Por Mateo Videla
Posillipo es un barrio italiano de Nápoles repleto de calles laberínticas que en sus costas empuja fuera de las tinieblas al Palazzo Donn´Anna, un palacio comenzado por Anna Carafa en 1640. Un lugar incompleto pero que permanece, como narran las leyendas, se mantiene suspendido en la eternidad del recuerdo al igual que los ídolos. A escasas cuadras de ahí vivieron Enrique Omar Sívori y Diego Armando Maradona, los sucesores espirituales de la monarquía italiana. Dentro del antiguo recinto hay un teatro abierto hacia el mar, que funciona como ventana para los artistas, como si fuera un estadio en el que el público puede maravillarse con increíbles lujos, el toque de pelota o ver como un jugador trata con amor a la redonda, como lo hacían el Cabezón o el Pelusa.
La presencia de los astros del fútbol en la residencia se debió a su estadía como miembros del club Napoli. Sívori arribó al equipo en 1965, fue recibido en la estación de tren Mergellina por más de diez mil personas. Su mayor logro fue el subcampeonato de la liga local en 1968, también ganó la extinta Copa de los Alpes ese mismo año ante su ex conjunto, la Juventus de Turín. Sin embargo, apareció en el ocaso de su carrera, mientras su rodilla le pasaba factura, como una ilusión de lo que podría haber sido. Por su parte, el Pibe de Oro desembarcó luego de un tumultuoso paso por el Barcelona, como una figura en ascenso que aspiraba a la consagración absoluta. El estadio de San Paolo funcionó como escenario para su presentación y albergó 80.000 hinchas que lo recibieron de manera enfervorecida. Esa gloria fue concretada con cinco títulos, entre los más importantes se ubican: los dos Scudettos de 1987 y 1990 y la Copa de la UEFA de 1989, este último es el único trofeo internacional de la institución. Pero su presencia no sólo significó una estatuilla más para colocar en la repisa, le dio identidad a todos los napolitanos, marcó a fuego su corazón y los hizo sentir orgullosos de ser del sur.
Ambos fueron atacantes de buen pie, zurdos que la tenían atada. El primero surgió en River, que lo recuerda hasta hoy, dejando su nombre inmortalizado en una de las tribunas, tenía un juego que arrancaba de tres cuartos de cancha en adelante, con una gambeta en zig zag. El otro pasó por el clásico rival, Boca, era más abarcativo y comenzaba a encarar desde más atrás del campo de juego. Aunque parezcan diferentes, que el destino los colocó en polos opuestos, tienen una conexión retratada, como si fuera un legado, un hilo rojo que sobrepasa continentes o colores.
Una tarde triste para la Selección Argentina
La mañana del último día de mayo de 1978 arrancó nublada, con un aire pesado, que se despejó con el paso de las horas, cuando el sol ingresó entre las nubes alrededor de las 9.30. César Luis Menotti, técnico del conjunto nacional, estaba en la quinta de José C.Paz ubicada en Buenos Aires, en un entrenamiento con el seleccionado argentino previo al Mundial. En el transcurso de la jornada, mientras recogía los balones pérdidos en los alrededores junto a su cuerpo técnico, comunicó a su círculo que era el momento de publicar la lista de los 22 futbolistas que vestirían la camiseta albiceleste. El mensaje lo realizó personalmente esa misma tarde. Previo al anuncio, se dio la peculiar visita del general Emilio Massera, dictador que formaba parte del gobierno de facto, quien asistió al complejo para saludar al plantel. Luego de las 16.30, los muchachos fueron notificados: Humberto Bravo, Victor Bottaniz y un joven Maradona quedaron fuera del listado. Las horas pasaron con un velo de tristeza, el chico se encerró en su pieza, acongojado por la noticia. Sollozaba, sin soltar ni una sola lágrima, aguantando la angustia y conteniendo el mar que yacía detrás de sus ojos negros. Este acontecimiento era un preámbulo a lo que ocurrió después en el tercer piso de la editorial Atlántida.
Luego de lo acontecido, la revista El Gráfico organizó una reunión en la que convocó a Sívori y Maradona. “La idea era que un crack consagrado le de consuelo a un pibe sobre el que teníamos la esperanza de que encare un camino similar”, contó Ernesto Cherquis Bialo, periodista deportivo y secretario de redacción en El Gráfico. El encuentro se concretó de forma simple, ya que los deportistas tenían una relación directa con los columnistas, además la revista era percibida como un medio de confiabilidad absoluta. Los protagonistas sabían claramente para qué era la nota y que sus dichos no serían tergiversados. El objetivo de la charla no era criticar a Menotti por su decisión, sino contener: “El Flaco partió de la premisa de que Diego tenía mucho tiempo”, explicó Bialo.
El oriundo de San Nicolás de los Arroyos llegó temprano, un sobretodo de color pardo semisaturado cubría su traje azul de seda italiana, completado con una camisa y una corbata. Diego, con un estilo moderno acorde a la época, vistió una campera de cuero acompañada de unos jeans azules. Sívori, luego de que entró al edificio ubicado en Azopardo 579, pidió un cenicero y un café, por otro lado el pibe solicitó una Coca-Cola. La conversación aconteció sin periodistas de por medio, para darle un grado de intimidad, durante todo el transcurso de la misma se trataron de usted, sin tutearse, con un respeto recíproco. El ex Juventus sabía interiormente que él sin ninguna duda lo hubiera llevado al Mundial, pero no estaba ahí para decir eso, su rol era de protector. Al finalizar el diálogo se les tomó una foto cubiertos por la oscuridad de las calles, caminando cobijados por el frío del otoño, el brazo del experimentado hombre cubría los hombros de Maradona, como símbolo de acompañamiento, pero también de aliento. Posteriormente, se publicó una carta firmada por Enrique Omar Sívori, en la que se retrató todo lo dicho durante la noche, donde se hace hincapié sobre el futuro brillante de la joven promesa. Pero hay una línea que resume en esencia el aire de esa velada: “Vos no precisas ningún consuelo, porque no fracasaste”.
“Sin Sívori no hay Maradona”, dijo Cherquis Bialo, una frase tan real como profunda, que sería el fútbol sin los viejos cracks. El tiempo no perdona, incluso a los ídolos, pero este puede ser vencido cuando las personas son conservadas en el recuerdo. Los dos fueron los máximos exponentes de su época y aunque pasen los años siguen estando vivos entre las calles de Possilipo, en un barrio olvidado por las altas esferas, pero que permanece en alza contra la corriente, al igual que ellos. Sus espíritus vagan libres en un picado, en un potrero o en los barrios, impreso en cada gambeta que arranca desde San Nicolás de los Arroyos, pasa por Villa Fiorito y termina en Nápoles.