domingo, octubre 5, 2025

Maximiliano Padilla: “Tuve dos operaciones de tumores”

Por Adriano Bianchini 

Durante años, su nombre pareció desvanecerse del mapa del fútbol argentino. Hoy, con 30 años, Maximiliano Padilla puede mirar atrás y entender que su mayor logro no fue un ascenso ni un gol, sino haber vuelto a jugar después de atravesar lo que parecía imposible. Su historia, silenciosa y conmovedora, habla de resistencia, salud y amor por el juego.

“Estuve entre cinco o seis años sin jugar, mucha gente no lo sabe, pero tuve dos operaciones de tumores, inyecciones constantemente, corticoides, tiroides, diabetes… un combo de todo”, cuenta con la serenidad de quien aprendió a convivir con las cicatrices. No lo dice con dramatismo, sino con la naturalidad de alguien que ya atravesó el dolor y lo convirtió en aprendizaje. “El cuerpo se acostumbró a estar así, a jugar de esa manera, y siempre lo hice así”, agrega, como si hablar de su calvario fuera apenas un detalle más en una vida marcada por el esfuerzo.

Padilla nació en Rosario de la Frontera, Salta, y desde chico su destino parecía ligado al fútbol. Pasó por las inferiores de Boca Juniors, donde compartió generación con varios que más tarde llegarían a Primera. De ahí siguió su camino por el interior: Central Norte, Progreso de Rosario de la Frontera, Estudiantes de Río Cuarto, Gimnasia de Mendoza. La pelota siempre estuvo cerca, hasta que el cuerpo le puso un freno. Entre 2018 y 2023, el fútbol se detuvo para él. Fueron años de médicos, tratamientos, operaciones y silencios. El cuerpo no respondía y la cabeza, muchas veces, tampoco encontraba respuestas. “Me moría por jugar nuevamente”, reconoce. Lo que para muchos fue una pausa, para él fue una batalla diaria entre el deseo de volver y la aceptación de los límites.

En ese tiempo, también aparecieron las críticas. Algunos lo señalaban por su estado físico o por las lesiones constantes, sin conocer el trasfondo de su historia. Padilla prefería callar. Sabía que no todos los procesos se entienden desde afuera. Las redes, los hinchas y el entorno muchas veces juzgan sin saber, pero él eligió mantenerse firme, enfocado en su recuperación, lejos del ruido. Su regreso no necesitaba explicaciones: solo tiempo y trabajo.

Su paso por Quilmes, su último club, fue la confirmación de que el regreso no siempre tiene que medirse en minutos jugados o estadísticas. A veces, volver es simplemente eso: volver. Volver a sentirse futbolista, volver al vestuario, volver a entrenar, volver a escuchar el sonido de la pelota rodando. En un ambiente donde las historias de superación se consumen rápido, la suya merece detenerse un poco más: porque no hay épica sin sufrimiento, ni vuelta sin caída previa.

La carrera de Padilla no fue lineal ni brillante. Pero ahí reside su valor. En un fútbol que mide todo en goles, títulos y rendimientos, su historia muestra el otro lado: la fragilidad, la enfermedad, la recuperación y el coraje. Porque Padilla no regresó para demostrarle nada a nadie. Lo hizo para cumplir una promesa que alguna vez se hizo a sí mismo: seguir jugando, incluso cuando el cuerpo diga lo contrario.

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