Por Franco Sommantico
La leyenda de Arjuna
En uno de los capítulos del Bhagavad-gita, que corresponde a un texto épico-mitológico de la India, el “Mahabhárata” (Siglo III antes de cristo), Arjuna, tercero de los cinco hermanos Pándava, uno de los hijos nacidos de Kunti, primera esposa de Pandú, tiene que enfrentarse a sus hermanos, primos y tíos en lo que será la batalla final de una larga guerra. Arjuna, al principio, prefiere perder antes que matar a sus familiares, aunque esto le cueste la vida. “Mi cuerpo tiembla, mi boca está reseca, mis miembros flaquean, mis cabellos se erizan. El arco se me escurre de la mano y mi mente tambalea”.
Momentos antes del comienzo de la lucha, se siente tan abatido por la confusión que sufre un desmayo. En ese estado de somnolencia comienza un diálogo con Sri Krishna, una deidad Hindú que le dice lo siguiente: “No debes rehusar en esta guerra que es justa, habrás traicionado tu deber y perdido tu honor. La gente habrá pensado que no has combatido por miedo, dirán cosas indignas y despreciado tu valor ¿Puede haber algo más penoso que esto? Tómalos como una sola cosa, la victoria y la derrota, la alegría y la tristeza, la ganancia y la pérdida. No te preocupes por ellas. ¡Pelea! ¡Pelea pues no incurrirás en pecado alguno! Este es tu deber y no puedes apartarte de él, considera iguales placer y dolor, ganar o perder, la victoria o la derrota, y prepárate para el combate. Si mueres, irás a los cielos, y si vences, serás el señor de la tierra”.
Arjuna se inclinó respetuosamente y dijo: “Krishna, Tú eres mi Señor. Tú eres mi Todo.” y, dicho esto, juntó fuerzas y fue a la batalla a cumplir con su deber más allá del desenlace final: ganar o perder.
Match Point
Por los parlantes del estadio, el micrófono del umpire anuncia: Match Point. La joven polaca Iga Swiatek lanza la pelota al aire con su brazo izquierdo y la poca gente que hay en la tribuna se queda hipnotizada, la vista clavada en ese punto amarillo, que ahora asciende y pronto sufrirá el impacto de las cuerdas. Nadia Podoroska espera, agazapada, del otro lado de la red. Se balancea de un lado a otro, apoya el peso de su cuerpo en el cuadricep derecho, después en el izquierdo, y así. Sabe que está por perder. La polaca no le ha dado ni una sola posibilidad desde que empezó el partido, hace casi una hora y cuarto. ¿Qué estará pensando mientras espera a que Swiatek pase la pelota del otro lado de la cancha para que ella pueda pegar, entonces, una última devolución, que quedará en la red y le arrebatará definitivamente el sueño de coronarse como reina de París? Es imposible de determinar. La cabeza en esos momentos deambula por recuerdos incorpóreos, divagaciones trémulas, pura niebla frondosa. Puede estar recorriendo, con cinco años y una raqueta más grande que su cuerpo, las canchas de polvo de ladrillo del Club Atlético Fisherton en Rosario, Santa Fé, el club en el que empezó todo esto. Puede ser la voz de Carlos Rampello, su primer entrenador, corrigiéndole los golpes: “Eso, más por abajo, firme. Bajá un poco más las piernas”, en la cancha al costado de la ruta 8, ella con diez u once años, una jovencita llena de ilusiones. Puede ser también, por qué no, el momento en que tomó la arriesgada decisión de irse a vivir a Alicante, España, dejando de lado la familia y los amigos para radicarse en Europa y tener mayores posibilidades de competir semanalmente, porque en Sudamérica queda todo demasiado lejos.
Las imágenes y los recuerdos van y vienen, se mezclan con el ahora, con ajustar la empuñadura porque pronto va tener que devolver un último saque, con el ballboy de pelo castaño que espera en posición de atleta a que la pelota se quede en la red para salir corriendo y levantarla, con el hombre de pelo blanco y traje gris que la apunta desde la tribuna con el celular para filmar ese último saque, su devolución trunca. Pero todavía no sucede, la polaca aún no le ha pegado, entonces vuelve a los recuerdos, al momento en que conoció a sus entrenadores Juan Pablo Guzmán y Emiliano Redondo, a principios de 2019, cuando se acercó para preguntarles si podían darle una mano y ellos, que estaban al tanto de la manera en la que trabajaba, las ganas que le ponía a todo, le dijeron que sí, claro. Vuelve a su primer encuentro con Pedro Merani, el experto en bowling y filosofía zen que se sumó a su grupo de trabajo para mejorar la mentalidad durante la competencia a través de ejercicios diarios de meditación, relajación y visualización, en lo que ella considera un proceso de autoconocimiento. Al rodete negro que adorna la cabeza del surcoreano Byung-Chul Han, uno de sus filósofos favóritos. A la lectura de sus escritos sobre La sociedad del cansancio, un paisaje patológico de trastornos neuronales como la depresión, el trastorno por déficit de atención con hiperactividad, el trastorno límite de la personalidad y el agotamiento. A La salvación de lo bello, podría ser, o La expulsión de lo distinto, también, ¿por qué no?
Podría estar pensando, mientras ahora la pelota se desprende de la Prince TT290 stock que usa la polaca (el vestido blanco a lo Suzanne Lenglen bamboleándose por el viento) y la jueza de línea aguza la vista para ver si el saque caerá del lado de adentro o afuera, en el rodete gris ceniza con el que se ata el pelo su otro filósofo favorito de apellido impronunciable, el argentino Darío Sztajnszrajber. Podría estar pensando en el tuit que le dedicó después de su victoria en cuartos de final frente a la número cinco del mundo, la ucraniana Elina Svitolina (¿Quién es?), qué decía más o menos algo así: y cuando ya me abandonaba a la certeza de la imposibilidad de algún atisbo de felicidad, veo que me sigue en twitter @nadiapodoroska. Nadia, ¡vamos por todo! sos muy muy grosa. En que para ser filósofo hay que tener un rodete, (por eso ella usa rodete) cómo si la sabiduría y la capacidad de comprender el mundo dependiera pura y exclusivamente de ese montón de pelos hechos una bola sujetos en lo alto de la cabeza. Una bola como la que ahora pica en su cancha y la agarra desprevenida, algo distraída, porque está pensando en las clases del profesor Merlí que veía por Netflix, en la escena en la que el profesor le pregunta a un alumno, ¿y tú, cuánto vales? Y el joven le responde, con la vista hacia abajo: no lo sé. En la frase de Henry David Thoreau con la que cierra el programa: “Fui a los bosques porque deseaba vivir deliberadamente; enfrentar solo los hechos esenciales de la vida y ver si podía aprender lo que ella tenía que enseñar. Quise vivir profundamente y desechar todo aquello que no fuera vida… para no darme cuenta, en el momento de morir, de que no había vivido”. Y en todo lo que ella dijo que piensa al respecto en una entrevista para el blog Tenistas Argentinas: “En el ruido que tenemos mientras vivimos, todos los quehaceres, los deberes que tenemos que cumplir y que nos nublan por ahí los momentos más efímeros, que en definitiva son los momentos simples. Que una no necesita grandes cosas para obtener esa profundidad, esa felicidad instantánea, que verdaderamente puede ser posible. Creo que hace alusión a eso, a que a veces alejarse un poco, estar con una misma, en lo profundo de la naturaleza, te ayuda a reencontrarte con lo más simple que a veces en la vorágine de la vida, y con todas las cosas que nos imponen y que nos van creando en la cabeza, se hace difícil vivirlo”.
Por estar concentrada en todo esto es que reacciona tarde cuando la pelota se acerca a su raqueta, y su devolución de revés es débil y se queda en la red. Entonces los silbidos y los aplausos se apoderan del aire parisino. El umpire acomoda el micrófono y dice: “Jeu, set et match”. La cámara se queda con la felicidad de la polaca, que mientras camina hacia la red para saludar a su oponente levanta las palmas de la mano cómo diciendo: ¿Y qué le vamos a hacer? “Six deux, six un”. El choque de raquetas y el final.
¿Y después?
El partido de semifinales contra la joven polaca con el tiempo no será más que una anécdota. Imagino que le dolerá, claro, algunos días, quizá meses, por lo violento del resultado y por la sensación de haber estado tan cerca de un objetivo enorme, impensado cuando arrancó la clasificación al torneo, hace dos semanas. Pero el camino del héroe, de la heroína en este caso, ya estaba consumado mucho antes de salir esta mañana a la cancha. La aventura misma era su propia recompensa. Salir a pelear sin importar las circunstancias, como hizo el arquero Arjuna, en un torneo donde no la conocían ni sus rivales, y atravesar con buen juego las instancias de primera, segunda y tercera ronda, los octavos de final frente a la checa Barbora Krejčíková, contra la que logró reponerse después de un primer set en el que no le salió nada, y vencer en cuartos de final nada más y nada menos que a la número cinco del mundo, Elina Svitolina (¿Quién es?) con un resultado contundente, fue todo parte de una misma epopeya, que quedará registrada en la historia por ser la primera en la era abierta en la que una jugadora llega a las semifinales de un Grand Slam viniendo desde la clasificación.
Mientras tanto, los Argentinos seguimos de cerca, como el antiguo pueblo griego, las aventuras de nuestra Menelao en tierras francesas. Nos tuvo ilusionados durante dos semanas con la posibilidad de conquistar París, hasta que cayó derrotada por una rival que fue superior en todos los aspectos.
Pero entonces, ¿cómo sigue la historia? Algo así le preguntan en la rueda de prensa después del partido, a lo que Podoroska contesta:
“Lo que más cambia en este momento es el aspecto económico y me da alivio. Haber conseguido estos resultados me posiciona totalmente distinto. Puedo seguir pagando el sueldo de mis entrenadores y equipo y continuar viajando por el circuito. Hasta hace poco no tenía ese respaldo, esa seguridad. Roland Garros no va a cambiar mi vida, voy a seguir siendo la misma. Mis ganas de jugar, entrenar, serán iguales. Sí va a cambiar mi ranking, y gracias a eso entraré mejor clasificada a los torneos.”