lunes, octubre 13, 2025

Russo, la despedida de un fútbol que no entiende de colores

Por Juana Lusin Santafé, Morena Politi y Lara Mileo

El silencio en la Bombonera no es habitual. Es un estadio hecho para gritar, para cantar, para desgarrarse las cuerdas vocales. Pero hoy, desde temprano, el murmullo, el llanto y la tristeza se volvieron protagonistas de la despedida de Miguel Ángel Russo, quien dijo adiós al mundo en su casa a los 69 años.

En el hall de entrada, el camino de coronas dejadas por los clubes abre paso al féretro, que está rodeado por sus familiares, camisetas, pelotas y un sinfín de flores. Nadie habla fuerte, solo se escuchan pasos sobre el suelo de aquel lugar donde tantos triunfos fueron festejados. Cada tanto, el sonido de la respiración entrecortada y algunos sollozos rompen la monotonía del silencio. 

A pocos metros del ingreso está María, hincha de Boca, con un ramo de flores amarillas. “No lo conocí en persona, pero crecí viéndolo en el banco. Era parte de nuestras alegrías”, dice y continúa en la fila que lleva al interior del estadio.

Los hinchas pasan despacio, algunos se persignan con la señal de la cruz, otros apoyan sus manos en su pecho y cierran los ojos, como pidiendo esa paz que transmite el lugar. Los que están acompañados se abrazan y continúan así hasta la salida, usando de sostén a su compañero.

La calle Brandsen está llena de hinchas de diferentes clubes: de Rosario Central, Estudiantes de La Plata, Vélez y hasta algunos de Avellaneda, lugares donde Russo dejó su huella sin importar los colores. Por unas horas, el fútbol tuvo una sola camiseta. Entre todos entonan canciones de Boca, con esa pasión que caracteriza a la hinchada. “Muchas gracias Miguelo, muchas gracias Miguelo”, se escucha una y otra vez, como si el canto intentara devolverle una última ovación. 

Entre los hinchas también está Pablo, de Rosario Central, que viajó desde su ciudad para darle el último adiós al técnico, a quien tenía una sola cosa para decirle. “Gracias por enseñarnos que aunque el rival sea más grande siempre tenemos que luchar y no rendirnos ante el primer resultado porque siempre se puede salir adelante”, remarca.

Cuando cayó la tarde, con la brisa del viento y esa temperatura tibia que marca que la primavera ya empezó a hacerse sentir, una escena conmovió a los que aún estaban cerca del estadio: entre las vallas que rodean a la Bombonera, aparece un hombre, destrozado y con lágrimas en sus mejillas. Camina despacio, con la mano sobre el pecho, como si el corazón le latiera tan fuerte que amenazara con salirse del cuerpo.

Al final del pasillo de vallas, donde el murmullo de la gente vuelve a aparecer, un grupo de hinchas con camisetas de Estudiantes, Vélez y Boca lo recibe. Nadie dice nada, no hace falta. Lo rodean en silencio, mientras uno de ellos le da un abrazo largo y sincero, de esos que no necesitan explicación. 

Imágenes como esas marcaron el día: son una muestra más de lo que el fútbol puede generar más allá de los colores. Porque en ese abrazo, donde ya no importan los escudos ni las canciones, está el verdadero sentido de pertenencia que Miguel Ángel Russo había querido dejar como legado.

 

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