viernes, diciembre 6, 2024

Ladrillos de magia y de gambeta

Por Santiago Lindoso Cabrera

Se acerca la fecha y solo queda pensar que pasaron cuatro años desde la noticia que oscureció el cielo argentino: la muerte de Diego. Porque Diego Armando Maradona no solo fue el mejor jugador del mundo, sino que lo consideramos parte de nuestra identidad. En cada rincón del país, desde Ushuaia hasta La Quiaca, y aún antes de su partida física, las paredes comenzaron a hablar de un simple mortal que, con solo tocar una pelota, hizo realidad los sueños de muchos.  

Desde Villa Fiorito, su barrio natal, pasando por La Boca, donde sus pasos dejaron huellas imborrables, se alzan murales que representan la esencia del Diego. En Pilar, mi ciudad natal, sus retratos también son gritos silenciosos de la pasión por la camiseta. Acá sus murales no son solo imágenes, sino que mezclan lo cotidiano con su figura mítica y nos devuelven el eco de una vida que marcó generaciones enteras. En nuestros barrios, la gente recuerda el momento de su partida entre lágrimas, como si se tratara de la muerte de un familiar. “No puede ser”, resonó en cada café, en cada murmullo de los bares repletos.

El Diego se descompuso un 25 de noviembre de 2020, cerca del mediodía, en su casa de Tigre. Murió de un paro cardíaco que muchos dicen que se podría haber evitado. Su despedida fue en el salón principal de la Casa Rosada y asistieron más de un millón de personas, el féretro estaba envuelto con nuestra camiseta celeste y blanca. Ese jueves no hubo ni un niño, joven, abuelo, empresario, obrero ni ama de casa que no llorara la partida del Diego. No hubo River ni Boca, sino un llanto compartido. Hoy su cuerpo se encuentra en el cementerio Jardín de Bella Vista en San Miguel y su espíritu en cada camiseta, en cada pibe en cada potrero, en cada pared que lleva su imagen.

Los murales de Diego son faros para la memoria. Al verlos, los niños se detienen, sus ojos brillan. Los mayores, que vibraron con sus goles y sufrieron sus caídas, sonríen con nostalgia, se despiden de una leyenda y, al mismo tiempo, encuentran la fuerza para seguir soñando. “Todos los días paso por acá y me sigue asombrando”, “El Pelusa ya es parte del barrio”, me comentaron dos vecinos de Pilar que pasan a diario por uno de los murales en homenaje al Diego ubicado sobre la calle Uruguay.

En Pilar hay dos murales en homenaje al 10, ambos realizados por el destacado artista local Alejandro Maas. El Gato, como se lo conoce en el ambiente artístico, nació el 2 de febrero de 1961, apenas 4 meses después que el Diego. Trabaja en Cultura de la Municipalidad de Pilar y, desde la muerte del astro, sintió que las calles de esta ciudad tenían que recordarlo.  Maass lleva realizados más de 20 murales en Pilar, en paredones callejeros, con el proyecto Arte Urbano Pilar. 

El primero, Dios recibiendo a Dios, lo hizo en diciembre del 2020, está ubicado en pleno centro de la ciudad en la calle Uruguay y Ruta 8, frente a La Plaza de Los Niños. La pared, en ese entonces, fue cedida por un comerciante vecino. El segundo, Sorteando obstáculos… El gran transgresor, se hizo en julio de 2021, mide 5mt x 2,5 mt y está ubicado en el barrio San Alejo, entre las calles Palacios y Santo Domingo, y la pared fue cedida por el Municipio.


El gran transgresor

Este mural muestra a un Diego “rompiendo” el muro a toda agilidad, persiguiendo una pelota-tango/manzana. Aparece en cuclillas, con la camiseta de la Selección y los emblemáticos botines Puma. Está de espaldas, sobre las nubes, y a poca distancia Jesús le ofrece su trono en el Paraíso. “Quería salir un poco del retrato de la cara del Diego, hacer algo diferente, darle una vuelta de rosca y no tanto retrato. Quería ponerle un poco de poesía”. Además, resaltó la importancia de poder llevar el arte a los barrios más alejados del centro de la ciudad: “San Alejo no es muy céntrico, que se vaya el arte a los barrios”, dijo el artista. El trabajo le llevó 20 días, tuvo un ayudante y recibió donaciones de pintura de pinturerías pilarenses.

 

Dios recibiendo a Dios

En la segunda obra se puede apreciar cómo llega Maradona al cielo y es recibido por Dios, quien le cede su trono en el paraíso. “Está como invitándolo a pasar, a sentarse”, señaló Maass. Demostrando una suerte de conexión divina con el más humano de los dioses.

 A su vez contó que, cuando está pintando en la calle, la gente que no tiene ni idea de arte pasa de laburar y dice “alto dibujo”, “qué grande Diego”; pasan los camioneros, los basureros y dicen “qué grande maestro”. Finalmente, compartió conmigo que elige pintar a Maradona porque también siente que fue la voz del pueblo. 

El genio del fútbol se ha ido, sí, pero su esencia sobrevive en estos ladrillos de magia y gambeta y en las zapatillas desgastadas de cada niño que sueña ser como él. Sin lugar a dudas, en Pilar también habita un Diego que se niega a ser olvidado.

 

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