sábado, noviembre 23, 2024

El argentino que iluminó a Ferrari

Por Franco Saraco, Agustín Ingrassia y Armen Ktshayan

Las banderas rojas se agitaban y la que más se agitaba era la negra y blanca a cuadros, pero Froilán miraba otra bandera. Esa albiceleste que con su febo brillaba entre tanto colorado de la tribuna de los Diablos Rojos. Las primeras lágrimas de los Tifosi. Las primeras páginas del libro que fue historia desde aquel 14 de julio de 1951. El que entró por la puerta de atrás. El relleno de un equipo lleno de estrellas.

La bandera bajó en el circuito de Silverstone y ese fue el momento en el que pudo ver su alrededor, pero las noticias no eran buenas. El terror era muy grande, los autos pasaban y los nervios crecían. Minuto cuarenta y cuatro marcaba en el reloj. La presión del mecánico y la marca de otro segundo menos. La gente no se veía, todo le pasaba a 160 kilómetros por hora. El público sí lo veía. Sonrisas rojas que por momentos no fueron sonrisas. Froilán y Juan. Uno y dos. Una carrera de noventa vueltas que a las veinte había dejado atrás a otros dieciocho competidores. Rueda a rueda, como colectiveros de la misma línea. Misma bandera en el casco pero defendían otros intereses.

Setenta vueltas viendo lo mismo, el alerón delantero y trasero de ese Alfa Romeo tan temible. Las decisiones claves, unas gomas desgastadas y una vuelta cincuenta y cinco. Pulgar para arriba y seguimos, no podía fallarle a esa gente. El auto se quedaba. Había que cargar nafta. La entrada clave y la diferencia que marcó para pensar solo en el final. Ese final que lo esperaba al igual que los abrazos que aguardaban en boxes.

Dos horas, cuarenta y dos minutos y dieciocho segundos. Miró para atrás, la sonrisa de Fangio. Lo había logrado. 120 mil almas coreando su nombre y una lapicera esperando en boxes. La que firmaría su contrato y con la que José Froilán González escribiría el primer capítulo de la grandiosa historia para Ferrari en la Fórmula 1.

 

Más notas