viernes, noviembre 22, 2024

Los ojos del León

Por Iván Lorenz

Entre toda la multitud Pincha que no para de agitarse, hay un personaje que está petrificado. Está manejando un Jeep, bajo y sin techo. Lo miro y quiero sacarle una foto. Tardé mucho, porque yo me quedé quieto cuando lo vi.

Caminaba por 7 y me llamó la atención el vehículo rojo. Dos pinchas montados. Un nene que no tiene más de 8 añitos y quien supuse que era el padre. Ambos con la casaca bien puesta. El chiquito, como tantos otros bebés, niños y niñas que me sorprendieron aquella noche, duerme a pesar del ruido. El pelado no duerme pero está sumergido en su propio mundo onírico.

Las manos están pegadas al volante y la espalda recta, apoyada contra el respaldo. Tiene puestas unas bermudas con camuflado corte militar. La pelada, al estilo Verón pero blanquecina, refleja las luces. Tiene franjas blancas y rojas pintadas en la cara. Los ojos son claros y espejan todo lo que pasa. Lo miro y siento que una mirada no puede decir tantas cosas al mismo tiempo. No lo conozco, pero tengo la sensación de que lo entiendo y que si fuese él, estaría de la misma manera. 

Me divierte que se parezca tanto a Helsinki, el personaje de La Casa de Papel, serie en la que se visten con mamelucos rojos y hacen lío. No debe saber que lo estoy mirando. Tampoco le debe importar que le vaya a sacar una foto. Es grandote, pero la felicidad, me parece, no le entra en el cuerpo.

Me gusta. Lo digo así porque en serio se parece a cuando me gusta alguien. En este caso, un colectivo de personas. Hinchas de Estudiantes. Le digo a Juan Ignacio, mi amigo, el que me metió en el quilombo, que mire lo estáticamente maravillado que está el pelado. Justo cuando lo llamo, al personaje que me cautivó le gritan: “¡GORDO!”. El chillido despertó a los dos que iban en el auto y los hizo darse cuenta de que unas nenas que también llevan la casaca se le subieron a la parte de atrás del Jeep. Ahora se mueve todo, me cagaron, perdí la foto.

Pero si nadie nos quita lo bailado, entonces un grito no me va a sacar el recuerdo de la mirada tan pura y extasiada del pelado. En esos ojos claros, que observaban con inocencia, tan puros como los de una niña que juega, entendí en una pequeña parte lo que estaba pasando y el gran gesto que tuvo mi amigo al invitarme a compartirlo con él. Porque no soy Pincha, me sentía ajeno a la caravana, pero me dejé atrapar por las garras del León que empezaba a vivir una jornada histórica.

En esos ojos encontré otra curiosidad del fútbol. Me reí con lo ridícula que me parece la figura del hincha y dejé una sonrisa en mi cara porque la pasión es realmente hermosa en todas sus facetas. No hay amor más irracional, por eso ser fana es un sentimiento inexplicable. La devoción por una institución no la encuentro ni en la religión. Y es que la pelota creó un millón de religiones nuevas, porque lejos está de ser únicamente amor. Ser hincha es pertenecer, forma parte de la identidad de cada persona. Es fuertísimo darte cuenta de que sos algo.

Caminé con la comunidad Pincha y me asombró lo linda que estaba La Plata esa noche. Hasta me animé a cantar algunas canciones, pero solo me aprendí la que no van cantar nunca más, la que dice que van a volver a UNO. Me gustan algunos detalles, como el hecho de que dicen que van a regresar a dónde los llevaron de chiquitos o que se reconozcan como la historia de Estudiantes. Porque los clubes son de la gente.

En la mirada del pelado aprendí un montón de cosas, porque entendí todo lo que me contó mi amigo sobre Estudiantes desde que lo conozco y en el larguísimo viaje en tren que hicimos para llegar al partido del viernes. Las mañas, la picardía, las cábalas y el cariño a Gimnasia. Por un millón de razones es imposible dejarlo afuera. Y hay una que completa la historia que explica por qué, a pesar de ambos equipos estar peleando por no descender, La Plata hace mucho tiempo que es alegría. Estudiantes vuelve y a Gimnasia lo dirige Diego Armando Maradona, que, lastimosamente, más que una persona es un fenómeno cultural.

Nunca volvemos a vivir las mismas cosas, pero hay ciertos acontecimientos que son más irrepetibles que otros. Pero esto no lo voy a volver a vivir ni es tan irrepetible por algo que sentí yo, sino por lo que vi que sintieron los demás. Es difícil entender al hincha. Y es muy loco que a tantas personas algo las una. El partido del viernes, por ejemplo, el silencio previo a un casi gol de Estudiantes fue el lazo. Porque los pinchas a la mufa la condenan, pero no dejó de sorprenderme no escuchar absolutamente a nadie gritando el tanto que no fue antes de tiempo. También aprendí cuándo se grita a coro “Estudió”. Bueno, no es necesariamente después de cada fuego artificial, pero capaz si van a barrer dos veces al piso, amerite.

El domingo, cuando fuimos a la fiesta inaugural de la cancha que siempre se ubicó en 1 y 57, Juan Ignacio me felicitó por atinarle al momento de gritar “Estudió”. No me acuerdo por qué fue, pero estuve bien. Como toda la gente de Estudiantes, que estaba mucho más que bien. Y las celebraciones estuvieron a la altura del acontecimiento y la mirada dulce y anhelante del pelado. Me hubiese gustado verlo nuevamente, pero en los asientos de la platea o la popular desde mi pupitre de prensa, porque el Pincha es una escuela, ¿no?

Pero el Helsinki pincharrata no estaba. Se me ocurrió tratar de ser él y mirar estático los fuegos artificiales que salieron disparados desde la cancha en el momento exacto en el que terminó el video que prepararon Los Simuladores. No me salió imitarlo y miré de reojo. Atrás mío estaba mi amigo, petrificado. Me sonreí. Ahora no eran los ojos del pelado, sino los de él los que reflejaban lo que estaba pasando. Era tan infantil aquella forma de ver, que me lo imaginé a cococho de su viejo cuando UNO tenía gradas de madera y de tablón. Pero la imagen se distorsionó porque una lágrima empezó a brotar de las cuencas del hincha, gorda y cargada de emoción. La síntesis cristalina de lo que estaba pasando y la catarsis por no poder procesarlo. Desde afuera, me es más fácil contarlo. Así que escuchame, escuchame bien. Llorá, Juan Ignacio, porque, aunque todavía te cueste creerlo, Estudiantes volvió a 1 y 57.

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