo en Vélez, fue José Luis Chilavert, campeón en el equipo de Liniers con Carlos Bianchi e igualmente de nacionalidad paraguaya. “Tengo muy buenos recuerdos de él, cuando finalizaba el entrenamiento hablábamos de nuestro país y en guaraní; nos reíamos mucho”, detalló el exarquero.
Heriberto Correa vivió toda su vida en Longchamps, donde trató de hacer crecer las juveniles de los clubes de barrio. Correa, hincha de Racing pero más del fútbol, falleció a los 67 años luego de haber dirigido tanto en Primera como en el Ascenso. En Vélez, Racing, San Martín de Burzaco. Su vida alternó momentos malos y buenos y sus exjugadores lo recuerdan como alguien hecho para el fútbol. “La vida de mi viejo era el fútbol, siempre lo fue”, finalizó su hijo.