sábado, junio 14, 2025

12 de junio: la historia detrás del Día del Arquero

Por Franco Lewkowicz 

Durante mucho tiempo, en la jerga popular argentina, la frase “el día del arquero” funcionó como un sinónimo de lo inalcanzable, una forma pintoresca de señalar que algo jamás ocurriría. Sin embargo, desde 2011, ese día existe. Y no sólo existe, sino que se resignifica año a año como un verdadero homenaje a quienes ocupan el lugar más ingrato y heroico del campo de juego. Cada 12 de junio se celebra en Argentina el Día del Arquero, y con él, se honra una figura que representa entrega, valentía y soledad.

  La elección de la fecha no es aleatoria. Ese mismo día, hace más de una década, se oficializó la fecha, ya que coincide con el nacimiento de Amadeo Carrizo en 1926, uno de los próceres del arco nacional. Oriundo de Rufino, Santa Fe, Carrizo no sólo fue un arquero excepcional, sino un innovador que transformó el puesto para siempre. Jugó más de dos décadas en River Plate, donde disputó 521 partidos oficiales, y se convirtió en un símbolo de técnica y temple. Fue el primero en animarse a salir del área para cortar jugadas, en jugar con los pies como si fuera un líbero y en entender el rol del arquero no como un simple atajador, sino como un participante activo en la construcción del juego. En una época donde el puesto era casi un castigo, él lo convirtió en una elección. Su estilo marcó a generaciones y lo posicionó como un adelantado a su tiempo. Tanto, que su influencia se percibe incluso hoy.

  La esencia de esa transformación puede verse reflejada en cualquier rincón del país donde una pelota ruede. En una tarde cualquiera, en el corazón del Parque Centenario, un pibe de unos once años, con camiseta sin nombre y guantes un poco gastados por el entrenamiento, se lanza sobre la mezcla de tierra y pasto con una determinación admirable. La pelota va rasante hacia su izquierda, pero él se estira como si sus brazos crecieran en el aire. Ataja. Se reincorpora con la velocidad de un gato y vuelve a pararse firme frente al arco improvisado con dos conos. Un nuevo remate lo obliga a volar hacia el otro palo. Salva otra vez. No hay cámaras ni tribunas, pero sí una voluntad que no conoce tregua. Su cuerpo habla el idioma de los reflejos y su mente vive adelantada, siempre esperando lo inesperado. En su mundo, ese pedazo de césped es como si estuviera en un estadio entero.

  Para quienes se han calzado los guantes profesionalmente, ese fuego interno es fácil de identificar. Hernán “Chispa” Coldeira, hoy con 52 años, lo reconoce en cada chico que entrena. Fue arquero durante toda su carrera, coronada por el histórico ascenso con Arsenal de Sarandí a la Primera División en 2002, y desde hace años trabaja como entrenador de arqueros. Según cuenta, su relación con el puesto no fue inmediata. En sus primeros años como jugador, prefería jugar de delantero. Alternaba entre atacar y atajar, hasta que la falta de oportunidades en ofensiva lo empujó definitivamente hacia el arco. Con el tiempo, encontró ahí un lugar en el que no sólo se sentía cómodo, sino apasionado. De a poco, el gusto se convirtió en amor, y el amor en convicción.

  Coldeira sostiene que la mayor dificultad de ser arquero no reside únicamente en lo técnico, sino en la carga emocional que implica. Al ser el último obstáculo antes del gol rival, el margen de error es mínimo y la exposición, total. Cualquier equivocación se transforma en noticia, y el impacto mental puede ser demoledor. Por eso, afirma que la fortaleza psicológica es tan importante como los reflejos o el posicionamiento. Asegura que hay que estar preparado para equivocarse y, sobre todo, para levantarse inmediatamente después.

  Desde su experiencia como formador, remarca la importancia del acompañamiento humano. Asegura que cuando un arquero atraviesa un mal momento, lo primero que hay que hacer es detectar si hay un problema personal afectando su rendimiento. Y que, una vez detectado, el rol del entrenador no puede limitarse a lo táctico: hay que estar, escuchar, sostener. Apuntalar desde lo emocional es, para él, parte fundamental del proceso.

En los últimos años, celebra con alegria que el puesto haya empezado a recibir el reconocimiento que merece. Considera que ya no es visto como un espacio de descarte o como una función menor, sino como una posición compleja, noble y esencial dentro del equipo. Valora que exista una fecha dedicada exclusivamente a esa figura muchas veces olvidada, y asegura que es un símbolo de que algo ha cambiado para bien.

  Y no duda en afirmar que ese reconocimiento no es gratuito. Se construyó gracias a los enormes arqueros que tuvo el país a lo largo de su historia: desde Carrizo hasta Fillol, de Gatti a Pumpido, de Abbondanzieri a Romero, de Goycochea a Emiliano Martínez. Cada uno dejó una marca, y juntos forjaron una identidad que hoy se mantiene vigente gracias a la calidad y cantidad de arqueros que siguen surgiendo en el fútbol argentino.

  Por eso, el Día del Arquero ya no es una ironía: es una celebración necesaria. Una forma de agradecerle a esos jugadores que están hechos de otra pasta. A los que se ensucian más que nadie. A los que vuelan para salvar sueños que no son suyos. A los que están solos cuando todo el equipo va al frente, y que tienen que estar firmes cuando todos dudan. Porque en un país que admira al que hace goles, también hay lugar para idolatrar al que los impide.

  Hoy, además, hay un nuevo ídolo que reavivó el orgullo del puesto: en cada potrero del país, cuando un chico vuela hacia un palo gritando “¡Dibu!”, no sólo imita una atajada, sino que se abraza al sueño de ser arquero. Martínez no sólo detuvo penales: también devolvió al arco argentino un lugar en la gloria. Y en cada grito infantil, en cada salto con los brazos estirados, se escribe la próxima página de esta historia bajo los tres palos.

  Y es ahí, en ese rincón del campo donde el aire pesa distinto, donde nacen los héroes silenciosos. Los que levantan a su equipo desde lo más atrás del campo de juego. Los que no aparecen en las tapas, pero quedan en la memoria. Los que no piden nada, pero lo dan todo. Los que, cada 12 de junio, tienen al fin su merecido día.

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