Por Lourdes Fernández
A paso un poco desgarbado y con cara de dormido, Elián Robles llegó con casi diez minutos de retraso a la cafetería de Caseros que más frecuenta desde que se mudó al barrio, a principio de año. “Después del entrenamiento nos quedamos almorzando en el club. Cuando llegué a mi casa me acosté para la siesta y se me pasó el horario”, se excusó el volante de Acassuso que, a pesar de ser quemero desde junio, ya se siente cómodo con su equipo; junto al que no sólo compite por los puntos en la B Metropolitana, sino también por esas comidas esporádicas que invita la comisión, porque “el jugador siempre trata de ganarle algún asado al dirigente”.
En sus 23 años, Robles pasó por casi todas las categorías del fútbol argentino. Se formó en Lanús y jugó en la Reserva del club hasta 2022, cuando lo dejaron libre. Ese año viajó a Santiago del Estero para probarse en Central Córdoba, donde firmó su primer contrato profesional: “Ahí tuve la suerte de jugar, pero pasaba el tiempo y yo no debutaba; había ido para jugar en Primera División y no me tocaba”. Al no tener lugar en el Ferroviario durante dos años, se convirtió en futbolista de Estudiantes de Buenos Aires, pero como seguía sin conseguir el roce que creía necesitar, a los seis meses tomó la primera oportunidad que se le presentó: Acassuso.
Las subidas y bajadas por la escalera del fútbol lo ayudaron a forjar una mentalidad resistente. Hasta su llegada al Quemero, el volante había pasado seis meses entrenando sin sumar minutos en cancha, y “no jugar es lo peor que le puede pasar a un jugador”. Afirmó que sigue siendo futbolista porque se mantuvo fuerte de cabeza a pesar de que el deporte le hizo transitar “más situaciones malas que lindas”.
Cuando firmó su primer contrato en Central Córdoba, Elián sintió que todo el esfuerzo que había hecho desde pequeño, cobraba sentido. Sin embargo, fue cuando empezó a recibir un sueldo como jugador profesional que comenzó con el emprendimiento que hoy lo ayuda a pagar el alquiler de su departamento: la venta de zapatillas. Su negocio se llama Calzados King, y la mayoría de sus clientes los consigue por por Instagram.
“Arrancó en Santiago del Estero. Siempre fui muy emprendedor porque quería tener lo mío, y la plata del primer contrato es para para lo básico, así que arranqué a revender allá y cuando volví a Buenos Aires seguí, porque sólo con mi sueldo del ascenso no me alcanza para alquilar, para poder darme un gusto o comprarme algo”, agregó tras una pausa que aprovechó para comer una de las dos medialunas de manteca que había ordenado y darle un sorbo a su café con leche, que ya se estaba enfriando por la brisa que soplaba.
También confesó que a muchos de sus compañeros de equipo el sueldo sólo les alcanza para cubrir el combustible o cargar la Sube que utilizan para ir a entrenar. “La mayoría sale a trabajar por las tardes; algunos se meten en el negocio de sus familias, otros hacen de Uber, se la rebuscan porque el sueldo es muy pobre, y en general no se sabe eso, el de afuera siempre piensa que todos cobramos como jugadores de la Liga Profesional”.
Nunca tuvo un cruce fuerte con un hincha y aseguró estar acostumbrado a lo que él considera el “himno del fútbol argentino”, que suena cuando su equipo cae en fechas consecutivas y que entonó en el patio de la cafetería para que no quedaran dudas de a qué cántico se refería: “Oh, que se vayan todos, que no quede ni uno sólo”.
Sin embargo, también recordó una situación que retrata bastante bien lo que implica el ascenso argentino: “Habíamos perdido feo con Acassuso, y un plateista nos gritaba desaforado: ‘Váyanse, que se están robando toda la plata del club’. Nosotros en el vestuario nos reíamos, porque era tan fácil como ir y preguntarle: ¿Vos a qué te dedicas? ¿Sos colectivero? Bueno, cobrás más que nosotros”.
A pesar de haber girado por el fútbol desde que era pequeño, Robles aseguró que se quedó “con la sangre en el ojo” por no haber debutado en la Liga Profesional, y que por eso se entrena con la aspiración de ganar experiencia y llegar al pico más alto de su rendimiento en un equipo de Primera División en el que pueda colgar las zapatillas y que calzarse los botines alcance.