sábado, noviembre 23, 2024

El día que Bonavena hizo temblar a Joe Frazier 

Por Emilse Torres

Ringo sube lentamente por los estrechos escalones del club Huracán, con la familiaridad de quien ha recorrido ese trayecto incontables veces. Cada paso resuena en el silencio polvoriento del lugar, y las luces mortecinas apenas iluminan las grietas de las paredes. Se agacha con destreza, casi con elegancia, esquivando los techos bajos con la misma habilidad que tiene para hablar y muy similar a la que despliega sobre el ring. Antes de abrir la puerta, apaga su cigarrillo con un gesto mecánico, y en ese instante comienza a tararear una de las canciones que solía entonar en el Teatro Astral junto a Zulma Faiad.

Aquel club ya estaba marcado desde el 4 de septiembre de 1965, cuando el público sentado en las gradas bramaba el cántico: “Somos del barrio, del barrio de La Quema; somos del barrio de Ringo Bonavena”. Era más que un grito de aliento; era el eco de un orgullo barrial que se elevaba junto con cada golpe lanzado. En el quinto asalto, el inesperado desenlace llegó cuando Gregorio Peralta, campeón argentino de la máxima categoría, cayó sobre la lona del Luna Park. La multitud, conteniendo el aliento por un segundo eterno, estalló en un rugido ensordecedor. Bonavena, con su guante aún suspendido en el aire, se erigía como héroe argentino indiscutido.

Teddy Brenner, promotor del Madison Square Garden, vio el 23 de junio de 1966 al púgil de apellido italiano y estatura mítica enfrentarse al canadiense George Chuvalo, quien por entonces era el número uno en el ranking mundial, y decidió ofrecerle una pelea contra un joven originario de los pantanos de Carolina del Sur. Juan Carlos Tito Lectoure, el tercero de los cinco hijos de Juan Bautista y Celina, promotor de boxeo, conocía bien al púgil y le dijo a Ringo: “Si tenés la suerte de voltearlo a Joe Frazier, definí”. Lectoure era el único que lo había visto caer y levantarse en tres combates durante los Juegos Olímpicos de Tokio 1964, y luego consagrarse con la medalla dorada, a pesar de sufrir una lesión en el pulgar de la mano izquierda. “Es un pegador temible y veloz, con un gran poder de recuperación”, le advirtió a Bonavena, quien, orgulloso, aceptó el combate.

“Llevate un colchón que te voy a dormir”, fue lo primero que le dijo Ringo al ver a Joe Frazier. Siempre tenía una frase lista, afilada, como si las conferencias previas a sus peleas fueran una extensión de los tablones que solía pisar en los teatros, donde su lengua era tan rápida como sus puños. En cada combate, Ringo no solo peleaba en el ring, sino también en el terreno de la labia, usando el humor y la provocación para vender sus peleas. Con Frazier no fue la excepción. Las risas y las bromas eran la forma de quitarle dramatismo a lo que venía: una batalla brutal en la que ningún chiste podía suavizar los golpes. Mientras sus rivales se tomaban todo con la seriedad de la guerra, él lo hacía con la soltura de quien entiende que la vida, al final, es una especie de tragicomedia donde hay que saber cuándo reír y cuándo golpear.

El hambre de gloria los reunía a ambos en ese ring. “Smokin’ Joe” se ganaba la vida como carnicero y, tiempo después, como portero de una iglesia bautista. Por su parte, “Titi” –como lo apodaba su mamá, doña Dominga-, ya con una hija en camino, tuvo que profesionalizarse y viajar a Estados Unidos, donde las oportunidades eran mayores y las bolsas mucho más significativas. Ambos llegaban al cuadrilátero cargando no solo sus guantes, sino las esperanzas de sus familias y el peso de su pasado.

Durante el primer round, Joe se posicionó mejor en el pleito, buscando siempre dominar el centro del ring, pero la astucia del argentino lo llevó a conectar muchas más manos, sorprendiendo al público que enloquecía con cada cross del zurdo. Toda la pelea se desarrolló a corta distancia. Frazier utilizó su clásico estilo de centro bajo: se agachaba, encorvaba su cuerpo y luego salía por arriba, lanzando sus golpes con fuerza, impulsándose desde las piernas y girando con sus caderas para generar mayor potencia. Bonavena no llegó al combate en una condición física ideal y ya arrastraba dos peleas perdidas. 

Durante el segundo round, utilizando la misma técnica, Ringo logró derribar a Frazier en dos ocasiones con su mano menos potente. Sin embargo, Frazier, tal como le había advertido Tito Lectoure a Ringo, se levantó en ambas oportunidades. Aunque Ringo había estado cerca de liquidar la pelea en ese mismo round, no pudo conseguirlo. Una caída más hubiera significado la victoria en la pelea más importante de su vida. A pesar de no haber logrado el nocaut, Ringo se ganó el respeto de todos los que presenciaron aquella noche su entrega y determinación al luchar como nunca antes lo había hecho.

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