Por Agustin Otero
En Mercedes, provincia de Buenos Aires, a 105 km de Capital Federal, se ve el potrero de tierra o pasto, con arcos de madera, metal o demarcados con ladrillos. Los potreros no se pueden definir por cómo están hechos; si no, más bien, por lo que se genera en ellos: amistad, valores, la idea de equipo y sueños.
En esos pedazos de tierra nacieron los habilidosos y no tanto, los armadores, tiempistas, arqueros, goleadores. Como los dos futbolistas más importantes en la historia argentina: Diego Maradona (su potrero fue el Club Estrella Roja de Villa Fiorito, en Buenos Aires) y Lionel Messi (el suyo fue Abanderado Grandoli, en Rosario). Tipos capaces de esquivar la patada más violenta y de hacer la jugada más compleja.
La denominación del “potrero” en muchos casos está relacionada con los terrenos de juego en mal estado. Tiene que ver con que la mayoría de las canchas de tierra en Argentina,se encuentran en los barrios más populares. A la mayoría le falta pasto y son de tierra con algún que otro yuyo. Los arcos no tienen redes y en muchos ni siquiera existen por falta de recursos: son suplantados por la remera de los pibes, zapatillas o algunas piedras.
Los potreros cumplen un rol fundamental en la formación de los chicos y chicas de barrios vulnerables. Debido a las consecuencias de la pobreza estructural y del abandono que sufrieron durante años las familias, los potreros se convierten en un refugio afectivo de una triste realidad que los niños sufren a diario. Gustavo Lombardi, ex jugador de River y periodista de TyC Sports, comenta que en esos lugares donde hay más necesidades y tentaciones, el fútbol salvó a varios chicos y los llevó por un lugar distinto al que posiblemente hubieran ido si no estaban en el club. “En una sociedad donde faltan un montón de cosas, la labor de los clubes y canchas viene a tapar los problemas que tienen muchos niños en sus casas”, dice Lombardi.
De esa manera se vive en Mercedes, desde donde salieron futbolistas como Lucas Biglia, jugador que fue parte del seleccionado argentino en el Mundial de Brasil 2014 y Santiago Sosa, surgido de las inferiores de River y actualmente en el Atlanta United. En las calles del pueblo, enmarcadas con números como la Ciudad de La Plata, se respira el potrero. Se observa el interés de los chicos por divertirse, por querer jugar y olvidarse de todos sus problemas. A la vez, es muy difícil de encontrar en los clubes de la ciudad, como el Club Mercedes, Estudiantes o Quilmes. Se debe a que muchos jóvenes no solamente recurren al potrero en forma de refugio, sino que también van a un club a formarse como profesionales. Muchos cargan en sus espaldas el sueño de ayudar a sus familias económicamente y abandonan sus estudios debido a los tiempos que el club demanda.
No es una casualidad que a los mejores futbolistas argentinos los haya parido el potrero. En este lugar se encuentran alejados de los modernos entrenamientos, se lanzan a la espontaneidad e improvisación con la pelota que el territorio les ofrece. En consecuencia, se puede afirmar que la gambeta es hija del potrero, ya que nace como recurso ante el amontonamiento de jugadores en el espacio reducido.
La tecnología avanza en todos los deportes y rubros, y el fútbol no es la excepción. Durante los últimos años comenzaron a aparecer diferentes métodos de entrenamiento y herramientas que ayudan no solo a la mejora del juego, sino también para la contratación de futbolistas. El uso del Big Data permite a entrenadores apoyarse en los números para tomar decisiones que beneficien al equipo. La tecnología permite revelar los tiros al arco que se producen durante un partido, las mediciones físicas de los futbolistas y los movimientos de los jugadores en cancha, entre otras variables. De esta manera, ofrece a equipos profesionales y DTs una visión más definida y personalizada del rendimiento. Pese a eso, el entrenador argentino que dirige actualmente al Chelsea, Mauricio Pochettino, declaró en una entrevista con Fox Sports en 2019 que hasta el momento el Big Data no reemplaza la visión que podía llegar a tener en un partido, por más herramientas que brinden las nuevas tecnologías. Esta declaración se da en un contexto en el que el Big Data recién comenzaba a ser utilizado por los entrenadores de fútbol.
Si bien el software como “LongoMatch” o “Bcoach” en cuestión ayuda a la toma de decisiones, una gambeta viene a romper cualquier estructura. Y nace y se nutre en el potrero. No solo en el fútbol argentino sino en el fútbol mundial, la escasez de regates es clara. Se debe a que poco a poco el potrero se está perdiendo, por la falta de inventiva y porque el fútbol se está volviendo cada vez más en un deporte colectivo que individual. Jorge Cordon, actual entrenador de Ferro y ex coordinador de divisiones inferiores del club, observa cotidianamente más de 100 chicos que se van a probar al club y que son muy pocos aquellos que se animan a pedir la pelota, a encarar y no tener miedo de perderla. Cordon dice que no se aprende, ni se entrena, más bien se nace con el don de animarse a gambetear y a encarar: “Se puede entrenar el pase, la recepción, el control, pero ya la improvisación con la pelota es algo que se da espontáneamente durante el partido”.
En los rincones de los clubes de baby fútbol se escuchan gritos. “Tocá”. “Jugá a uno o dos toques”. No permite la inventiva de los chicos, ya que están condicionados a hacer lo que sus entrenadores le dicen. El fútbol se encuentra con entrenamientos automatizados, y cuando sucede esto es muy probable que no haya creativos. Pablo Aimar, ex futbolista de River, Benfica, Valencia y actualmente parte del cuerpo técnico de Lionel Scaloni en la selección argentina, declaró en una entrevista en Urbana Play que los entrenadores se deben hacer cargo de la supuesta o real falta de creatividad: “Si a un chico de 15 años le decimos que no tiene que gambetear porque perdió la pelota tres o cinco veces, se le está haciendo un mal, porque el fútbol es de sensaciones, de imaginación, no es ajedrez”.
La única forma de aprender de niños es jugando, desligados de cualquier tipo de instrucción; sólo así se pueden adquirir ciertas habilidades que en la etapa juvenil son imposibles de obtener. Las incorrectas prioridades de quienes toman las decisiones (entrenadores, dirigentes) llevaron a la pérdida del potrero que está directamente relacionado con la esencia del fútbol argentino. Sucede porque en el afán de formar jugadores aptos para el “fútbol moderno” olvidaron el factor más hermoso de este deporte, el humano.
Un tiempo después de que el fútbol desembarcó en 1867 en la Argentina, se hizo enseguida muy popular debido a que con muy poco podía practicarse. Hace 20 años, los potreros se contaban de a cientos en los barrios y eran fábricas incalculables de futuros cracks. Esos lugares, donde hay tierra y poco más, eran el escenario ideal para pasar horas y horas corriendo detrás de una pelota, que no tenía por qué ser una pelota. La tecnología y la gran cantidad de actividades, como la práctica de fútbol en un club, fueron quitándoles tiempo a los chicos de jugar en el potrero.
En Bahía Blanca, a 636 km de Capital Federal, en los últimos años se generó un gran movimiento de escuelitas. Uno de los primeros que decidió empezar por la Liga Municipal de Fútbol fue Marco González, ex entrenador de Olimpo, Bella Vista y Club Rosario Puerto Belgrano. Él dice que el mensaje que se les transmite a los chicos es que puedan entretenerse y tener la libre decisión de hacer lo que quieran cuando tengan la pelota en sus pies. “Mientras al chico se le dé libertad, se le permita divertirse y los entrenadores bajen líneas claras, el jugador de barrio seguirá saliendo”. A su vez, González remarca la dificultad de los chicos al momento de incorporarse a un club mayor donde la competencia y el resultado es lo importante. “En los clubes de barrio, al chico lo tenés desde un lugar de contención, pero luego cuando tienen que ir a un club grande les cuesta incorporarse al sistema de ese club. Los clubes no han sabido incorporar la parte social. Son sistemas distintos”.
El jugador de potrero está, existe y es muy buscado. Se puede entender que si bien es menor la cantidad que en otros tiempos, los chicos siguen disfrutando de los potreros y en ellos encuentran el refugio para seguir adelante. Y en la pelota, encuentran una compañera ideal para ir en busca de sus sueños.