sábado, noviembre 23, 2024

LeBron, la noche del rey

Por Julián Dondo y Agustín Reynal

El 7 de febrero de 2023 LeBron James se convirtió en el máximo anotador de la historia de la NBA. El rey inmortalizó su monarquía para siempre. No hacía falta que lograra ese récord para ser uno de los dos mejores de todos los tiempos, pero la marca ayudará dentro de unos años a que se dimensione aún más su legado.

El alero de Los Angeles Lakers llegó esa noche al Crypto.com Arena de traje negro y lentes de sol y con un objetivo incluso más importante que ganarle a Oklahoma City Thunder: meter al menos 36 puntos para superar a Kareem Abdul-Jabbar. Es algo sumamente difícil de lograr, pero para LeBron tener esos registros es parte de su rutina, como quien se levanta y se va a trabajar. Por eso el estadio se llenó de fanáticos y celebridades que no querían perderse semejante suceso. Todos sabían que lo iba a conseguir.

Faltaban minutos nada más para las ocho de la noche en la ciudad de Hollywood y los espectadores ya se terminaban de acomodar en sus butacas; la película estaba por empezar. No se sabía mucho sobre este filme, pero si la protagonizaba el “King”, el espectáculo estaba garantizado.

El número al que tenía que llegar era 38.388, una absoluta barbaridad. Como para tener una idea, un jugador que hace 25 puntos hizo un muy buen partido. En una temporada regular cada equipo juega 82 veces. Es decir, jugando muy buenos partidos durante toda la temporada, llegaría a 2050 puntos. LeBron tiene 19 de esas campañas, con lo que significa mantener ese nivel a los 38 años. 

La pregunta sobre quién es mejor entre él y Michael Jordan, a la cual no se le va a buscar una respuesta en este texto, podría compararse con la de Maradona o Messi. La magia, quizás algo más efímera, del siglo XX contra la constancia deportiva del XXI.

Los jugadores del equipo de california ya estaban en cancha vestidos con su tradicional uniforme dorado, haciendo juego con la corona del Rey. Todos sus súbditos estaban a su lado, preparados para defenderlo a muerte en una nueva batalla.

En el estadio de los Lakers ya no cabía un alma más cuando el árbitro lanzó la pelota al aire. Los locales y los Thunder ya estaban jugando el partido que podía definir un nuevo e imponente récord. Pasaba el primer cuarto y el gigante de Ohio todavía no podía sumar para su cuenta personal, que sinceramente, era lo que importaba. 

Hasta que disputados casi 5 minutos de juego, una pelota cayó en sus manos y se animó a tirar desde el perímetro. Adentro, triple de LeBron y la gente se volvió loca. Todos lo entendieron: el show había empezado. Incluso el base australiano de Oklahoma, Josh Giddey, que se agarró la cabeza y la giró en señal de “no”, como quien ve una nube negra a lo lejos y sabe que se avecina una tormenta.

Al siguiente ataque de Los Angeles el número 6 penetró en la defensa rival y le cometieron falta al tirar, dos tiros libres para él. Solo convirtió uno, pero el rey ya estaba en partido. 

Un minuto después, segundo cruce con el 3 de los visitantes, esta vez en la zona de la pintura. James anotó su bandeja y el choque con el defensor le otorgó un tiro adicional. Ya eran seis puntos para el alero, aún le restaban 30. Al término del primer cuarto tenía ocho. No es un mal número, pero no alcanzaba con repetir eso durante los siguientes tres.

LeBron había disputado 34 partidos de fase regular durante su carrera ante los Oklahoma City Thunder (antes Seattle SuperSonics): en ellos registraba 28,1 puntos, su octava mejor marca entre los 30 equipos de la liga. Tenía que mejorar sus promedios.

Comenzó el segundo cuarto y antes de que el reloj llegue a 10:00 James ya había anotado seis más. Dos veces consiguió el “and one” al atacar el aro. Parecía estar escrito. 14 puntos en 11 minutos. Después, un triple y tres libres convertidos. 20 en la primera mitad. Era un hecho, lo estaba logrando.

Los dos equipos llegaban casi igualados en la tabla de posiciones de la Conferencia Oeste. 25-29 los angelinos y 25-28 la visita. Ambas franquicias estaban en la lucha por entrar al décimo puesto y un lugar en el play-in.

Comenzó el segundo tiempo, los espectadores ya se encontraban otra vez en sus butacas luego del descanso. LeBron empezó algo errático, pero rápidamente volvió a la normalidad con dos triples seguidos. Ya llevaba 28 en la planilla y quedaban todavía ocho minutos para el final del tercer cuarto. Empezó a entregar bandejas como un mozo en un restaurante. Una, dos, tres. Estaba a solo un doble de conseguirlo y aún faltaba un minuto además del último período. 

Con 18 segundos restantes para la finalización, LeBron recibió la pelota en el vértice de la pintura ante la intensa defensa de Kenrich Williams. Las luces puestas por Los Angeles Lakers, las cámaras por la NBA, la acción por LeBron James.

Dos segundos con la pelota en sus manos de espaldas al aro. Picó el balón tres veces ubicándose en el centro de la zona. El tiro definitivo. El famoso fade away que no caracteriza su estilo de juego sino más al de Michael Jordan o Kobe Bryant, fue el que lo coronó. Suspendido en el aire, dio media vuelta para que con el reloj en 10,8 segundos, se detuviera el tiempo. Un giro para la historia. Una pelota que únicamente tocó la red. Del silencio absoluto al ruido y euforia que invadió todo Los Ángeles. 

Como si fuera poco, el estadio, las autoridades y las leyendas le rindieron tributo al rey. El árbitro del encuentro pausó el partido. Adam Silver, comisionado y máximo representante de la NBA ingresó junto a Kareem Abdul-Jabbar al parqué para homenajear al hombre récord. 

El 5 de abril de 1984 el ex Milwaukee pasó a Wilt Chamberlain para convertirse en el máximo anotador de todos los tiempos. 38 años, 10 meses y 2 días duró ese hito para el pivot. En ese entonces, James aún no había nacido. El número treinta y ocho hace referencia a los maestros ascendidos en la biblia y significa que “debes seguir por el camino que estás recorriendo porque estás cerca del éxito”.  Un experimentado de 38, rompió el récord de 38 años de vigencia, superando los 38.388 puntos. 

En una muestra de gratitud, Abdul-Jabbar le entregó el balón con el cual rompió su marca como gesto del pase de la antorcha de un legado que será aún más difícil de vencer o tal vez nunca vuelva a ser superado.

 

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