Por Fernando Bajo
Es fácil encontrar diferencias entre las ocho canchas que tiene el Club Ferrocarril Mitre de fútbol 5 en el barrio porteño de Colegiales. Solo en una de ellas están jugando al fútbol chicas y chicos. En las otras solo hay hombres.
En Moldes al 900 se erige un galpón de color naranja con las esquinas pintadas de azul. Allí se encuentran el bar y los vestuarios del complejo. En los dos televisores que hay está puesto el canal de deportes TyC Sports, pero no tienen volumen. Una canción de La Renga suena de fondo. A la derecha, cuatro chicos descansan sentados alrededor de una mesa mientras comparten una cerveza. En la barra, un hombre con bigotes está usando su celular y no se percata de lo que pasa a su alrededor.
Un largo pasillo conduce hacía las canchas de fútbol. Solo tres de ellas se encuentran ocupadas, pero una está colmada de protagonistas y, a diferencia de las otras, ésta tiene público.
Desde las 17, veintitres nenes y nenas están entrenando allí. Hace un mes que concurren todos los viernes después del colegio a la escuela de fútbol mixto La Cantera que nació como un proyecto de la agrupación política Juventud Radical de la Comuna 13 de la Ciudad de Buenos Aires. Quienes asisten lo hacen gratuitamente. “La idea era poder realizar algo mixto y cuando surgió lo del fútbol nos pareció genial. Lo importante es que tengan naturalizado la cuestión de jugar chicos y chicas juntos”, cuenta Alejo, uno de los impulsores del proyecto.
Detrás de uno de los arcos, más de diez madres están charlando y compartiendo mates mientras esperan que sus hijos terminen de jugar.
La cancha está dividida en dos. La mitad que da a la calle la ocupan los nenes y las nenas que tienen entre 5 y 7 años con dos profesores, Rodrigo y Diego. Este último es jugador de Real Pilar, equipo que milita en la Primera D del fútbol argentino y que, según Alejo, es quien le aporta profesionalismo a la Escuela. En la otra parte de la cancha, la que detrás tiene a la estación Colegiales del tren Mitre, se halla el grupo 8 a 14 años a cargo del profesor Alan.
Todos realizan la misma actividad. De a dos, un chico y una chica, van haciendo pases desde la mitad de la cancha y cuando llegan al área el de la derecha remata al arco.
Así pasarán buena parte de la tarde.
De repente entra corriendo una chica. Sabe que llega tarde y por eso se apura. Viste un conjunto de River: una remera naranja con el nombre de Armani en la espalda, un pantalón con el escudo y medias negras. Saluda con un beso a Alan y se suma a la fila. “Esta chica, juega mejor que todos”, avisa Alejo.
Ernestina tiene 12 años y una habilidad envidiable. La primera vez que remata al arco es gol. Le pega con sutileza. A diferencia de sus compañeros, busca colocar la pelota contra un palo.
Son las 18 y Rodrigo junto con Diego comienzan a armar los equipos de los más chicos para intentar jugar un partido. Reparten 7 pecheras amarillas y 7 verdes. Los primeros contarán con 4 chicas en el equipo, los otros con 3. “Les tuve que decir que si sacaban el caucho de la cancha iban a perder para que dejen de tirarselo entre ellos”, dice María, también integrante de la Juventud Radical.
El partido casi no se juega. Solo unos pocos corren detras de la pelota, los demás se sientan en las esquinas o van detrás de los profesores. El encuentro termina empatado 0 a 0. “Es el primer partido de tu vida”, le afirma un padre a su hijo. Minutos después Diego explicará que la idea es hacer algo recreativo, ya que son muy chicos para entender el juego.
Los que acaban de jugar están reunidos con sus profesores. El tren pasa por detrás de la cancha y los más pequeños dejan de prestarle atención a todo lo que los rodea. “El tren”, grita uno y todos los demás se paran y saltan mientras observan pasar el ferrocarril. Luego, todos de la mano caminan hacia adentro para recibir una merienda. Las madres abandonan la cancha y van con ellos.
Ahora es el turno de jugar de los más grandes.
El sol se va ocultando y la baja temperatura obliga a los profesores a abrigarse. Son las 18.30 y queda media hora para que disputen el encuentro. Diego es quien arma los equipos. Hay cuatro chicas y elige dos para cada lado. Una vez que comienza el partido la superioridad del equipo verde se refleja en el marcador. Gana 5 a 0 en 15 minutos de juego.
Ernestina es la gran figura del partido. Gambetea a tres rivales por la banda, elude a otro luego de un pie a pie que reluce toda su clase y asiste al 9 del equipo que solo tiene que empujar la pelota a la red. No para de sonreir, cada vez que termina una jugada vuelve a su posición feliz. Sin embargo, gambetear no es lo único que sabe hacer. Cerca del final del encuentro se tira a los pies de un rival que había entrado al área con pelota dominada y recupera el balón.
-¡Eso es! -se entusiasma Diego.
-Es Mascherano -la elogia Alan.
El partido finalizó y los verdes ganaron 5 a 0. El entrenamiento terminará con una tanda de penales.
Ernestina sigue con los ojos en la pelota mientras sus compañeros poco a poco abandonan la cancha y luego de abrigarse emprende el camino a casa junto a su mamá.
Sus compañeros no dudan en elogiarla ante los profesores. “Juega rebien”, dice quien sufrió la fuerza de su pierna y terminó desparramado en el área cuando intentó gambetearla.
Luego de darles la merienda a los más chicos, Alejo retorna a la cancha. “¿Vieron jugar a Ernestina? ¿Qué les pareció?”
No hay dudas, es la mejor jugadora de La Cantera. Todos hablan de ella con admiración.
Allí, en las canchas de fútbol 5 del Club Ferrocarril Mitre, todos los viernes, al menos de 17 a 19, el fútbol masculino y femenino no existe. El fútbol es mixto. Entre los hombres y las mujeres no hay diferencia. Pero sí hay una mujer que hace la diferencia y esa es Ernestina cuando tiene la pelota en sus pies.