domingo, noviembre 24, 2024

Actitud y objetivos para hacer maravillas

Por Ian Rodríguez y Thomas Somoza

 

El perfeccionista

Sergio “Maravilla” Martínez es un detallista en su totalidad. Pero es aún más perfeccionista. Recuerda las fechas de todas sus peleas. Afirma que son importantes y que es imposible no retenerlas en la memoria. Recomienda que, para cumplir los sueños, hay que fijarse objetivos y, sobre todo, tener actitud. Siempre quiere ganar y alguna vez se definió como esclavo de la obsesión por ser el mejor de todos e, incluso, más obsesivo que Marcelo “El Loco” Bielsa. ¿Por qué peleaba con la guardia baja? Él lo explica y asegura que es simple, aunque no fácil: “La guardia no son las manos, sino que está en la mente y en el manejo de piernas. La idea mía estaba basada en lograr robarle al rival tiempo y distancia. Yo te quito tiempo y distancia y te peleo con las manos en los bolsillos”. Simple. Lo dice enérgico y rebosante de la experiencia que sus 45 años le han dotado.

El argentino hace movimientos con los brazos, chasquea los dedos, golpea un puño de una mano con la palma de la otra como si le pegara con una masa al tieso cemento. Se mete en la interpretación, habla con emoción, fiel a su papel a la hora de dar charlas motivacionales. “Lo menos importante en el boxeo son los golpes —continúa Maravilla mientras hace analogías con el fútbol, como si fuese Pep Guardiola, y con el básquet, a lo Gregg Popovich, para definir que lo más importante es la defensa—. Bajo las manos porque estoy haciendo otro trabajo. Cuando tenía la guardia baja estaba a dos metros cincuenta de mi rival porque soy zurdo y de Quilmes, pero no boludo. Y cuando estaba a medio metro era el tipo con la guardia más cerrada del mundo”, define.

“El riesgo real del boxeo no es cuando a uno lo atacan, sino que viene cuando uno quiere atacar. Ese es el momento más delicado”, revela en su clase deluxe. Esto, confiesa, le facilitaba el plan, la táctica y la estrategia porque tenía que basarse en la defensa y en la exposición del rival. “Cada vez que queremos golpear, sufrimos un microsegundo de estrés. Entonces voy a darle todo el trabajo del mundo (al contrincante) para que se estrese, para que le pese el doble. Y después, en el quinto o sexto asalto, comienzo a trabajar yo”, cierra el campeón mundial, el hombre que nunca dejará de ser boxeador.

 

Inicios

Maravilla no tenía la plata que suelen poseer los boxeadores. Con solo 10 pesos, en el 2000 se tenía que arreglar para ir y volver a la Federación a entrenarse, sin importar que ya era campeón argentino y latino de welter (64 a 67 kg). “No me alcanzaba para comprar ni una botella de agua”, reprocha acerca de esas épocas y en febrero del 2002 (en plena crisis económica en el país) se fue a Madrid con un pasaje solo de ida -pagado con plata prestada- y en busca de un anhelo: triunfar en su deporte.

Foto: Instagram

La decisión de irse a España radicó en un simple y contundente argumento: el idioma. Igualmente, el argentino no se privó de conocer otros países como Francia e Italia. Cuando llegó a la capital se dio cuenta de que había perdido todas sus pertenencias (entre ellas una agenda con muchos números telefónicos) en el vuelo desde Roma hasta allí. Se las habían robado. Tras pasar unos días sin saber qué hacer en el hotel Las Vegas, el quilmeño encontró en un bolsillo de su pantalón el contacto de Pablo Sarmiento, excampeón argentino, que estaba radicado por esos pagos hacía un tiempo ya. Lo llamó y consiguió que lo invitaran a un gimnasio en donde el hermano, Gabriel, lo estaba entrenando. Él fue quien le consiguió a Martínez un departamento en Guadalajara, ciudad a 50 minutos en auto de Madrid, y un puesto de trabajo como seguridad en la puerta de un bar.

“No tenía papeles”, es la frase que marca cómo vivía el púgil previo al salto al ring y por la cual alguna vez estuvo detenido en el extranjero. Tuvo cinco empleos porque solo así podía comer. Fue patovica, pero también lavó copas y baños vomitados de bares nocturnos madrileños. Por si fuera poco, dio clases en tres gimnasios distintos. “Había domingos que iba a Cáritas y pedía alimento con los mendigos”, recordó el excampeón del mundo.

 

Una dura noche en Manchester

Suena el teléfono del gimnasio.

—¿Señor Martínez?

—Él habla

—Tenemos un combate mundialista para ofrecer y usted cumple con los requisitos

—Acepto

—Pero no le he dicho el día, ni contra quién ni en dónde

—No importa

La llamada fue un jueves a las tres de la tarde. El 12 de junio de 2003. Sergio estaba en la provincia de Guadalajara haciendo malabares para pagar el alquiler de la pensión en la que estaba. Esperaba la oportunidad y no dudó. Debería pelear nueve días más tarde en el Reino Unido: Mánchester lo esperaba.

Venía de un mes sin hacer boxeo por una lesión en su mano izquierda. Pero eso no lo paró. Comenzó a anotar los días que le quedaban para entrenar y estableció los horarios: cinco de la tarde, nueve de la noche y una de la madrugada. Estaba sin plata y no comía bien. Su estado físico no era el mejor y le pidió a un conocido un suplemento para llegar con aire a pelear.

Viajó primero a Londres, un domingo, con el padre de su entrenador Pablo Sarmiento. Estuvo un día en la capital de Inglaterra para realizarse las revisaciones médicas correspondientes y luego se dirigió al hotel en Manchester. Nadie lo esperaba. Debía rebuscárselas para conseguir comida en iglesias. Ni siquiera tenía dónde entrenar. Pero se repetía en su cabeza como un mantra que la vida se trata de hacer extraordinarias las pequeñas cosas del día a día.

—Ustedes me van a dar un gimnasio porque es su obligación—, les exigió Sergio (algo poco habitual en él) a los organizadores de la pelea.

Pidió indicaciones para llegar al simple gimnasio con pesas y máquinas, no uno de boxeo. De camino, encontró un cable enrollado en el suelo. Se lo guardó y pensó que le podía servir. Acertó: ató un extremo a una columna y el otro lo sostenía su improvisado entrenador. Llevó adelante 12 rounds de cintura. No tenía bolsa, ring ni guantes. Pero estaba ahí.

Llegó la conferencia de prensa y en ese momento conoció a su rival. El grandote de tez morena Richard Williams era más grande que él. Lo miró con furia. Quería destrozarlo. No era nada personal y Sergio no solía tener esos pensamientos. Saltó de su silla para golpearlo y las autoridades lo pararon. Lo insultó en castellano e inglés. Dejó de imaginar y volvió a la realidad.

Sábado 21 de junio. Día del combate por el título de la Organización Internacional de Boxeo (IBO, por su siglas en inglés). Pero antes, a las tres y media de la tarde, el padre de Sergio llegó a Manchester. Hacía un año, dos meses y veintiún días que no lo veía. Lo abrazó, lloró y moqueó un rato. No sabía de qué manera había llegado. Hugo, un trabajador de Claypole, hizo magia para estar presente. Eso precisaba su hijo para tener la fortaleza necesaria para no desprenderse del título.

Manchester Arena lleno. Ningún visitante gana en ese ring. Faltaban cinco minutos para las nueve de la noche. Williams tenía pantalón rojo con destellos blancos en los bordes inferiores y dos líneas del mismo color a los costados y botas negras. Sergio, en cambio, estaba usando uno azul con una inscripción en el centro a la altura de la cintura: “Maravilla”.

En los primeros tres rounds, Williams le rompió la nariz en mil pedazos, la zona izquierda de la mandíbula y los dientes de arriba, que parecían un piano roto. Los pulgares y el meñique de la mano zurda del argentino se salvaron. Las demás falanges, rotas. Un bucal barato que compró en una farmacia le estaba cortando las encías. Luego se enteraría que esas lastimaduras precisarían 200 puntos.

En el tercer asalto tiró una combinación de izquierda y derecha poco fructífera. Quedó desprotegido y una mano derecha impactó de lleno en su cara. Cayó sobre una esquina. Se levantó, apoyó los brazos sobre las cuerdas, tomó aire, esperó una eternidad de dos segundos mirando al suelo pero sin observarlo, alargando lo máximo posible su siguiente acción. Miró a la izquierda. Estaba su padre. Jamás en la vida había sentido tanta vergüenza. Pero estaba en pie, y Williams lo sentía.

Acomodó el plan y comenzó a boxear a su distancia. Guardia baja y danzando en el ring de lado a lado, ligero como el aire. Provocaba y ganaba el duelo psicológico. Metió un derechazo por un espacio minúsculo. Golpeaba bien. No así el inglés.

—¡Oh, look at the jabs landed!—, se impresionaron los relatores.

Se referían a los jabs de cada uno al finalizar el quinto asalto: cinco de Williams contra cuarenta y uno de Martínez.

En el inicio de cada round, el argentino salía primero y a toda velocidad. Llegó el séptimo. Faltaban 23 segundos para finalizarlo cuando el británico tiró un gancho de izquierda y le rompió las costillas del lado derecho a Sergio. Se escuchó el crujido. El árbitro paró la pelea. Maravilla tomó aire y se recuperó. No podía tirar la toalla.

En el onceavo lo rozó un zurdazo y cayó de nuevo, pero fue por un resbalón al pisar mal. Se levantó riendo y continuó la batalla.

Último asalto. Williams recibió por cualquier sitio. Se tambaleó por el cuadrilátero tirando piñas a cualquier lugar con la cabeza hacia abajo como si hubiese tomado una botella entera de whisky. Su único soporte eran las cuerdas. Cayó al suelo. Se levantó. Sergio lo golpeó como a un muñeco porque sabía que su vida dependía de eso. Derecha, izquierda, gancho, directos, lo persiguió por todos lados y sonó la campana.

El argentino volvió su esquina enérgico. El inglés casi pidiendo ayuda. Llegó el fallo de los jueces mientras los pugilistas aguardaban a ambos lados del árbitro: 115 a 110, 115 a 112 y 116 a 110. Unánime. Sergio Gabriel Martínez, campeón.

“Esa es la pelea en la que me recuerdo como boxeador”, afirma.

 

El bullying

De chico se burlaban de sus orejas grandes y de su nombre. Le decían “el mudo” o “el raro” del barrio. Siempre fue “lo más cobarde que hay” y por eso le solían pegar en las esquinas. Sufrió bullying, pero hoy dice que esa problemática tiene algo fantástico: “Crea guerreros”.

“El bullying —afirma Maravilla— en realidad es un tema que nace en los grandes, no en los chicos. Hay que ver qué pasa en la casa”. Pone como ejemplo a personas que cambiaron su entorno luego de padecerlo: Cristiano Ronaldo, Robert De Niro, Al Pacino, Madonna, Lady Gaga, Michael Jackson. “Algunos se quedan en el camino, pero los que lo soportan van a querer luchar para cambiar el mundo en el que viven, porque hoy el mundo es hostil. Me pasó a mí: quería cambiar el mundo porque me cagaban a palos en todos lados”.

 “¿Qué es lo que pasa —se pregunta— con la gente que lo ejerce? A los malotes del barrio los veo ahora y entre 15 y 20 pibes no juntan seis dientes con suerte. Están hechos mierda, destruidos”. Lo relata sentida y tranquilamente, sin rencor, como si quisiera ayudar a entender qué es lo que pasa. “Esa gente no quiso cambiar porque vivían en un mundo en el que ellos dominaban y controlaban todo. Hasta que la vida se te va, se te acaba”.

En el boxeo encontró seguridad y confianza. Buscó en algún recoveco de su interior a su personalidad, a la que mejor se asentara en la sociedad. Pero todo tiene un por qué. En la infancia de Maravilla ocurrió un hecho que lo marcó: a sus nueve años, su padre, Hugo,  pidió ayuda en su hogar para mover una mesa pero con la condición de que quién le diera una mano fuera “un chico fuerte”. Cuando Sergio fue a colaborar, su papá lo inhabilitó porque no cumplía con esa característica y en su lugar fue su hermano, de mismo nombre que el progenitor, quien solucionó la cuestión. Ese fue el momento en el que el futuro campeón del mundo “nació”.

Maravilla buscó y encontró una personalidad que pudiese dejar algo y que le sirviese a alguien. Y así fue como en el 2011 le sirvió a Alycia Mc Clain, una estadounidense de 13 años que sufría lo mismo que su ídolo. Fue víctima de un grupo de bullies -personas que dañan al prójimo- que le provocaron daños psicológicos y causaron que quisiera suicidarse. En su depresión descubrió al boxeador argentino, quien le reservó un par de entradas en primera fila para que viera el combate en el que el quilmeño venció al ucraniano Sergiy Dzinziruk en el octavo asalto por nocaut técnico, luego de que Monique, la madre de la niña, le hiciera saber del caso. Fue el 12 de marzo de ese año en el Resort Casino de Mashantucket (Connecticut). Esa vez, Maravilla afirmó: “Si la popularidad no sirve para ayudar a los demás, realmente no sirve de nada”.

 

La pelea de su vida

El 2012 empezó de maravilla para Martínez porque en marzo ya había vencido por nocaut técnico al irlandés Matthew Macklin, previo a que empezara el 12° round, en el Madison Square Garden, Nueva York. Sin embargo, él buscaba más. Quería recuperar el título que había perdido, por escritorio, contra el mexicano Julio César Chávez Junior. Hubo mucha pica previo a la gran confrontación. “Dijeron que él firmó, pero a mi nunca me llegó la copia del contrato”, denunciaba el Mudo y sembraba dudas sobre la transparencia que el Consejo Mundial de Boxeo (CMB) manejaba (sin olvidar que fue el mismo organismo que le quitó el título y luego se lo otorgó al hijo de Julio César Chávez).

En el 2012 Maravilla Martínez venció a Julio César Chávez Jr y se quedó con el título mundial de peso mediano.

El 15 de septiembre, el Thomas & Mack Center de Las Vegas se llenó de argentinos y mexicanos (19.000 entradas vendidas) que vivieron el auge de la carrera de Sergio Martínez. A los 37 años, hizo una pelea excelsa durante los once rounds, a manos bajas y midiendo la distancia con las piernas, como de costumbre. Sin embargo, los últimos 3 minutos serán recordados como la escena más dramática de la película. “Lo fui a buscar porque ya le había ganado en técnica y estrategia, quería demostrar que tenía agallas”, admitió Sergio años después. El relator de boxeo, Walter Nelson, inmortalizó una frase, cuando faltaba un minuto y dos segundos, que perdurará en las generaciones: “¡Salí de ahí, Maravilla!”, en un grito desgarrador, como si le estuvieran pegando a un ser querido y fuese el mismo Nelson el que buscase lo mejor para su compatriota. Dos veces cayó sobre la lona Martínez -una de esas por una resbalada- y por ende no le descontaron puntos al quilmeño. Fue capaz de levantarse y seguir fiel a su estilo, con guapeza para terminar el combate.

Los jueces Adelaide Byrd y Dave Moretti le dieron los primeros 11 rounds al argentino y un 10-8 en el último a favor del mexicano, dando la suma de 118-109 para Maravilla. Por su parte, el sudafricano Stanley Christodoulou marcó que Chávez Jr. había ganado el sexto round también. Esto último no pesó para privarle a Sergio Martínez consagrarse campeón de pesos mediano del Consejo Mundial de Boxeo.

Argentina estuvo paralizada como si fuera un partido clave de la Selección de fútbol. La pelea tuvo 41.6 puntos de rating si se suman los números de la TV Pública (27.6) y de Tyc Sports (14). Más de 4.200.000 televisores estuvieron encendidos a la hora del combate. Las actividades en los clubes de boxeo locales aumentaron un 50%, tanto las masculinas como femeninas, y se abrieron gimnasios en el país para cumplir con la demanda de los jóvenes. 

No fue gratis, a nivel físico, para el campeón el encuentro. Sufrió, entre el cuarto y sexto asalto, fracturas en su mano izquierda y, en su caída en el último round, se rompió los ligamentos de la rodilla derecha.

 

El actor

A Maravilla cada día le disgusta más lo que rodea al boxeo. Le hierve la sangre. Él no espera que los promotores resuelvan todos los problemas, solo pide por un poco de justicia. “No puede ser que un hombre de traje gane más que quien deja la vida en el ring”, se queja. Tampoco se banca a los paparazzi, aunque sabe que están haciendo su trabajo. Afirma que hay un poco de mala leche por parte de la gente que maneja los medios. “Entonces, lo que no se puede conseguir, se destruye: te bajan”, afirma Martínez. Hasta sufrió tres ataques de pánico —dos en Argentina— por la vorágine que crea la “fama”.

Habla también de los “amigos del campeón” y cuenta que cuando le ganó a Julio César Chávez Jr. tenía 1060 mensajes y llamadas. Prendió el celular y caían de a uno. Cuando perdió con Miguel Ángel Cotto tenía solo cuatro llamados: tres eran de su madre.

Pero se asqueó de ese ambiente y alrededor de 2011 ó 2012 descubrió su faceta artística en España con el stand up. Le gusta hacer de payaso para hacer reír a la gente. Y a eso le sumó el rodaje de una película en abril de 2017, “Pistoleros”, en la que actuó acompañado por Juan Palomino (director junto a Nicolás Galvano), María Abadi y Diego Cremonesi.

Desde el 2011 el quilmeño se empezó a subir a escenarios a hacer stand up e, incluso, rodó una película en el 2017.

Subió 15 kilos y se dejó la barba para interpretar al personaje. “Descubrí un mundo maravilloso del que no quiero salir”, admite.

En sus tiempos libres escribe y lee mucho. Trata de incluirle poesía al stand up para transmitir algo más que humor y hay una frase con la que le gustaría ser recordado: “¡Mirá qué buen actor es! Pensar que en una época de su vida también fue campeón mundial”.

 

¿Volver?

Sergio Maravilla Martínez iba a volver al boxeo a los 45 años —luego de haber estado seis inactivo— en España, pero debió cancelarlo porque allí hay más de 104 mil infectados y casi 9.400 muertos (al día de edición) por coronavirus.

Así como el estadounidense George Foreman fue campeón mundial en peso pesado con 45 años en 1994 ante Michael Moore, el argentino tenía pactada su pelea para el 6 de junio. Sin embargo, la pandemia provocada por la COVID-19 truncó, temporalmente, su objetivo. “En Madrid se está viviendo con mucho dolor. Se subestimó el virus y se hicieron las cosas a medias”, contó el boxeador. A lo que agregó: “Se estima que millones de personas se van a infectar. Mucha gente va a morir”.

Martínez se preparó durante dos años para el combate. “Para la pelea no había un rival en claro -admitió- pero manejábamos entre cinco o seis nombres”. “Buscamos un boxeador con 20 peleas ganadas, pocas perdidas y que no tuviera gran cantidad de nocauts”, confesó. Y agregó: “Tengo que tener en cuenta que estoy regresando después de seis años. La cara, la piel, el cuerpo y los tejidos se hacen frágiles si no recibe golpes”.

“¿Cómo es posible ganar esa cantidad? Muy simple, no me conformo con solo uno, siempre quiero uno más”, define Sergio Maravilla Martínez en su cuenta de Instagram.

“Volver a caminar con normalidad” es lo que motivó a Maravilla a planificar su pelea. “Tuve tres operaciones en la rodilla, la segunda fue una catástrofe: se infectó y estuve a pocas horas de morirme”. El púgil se refiere a cuando el 2 de enero de 2013 —tres meses y medio después de haberle ganado a Julio César Chávez Jr. y luego de la operación— una bacteria provocó que los médicos le dijeran: “En 24 horas te podés morir si no te amputamos la pierna”. Pero se resistió y, por haber estudiado más de un año para ser masajista, drenó el líquido sinovial y celebró que tuvo un “Dios aparte”. “No me operé de cabeza dura. Conocí unas aguas termales en Argentina (Fiambalá, Catamarca) y éstas mataron dos bacterias que tenía en la rodilla”, contó.

“Empecé bromeando con la idea de mi vuelta al boxeo y terminó siendo un hecho al cabo de una semana”, reveló el campeón mundial mediano (OMB y CMB) y superwelter (CMB). Su última pelea fue el 7 de junio de 2014 ante Miguel Cotto, en la que perdió por nocaut técnico en el décimo round en el Madison Square Garden de Nueva York. Ahora deberá esperar, como todo el mundo, a que los infectados por la pandemia se reduzcan para empezar a liberar actividades y poder volver.

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