viernes, noviembre 22, 2024

Ayrton Senna como experiencia religiosa

Por Franco Sommantico

Se lo ve entusiasmado pero a la vez nervioso. Le acaban de decir que la próxima temporada dejará la Fórmula 3 y se subirá por primera vez a un Fórmula 1. Hay poca gente alrededor, casi nadie. Trae a upa a un bebé, que bien podría ser su sobrino, y mira hacia ambos lados mientras su padre Milton le cuenta al único periodista que fue a conversar esa tarde al aeropuerto que lo del karting había tomado una dimensión mayor y que estaban un poco preocupados. El periodista le pasa el micrófono a Neyde, su madre, y le pide que le diga unas palabras a su hijo. Ayrton levanta entonces la mirada y la clava sobre los ojos de su madre. En su cara empieza a dibujarse una pequeña sonrisa que se desvanece cuando Neyde se larga a hablar. “Que dios lo proteja siempre de los peligros que pueda enfrentar, ese es mi mayor miedo”, dice, y los ojos de Ayrton ya no apuntan a los de su madre sino que se pierden en algún lugar del piso. Permanece así con la mirada perdida, como tildado, los cinco segundos que necesita su madre para terminar la oración. Después reacciona y se limpia un par de lágrimas que le acaban de caer. Esos cinco segundos que permaneció tildado no fueron simplemente eso. Hay en esos cinco segundos en los que su madre evocó a dios, algo más, una suerte de conexión, una señal. La primera de tantas.

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Es domingo 14 de mayo de 1988. Se está corriendo sobre las calles de Montecarlo el Gran Premio de Mónaco, un circuito particularmente complejo debido a su configuración con curvas cerradas y rectas cortas. No queda un solo asiento en las gradas. La mayoría de los pilotos regula la velocidad para no seguir de largo. Hay uno solo que parece estar ajeno a la dificultad del circuito, que maneja como si fuera en línea recta y atraviesa las curvas a velocidades que nunca antes se han visto. Su auto no se desplaza, flota. La gente se levanta cada vez que pasa y grita, aplaude o intenta sacar una foto sin que salga movida, pero nadie lo consigue, ni siquiera los fotógrafos profesionales con sus cámaras de última generación. Ayrton Senna viene primero y su compañero de equipo Alain Prost segundo. En la vuelta sesenta y siete de setenta y ocho hay entre ellos una diferencia casi irrecuperable de 55,114 segundos.

Senna recibe por la radio un mensaje de su equipo pidiéndole que baje la velocidad porque está muy lejos del resto, pero él no hace caso. Un par de vueltas después su auto sigue de largo en una curva y se detiene contra los guardarrailes. El comentarista de la televisión internacional grita con voz de pito en inglés “Ayrton Senna has hit the wall, Ayrton Senna is out of his car and out of his race”. Y después se suma otro que dice “Ayrton Senna goes out of the lead of the Monaco Grand Prix, absolutely incredible”. La gente en las gradas se toma la cabeza y se tapa la boca. Los fotógrafos corren para fotografiar el auto chocado de Senna, en lo que tal vez será la primera foto que saquen no movida, y después de que la consiguen bajan sus cámaras y se retiran.

Algunos años después Senna dirá sobre esa carrera: “Ese día me di cuenta de que ya no conducía conscientemente y que estaba en una dimensión diferente. El circuito para mí era un túnel y solo me desplazaba por el. Y sé que estaba más allá del entendimiento consciente. Aquello no fue sólo un error de pilotaje. Era el resultado de una lucha interna que me paralizaba y me convertía en invulnerable. Tenía un camino hacia dios y otro hacia el diablo. El accidente sólo fue una señal de que dios estaba allí esperándome para darme la mano”.

Y también recordará lo que sintió aquel sábado durante las pruebas clasificatorias, cuando sufrió una alteración espacio-temporal y experimentó una especie de trance místico: “Corría más y más rápidamente en cada vuelta. Ya había conseguido la pole por unas décimas de segundo, y luego por medio segundo, y después por casi un segundo, y después por más de un segundo. Y más y más. Llegó un momento en que yo era dos segundos más rápido que cualquier otro, incluyendo  mi compañero de equipo, que conducía un coche igual. Entonces me di cuenta que estaba pasando los límites de la consciencia. En ese momento me sentí vulnerable. Había establecido mis propios límites y los del coche, límites que jamás había alcanzado. Aún mantenía el control, pero no estaba seguro de lo que estaba sucediendo exactamente. Yo corría…, y corría… Fue una experiencia espantosa. De repente caí en la cuenta de que aquello era demasiado. Fui despacio hacia los boxes y me dije a mí mismo que aquel día no regresaría a la pista.”

Dos años después, en el mismo Gran Premio, sucederá algo parecido. Durante los entrenamientos del sábado Senna sentirá que su auto está desequilibrado y sin posibilidad de ganar. Gerhard Berger, quien entonces será su compañero de equipo, sentirá lo mismo. Senna cree que ganar en Montecarlo será muy importante y se lo explicará a dios. Al día siguiente, minutos antes de la carrera, en los boxes, tendrá una sensación y una visión: “Conseguí verme fuera del coche. Alrededor de la máquina y de mi cuerpo había una línea blanca, una especie de aureola, que me proporcionaba fuerza y protección. Entré en otra dimensión. Tuve una paz increíble, y la certeza de que estaba equilibrado, en cuerpo y alma. Generalmente, antes de salir me concentro muy serio. Esta vez incluso sonreí. Salí del box con el mismo coche que un día antes había presentado problemas, y los defectos habían desaparecido. Estaban allí, pero no los sentía, no me molestaban.” Senna ganará la carrera con facilidad y Berger se acercará a hablarle para decirle que su auto siguió desequilibrado. Senna sonreirá pero no entrará en detalles. En su auto no ocurrió nada.

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La ciudad de Suzuka, Japón, está paralizada. Las gradas parecen un hormiguero. Hay gente agitando banderas de muchos países, pero las que más se ven son sin duda las de Japón y Brasil. Esta tarde se define el campeonato de Fórmula 1 de 1988. El cielo está nublado de a sectores, algunos de los cuales amenazan con traer la lluvia, y no son muchos los espectadores que trajeron paraguas.

A miles de kilómetros de distancia, en Brasil, todos los televisores y las radios están encendidos siguiendo la transmisión. Hay altas chances de que Ayrton Senna, que larga en primera posición, gane esta carrera y consiga su primer título.

Los autos se acomodan detrás de sus respectivas líneas y esperan impacientes a que el semáforo de largada anuncie que por fin pueden correr. Solo se escucha el ruido de los motores probando su potencia, regulando, rugiendo. De las gradas, silencio absoluto. Rojo. El relator de la televisión internacional dice “now, less than seven seconds”. El amarillo casi ni se ve y pasa directamente al verde. El ruido ahora es ensordecedor. Veinticinco de los veintiséis pilotos pisan a fondo el acelerador y sus autos salen disparados. Hay uno solo que se queda estático, quieto, durante tres o cuatro segundos. Es el McLaren de Ayrton Senna, que cuando logra avanzar está decimosexto. La ilusión de Brasil está consumada. Pocos son los que creen que podrá ganar esta carrera. Los relatores dicen “Senna has really  got himself a problem now”. Sin embargo, a medida que transcurre la carrera, Senna empieza a pasar a sus rivales como si estuvieran manejando un domingo por una calle de barrio. De a poco el público se vuelve a entusiasmar. En Brasil la gente se acerca cada vez más a las pantallas de los televisores. Décimo. Noveno. Octavo. Todavía queda la mitad de la carrera cuando aparece, como si él mismo lo hubiera pedido, el primer trueno, y con él, las primeras gotas.

Entonces todos saben que Senna, pese a que todavía tiene que pasar a siete autos, es nuevamente favorito, porque su hermana Viviane contó alguna vez en una entrevista que cuando era chico y todavía manejaba karting, después de que perdió una carrera bajo la lluvia, se comprometió a entrenar bajo el agua cada vez que podía; porque lo demostró cuando Alain Prost pidió en el Gran Premio de Mónaco en el 84’ que suspendieran la carrera debido a las condiciones climáticas para que Senna, que ya había pasado a trece autos, no lo pasara a él también. Porque a Senna, abajo de la lluvia, es imposible ganarle. Quinto. Cuarto. Tercero. La gente en las gradas está como loca, no puede creer lo que están viendo. Poco les importa la lluvia que ahora cae con mayor intensidad y los moja de pies a cabeza. Para la última vuelta Senna viene primero con una diferencia de 11 segundos sobre Alain Prost. En Brasil la gente ya siente el título como si fuera suyo. Se abrazan, se besan, y la cerveza vuela por los aires. Galvao Bueno, la voz de O Globo para el automovilismo, grita “¡Ayrton Senna se acerca… va a por todas… va a por todas… Senna está en cabeza… Ayrton Senna, de Brasil, campeón del mundo!”. El relator internacional: “Ayrton Senna crosses the line, and you can see his exaltation, he knows he is the new world champion.” Él, cuando se acercan para entrevistarlo: “Le agradezco a dios, sentí la presencia del señor. Lo visualice, lo vi, fue un momento especial en mi vida. Tuve señales que me indicaron sus deseos y su poder para controlar lo que fuera, todo. Algunas personas nunca vivirán la experiencia que yo viví, y no creerán lo que digo, pero yo me limito a relatar la experiencia que viví como un hecho. Rezaba agradeciendo a dios que iba a ser campeón mundial. Cuando concentrado al máximo abordaba una curva de 180 grados, vi su imagen, grande, allí, suspendida, elevándose hacia el cielo. Todo al mismo tiempo en que me concentraba, conduciendo el coche. Este contacto con dios fue una experiencia maravillosa”.

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Hay arbolitos de navidad con luces de todos colores. Hay montones de nenes y nenas disfrazados de Papá Noel sacudiendo porras rojas y blancas. Hay un hombre disfrazado de una especie de abeja verde con una boina. Un piano más bien triste suena de fondo entre los gritos de los nenes y la voz de Xuxa, que ahora presenta al invitado de esta noche “una gran persona, Ayrton Senna”. Todos los que están en el escenario se dan vuelta. Los gritos de los nenes suenan con más intensidad y emoción. La melodía del piano también alza su volumen. Ayrton Senna desciende por una escalera de color verde, amarillo y rojo esquivando las ramas de los arbolitos de navidad que amenazan con clavarse en su ojo. Es raro sin la ropa con la que compite. Trae una camisa lisa, pantalón beige y zapatos marrones. Se acerca al medio del escenario y se detiene al lado de Xuxa, quien habla hasta que en un momento dado le pregunta qué quiere para navidad. Senna le contesta que no puede decirlo ahora, que está censurado. Entre ellos hay una complicidad que hace que ambos sonrían cada vez que se miran a los ojos. Se nota que esconden algo. Xuxa le pide que le cuente su deseo al oído, entonces Senna se acerca y susurra algo que solo ella escucha. Los dos se ríen, y después de unos breves segundos en los que se quedan mirando, Xuxa se acerca a su mejilla derecha, lo besa y le desea una feliz navidad. Después continúa por la mejilla izquierda, feliz 90. La frente, feliz 91. Mejilla izquierda de vuelta, feliz 92. Sien derecha, feliz 93. Y ahí se detiene.

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Durante la clasificación para el Gran Premio de San Marino, el débil e inseguro Simtek S94-Ford del piloto austríaco Roland Ratzenberger sufre la ruptura de su alerón delantero y el vehículo pierde una sustancial adherencia que hace que siga de largo en la curva Villeneuve a trescientos kilómetros por hora. Los pedazos de auto cuando impacta contra los rieles de contención vuelan por todos lados. El Simtek se desplaza un par de metros más, completamente destruido, hasta que se detiene sobre la pista. Los hombres de chaleco naranja, encargados de la seguridad, salen desesperados a socorrerlo. Algunos se paran sobre la pista agitando la bandera roja para que los demás autos frenen y no lo vuelvan a impactar. Dos doctores vestidos de blanco bajan de una camioneta médica para intentar reanimar al piloto. Lo sacan y lo acuestan sobre una camilla para trasladarlo a algún hospital lo más rápido posible. Ayrton Senna mira todo desde su cabina, se lo ve conmocionado y sin ganas de correr. Se acerca al doctor y amigo Sid Watkins y se larga a llorar sobre su hombro. Watkins lo abraza y le dice “Sabemos que sos el piloto más rápido y valiente. No necesitás probarle nada al mundo. Si vos no corres la carrera de mañana, yo también la abandonó y nos vamos a pescar.” Ayrton Senna agacha la cabeza y se queda en silencio unos segundos, después dice: “Sid, hay cosas sobre las cuales no tenemos posibilidad de elegir. Yo tengo que ir para adelante”.  Horas más tarde llega el parte médico. Ratzenberger murió en el acto. La causa del deceso fue una fractura en la base del cráneo. “No tengo buenos presentimientos, si pudiera no correría”, le dirá Ayrton Senna a su novia esa misma noche.

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Mañana se correrá el Gran Premio. Ayrton Senna se despertará temprano el domingo y le pedirá a dios que le hable. Abrirá la biblia en un pasaje que dirá “Dios te dará el mayor de los regalos, que es dios mismo”. El ambiente estará muy pesado. La gente llegará de todos lados para ver la carrera, poco le importará la muerte del piloto austríaco la tarde anterior. Los pilotos estarán más afectados, pero igual correrán. Quince minutos antes de largar Ayrton Senna será enfocado dentro de su Williams por una cámara de televisión. Se lo verá nervioso, con el ceño fruncido, pensando. Los ojos no apuntarán a ningún lado, su mirada se perderá en algún punto del cielo. Apretará los labios y negará con la cabeza. No estará convencido. Cerrará los ojos unos segundos, y su dios le hablará, en lo que será la última señal.

Al momento de largada el piloto J.J Lehto detendrá su Benetton en la parrilla. Pedro Lamy, que arrancará desde más atrás, no verá al Benetton por estar tapado y chocará. Ruedas y pedazos de carrocería saltarán por los aires, lo que hará que la carrera se detenga y entre el safety car. Los pilotos mantendrán sus posiciones y deberán seguir al safety car durante dos vueltas, hasta que retiren los restos de auto que quedarán sobre la pista, lo que hará que los neumáticos pierdan temperatura. Cuando se informe que la pista está limpia empezarán a correr. Ayrton Senna saldrá primero. Completará la primera vuelta a la velocidad de siempre y sin ninguna dificultad. Durante la segunda vuelta, cuando intente doblar en la curva tamburello el Williams no responderá y seguirá de largo. Una nube de polvo se levantará junto con las partes del auto y las dos ruedas derechas. Michael Schumacher deberá esquivar el alerón trasero que saldrá volando y caerá en medio de la pista.  El Williams de Senna se desplazará unos metros, amagará con entrar a la pista pero no lo hará. Montones de tipos de pantalón naranja y chaleco amarillo correrán a socorrerlo mientras agitan las banderas para que se detenga la carrera. Ayrton Senna no se moverá. Bajarán de la ambulancia tres doctores vestidos de blanco, uno de ellos será su amigo Sid Watkins. El relator de la televisión internacional dirá “we saw movement from his head, so that’s a very positive indication.” Lo sacarán del auto y lo recostarán sobre el piso donde intentarán reanimarlo. Un helicóptero aterrizará a un costado de la pista y trasladarán a Senna a un hospital donde, horas más tarde, confirmarán su muerte. El parte médico dirá, mucho tiempo después, que la causa de muerte habrá sido el daño que sufrió en la base del cráneo por causa de un brazo de suspensión, una barra de metal larga y delgada que, todavía unida a la rueda, atravesó el casco justo en el punto de cruce de la visera y se incrustó en la cabeza del piloto. Sid Watkins dirá que al momento de atenderlo Ayrton Senna suspirará y su cuerpo se relajará. Él, que no es religioso, creerá que su espíritu se habrá ido para siempre. En una entrevista para la televisión le consultarán a Sid Watkins si sabía que Senna se iba a morir en un accidente. El doctor contestará: “Si, lo había sentido, tanto como esa extraña sensación que tuve cuando supe que partía el alma de Senna, la acompañe en silencio. Sin tratar de comprender. Simplemente despidiéndola, como se despide a un amigo.”

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