Por Alejo Zalazar
Es domingo 13 de julio del 2003, el cielo se encuentra nublado y hace mucho frío en el Sur del conurbano bonaerense, la temperatura ronda los 4° C, los árboles alicaídos y sin hojas piden la vuelta de la primavera. A pesar de este pésimo contexto, los hinchas y vecinos del barrio de Temperley se hacen presente en el Estadio Alfredo Beranger para conmemorar que se cumplen diez años desde que la institución volvió a jugar de forma profesional, tras estar clausurado por dos años, ya que el club había presentado quiebra.
Para celebrar el hecho, se disputa un partido amistoso en el que participan los futbolistas de Temperley que jugaron luego de la clausura y grandes jugadores reconocidos del fútbol argentino. El gran artífice, por quien se lleva a cabo el evento, es el futbolista Mauro Navas, un gran ídolo y referente de la institución gasolera, ya que tuvo la predisposición de invitar a cada uno de los jugadores.
Navas llega al estadio y mientras va camino a los vestuarios no deja de sorprenderse por la cantidad de gente que se arrima a ver el encuentro. Ya posicionado en los camarines, cambiándose junto con sus compañeros, recibe el llamado de una persona que se encarga de la seguridad del club, diciéndole que Juan Román Riquelme está en las adyacencias del Beranger con su camioneta 4×4. Navas, cuando escucha el comentario, queda sorprendido, ya que, a pesar de que había invitado al Diez para participar del evento, no puede creer que su amigo Román, con el cual habían entablado una amistad hace unos meses atrás en España, haya aceptado la invitación.
Inmediatamente, el futbolista del Leganés de España hace pasar a Riquelme. El jugador del Barcelona llega al vestuario junto con su hermano Cristian. En ese instante, mientras se pone la camiseta de Temperley, Román le pregunta a Navas si puede jugar su hermano, y sin dudarlo acepta el pedido.
Una vez preparados, los dos equipos salen a la cancha, ambos con las camisetas del Gasolero, una de color celeste y la otra azul. El equipo celeste está conformado por los futbolistas que jugaron luego de la quiebra del club: Alejandro Coronitti; Walter Céspedes, Cristian Cuenca, Gabriel De Cesare, Alejandro Faravelli; Rubén Maciel, Alejandro Rey, Ramon Aranda, Walter Martín; Gerardo Losas y Fernando Marro. Por otro lado, el equipo azul se encuentra constituido por grandes figuras del fútbol argentino y otros referentes de Temperley: Sergio Grecco; Mauro Navas, Cristian Smigiel, Claudio Úbeda, Carlos Mac Allister; Custodio Méndez, Héctor González, Jorge Giménez; Juan Román Riquelme; Cristian Riquelme y Cristian Diaz.
Cuando salen los equipos al campo de juego, desde la tribuna 9 de Julio, Jorge Omar Tancredi, hincha fanático del Celeste, con unas muletas, dado que semanas atrás había sufrido un esguince de tobillo, mira: con los ojos llenos de lágrimas, no puede creer que está viendo a su máximo ídolo, a Riquelme, con la camiseta del club de sus amores. Instantáneamente Tancredi y los hinchas presentes, desde las cuatro tribunas del Beranger, empiezan a ovacionar al Diez, con el grito: “Riqueeelme, Riqueeelme”.
Mientras lo ovacionan, dentro del campo de juego, el presidente de Temperley, Jorge Adrián Colas, les entrega unas plaquetas a las cinco familias -Colas, Allende, Ahualli, Pecorelli y Romano- que hipotecaron sus hogares para poder levantar la quiebra y que el club volviera a abrir sus puertas.
Una vez transcurrida esta serie de acciones, los dos equipos se acomodan en el césped. El joven árbitro, Patricio Loustau, toca el silbato y da comienzo al encuentro, que tendrá dos tiempos de 30 minutos cada uno.
En los primeros minutos, Riquelme, fiel a su estilo de juego, se hace cargo de la pelota “Signia” blanca, y maneja los hilos del partido. A los 5 minutos del primer tiempo, el equipo azul mete el 1 a 0, gracias al remate de Héctor González. Seguidamente se hace un amplio dominador del encuentro. A los 15 minutos, tras una serie de pases, Román queda de frente al arco custodiado por Coronitti. El Diez, con su magia intacta, saca un derechazo potente y coloca la pelota en el palo derecho del arquero. De esta forma, los azules se ponen 2 a 0 arriba en el marcador.
Loustau mira su reloj y decide finalizar la primera etapa. Los dos equipos se van al descanso, para tomar un poco de agua o alguna bebida isotónica. Mientras tanto al Diez se le acercan algunos niños que están de alcanzapelotas y firma una serie de autógrafos.
Finalizado el entretiempo, los dos equipos, con algunas variantes, se posicionan nuevamente dentro del campo de juego. En el conjunto celeste ingresaron: Lautaro Barile, Walter Parodi, Marcelo D’Aloia, Fabian Morzolin y Cristian Calvo. Por otra parte, en los azules, entraron Claudio Medina, Guillermo De Lucca, Hugo Casajouz, Guillermo Rocaro y José Barella. Mientras los otros jugadores se acomodan, Riquelme ya está listo para jugar. Loustau pone el balón en el punto blanco colocado sobre la mitad de cancha y por medio de su silbato negro da comienzo a la segunda mitad.
En los primeros minutos se instala un juego muy pasivo por medio de los dos conjuntos, fiel característica de un partido amistoso. Hasta que en un momento el Diez decide agarrar el balón, y ve a Losas -jugador del equipo celeste- que viene de frente con las piernas entreabiertas; inmediatamente, a Román se le prende el foco y le tira un delicioso caño. El público, al visualizarlo, empieza a ovacionarlo con el grito “Riqueeelme, Riqueeelme”.
Minutos más tarde, con la pelota en otro sector del campo, Riquelme y Losas dialogan sobre el caño.
—La próxima cerrá las piernas —le dice Román con una enorme sonrisa en su rostro.
—Te voy a hacer caso, entonces —comenta Losas con una gran carcajada.
Sobre el final del encuentro, a los 29 minutos del segundo tiempo, D’Aloia, jugador del equipo celeste, saca un disparo desde el punto del penal para descontar en el marcador. Seguidamente Loustau toca el silbato y termina el encuentro. El resultado final es victoria por 2 a 1 del equipo azul sobre los de celeste.
Una vez finalizado el partido, los jugadores y otras personas que están dentro del campo de juego se acercan a Román para pedirle una foto. Entre ellos está el futbolista del equipo celeste Walter Martin, con su hijo en brazos, que se acerca a Riquelme y le pide la foto. Luego de sacarse varias fotos, a Riquelme se le acercan decenas de periodistas. Allí está Juan Pablo Marrón, entonces periodista de un medio partidario de Temperley.
—Román. Fue una sorpresa para la gente, porque hasta diez minutos antes de empezar el partido decían que eras la sorpresa y nadie sabía que vos ibas a estar —comenta Marrón, con su grabador en mano.
—Para mí es una sorpresa que Mauro me haya invitado. Me puso muy contento —afirma Román, con una leve sonrisa.
Finalizado el diálogo con los periodistas, Román abandona el campo de juego junto con su hermano Cristian, con toda la gente coreando: “Riqueeelme, Riqueeelme”. El Diez, como broche de oro, para cerrar un día perfecto, se saca la remera con la que jugó y decide arrojarla directo a los hinchas. El partido quedará en muchos de los corazones de los hinchas de Temperley.