Por Tomás Schenkman
Alejo Barrios vivió una montaña rusa de emociones en los últimos cinco años. Cuando creyó que había cumplido su sueño, la vida lo catapultó más alto. Pero él lo tuvo siempre claro.
Desde sus inicios a los 5 años en el baby del club Sargento Cabral de Lomas de Zamora hasta el desafío de jugar en cancha de once en una filial de Argentinos Juniors en Villa Celina —cuando aún no llegaba a los 15 años—, el nacido en Lanús tenía una meta fija: ser futbolista profesional.
Cuando fue creciendo, se acercó a otros clubes de AFA para probarse, pero la suerte no lo acompañó. Hasta que en 2016 le llegó la chance de quedar en Yupanqui, que en ese momento militaba en la Primera D. Allí hizo inferiores hasta 2021, cuando se produjo su debut en el primer equipo, donde obtendría el primer ascenso en su historia en octubre de 2022. Ese hito lo clasificaría a disputar por primera vez la Copa Argentina, otro de los sueños que Alejo tuvo que renovar a medida que fue cumpliendo los anteriores.
Antes de su debut como profesional había probado estudiar la carrera de periodismo deportivo, pero desistió al poco tiempo por falta de entusiasmo y encontró algo que le cerraba por todos lados: el profesorado de Educación Física. Un amigo se lo había sugerido y, sumado a que a él siempre le atrajo el deporte, decidió meter las fichas ahí.
-¿La carrera te gustó desde un inicio y dijiste “che, esto es lo que me gusta”? ¿O lo hacías más por una salida a futuro?
-A mí siempre se me inculcó trabajar o estudiar. Entonces yo sabía que algo tenía que estudiar. Quería estudiar y con el tiempo me gustó. Después, cuando me di cuenta, ya estaba llegando a lo último y la verdad que lo disfruté mucho.
Sin embargo, Alejo sostiene que “siempre está el pensamiento de que algo más se puede hacer o que se puede llenar un espacio con más conocimiento”. Y lo supo traducir a la realidad: por ser de los promedios más altos de la carrera en el Club Lanús, en 2021 lo llamaron para hacer prácticas a cargo del plantel de Novena División, pero al debutar en Primera aquel año le costó poder ejercer como profesor de Educación Física.
Esa primera parte del año, Yupanqui tuvo una pésima campaña, finalizando en el último lugar. Para la temporada siguiente, el entrenador Adrián Tossi “se enfocó mucho en lo que era la calidad humana del grupo, cambiaron ciertos jugadores y ciertas normas que nos ayudaron a terminar peleando. En 2022 es cuando ya se ensambló todo y salimos campeones”, detalló.
El desafío más grande llegaría luego de esa conquista histórica. Los egos y las distintas formas de pensar dividieron al plantel: una parte se aliaba con el técnico y la otra con la dirigencia. Cerca de mitad del 2023, los malos resultados se hacían notar y terminaron desencadenando en la salida del entrenador. Conforme sucedió eso, cada uno de los futbolistas que pensaban igual que él fueron quedando libres, incluido Alejo.
En medio de la incertidumbre, la respuesta rápida era ir a buscar trabajo, algo fijo, porque mientras jugaba en Yupanqui hacía “changas” con el auto, ayudaba a su padre, que era electricista, y le hacía envíos a una amiga que tenía un emprendimiento. Y a pesar de vivir con sus padres, eso no le sobraba porque en el club le daban el viático que apenas alcanzaba para que viaje al predio. “Anímicamente estaba desganado, había visto que un día sos héroe y al otro día se olvidan todos de vos, y llegué a pensar: ¿para qué se hace tanto por esto?”, confesó.
Ya en enero de 2024, el que había sido su técnico en el club y con quien mantenía una gran relación le ofreció trabajar en una cooperativa de residuos, llamada “Primavera”, en Bajo Flores, que además le servía porque “si Adrián (Tossi) agarraba algún equipo, sabía que me iba a tener en cuenta y no se me iba a complicar con los horarios para hacer ambas cosas”, explicó.
Y en esos meses entre que saliste campeón y te quedaste libre, ¿pensabas en jugar en algún club de una categoría superior o trascender de alguna forma?
No sé si alguna vez soñé tan grande. Hoy me arrepiento porque yo creo que si de más chico hubiera soñado más grande, quizá hubiera hecho mil cosas más. Y ahí ya no le echo la culpa a nadie, el único responsable soy yo. Mi meta siempre fue jugar en la Primera cuando estaba en Yupanqui, jugar Copa Argentina y salir campeón. No fui más allá.
En su tiempo como jugador libre y como empleado de la cooperativa, “no estaba con tanta fuerza ni ganas para buscar un club que me coordine los horarios con el laburo y que encima me quede cerca porque la mayoría estaban a dos horas de mi casa. Ya tenía la visión en trabajar para comprarme mi casa, mi auto y formar una familia, pero sabía que si me ponía a buscar club, iba a conseguir porque venía de un ascenso histórico”, repasó.
Sus días de semana comenzaban bien temprano, ingresando a las ocho de la mañana a la cooperativa, ubicada en la esquina de Balbastro y la Avenida Perito Moreno, y saliendo a las tres de la tarde. En el interín, al ser uno de los nuevos, no tenía una tarea fija como otros; iba variando: a veces le tocaba salir con los camiones a cargar materiales reciclables y otras se quedaba en el galpón abriendo bolsas y separando el reciclado. Pero esa no era toda su jornada.
A la par de lo que hacía a la mañana, un amigo con el que había estudiado en Lanús y que había estado trabajando allí desde entonces, le avisó que buscaban un profesor de Educación Física para los chicos de jardín: “Se laburaba por duplas y eran dos veces por semana para probar a ver cómo estaba porque yo nunca había ejercido oficialmente. Entonces hubo un tiempo que salía de la cooperativa los lunes y jueves y me iba dos horas al jardín para retomar lo que había estudiado”.
Esa vida la pudo llevar a cabo solamente cuatro meses. Si bien el fútbol ya no era su prioridad, al ser el deporte una de sus mayores pasiones, se mantenía entrenando y jugando torneos amateurs cada tanto.
Y ahí fue cuando le tocaron la puerta.
Su amigo y excompañero de inferiores en Yupanqui, Ezequiel Solaga, estaba con el trámite de la ciudadanía italiana en curso por un pariente cercano y se había armado videos a modo de currículum para enviarle a una persona que trabajaba allá con clubes de ascenso. “Mi amigo me dijo que le habían preguntado por un delantero, y que le ofrecían casa y un pequeño sueldo para la comida y necesidades, entonces me preguntó si tenía videos para mandar y le dije que sí, y a las semanas nos contactaron para viajar”, comentó Alejo.
Entre la inquietud de si esos mensajes que intercambiaban con el dirigente de un club cercano a la ciudad de Pescara eran ciertos, había una inversión económica inusual y un cambio de rumbo rotundo, impulsado por un sueño de toda la vida. “No fue algo planeado, yo empecé el año calculando cuánto tiempo iba a tener que laburar para poder comprarme mi auto, y a los seis meses me surgió esta posibilidad de viajar a Italia a jugar a la pelota”, dijo con cara de asombro e ilusión.
Apenas surgió la chance, habló con su jefe y extécnico para avisarle con antelación y no dejarlo tirado con el trabajo a último momento. Un jueves le confirmaron que se iba y el lunes ya estaba con su amigo sacando el pasaje para arribar al Viejo Continente el martes. Sus padres lo sabían, pero sus tres hermanos menores y su círculo íntimo no; entonces, ese mismo día se puso a mandar mensajes para que todos estuvieran al tanto.
Torre de’ Passeri era el pueblo de 3.000 habitantes que lo esperaba, a treinta minutos de la ciudad de Pescara, a orillas del Mar Adriático. El club donde iba a reencontrarse con su fútbol era el Real Torrese, que militaba en la Seconda Categoria —Girone C en la región de Abruzzo—, equivalente a una octava división. “Es como el Federal o un Regional de acá, a diferencia de que allá te dan casa todos los clubes”, agregó Alejo.
Ya instalado en el pueblo con su amigo, entrenaba tres veces por semana con el equipo y competía los fines de semana. En octubre llegaron sus primeros goles: convirtió un triplete en el 7-1 de su equipo ante Greco. Pero al poco tiempo sufrió un desgarro y, para suerte de él, se perdió solo dos partidos porque justo coincidió con el receso de invierno.
En la vida diaria, el club, además de brindarles la vivienda, les daba 400 euros al mes para que pudieran comer y organizarse. Eso les alcanzaba bien y a veces les sobraba, pero si querían más dinero tenían que conseguir otro empleo. Después venía la adaptación a lo futbolístico: como allí la intensidad del juego era menor en comparación con Argentina, cada vez que él quería gambetear, era recriminado por el entrenador, que le pedía jugadas más colectivas. “Ellos me llevaron para que dejara todo en la cancha, y cuando lo hacía con la intensidad que tuve siempre, me pedían que baje un cambio”, manifestó entre risas.
“Gira la pala” era la frase que le reiteraban constantemente sus compañeros y el cuerpo técnico, haciendo alusión a que pase la pelota y dé la vuelta para encontrar más espacios. Se vivía peleando hasta que se terminó acostumbrando y ese choque de estilos se volvió su manera de desenvolverse en el césped sintético, superficie mayormente utilizada en los estadios del ascenso italiano.
-¿Cómo era vivir en un pueblo de 3.000 habitantes y con la barrera del idioma?
-Teníamos una casa alejada del centro, al principio era tímido, no salía a hablar mucho, pero una vez me solté, y al ser pueblos chicos, se conocen todos con todos. De tanto ir a hablar a las casas de los vecinos para aprender el idioma, me terminaban invitando a comer porque era la cara nueva ahí. Es más, ahora estoy haciendo un curso de italiano para seguir con ritmo y complementarlo con lo que ya sé.
Desde el arribo allí, “me sentía como en Disney, mi familia me miraba por transmisiones, me preguntaban todos cómo me iba, pero me faltaba la cotidianeidad de estar con mis afectos; veía la bandera italiana por todos lados y me chocaba un poco”, analizó sobre sus meses en Italia.
Para su desgracia, no todo es color de rosa. Al no tener ningún familiar directo con sangre italiana, no podía sacar la ciudadanía, y el cupo de extranjero que lo habilitaba a jugar allá se terminó venciendo porque te dan un permiso para quedarte como residente, pero si tenés un trabajo específico. Su amigo tenía la ciudadanía en trámite y le cedieron un permiso especial que le permitió quedarse hasta entonces allí, pero Alejo tuvo que regresar en febrero de 2025 a Argentina.
Sin embargo, él le da un gran valor a lo que pudo vivir en esos seis meses en Europa: “Lo veo como algo bueno, porque yo creo que si hubiera sabido todo lo que sé ahora, nunca hubiera intentado ir para allá. Pero prefiero quedarme con la anécdota de haber vivido ese sueño”.
-Y cuando volviste, ¿qué pensaste hacer? ¿Querías dedicarte de lleno a ser profesor de Educación Física, probar suerte en algún club o seguir martillando con lo de la ciudadanía?
-Para yo tener la ciudadanía, al no tener ningún pariente, tengo que casarme con una italiana. La otra es quedarse a vivir allá por trabajo o estudio, pero tenés que estar 10 años sin moverte de ahí. Con el tema del trabajo, yo cuando volví había dejado todo. Entonces fue como empezar de cero otra vez. Me ofrecieron la oportunidad de volver a trabajar en la cooperativa. Volví, estuve un par de meses, pero sentía que era una etapa para ver si había algo más. Ahí fue cuando me llegó el pensamiento de ‘yo tengo el título, tengo dos opciones, me quedo o arriesgo y veo cómo me va con lo que estudié’.
Pensó que se acababa todo, y ahí fue cuando la vida le volvió a sonreír. Entró en una escuela como profesor de Educación Física y a veces ejerce como preceptor, a la par de haber conseguido estar en la preparación física de básquet femenino de un club que está cerca de la estación de Lanús.
-¿Cómo es tu agenda ahora?
-Me dedico a laburar en la escuela todos los días a la mañana, y los martes y jueves me voy a laburar a básquet de 17:30 a 21:30 horas. Pesa el hecho de estar hasta tan tarde, pero es algo que estoy disfrutando hacer.
Un día soñó con ser jugador profesional, y no solo lo logró, sino que consiguió un ascenso heroico y jugó por primera vez la Copa Argentina ante un equipo de Primera División. Lo dejaron libre, pero apareció la oportunidad de jugar en Europa. Tuvo que abandonar su travesía por algo que lo excede, y se reinventó consiguiendo trabajo gracias al título universitario por el que había estudiado.
Más allá de sus logros, a sus 26 años él sigue buscando más y aclaró que, por el momento, sus propósitos no están ligados al fútbol: “Hoy mi cabeza está más por otro lado, no quiero estar acomodando mi laburo a mi horario de entrenamiento para poder cumplir con el club. La mentalidad está en encontrar la estabilidad económica necesaria para cumplir ciertos objetivos personales”.
Alejo Barrios desafió lo utópico, dejó huella en todos los sueños que persiguió y, aunque la pelota ya no sea la que corra a su lado, siempre habitará en él ese espíritu que lo impulsó a no rendirse cuando la vida le quiso truncar el camino.