Por Fabrizio Ramos
Tumaco es una ciudad ubicada al sur de Colombia, cerca de la frontera con Ecuador y a orillas del Océano Pacífico. Es el municipio del país con mayor índice de criminalidad y más de cien mil jóvenes se rebuscan la vida como pueden. Guido y Olga van der Most ya habían adoptado a una niña colombiana años antes, y en mayo de 1994, le cambiarían el destino a una tumaqueña más. 23 años después, aquella chica fue parte del campeonato europeo que levantó la Selección Naranja y dos años más tarde de ese hecho jugará su primer Mundial. Liza van der Most, de corazón naranja y sangre cafetera.
Es probable que nada de lo que vivió la defensora holandesa hubiese ocurrido creciendo en las escasas condiciones que lidian, de manera diaria, los residentes de Tumaco. Allí mueren más de 300 personas al año por crímenes entre bandas. Chicos y chicas dejan sus estudios antes de los 15 años y, ante la falta de oportunidades laborales, el narcotráfico domina casi toda la ciudad. Según la Armada de la República de Colombia (ARC), más de 200 toneladas de cocaína salen cada año por las costas con destino a Centroamérica o México, convirtiendo a la ciudad en el mayor centro de producción de drogas del país.
Liza van der Most nació el 8 de octubre de 1993 en aquel lugar. Siete meses después pasó a vivir junto con Guido, Olga y su hermana Madou, a 90 kilómetros de Ámsterdam, en Papendrecht, una ciudad holandesa con alrededor de 35 mil habitantes.
Creció, hizo amigas y amigos, y pasó la mayor parte del tiempo jugando a la pelota en la calle. Con menos de 19 años se mudó a Ámsterdam para ser parte del equipo de talentos de la Real Asociación de los Países Bajos (KNVB), luego se convirtió en jugadora de Ajax cuando el club decidió formar el equipo de fútbol femenino en 2012 y llegó a la Selección de Holanda por primera vez. Al mismo tiempo que estudiaba Asistente Social Pedagógica y trabajaba en una empresa de catering. “El fútbol no es seguro para el futuro. Creo que es importante tener una carrera universitaria mientras haces deporte”, remarcó la jugadora holandesa en julio de 2018.
Siempre sintió curiosidad por saber quiénes eran sus padres biológicos y por conocer más sobre su pasado. Todo lo que conocía de Colombia era por libros e internet, hasta que en 2014 viajó por primera vez al país sudamericano junto con su madre, tía y sobrina. Durante dos semanas recorrió gran parte del territorio colombiano y pudo cumplir aquel viaje que venía esperando hace tiempo. Así, de a poco, el círculo de su historia de vida comenzó a cerrarse.
Escuchar preguntas sobre Colombia fue una situación repetida en cada entrevista que dio en sus inicios y nunca ocultó su lugar de nacimiento, aunque tampoco su amor incondicional por Holanda. Tal es así que, ser parte de la Eurocopa conseguida por Las Leonas en condición de local, fue su momento de mayor felicidad, aunque sólo disputó los 90 minutos del tercer partido de la fase de grupos, en la victoria ante Bélgica por 2 a 1.
Para la lateral derecha, volver a representar a la Selección Naranja, en esta oportunidad en el Mundial, es otro de los logros más importantes de su vida. Pero ya no se conforma con jugar sólo un partido. La sangre latinoamericana, la de la entrega, el sacrificio y la lucha constante en cada competencia, juega su papel y le prohíbe conformarse con el hecho de estar y nada más. Al fin y al cabo, su sangre es colombiana, aunque su corazón sea holandés.