Por Lourdes Castaño y Guadalupe Weimann
Los ojos son el espejo del alma, son el protagonista más sincero de una persona. Por eso cuando miras sus ojos verdes descubrís a través de su reflejo la emoción genuina de felicidad que transmiten al recordar su niñez.
Atesora a través del brillo que emana las pupilas, momentos de alegría, que se dejan ver con un sentimiento de nostalgia imposible de ocultar. En el relato su nariz se invade por el olor a pasto mojado después de las tormentas en el campo, sus oídos por el sonido de los animales, las calles desiertas o la montaña, en que vivió ese niño de Freyre, un pueblo de Córdoba con tan solo 7000 habitantes. Su memoria trae fotos de esos momentos, que aparecen como canciones olvidadas que de repente vuelven a sonar, evocando en su mente el pequeño que pisaba el pasto húmedo, sintiendo el roció en sus pies, el sol naciente bajo las sierras cordobesas que pintan en mil colores el cielo. Una sensación de libertad, de paz, donde la calidez humana y la bondad recorren los caminos.
La retina desprende y desnuda al alma del protagonista, dejando ver el contraste de la vida. La obra que se construye con luces y sombras, donde los momentos de felicidad, crecimiento y éxito, no fueron un regalo. Son la recompensa al esfuerzo.
Un llamado que cambia la vida por completo, el primero de alegría porque la voz del otro lado del teléfono lo conectaba con la oportunidad de ser futbolista profesional, a uno que lo sacó de la zona de confort y lo transformó en quien es hoy en día, su sueño se desvaneció por el Servicio Militar Obligatorio. Dejando atrás su club, 9 de Julio Olímpico, para recordar desde la tristeza las frías y ventosas noches, las islas donde millones de soldados defendieron un pedazo de tierra como suyo, lejos de casa y con el miedo de tener que enlistarse, honra en su rostro a los jóvenes valientes que lucharon.
Así es como Frank Darío Kudelka se recuerda, hoy a sus 64 años de edad. Él vivió en un mundo donde la palabra no lo atravesó constantemente, lo que lo llevó a luchar de manera efusiva por poder pertenecer. Cumplir el sueño de querer ser técnico no era fácil, sin haber debutado en Primera División, pero la vocación y la pasión, sumado a la pedagogía de ser profesor de educación física le dieron el impulso para poder lograrlo. Caprichoso y terco como buena persona regida por el signo tauro, nació el 12 de mayo de 1961, estas características hacen que su madre hasta el día de hoy lo llame para retarlo.
Una historia silenciosa, sin una hoja de ruta marcada pero con el afán por estar ligado al mundo del fútbol, que nunca cesó. Un deseo, el de ser parte de esa energía, de ese ritual que une a millones de personas, hicieron que nunca baje los brazos, si bien no tenía un apellido conocido en ese mundo loco, su sacrificio lo llevarían a lo más grande.
“Cada caída siempre es una pausa, nunca un final”, es la frase que suele repetir, una historia donde la vocación es más fuerte que la experiencia. Su pasión por el juego, hicieron que en 1987 pase a estar al frente de aquel club de su pueblo donde de pequeño hacía goles, ganando dos títulos en la cuarta división.
Frank no busca aplausos, no usa la voz para gritar en cámara. Entiende que fue gracias al esfuerzo que llegó a ser quien es, se enfoca en el desarrollo a largo plazo. Le da mucha importancia a la identidad, a la formación de jugadores y a la construcción de proyectos sólidos, conformando planteles competitivos, como es el caso de Huracán, donde dirige actualmente, y logró a través de trabajo silencioso construir un equipo protagonista.
Una historia que confirma que no existen sueños que el esfuerzo no permita alcanzar.