jueves, julio 31, 2025

Un río que abraza, un pueblo que celebra

Por Marcos Amézaga

La Fiesta Nacional del Surubí es el evento de pesca deportiva más importante de Argentina y
se celebra cada otoño en Goya, Corrientes. Miles de pescadores de todo el país compiten bajo la modalidad con devolución, en una experiencia que conjuga respeto por la naturaleza con tradición, música, arte y orgullo local. Durante cinco días, la ciudad se transforma en un escenario vibrante donde el río Paraná es protagonista de una celebración que va mucho más allá del deporte.

Nadie recuerda exactamente cuándo empezó. Tal vez fue una caña clavada en la orilla, un viejo pescador contando historias al fuego o un pez enorme escapando como un fantasma entre las aguas marrones del Paraná. Pero lo cierto es que, en Goya, Corrientes, la FNS (Fiesta Nacional del Surubí) ya no es solo una celebración. Es un latido. Un rito. Un llamado que cada otoño, cuando el clima se vuelve más templado y las hojas comienzan a caer, sacude a toda una ciudad y la transforma. Es el llamado a la pesca deportivo que despierta a una ciudad.

Durante cinco días, Goya deja de ser un punto más en el mapa para convertirse en el centro emocional del país. Todo vibra distinto. El río, los techos, los autos, los carteles. El aire huele a algo nuevo, a mezcla de tradición y futuro. Y nadie quiere perderse la cita. Las calles se llenan de banderas, las casas se visten con luces, y en cada rostro se ve la expectativa. El Paraná, testigo silente, intenta agitar su cauce como si presintiera lo que está por venir.

Desde el miércoles 30 de abril, el predio Costa Surubí fue otra vez el corazón palpitante de la fiesta. Las carpas se inflaban como pulmones, la Expo Goya ruge con sus stands llenos de colores y sabores, y el escenario mayor se vestía de gala para recibir a los primeros artistas. Los Ratones Paranoicos abrieron la celebración con una dosis justa de rock y nostalgia. La banda liderada por Juanse supo cómo despertar al público que llenó el predio desde temprano. En paralelo, las barras pesqueras afinan detalles. Se sentía en el aire esa ansiedad previa al gran evento. Era como si el Paraná, silencioso al fondo, también respirara distinto.

El jueves 1 de mayo tuvo otro sabor. La ciudad amaneció entre mates, chipá y pasacalles con frases que mezclaban amor al río y espíritu de competencia. En el predio, la música volvió a ser protagonista con El Mago y La Nueva, que le pusieron ritmo a una noche templada. Las parejas bailaban bajo las luces del escenario, con niños corriendo entre mesas y jóvenes sacándose selfies en cada rincón del lugar. Pero no todo fue baile: el arte, la cultura y la gastronomía regional se lucieron también en la feria. El predio Costa Surubí no era solo un lugar de paso: era una postal viviente de lo que Goya tiene para ofrecer. Los visitantes que llegaron de todo el país se maravillaban con la hospitalidad de los locales y con la identidad que emana cada rincón de esta celebración.

El viernes llegó con una mezcla especial de nervios y glamour. Era el día de la elección de la Reina Nacional del Surubí, uno de los momentos más emotivos para toda la comunidad. Después de los desfiles y presentaciones, se anunció el nombre más esperado: Juana Estefanía Aguirre, de la barra pesquera Surubí Yapú, fue coronada entre aplausos, flores y lágrimas.

La música continuó con un show vibrante de La Beriso, que encendió la noche con su rock visceral. Canciones como “Madrugada” y “Traicionero” se colaron en gargantas roncas de emoción. Pero además, el viernes tuvo un cierre especial: el grupo The La Planta que regaló una presentación potente, íntima y nostálgica que despertó el orgullo local. Sonaron como si el río les hablara al oído, y el público lo entendió todo. Las luces del escenario se fundieron con las estrellas, y por un momento, Goya fue un solo cuerpo bailando.

Llegó el sábado 3 de mayo. El día de la largada. El día que convierte a Goya en leyenda. Desde temprano, miles de personas se acercaron a diferentes puntos en donde se puede observar el río Paraná. Familias enteras, mates en mano, banderas flameando, celulares listos para capturar lo inefable. Los más chicos sobre los hombros de sus padres. Algunos lloraban de emoción sin saber por qué. A las 14:00, las primeras embarcaciones menores comenzaron a romper la calma del Paraná. Luego, a las 15:00, se desató la furia: más de 1.210 embarcaciones aceleraron al unísono, como si el río se hubiera convertido en autopista de espuma. Un rugido de motores mezclado con gritos, bocinazos y fuegos artificiales sacudió el alma de los presentes.

Una madre con los ojos brillosos le susurró a su hijo: “Ahí va tu papá. Miralo bien.”. Y el nene  saludaba con los dedos como si pudiera tocarlo. La pesca, claro, no es solo deporte. Es también conexión. Con uno mismo, con la paciencia, con el río. A lo largo de la jornada, los pescadores buscaron al gran surubí en diferentes puntos del río, combinando tecnología, intuición y superstición. La modalidad fue de pesca con devolución, una señal de respeto a la naturaleza. Las piezas fueron registradas, medidas y devueltas al agua. “Acá no se viene a matar, se viene a escuchar al río”, dijo uno de los participantes, mientras preparaba su línea con el mismo esmero que un cirujano.

Mientras avanzaba la jornada, desde la costa se veían algunas capturas. En determinadas radios portátiles se escuchaban reportes cruzados, voces emocionadas que avisaban: “¡Uno de 90 centímetros en la zona 7!”, y enseguida otro que respondía: “Nosotros tuvimos pique pero se soltó…”. El río hablaba, y todos estaban atentos a su lenguaje. Por otro lado, embarcaciones se quedaban quietas durante horas, otras probaban suerte cambiando constantemente de zona. La pesca tenía algo de ajedrez y algo de poesía. La espera tenía aroma a motor caliente y repelente, y también a esperanza. Las sombras crecían sobre el agua mientras los últimos rayos de sol se reflejaban en los chalecos salvavidas. El Paraná, inmenso, parecía engullir las embarcaciones como un misterio que guarda secretos desde hace siglos.

La jornada cerró con una figura que convocó a miles: Nicki Nicole. La artista rosarina rompió con cualquier etiqueta generacional y ofreció un show enérgico y emocional. “Wapo Traketero”, “Colocao”, y hasta una versión íntima de “Dispara” retumbaron en el predio, bajo una luna enorme. Los más jóvenes deliraban, los adultos miraban entre asombrados y felices.Fue un puente. Entre lo nuevo y lo tradicional. Entre el trap y la cumbia. Entre el surubí y el  beat. La artista no solo cantó, también agradeció a Goya por la energía recibida. “Esto es único, es hermoso estar acá”, dijo. Y la ovación que recibió pareció confirmar que algo se había encendido entre todos los presentes.

El domingo amaneció con resaca emocional, pero el espíritu de la fiesta seguía vivo. Las actividades en el predio no frenaron: espectáculos regionales, danzas típicas, feria artesanal y la visita de turistas que seguían llegando. Para muchos, era el último día de la gran cita. Las anécdotas del río ya circulaban entre amigos, como tesoros recién descubiertos. “Fue increíble, me peleé con un surubí durante veinte minutos hasta que lo saqué”, decía un joven de Chaco, todavía con la adrenalina en el cuerpo. La Fiesta Nacional del Surubí no se trata solo de quién gana, sino de lo que se vive. También se entregaron premios a las barras pesqueras que mejor representaron el espíritu del evento, y entre abrazos, fotos y brindis, se renovó el compromiso colectivo de seguir haciendo grande esta tradición.

La Cena de los Pescadores fue una mezcla de emoción y alivio. Más de 5.000 personas compartieron mesa, brindis, anécdotas y reconocimientos. Se premiaron a los ganadores, claro. Pero también se abrazaron los que volvieron sin una sola pieza. Porque acá, como bien lo dijo un viejo pescador al micrófono, “el que entra al río ya ganó”. Las luces del predio comenzaron a apagarse lentamente. Los stands se desarmaban. Las familias se iban en silencio. Pero algo, inevitablemente, quedaba flotando en el aire. Un eco, un olor, una canción interior. Una melodía que no necesita instrumentos para sonar. Una mezcla de motor, corriente, mate, emoción, campamento, reencuentro.

Y mientras la oscuridad abrazaba a Goya, una voz cálida y familiar comenzó a sonar, poniendo el broche de oro perfecto: la de Óscar Macías Curupí, entonando la emblemática “Nacional del Surubí”. No es solo una canción, sino el alma misma de la fiesta, un canto que une generaciones y honra al río que todo lo da y todo lo pide.

Y así, con la última carpa bajando su lona, y el Paraná volviendo a su calma, Goya se despide. Pero solo por un rato. Porque el surubí no es solo un pez. Es una excusa. Un símbolo. Un latido que cada año se repite, más fuerte. Los que estuvieron ya están contando los días para la próxima. Los que no vinieron, prometen no fallar. Y el río, sabio y paciente, espera. Porque en Goya, cuando llega mayo, ya no hay duda: el alma de la ciudad se convierte en río. Y el río, en fiesta. Y ese eco, esa vibración, esa emoción… nunca se va del todo. Solo se esconde entre las cañas, esperando volver a brotar con la próxima largada, con el próximo grito, con la próxima ola que lo despierte todo otra vez.

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