Por Ezequiel Mirochnik
Adrián Emmanuel Maravilla Martínez es un futbolista que se desempeña como delantero en Racing y es la prueba viviente del sacrificio, de nunca rendirse y de dejar todo en la cancha. Su historia con la redonda comienza en Campana, provincia de Buenos Aires, donde su madre presidía el club de barrio Las Acacias y él aprendió a vivir con lo justo, sin lujos, pero siempre con una pelota, aunque fuera de trapo.
Martínez nació el 7 de julio de 1992. A los 17 años tuvo un breve paso por Villa Dálmine, pero enseguida dejó el fútbol. No porque no le gustara, sino porque tenía que trabajar. Fue recolector de basura, albañil y empleado de la distribuidora fueguina recolección de residuos. La pelota quedó relegada a las canchitas de su barrio los fines de semana. Jugaba cuando podía, entre un trabajo y otro.
En 2014, su vida dio un giro dramático. Fue detenido por error en una causa vinculada a un tiroteo en el que estuvo involucrado su hermano de 18 años, y pasó siete meses preso en la Unidad 21 de Campana. En los papeles no tenía nada que ver. Lo liberaron a finales de ese año. Motivado por sus amigos, decidió retomar su vida ligada a la pelota.
En 2015, Defensores Unidos de Zárate (CADU), que en ese momento militaba en la Primera C, le abrió las puertas. Sin contrato, sin sueldo. Se entrenaba por su cuenta y aguantaba sin reprochar. Debutó oficialmente a los 22 años. En 2017 marcó 21 goles (43 en total en 73 partidos) y fue clave para el ascenso a la Primera B Metropolitana. Ese mismo año, el periodista Bruno Aleotti lo apodó Maravilla por el boxeador campeón mundial con el que comparte apellido, aunque él mismo dice que no le gusta.
En 2017 lo llamó Atlanta por pedido de su técnico, Francisco Berscé. Llegó callado, con perfil bajo, pero bastaron un par de entrenamientos para que lo notaran. “Siempre fue callado, pero cada vez que tirábamos un centro, la metía. En las prácticas hacía goles todo el tiempo”, recuerda Emanuel Pentimalli, compañero de equipo ese año en el Bohemio. Mariano Bettini, lateral derecho de ese plantel, agrega: “Era reservado, muy creyente. Pero cuando hablaba, te dabas cuenta de que todo lo que había vivido lo había hecho fuerte. No era uno más. Tenía un fuego interno distinto”.
Atlanta fue otro punto de partida. Marcó 15 goles en la Primera Nacional del 2017, incluido uno a River, y enseguida se fue al exterior. Jugó en Sol de América de Paraguay (12 goles) y luego en Libertad, donde debutó en la Copa Libertadores con un triplete ante The Strongest de Bolivia y ganó su primer título, la Copa de Paraguay en 2018. Más tarde pasó por Cerro Porteño, por Coritiba de Brasil (4 goles en 22 partidos) y regresó a Argentina para jugar en Instituto de Córdoba, donde convirtió 18 goles en 41 encuentros. Ese rendimiento lo llevó a Racing, con el que fue campeón de la Copa Sudamericana 2024 (con gol en la final) y de la Recopa Sudamericana, donde volvió a convertir. Siempre sin hacer ruido, pero siempre presente.
Ya como profesional consagrado, volvió de visita a CADU. Se sentó en el vestuario donde empezó todo, esta vez como referente. Santiago Davio, DT de CADU en 2024, recuerda: “Charlamos un rato largo. Nos decía que nunca pensó vivir todo eso como jugador. Que no se permitía quedar último en las pasadas, que se exigía siempre. Y hablaba de un proyecto de canchas que ya había empezado. Siempre humilde, siempre agradecido”.
Como agradecimiento al club que le dio su primera oportunidad profesional, es común ver a “Maravilla” visitar CADU solo para saludar, compartir un mate o dar un consejo. “Verlo es ver al jugador del ascenso. Esa humildad no la va a perder nunca”. Davio, el pasado 16 de junio volvió a tomar el mando del equipo de Zárate tras un breve paso por Flandria.
La historia de Martínez es la de alguien que no fue descubierto, sino que se descubrió a sí mismo. Nunca fue una promesa que pintaba para crack; tuvo que esperar su oportunidad. Se abrió camino a fuerza de goles, carácter y mucha fe. No lo definió una prueba en juveniles, sino su constancia en los entrenamientos. No se formó en una pensión de un club, sino en la calle, el trabajo, el encierro injusto y la voluntad de no rendirse jamás.
Hoy, con 32 años, Maravilla sigue metiendo goles. Pero para quienes lo conocen desde sus comienzos, lo más importante no es lo que hace con la pelota, sino lo que hizo con su vida. Cada definición parece revivir esa primera vez, en Zárate, cuando pidió una oportunidad y no la desaprovechó. Racing lo blindó con una cláusula de 122 millones de dólares, dejando claro que es un jugador para disfrutar y no para vender. Es de esos futbolistas que destacan donde estén y que siempre será ese nueve goleador que todos quieren ver.