Julián Rozencwaig
Dos minutos de partido. Cristiano Ronaldo ya había entrado en contacto con la pelota en tres ocasiones, produciendo filigranas –que no es igual a una gambeta que tiene como fin pasar a un rival o un efecto similar que incida en el juego- y generando un penal que posteriormente cambió por gol. En la primera de las tres, los simpatizantes se envolvieron en un grito eufórico que, si un televidente mutaba los relatos y no prestaba atención al partido, automáticamente posaría los ojos en la pantalla para verificar que aquellos bramidos no habían sido consecuencia de un gol.
Por su actualidad en la liga española, no solo los portugueses disfrutaron de su individualidad sino que un grupo importante del sector opuesto del encuentro coincidió con el placer. Y, aunque parecía que Portugal generaría una catástrofe en la historia del fútbol hispano, el conjunto que es dirigido desde hace 72 horas por Fernando Hierro ni se preocupó: movió la pelota y dejó que su juego, ya amoldado, fluya.
Con alrededor del 70% de la posesión del lado español en la mayoría del encuentro, el equipo conducido por Fernando Santos fue contundente y agresivo en tres cuartos de cancha hacia adelante, con Gonçalo Guedes ubicado al lado de Ronaldo como opción de descarga. Junto a Bernardo Silva, quien procuró enlazar los hilos ofensivos de los contraataques que sorprendían a España en inferioridad numérica. La presión alta a partir del mediocampista William Carvalho, como pilar en la mitad del campo, fue la apuesta para neutralizar la conducción de Andrés Iniesta, Isco y David Silva. Ese plan funcionó hasta las salidas del libreto de Diego Costa e Ignacio (Nacho) Fernández, autor de un tercer gol imposible para cualquier arquero por la potencia y la ubicación del tiro.
España desafió las críticas mundiales tras la exclusión del exentrenador, Julen Lopetegui, tras su asunción como director técnico de Real Madrid y el subsiguiente enojo de la Real Federación Española de Fútbol, debido a la ética y a la forma con que el también exconductor de Rayo Vallecano en 2003 llevó a cabo su decisión. A más de tres días de la caída de su piloto, el equipo demostró funcionar automáticamente, con la única necesidad de que alguien escogiera los jugadores que saldrían a la cancha, causa de un proyecto llevado adelante tras el Mundial de Brasil 2014. El seleccionador Hierro –imposible denominarlo entrenador por su flamante aparición- removió tres fichas según la última formación de Lopetegui publicada por la cuenta oficial de la Selección Española: Nacho por Álvaro Odriozola, Koke por Thiago Alcántara y Costa por Rodrigo Moreno Machado.
A falta de 10 minutos para el final y con el marcador a su favor, los jugadores mostraron una tranquilidad digna de un equipo barrial que juega para divertirse junto a sus amigos. Como si no necesitaran nada más. Solo a ellos. La posesión de la pelota anteriormente citada justifica la ambición y las ganas.
Dante Panzeri, fallecido periodista y escritor del libro “Fútbol, dinámica de lo impensado”, escribió en 1967: “(…) hombres que, con más audacia que talento, coparon las posiciones de un inexistente magisterio bajo apariencias de ´directores técnicos´, asimilados al fútbol como instrumentadores de la inaudita automatización de la espontaneidad, que hoy se pretende hacer creer que conforma un llamado ´fútbol moderno´. Siempre antiguo. Siempre fútbol, el único, el bueno, o el malo. El de los jugadores”. España es de los jugadores, aun cuando el resultado devenga de un imprevisto a los 87 minutos llamado Cristiano Ronaldo. Con su marca, la de los tres goles. La marca de Ronaldo.