viernes, noviembre 22, 2024

Un par de zapatillas

Por Franco Sommantico

El frío es tan intenso que duele. Con solo caminar unos pasos la cara se pone dura como una piedra, las mejillas se enrojecen y a muchas personas les chorrea agua por la nariz. Hace un par de días murió de frío Sergio Zacariaz, un hombre de cincuenta y dos años en situación de calle, a cinco cuadras de la Plaza de Mayo, en la ciudad que concentra el mayor ingreso en todo el país. Mientras muchos desde el sillón de sus casas se preguntan cómo sucedió una cosa así y hacen catarsis por redes sociales, Juan Carr junto a los voluntarios de la Red Solidaria y la dirigencia de River Plate anunciaban que a la tarde abrirían las puertas del Monumental para que las personas en situación de calle pudieran pasar una de las noches más frías del año debajo de un techo.

Adentro de un portón que da a Figueroa Alcorta, justo al lado del Museo de River, hay  montones de cámaras de televisión, una pegada a la otra, enfocando el sector donde se apilan las bolsas con las donaciones que va trayendo la gente. Una hilera de vallas que se utilizan para los días de partido separan al sector de las bolsas de la zona donde están las cámaras. Las personas en situación de calle que vinieron —debe haber más de treinta— permanecen del lado de las cámaras. Para que la iniciativa no sea un descontrol, los voluntarios de la Red Solidaria la organizaron de la siguiente manera: Dos hombres se quedan en la puerta recibiendo las bolsas que trae la gente; a medida que van llegando se las pasan a sus compañeros para que las ordenen dependiendo si son para hombres o para mujeres. Un par de empleados de seguridad del club vigilan que todo esté en orden. Los periodistas circulan con total libertad. Algunos caminan nerviosos aguardando su turno para salir al aire, otros prefieren esperar sentados. Una señora viene caminando por la vereda con sus dos hijas de la mano, una a cada lado. Las dos nenas tienen un gorro de lana blanco y un pompón rosa que les baila cuando caminan. Apenas pasan por el portón, desvían la mirada hacia adentro y la de la derecha le pregunta a su madre: “¿Mamá, por qué hay tanta gente?” y la madre le responde: “Son personas que no tienen donde dormir, hija”. Y se alejan por la vereda.

***

Apoyado sobre la pared de la entrada, un hombre en situación de calle recibe con calidez a las personas que se van acercando. Tiene puesto una especie de borcegos, un pantalón verde gastado y medio desteñido, un poncho arriba de tres buzos y una boina de lana negra. Así como está, parece un gaucho de Molina Campos. En la calle estaciona un Ford Focus blanco del que baja una mujer joven —tendrá unos treinta y cinco años— con una bolsa de consorcio de la que se asoma la cabeza de un oso de peluche. Se acerca caminando muy elegante hacia el portón, como si estuviera en un shopping con bolsas de Louis Vuitton, y cuando llega a la entrada la detiene el gaucho, que le pide por favor si le regala el oso. La mujer le responde que sí, claro, y se lo da. Los de la Red Solidaria agarran la bolsa y, así como vino, la mujer pega media vuelta y se va.

Clin Clin. En eso pasa un tipo pedaleando una bicicleta Itaú que se molesta porque tiene que esquivar a la mujer. Entro. En el salón, un grupo de cinco o seis personas se cuelga de las vallas y mira con atención las bolsas que los voluntarios van apilando. Cuando ven algo que les interesa, intentan memorizarlo para pedirlo una vez que repartan las cosas. De pronto aparece, del otro lado de las vallas, una mujer con tres tabletas de chocolate Milka —dos de oreo y una de yogurt— en la mano. Los que estaban colgados de la valla se abalanzan sobre el chocolate como si lo que tuviera en la mano fuera una barra de oro. El encargado de seguridad los calma y los voluntarios aprovechan para sacarle los chocolates de la mano “Quédese tranquila, señora, le dicen, nosotros se los vamos a dar”.

Uno de los que acaba de abalanzarse hacia la mujer —más adelante voy a descubrir que se llama Alejandro— se desprende de la valla y se detiene frente a mí. Tiene la piel algo marcada, un piercing en la ceja izquierda, camperon deportivo y jogging Adidas.

-¿Vos estás en situación de calle?

 Le respondo que no, entonces mira hacia el piso.

-¿No me podes dar un par de zapatillas?

***

La gente sigue ingresando de a montones, la gran mayoría con más de una bolsa cada uno. Alejandro los ve pasar mientras charla con el hombre de la boina de lana negra hasta que en un momento dado pierde la atención y lo deja hablando solo. Es que acaba de entrar alguien de unos cuarenta años, pinta de rugbier, con dos bolsas enormes colgando de los hombros y dos pares de zapatillas Lecoq Sportif agarradas con la punta de los dedos. Alejandro se le va encima mucho antes de que el rugbier logre darle las bolsas a los de la Red Solidaria, y le suplica que por favor le de las zapatillas a él. Entre los sin techo parece que es el objeto más preciado, porque ni bien escuchan la palabra zapatillas se acercan unos cuantos más a pedírselas también. Alejandro dice que él se las pidió primero e insiste con que se las den a él. Los de la Red Solidaria, cuando ven el alboroto que se arma, le sacan las zapatillas de la mano al rugbier y se la pasan a los compañeros que están acomodando. Alejandro se fastidia. La periodista de América noticias que en ese momento estaba haciendo el móvil ve lo que acaba de pasar y le explica a los televidentes: “se acaba de generar un cierto revuelo porque los que están en situación de calle se abalanzan contra las vallas por las zapatillas”. De afuera se escucha la voz de uno que, un tanto impaciente, grita “dale viejo entreguen las cosas que me quiero ir a la mierda”.

***

Una señora ingresa con una nueva bolsa. Como los de la Red Solidaria no dan abasto y están dando vueltas por ahí, a la señora no la recibe nadie. Los sin techo que estaban colgados de la valla meten sus manos por entre las barras de hierro e intentan quedarse con la bolsa. La señora, que no sabe muy bien qué hacer con lo que va a donar, cuando siente la fuerza de más de tres manos se desprende de ella. Comienzan a discutir: que la agarré yo primero, que dámela a mí, hasta que una mujer se apodera del todo y la levanta como si fuera un trofeo. Uno de la Red Solidaria que tiene un camperon negro y pantalón rojo de River ve desde lejos lo que acaba de pasar y viene corriendo. Se detiene frente a la mujer que acaba de arrebatar la bolsa y le dice, retándola: “Escuchame una cosa, todos van a recibir algo, ¿si? Nosotros estamos acá para ayudarlos a ustedes, pero necesito que ustedes nos ayuden a nosotros, ¿dale?” La mujer asiente y devuelve la bolsa, algo decepcionada.

***

En el fondo del salón están preparando, en una olla enorme, una sopa de polenta. También hay saquitos de mate Taragui, chocolate, budines y galletitas. Marcelo Llano tiene cuarenta y siete años y juega con un yo-yo blanco que, aunque está algo roto en los bordes, todavía emite un pequeño destello de luz verde cada vez que lo hace girar. Está sentado a una mesa de Coca-Cola, de esas que hay en los paradores de la ruta. Tiene puesta una gorrita que en su momento habrá sido blanca pero que la suciedad tiñó de marrón: la gorrita dice Colonia de verano San Martín. Un periodista que dice trabajar para un medio de Estados Unidos se le acerca y le pregunta si le puede hacer una entrevista. Marcelo se acomoda la gorra y le responde que sí.

—¿Hace cuanto estás en situación de calle? —le pregunta.

—Y en la calle estoy tirando hace un mes mas o menos, antes estaba en un hotel pero me trataron de chorro y me echaron —dice Marcelo.

—¿Cómo te enteraste de esto?

—Estaba haciendo la cola en Retiro y escuché que lo dijeron en la radio. Además después también me comentaron mis compañeros, entonces me tomé el tren y vine para acá.

—¿Te vas a quedar a dormir?

—Si se puede sí, tengo pensado quedarme.

—¿De dónde sacaste el yo-yo?

—A este me lo compré —responde, señalando su juguete —. Porque no es bueno tomar alcohol todo el tiempo ni fumar todo el tiempo.

—¿Vos sos hincha de River?

—Yo soy de Racing pero igual le quiero decir gracias a los de River que abrieron las puertas.

—¿Te puedo sacar una foto?

—Sí, ¿a donde me dijiste que puedo ver esto?  —pregunta mientras se acomoda para que le saquen la foto. El periodista se acuclilla en frente y con la cámara va probando distintos ángulos hasta que encuentra el indicado. Después de que aprieta el botón, Marcelo se le acerca y le pregunta si le puede mostrar la foto. El periodista extiende los brazos y le enseña la pantalla.

—Salí bastante bien, ¿no? El periodista asiente con la cabeza.

—Va a salir en México me dijiste, ¿no? —pregunta Marcelo. El periodista le responde que trabaja para un medio gráfico de Estados Unidos, no de México. Le agradece por haberle dado la entrevista, guarda la cámara y se aleja caminando.

***

Cuando llega Juan Carr las cámaras de televisión se van con él. Entra con la cara roja por el frío, luciendo su típico bigotito color café con leche. El primero que viene a saludarlo es Alejandro. Se acerca despacio, revoleando los brazos, le da un beso en la mejilla y después se va. Juan Carr atiende a los medios —lo entrevistan de América, TV Pública, A23, Telefé y hasta Telenoche—, y Alejandro busca zapatillas.

***

Empiezo a preguntar a los que están tomando sopa cómo fue que se enteraron del evento. Juan Carr sigue dando entrevistas. A Alejandro lo pierdo de vista.

—Me enteré por la radio Rock and pop. Me vine desde Constitución. Está bueno esto, lo único es que no encontré gorros ni bufandas. Le explico que seguramente cuando repartan todo le van a dar, y después le pregunto si se va a quedar a dormir acá.

—Sí, me pienso quedar a dormir acá si se puede, total hasta que vuelvo…

Y otro dice:

—Yo estaba haciendo la cola en Retiro para entrar al refugio y escuché que lo dijeron en la radio. Entonces me tomé el tren y vine para acá.—¿Vos para que medio escribis? —me pregunta. Le respondo que estudio periodismo y me dice, “Ah, lo de Economía?”.

—No, no tiene mucho que ver con la Economía, es algo parecido a lo que está haciendo él —le explico, señalando al notero de la TV Pública que está entrevistando a Juan Carr.

Me mira y me pregunta cuántos años dura la carrera, y si se gana bien. No llego a responderle que una señora de la Red Solidaria se acerca a nosotros.

—¿Te están tratando bien? —le pregunta al hombre con el que estoy hablando —. Cualquier cosa me decis y los boxeo a todos, eh —agrega, guiñándome un ojo. Después se va y llegan las pizzas. Traen cinco cajas que van dejando de a una sobre las mesas de Coca-Cola. Entonces aparece Alejandro. Viene caminando rápido con un pantalón en la mano. Se sienta al lado de un compañero suyo y le muestra lo que acaba de agarrar.

—Mirá —le dice al compañero, desplegando el pantalón en el aire —. Es del Barcelona, original. Se va al baño químico que hay en la entrada y vuelve con el pantalón puesto y una sonrisa enorme dibujada en el rostro. Me queda bien, ¿no?

 

Más notas