sábado, septiembre 13, 2025

El legado de Jason “Chocolate Blanco” Williams: el sabor distinto del básquetbol 

Por Juan Pablo López

El básquet cambió para siempre con la irrupción de Stephen Curry: En 2008, la NBA promedió 17,5 tiros de tres por partido y, con la llegada del base a los Warriors, en 2009, ese número trepó a 37,5. La posición del base, que alguna vez exigió cerebro y organización, pasó a convertirse en un atacante voraz, más pensado para anotar que para armar juego. En ese escenario, Jason Williams quedó como una rareza. Retirado hace trece años, el ex jugador de los Kings, aún es recordado como el último gran base extravagante: un jugador que prefirió dibujar trazos de magia en la cancha antes que la jugada de libreto.

Williams nació en Belle, West Virginia, pero en la cancha parecía hijo de las veredas de Nueva York. Su estilo, más cercano al playground que lo manual: driblings interminables, pases de espalda y asistencias de fantasía. Cada vez que la pelota tocaba sus manos, el juego se volvía impredecible y esa estética callejera lo convirtió en un distinto dentro de una NBA que ya transitaba hacia la eficiencia y la frialdad de los números. Su apodo, “Chocolate Blanco”, selló la paradoja: un jugador blanco que encarnaba la cadencia y el desparpajo que históricamente se asociaban al básquet afroamericano.

El seudónimo nació en Sacramento, cuando el departamento de prensa de los Kings buscaba una etiqueta para vender a su base distinto y, aunque para Williams era apenas un detalle —“me da igual blanco o negro mientras pueda jugar al baloncesto”, aclaró más de una vez—, el mote representaba algo más. El chocolate, traído por los colonizadores desde Mesoamérica, recién tuvo su versión hecha a base de manteca de cacao en 1930, cuando Nestlé lanzó el Milkybar. Desde entonces, la discusión fue constante: ¿es realmente chocolate o apenas un derivado azucarado? Lo mismo ocurría con Williams: ¿era un base genuino, heredero de la tradición callejera, o un blanco apropiándose de un estilo históricamente negro?

En los noventa, mientras la NBA era cada vez más el escaparate del talento afroamericano, la tasa de pobreza en Estados Unidos  entre descendientes de tal grupo, alcanzaba el 30,7%. En ese contexto, un jugador blanco que jugaba como negro era un fenómeno cultural porque desafiaba etiquetas: tenía la piel clara, pero el alma de su juego respiraba pista de calle, ese básquet nacido en barrios donde el deporte era una vía de escape social. Su estilo fue una anomalía en una liga que, con el tiempo, se inclinó hacia la estadística fría y la eficacia.

El 55 de Sacramento integró uno de los equipos más vistosos de su era, con Chris Webber y Vlade Divac, con los que llegó a una recordada final de conferencia en 2002 frente a los Lakers. En 2006, en Miami, levantó el trofeo de campeón de la NBA junto a Shaquille O’Neal y Dwyane Wade. Nunca fue All-Star ni recibió premios individuales, pero su “pase del codo” y sus asistencias imposibles lo convirtieron en ídolo popular, aunque los puristas lo acusaran de arriesgado, inconsistente o demasiado show.

El tiempo lo colocó en un lugar ambiguo a base de imágenes imborrables porque, sin cambiar la historia estadística de la liga, dejó imágenes imborrables. Hoy, sus jugadas se siguen compartiendo en redes como si fueran arte callejero en movimiento. Algunos ven en Kyrie Irving o LaMelo Ball (en el que el ex base encuentra más similitudes a su juego) un eco lejano de su audacia, aunque ninguno llevó la extravagancia tan lejos. Las lesiones en sus rodillas marcaron su salida definitiva en 2011, cerrando una carrera memorable por la magia. 

En el Día del Chocolate, cuando se discute si lo blanco es auténtico o apenas un derivado, Jason Williams encarnó esa disputa en la NBA. Fue un jugador distinto, incómodo para las etiquetas, que convirtió lo improbabl e en espectáculo. El “Chocolate Blanco” fue, en definitiva, el sabor distinto de una NBA que ya no existe: un dulce raro, discutido e inolvidable.

 

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