sábado, junio 14, 2025

Se despide Goodison Park: el estadio que vio la caída del Rey y su ángel

Por Juan Pablo Lopez

El estadio dejará de ser la casa del fútbol masculino del Everton en la temporada 2025/26. En tiempos de estadios inteligentes, naming rights y butacas corporativas, ese rincón de Liverpool parece una pieza arqueológica. Allí, en su césped curtido por la niebla y el juego inglés, Brasil dejó de ser invencible.

La Brasil de Pelé era una obra de arte, una coreografía armada entre el barro y el sol. Venía de ganar dos Copas del Mundo con Pelé, el Rey, acompañado de Garrincha, ese ángel cojo que jugaba como si escuchara música que nadie más oía. Juntos, nunca perdieron, y en Goodison, jugaron su último partido como dupla, ya que el icono del Botafogo dejó la selección luego de 11 años, dando su último paso internacional en la isla europea.

El Mundial de Inglaterra fue áspero desde el inicio. A Brasil lo recibieron con advertencias insólitas de la FA, como por ejemplo que “el café podría ser considerado una sustancia estimulante”. La respuesta brasileña, volvió con tono cómico: “El té de ustedes tiene más cafeína”. La preparación, empezaba a ser un desmadre.

Pasaron por cinco ciudades en Brasil antes de viajar. Convocaron a 49 jugadores. Se entrenaban en cuatro equipos distintos, y se colaron nombres por error: llevaron al Ditão del Flamengo en vez del de Corinthians. Feola, que había sido el técnico en el 58’, no encontraba el equipo y para colmo cambiaron al preparador físico a último momento por uno especializado en judo. Djalma Dias, excluido, acusó públicamente a la Confederación de convocar al veterano Bellini —capitán en 1958, ya con 36 años— “por saudosismo” y que la razón de su convocatoria recayó en su buen pasado más que en su presente. 

En la lista definitiva había solo dos futbolistas de fuera del eje Río-São Paulo: Alcindo, del Grêmio, y Tostão, del Cruzeiro. La centralización irritaba, pero Brasil no parecía tener tiempo para discutir su federalismo futbolero. Además, el propio Alcindo se lesionó el tobillo en mayo ante el Bangu, lo enyesaron por dos semanas, pero igual lo llevaron. Feola, el técnico, lo quería como titular en el debut. “Estaba demasiado bien”, decía al Jornal dos Sports. Todo eso, antes de siquiera pisar Inglaterra.

Brasil debutó con una victoria por 2 a 0 frente a Bulgaria en Goodison Park. Los goles fueron de pelota parada: uno de Pelé y otro de Garrincha. Pero más allá del resultado, fue un partido violento, cargado de golpes bajos. Los búlgaros no se achicaron ante el bicampeón y fueron al cuerpo desde el primer minuto. Pelé recibió patadas por todos lados y terminó maltrecho, sin poder jugar el siguiente partido. A pesar del triunfo, la sensación era rara: el jogo bonito había ganado, sí, pero a un precio altísimo.

Ese era el marco en la previa de la segunda fecha: sin Pelé, lesionado tras los golpes sufridos ante Bulgaria, Brasil salió a enfrentar a Hungría en el estadio de los Toffees con un equipo remendado y un ánimo desconcertado. El resultado fue el principio del fin: derrota por 3 a 1, en un partido en el que la selección húngara mostró una precisión táctica y física que desnudó las falencias de un Brasil que ya no era el de 1958 ni el de 1962. Fue también el fin de una racha que sigue vigente al día de hoy: trece partidos invictos en Mundiales. La defensa parecía lenta, el mediocampo sin ideas y Garrincha, que aún tenía chispazos de magia, ya no era ese ángel imbatible, sufrió su única derrota con la selección, en su partido número 50, el último. 

En los pasillos del estadio, hubo silencio, resignación y rabia. Dicen que en el vestuario se escuchaban las gotas de la ducha mal cerrada. Garrincha solo repitió en voz baja: “Así no”. Nadie habló. Solo se oían las vendas despegándose de la piel.  La derrota dolió, pero no terminó de hacer sonar la alarma. Aún quedaba una última bala.

Feola hizo nueve cambios, entre ellos, Garrincha al banco. Pelé volvió, todavía maltrecho, y los esperaba una Portugal que tenía a Eusebio y un mediocampo con cuchillos que cazó al 10 de Brasil con violencia. El árbitro inglés George McCabe no vio, no quiso ver, y provocó que el Rey siguiera jugando lesionado. Sin cambios, sin protección, otra vez la derrota fue 3-1. João Morais golpeó sin piedad, McCabe, no lo amonestó, provocando que el brasileño terminase sin poder caminar, fuera del campo, sin cambios disponibles. Fue su única derrota en Copas del Mundo en 14 partidos, y la eliminación más prematura de un campeón defensor desde Italia en 1950. Pelé, años después, lo resumió con amargura: “Pensé que para mí se habían terminado los Mundiales. El fútbol ya no era fútbol; era violencia. Yo no quería terminar inválido, ni dejar inválido a nadie. Pero no haber jugado en 1970 habría sido un error imperdonable”.

A la vuelta, los hinchas brasileños que habían viajado improvisaron una batucada lenta y cantaron “Tristeza, por favor vá embora”. Una escena impensada solo cuatro años antes, cuando Garrincha volaba sobre el césped como un ángel y Pelé era, sin discusión, el rey.

Goodison no celebró ese día. No era su fiesta, pero fue testigo de la caída de un héroe, la de su ángel y el fin de esa ilusión de que el talento siempre puede más que la fuerza. Por eso el campo de juego deja marcas, siendo una de ellas ese derrumbe. A veces, un estadio no se hace mítico por los goles que celebra, sino por las caídas que presencia, y ese mes de julio, en Goodison Park, la pelota dejó de bailar, El rey fue cazado, El ángel dejó de iluminar y el mundo del fútbol entendió que ni siquiera los más grandes son eternos.

 

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