viernes, octubre 11, 2024

¿Cómo lo viste al vasco?

Por Leandro Manganelli

“¿Va el gallego?”, dice un tipo de unos 50 años. Incesante manía de usar el gentilicio de la región de Galicia para cualquier español al que se haga referencia, el chip tiene que cambiar a “vasco”. En la platea norte baja de San Lorenzo, justo arriba de la boca de salida de los jugadores, en el centro de la cancha, una bandera reza “Ongi etorri Iker (Bienvenido, Iker)”. Está en euskera, el idioma del País Vasco. Un gallego, pero de verdad, que vino a vivir a Buenos Aires a sus 16 años (tiene 89), dice que una vez fue a Bilbao y todos los carteles estaban en euskera y traducidos al castellano. “Era un quilombo”, se ríe, todavía con la tonada española, este gallego que poco quiere saber de las regiones independizadas del país europeo, pero que me pregunta: “¿Cómo lo viste al vasco?”.

Iker Muniain, referente indiscutible en Athletic Club de Bilbao -ganó la Copa del Rey 2023/24, título que el equipo rojiblanco no conseguía desde la temporada 1983/84-, mudó su vida a San Lorenzo. Contra Vélez Sarsfield, a mitad de la Liga Profesional 2024, debuta ante un estadio que lo recibe con aplausos. 20 minutos con 28 segundos del segundo tiempo marca el reloj de una pantalla led que se instaló entre la platea norte y la popular visitante del Pedro Bidegain. Además del resultado y la transmisión del partido, la pantalla repite sin cesar un mensaje: “Hacete socio”. A partir del 29 de agosto los socios de San Lorenzo comenzaron a denunciar gastos que ellos no hicieron en sus cuentas bancarias. Todos estaban adheridos al débito automático o habían pagado su cuota social a través del portal Mi Casla. Desde $15.000 hasta montos cercanos a un millón de pesos, socios y socias tuvieron que desconocer aquellos movimientos extraños en sus tarjetas. El mensaje de aliento del club fue que “de observar cualquier tipo de gasto sospechoso, lo reporten de inmediato a sus entidades bancarias”.

Pero Muniain entra y su cara vive un rictus de ganas. La gente se ilusiona: un mosaico que rezaba “Boedo. Argentina” en la platea sur recibió al equipo, decorado con fuegos artificiales rojos y humo azul, luego tapado por un imponente telón que se desplegó al unísono del ya clásico azulgrana con el escudo en el medio que ocupa toda la popular. Fiesta. ¿Abstinencia de cancha post fecha FIFA o una manera de que el vasco entendiera lo que es San Lorenzo? Lo que sí es seguro, es que Muniain casi no toca la pelota en sus primeros minutos. Pero materializa sus ganas y se tira al suelo para cortar una posible contra de Vélez y generar un ataque azulgrana. Aplaude (o, como diría él, “anima”) a sus compañeros. Levanta a la gente que colmó el estadio, aquella que tiene una pasión traicionera: esa que enceguece antes las operaciones dirigenciales. El otrora 10 del Athletic Club pide la pelota y la distribuye, y los hinchas aplauden cada movimiento: es la llegada del fútbol europeo a la Argentina.

Aunque San Lorenzo ya conoce cuentos de vascos: Ángel Zubieta, Isidro Lángara, Ignacio Santamaría, José Iraragorri -hizo el primer gol de España en la historia de los mundiales, en Italia 1934, y su hijo se “removió” con la llegada de Muniain– y Emilio Alonso Larrazábal colocaron los cimientos de una historia de años que une al Ciclón con el País Vasco. Exiliados de la guerra civil, encontraron en Boedo un club con banderas de grandeza, en el fin del mundo, y contribuyeron al aumento de la tradicionalidad azulgrana. Quizá a Muniain lo recorrió una hondonada cuando Vélez se puso en ventaja apenas cuatro minutos después de que comenzara el partido. Quizá los intentos de San Lorenzo de empatar el partido fueron anodinos en Iker. Quizá no esperaba que la aguja del aplausómetro azulgrana llegara a su tope cuando ingresó a la cancha en lugar del joven Santiago Sosa. ¿Se habrá desilusionado cuando el Fortín estuvo a centímetros del 2 a 0 sobre el final del partido?

“Pónganme a jugar a mi”, dice un nene en la popular visitante cuando Vélez comienza a saborear la victoria. San Lorenzo no puede justificar un empate que nunca va a llegar. Iker Muniain, a pesar de adueñarse del mediocampo e intentar triangular pases que dan pistas de su capacidad con la pelota, no puede cambiar la historia. Y cada vez que el juego se le acerca, las mentes de aquellos que vieron a Isidro Lángara se emocionan. El vasco que llegó a San Lorenzo en 1939 le hizo cuatro goles a River en su debut. Fue en el Viejo Gasómetro (querido Gasómetro). Después se dio el tupé de hacer 108 goles más en sus siguientes 129 partidos con la camiseta del Ciclón. “Un típico jugador vasco, fornido y atlético, pero lento en sus movimientos, sobrio y sereno, que después de cada gol que marcaba hacía su regreso al centro del field con los brazos tiesos y algo echado hacia adelante, serio, sin una sonrisa, sin una muestra de satisfacción y orgullo en su rostro, con la naturalidad de quien juzga que no ha cumplido más que con su deber y que lo que hizo no tiene mayor importancia”, definió a Lángara el periodista Alfredo Enrique Rossi -el famoso Chantecler-, en El Gráfico, luego de la goleada del vasco a River.

Lo cierto es que Muniain no escapa de una guerra civil, pero deja el San Mamés por primera vez en su carrera: el estadio cuya construcción estuvo a cargo del arquitecto César Azcárate, luego director de un proyecto “para la construcción del futuro estadio en Boedo”, a cargo de la empresa IDOM, que Marcelo Tinelli firmó a principios del año 2020, cuando todavía era presidente de San Lorenzo. Más de cuatro años después, el referente del monumental San Mamés debuta en el equipo de Boedo, pero lo hace en el Pedro Bidegain, en la ciudad deportiva del Bajo Flores, porque en Avenida La Plata al 1700 aún permanecen algunos toldos que supieron cubrir al hipermercado Carrefour de la tempestad. San Lorenzo pierde y parece acostumbrarse a los últimos puestos de la tabla. Este cuento de vascos recién arranca.

Más notas