Por Matías Chiacchio
Cada mañana de sábado durante unos meses, luego de largas noches de bares y peñas, Fontanarrosa y otros diez galanes, alentados por amigas que hacían de porristas, entraban trotando a la cancha que está al lado del Canal 3 de Rosario, a las afueras de la ciudad. Todos llevaban la remera que los identificaba como equipo, blanca con los trazos del Negroen el pecho: el dibujo de un camello pisando una pelota y el nombre del bar El Cairo.
En un partido, cuenta Ricardo Centurión, Rodolfo Perazzi, ex arquero del equipo, “llegó medio borracho”, “se había acostado a las siete de la mañana”. En la defensa, como siempre, estaban Rogelio Molina, Carlos Galli, Guillermo Jaraj y Ricardo Centurión; en el mediocampo, con garra leprosa, Carlos Martorell con la 10; a sus lados, Fontanarrosa, Manolo, Willy Ryan y Rubén Fernández, que todavía recuerda como lo integraron a La Mesa: “Me invitaron a un partido y entré por el Chelo. La camiseta me llegaba a las rodilla y me costaba correr, pero, cuando faltaban 10 minutos, hice el gol del empate”. Aquel partido finalizó 1 a 1, con una gran actuación del Negro, según recuerdan en la mesa.
“El Negro jugaba bien al fútbol y, a pesar de que estaba rengo, no se perdía ningún partido porque le encantaba. Él se ubicaba de inside derecho”, dice Martorell. Fontanarrosa había tenido una lesión en la rodilla mientras jugaba para el Club Universitario de Rosario, pero no hizo la rehabilitación correspondiente luego de la primera operación. “Esta renguera, con la vida que hacía, le empezó a joder la cadera”, dice Martorell. “Un día no pudo más y debió operarse, pero para ese momento jugaba muy poquito”, agrega.