Por Augustín Caballero
Correr, nadar, andar en bicicleta… Actividades que, si resultan complicadas por sí solas en escenarios recreativos, imagínese el esfuerzo que conllevan en un contexto competitivo, sin interrupción y con más de medio centenar de participantes dispuestos a aferrarse a la gloria. Así es el triatlón, un deporte diseñado para los más tenaces. Y, por consiguiente, perfecto para Romina Biagioli, atleta cordobesa de 35 años.
Aún así, las primeras andaduras deportivas de Romina no tenían al triatlón como objetivo, sino más bien a la natación. Un día, el club en el que nadaba se encontraba cerrado, por lo que decidió ir a correr con el fin de no perder ni un día de preparación. Así fue como uno de sus entrenadores la vio y le sugirió un cambio de disciplina. El resto es historia.
“Venimos de un entorno de clase media baja”, cuenta Claudio Biagioli, hermano y entrenador olímpico de natación, en diálogo con este medio. “No nos faltaba nada pero no había posibilidades de acceder a elementos competitivos”. Si bien no contaba con material apto, Romina participó de su primer triatlón hace 17 años en el circuito de la Paz, Entre Ríos, con una bicicleta prestada. Terminó última, aunque, según dice, hasta el día de hoy le sirve de motivación. “Es un deporte hecho exclusivamente para gente con su personalidad”, cerró Claudio.
A pesar de no contar con preparación infantil ni roce en categorías menores, se propuso interiorizarse más en la disciplina y dedicar su vida al alto rendimiento. Desde las incontables sesiones de spinning en cualquier gimnasio aledaño hasta su rutina actual basada en 4 horas de ciclismo, 3 de marcha a pie y otras tantas en el agua, Romina parece haber desarrollado una personalidad inalterable frente a la adversidad.
Los logros no escasean: medallas en los juegos panamericanos y suramericanos de playa, participaciones destacadas en copas del mundo y un puesto 121 en el ranking olímpico, lo que le permitió el acceso a París 2024 mediante la plaza “nuevas banderas”, destinada a una nación de cada continente que aún no hubiera asegurado la suya.
Será la segunda experiencia olímpica para la cordobesa desde que accediera a la última edición en Tokio. Recordar aquella vivencia resulta un dolor de cabeza para la triatleta: en la búsqueda de puntos que le dieran el último impulso de cara a la clasificación, salió despedida de su bicicleta tras chocar contra otras competidoras y golpeó de lleno contra el guardarrail. El resultado? Una costilla quebrada y otra fisurada.
Impulsada por la perseverancia que la caracteriza, Romina se aguantó el dolor y largó 7 días después en Italia y otros más tarde en México para cerrar de manera definitiva su clasificación. Ya en la capital nipona, las condiciones en la pista no eran óptimas y el panorama lucía complicado. Sin embargo, logró terminar la carrera en 33° lugar. “Hubo un tifón el día previo y alteró todo. Romina llegó a la meta porque es una muy buena competidora, tremendamente intensa”, asegura a El Equipo la triatleta mexicana Cecilia Pérez, quien no pudo completar el circuito aquel día.
El espíritu insaciable de Biagioli la llevará a disputar sus segundos Juegos Olímpicos en París, donde tendrá que atravesar el desafío de los 1500 metros de natación, 40 kilómetros sobre ruedas y otros 10 a pie. Lo hará el 31 de junio, con una bicicleta nueva y diseñada especialmente para la cita. Aquella Romina de 18 años jamás lo hubiera imaginado.
A sus 35 años, la cordobesa asegura aún tener sueños por cumplir. Entre ellos se encuentra el completar un desafío Ironman, que consiste en nadar 3800 metros, pedalear 180 kilómetros y correr una maratón (42,195 km) con demoras de entre 9 y 17 horas, además de los gastos siderales del entrenamiento y equipaje. Al fin y al cabo, es un deporte diseñado para los más tenaces. Y quién mejor que Romina Biagioli para confirmarlo.