Por Joaquín Méndez
Una brisa helada congela las orejas de las dos personas que caminan por avenida Udaondo, las tienen rojas, el viento rasga sus pieles. Escarba y escarba en lo más profundo de sus cajas torácicas, como si les arrancara el último aliento que posee. El frío duele. La noche con la temperatura más baja del año en Capital Federal pega fuerte en lo más vulnerables. “Me robaron todo hace tres días”, dijo un señor calvo mientras frotaba sus brazos en busca de un poco de calor. Tan sólo vestía una campera verde de tela fina y un pantalón emparchado. Pero al menos por un día, para ese señor, no todo fue soledad y tristeza.
El arco se abrió y se abrió para que se hagan muchos goles, miles de gritos al cielo, para todos los que quieran colaborar. River Plate abrió las puertas de su estadio para combatir la desigualdad y el hambre. En una de sus entradas recibió donaciones durante toda la noche como frazadas, abrigos y alimentos. Además, puso a disposición el gimnasio de Vóley para que las familias pudieran dormir con colchonetas, en un piso de parqué que ayudó a mantener el lugar a una temperatura placentera. “Esto es la cartelera para mostrar todo esto, los clubes cumplen su rol social todos los días sacando niños humildes de las calles”, aseguró Juan Carr, titular de Red Solidaria, en una entrevista con El Equipo.
Y la cartelera hizo su efecto. Cientas de personas se acercaron a colaborar con la fundación, a tal punto que se llenó una montaña de 3 a 4 metros con donaciones. Algunas se repartieron a las personas que provenían de las oscuras calles de Buenos Aires y el resto, se repartirá el próximo viernes en Plaza de Mayo. Carr expresó su asombro por la cantidad de ayuda que obtuvo el evento: “Lo que pasó hoy es una locura, armamos todo rápido y mirá la repercusión que tuvo. Yo traje dos frazadas para una foto y así poder visibilizar, que era el principal objetivo. Pero se llenó todo”. Por otra parte, confirmó el interés de Vélez por realizar un acto similar próximamente.
La esperanza no sólo vino desde los colaboradores que llegaron para donar, sino también desde las propias personas que llegaron en busca de ayuda. Una decena de ellas, participaron activamente de la recolección, acomodando y apilando las cosas que fueron llegando. Se armó un equipo. Un equipo de lucha y con conciencia social en busca del bien común. Los más necesitados y los primeros que tendieron una mano para combatir al frío y la muerte. Muerte que ya se llevó cinco vidas en una semana. El último fue Sergio Zacarías de 53 años, uno de los detonantes del movimiento solidario de la madrugada según le afirmó Carr a El Equipo.
Hoy se se creó el arco más grande del mundo en el Monumental, celebrando la inclusión y las ganas de compartir el cariño que calentó los corazones de un centenar de personas indigentes. Hasta el Museo de River fue visitado por los huéspedes según contó Rodrigo Daskal, sociólogo y docente. La emoción invadió los rostros de las madres y los padres que encontraron un hogar para sus hijos, al menos por una noche. Aquellos niños, recibieron el amor del estadio, de las más de 70 mil personas que asisten a él cada día y gritaron gol, con cada manta que les fue tendida sobre los pies.
Juan Carr es el director técnico de Red Solidaria y detrás, tiene un equipo dispuesto a brindar amor a cambio de un gesto, una sonrisa, un leve mueca de felicidad. Empatía. La misma que generan los clubes a diario, cuando cumplen con su rol social en los barrios de la Argentina, cuyo valor es incalculable y que de ninguna manera podría dar un saldo negativo. Lo que pasó esta noche fue histórico como tantas otras acciones de la fundación. Tiro paredes, jugó limpio y no paró de trabajar por su ideal. Ideal más que representado por sus jugadores, los que dan y los que reciben.
Y si de experiencia se trata, sobra y muchísimo. De hecho, el abuelo ya llegó al estadio. Comenzó a compartir su sabiduría, sus vivencias y su alegría. Estuvo colgado de la valla blanca en busca de su abrigo y luego, fue a buscar algo de comer. Ya obtuvo su plato de fideos bien calientes con salsa. Además, encontró un grupo de amigos con los cuales no paraba de reírse. Panza llena y corazón contento, se tiró hacia atrás sobre un colchón improvisado con bolsones, que le prepararon los más jóvenes. Respiró hondo y largó un suspiro largo. Se volvió a erguir y comenzó a charlar con los que le hicieron su cama, les explicó el juego. El juego de la vida, que a veces, en ciertos días, tiene el arco y la red tan grande como el de River.