viernes, noviembre 22, 2024

Seis mil muertes en una guerra que tuvo al fútbol como excusa

Por Ramiro Ohana

Honduras y El Salvador disputaron una eliminatoria en 1969 por una plaza en el Mundial de México del año siguiente. No se trataba de cualquier cupo, sino del primero en la historia para ambas selecciones. El honor, el orgullo y la patria estaban en juego. El primer partido fue el 8 de junio en Tegucigalpa. El equipo salvadoreño fue hostigado desde su llegada al aeropuerto hasta en el hotel. Insultos, piedras, fuegos artificiales y agresiones que hicieron efecto: triunfo de los hondureños con un gol de Roberto Cardona.

La humillación y derrota durante el primer partido de eliminatorias provocó que la joven salvadoreña de 18 años Amelia Bolaño se suicide con la pistola de su padre. “Joven no soportó ver a su patria arrodillada”, tituló al otro día el periódico salvadoreño El Nacional. A su entierro asistió el presidente, el ejército y la misma selección nacional. La tragedia, indirectamente, había comenzado. El suicidio de Bolaño era una muestra de lo que le depararía a estas dos naciones: muertes y heridos, consecuencia de una guerra civil impulsada por el fútbol.

En ese ambiente, el 15 de junio, se disputó en San Salvador el segundo encuentro. Ni la protección policial impidió la venganza salvadoreña, que comenzó con el hotel donde se hospedaba su rival. Lo apedrearon, lanzaron ratas muertas y trapos infectados. En el día del partido, un grupo del ejército escoltó a Honduras hasta el estadio, pero no fue suficiente. El acoso y las burlas seguían atormentando a una selección que terminó perdiendo el encuentro por 3-0 y a sus aficionados, que fueron golpeados y asesinados por salvadoreños.

Un tercer juego de desempate se disputó en el estadio Azteca, el 26 de junio, con el ejército mexicano presente entre ambas aficiones. En la neutralidad, El Salvador se clasificó en la prórroga (3-2) con un gol decisivo del delantero Mauricio Rodríguez. Dos semanas después, la escalada de sucesos derivó en la llamada “Guerra del Fútbol” entre ambos países.

Lo que se conoce como “Guerra del Fútbol”, fue en realidad la “Guerra de las 100 horas”, un enfrentamiento que duró cuatro días y usó las eliminatorias como excusa. Ahora bien, ¿cómo se desencadenaría aquella guerra que acabó con la vida de más de 4.000 personas? En 1969, El Salvador era gobernado por Fidel Sánchez y apoyado por las familias terratenientes más poderosas. El país es casi seis veces más pequeño y tiene un millón más de habitantes que Honduras. Los salvadoreños eran, en mayoría, agricultores que poco a poco colonizaron las tierras vecinas, hasta llegar a ser un total de 300.000 migrantes.

Honduras, gobernada por Osvaldo López, decretó una reforma agraria que ofrecía esas tierras a los agricultores locales. Esta decisión fue el comienzo del conflicto, que llevó a los grupos paramilitares a deportar a los salvadoreños. En este contexto, el fútbol fue el vehículo para exacerbar pasiones, propagar el odio y preparar un ambiente que justificase una intervención. “El fútbol ayudó a enardecer aún más los ánimos de chovinismo y de histeria pseudopatriótica, tan necesarios para desencadenar la guerra y fortalecer así el poder de las oligarquías en los dos países“, describió el periodista polaco Ryszard Kapucinsky, quien vivió en carne propia aquellos partidos de eliminatorias y detalló en su libro La Guerra del Fútbol que, paradójicamente, terminó siendo el nombre del conflicto.

Dos semanas después de las eliminatorias, el 14 de julio, El Salvador ordenó a sus fuerzas militares invadir Honduras y se lanzó una ofensiva aérea. La guerra había comenzado. Una guerra por la tierra entre dos países similares en lengua, pobreza, corrupción y armas. La Organización de Estados Americanos logró el alto al fuego el 18 de julio. En apenas 100 horas murieron casi 6.000 personas, hubo 15.000 heridos, 50.000 desplazados y reprimidos en ambos países.

Luego de una fuerte presión internacional, El Salvador finalmente retiró sus tropas en agosto. Pero el resentimiento no terminó ahí. Durante décadas no hubo intercambio comercial y la frontera se clausuró. La paz y relativa reconciliación entre ambos países se selló en 1980, con otro partido de fútbol. Este, con un final más amigable.

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