Por Matías Besana
En Londres, bajo el brillo de las luces y la cercanía de las cámaras, descansa una pelota marchita: acariciada y maltratada. El fútbol, desinflado, carente de ecuanimidad, fue resguardado por el árbitro tunecino Ali Bin Nasser y comprado por dos millones de libras esterlinas sin nombre ni apellido. En la presentación de la subasta, en la misma habitación, una figura espigada y ataviada con un elegante traje azul – luce la rosa Tudor en la solapa izquierda- teme acercarse. Es Terry Butcher. Granítico defensor, de venas y arterias: “Me trae malos recuerdos”. Pasaron 48 años del Mundial de México: La mano de Dios, El gol del siglo. El Carnicero (butcher significa carnicero en inglés) se siente “extraño”. Aún respira el triple engaño de Diego Maradona, y tal vez el cuero desgastado continúe obedeciendo los caprichos del pie zurdo del argentino. En los 10.6 segundos de ascenso del Barrilete Cósmico, de la cuna de paja al gol eterno, cuatro ingleses más fueron eludidos.
La gambeta: la picardía
Mediodía soleado en la Ciudad de México. “El Negro” Hector Enrique, camiseta azul, le ofrenda la pelota al número diez. “Ahí la tiene Maradona”, relata Víctor Hugo Morales. Con un toque hacia su propio campo y un giro armónico desaira al primer iluso: Peter Beardsley, atacante de cintura ágil que custodia la mitad de la cancha. Fue la primera víctima de la Inteligencia en Libertad, título que escribiría luego Jorge Valdano, delantero nacional aquel 22 de junio de 1986.
Chiquito, 173 centímetros lo elevan del suelo, Beardsley esquivaba gigantes con los bastones blancos y negros del Newcastle United. Su gambeta, de enganches veloces y controles exactos, fue siempre frente a un rival. A la patriada de Diego, que vio alejarse fugazmente, la califica de “magnífica”. Sin embargo, cuatro minutos antes (seis del segundo tiempo), el pibe de Villa Fiorito había marcado el 1-0 con su puño izquierdo. La gambeta: la picardía. Maradona había engañado a la autoridad. “Lo que hizo está mal”, considera el exfutbolista del Liverpool.
En 2019, la Federación Inglesa (FA) sancionó por 32 semanas al exfutbolsita, hallado culpable por reiterar insultos raciales a jóvenes negros durante su trabajo de entrenador de la división sub-23 del Newcastle.
Cita en Medio Oriente: “Ahora que puedes, agárrame”
En el estadio de Zabeel, Maradona, panzón pero sonriente, recibe a un colega. Es 2011. El Pelusa – su apodo favorito- es el director técnico de Al – Wasl de Dubai. Su invitado luce sano y goza de buena memoria, pero no habla español y la conversación se difumina en la voz de dos traductores. Peter Reid escatima preámbulos, abraza al astro argentino y suelta: “Me gusta ver tu cara, porque en México solo vi tu espalda”.
Veintiséis años antes, Reid, volante del Everton, había sido elegido el mejor jugador del campeonato de su país. El 22 de junio siguiente, portando la camisa 16 de los Three Lions, inicia su persecución a Maradona en territorio blanquiceleste. Nunca lo alcanza. Lo abandona cerca del área. En los Emiratos Árabes Unidos, igual de flaco, décadas mayor, el britanico levanta su dedo y reflexiona: “Cometí un solo error: no haberte tomado”. Maradona se ríe. Pispireto, le regala un nuevo estrujón: “Ahora que puedes, agarrame”. Y el centrocampista se aferra al Fenómeno, esta vez sin darle tiempo para un quiebre de cintura.
El hombre risueño de Medio Oriente se extravía en las páginas de “Ánimo, Peter Reid: mi autobiografía”, el anecdotario del centrocampista. “No la llamo La mano de Dios, es la mano de un tramposo”, piensa el autor. En sus líneas, el astro albiceleste “pasó de lo ridículo a lo sublime”.
Un problema de tres pipas
Terry Butcher está furioso. El partido terminó: Argentina venció a Inglaterra. Se dirige a la sala de doping. La pesadilla continúa. Allí está él: Maradona. El demonio de rulos. Lo encara sin vacilaciones: “¿Fue con la mano?”. Convencido, Diego se señala la cabeza.
“Soy el único al que venció dos veces”, se lamenta Butcher. En el primer duelo, el defensor le ofrece al ídolo argentino avanzar hacia el centro, en diagonal en dirección al arco. Es una trampa, pues Reid podría doblar su marcaje y detenerlo. Sin embargo, el mediocampista ni siquiera alcanza a arañar la ilusión rioplatense. Maradona es imparable, pero el Carnicero acumula 28 años de terquedad: en 1989, durante un duelo entre Inglaterra y Suecia, tiñó la casaca blanca de rojo con sangre que fluía en cascada desde su magullada frente. Luego, la FIFA cambiaría las normas y ya nadie usaría prendas ensangrentadas. Ahora, en el Estadio Azteca, el central del Ipswich exige la revancha. Empareja la carrera del adversario. Es la única esperanza en Londres. Está a la par; solo le falta la pelota. Se tira…
Podría haber sido la mejor barrida de la historia.
Butcher prometió nunca olvidar a ese “pequeño bastardo”. Lo reencontró. Soñó – lo contó, no lo cumplió- con reescribir La mano de Dios por El Puño de Butcher, cuando el Pelusa dirigió por primera vez a la Selección Argentina (19 de noviembre de 2008) y él integraba el grupo técnico de Escocia, que perdió por 1-0. Tras el partido, Diego consultó: “¿Quién es Butcher?”
Tarjeta amarilla
Beardsley y Reid son anécdotas. Butcher lo será pronto. El Barrilete Cósmico se remonta hasta el área rival conduciendo velozmente, la pelota está enamorada y no se desprende de su Puma Negro. Lo aguarda Terry Fenwick, la última barrera antes del arquero, Peter Shilton. La idea del defensor es tumbarlo: su adversario aún no ingresa al área. Sin embargo, él fue amonestado a los nueve minutos de juego – por un cruce contra Diego- y podría ser expulsado. No hay opciones alternativas. Vieja práctica, tendrá que despojarlo de su soberanía: la pelota. En la previa, su entrenador, Bobby Robson, le advirtió que Maradona “solo tiene un pie”, entonces el zaguero del Queens Park Ranger oscila su cintura y prioriza la defensa del interior de la cancha. Siempre con la zurda, el Genio del Fútbol Mundial se convierte en un ilusionista: muestra una mano y actúa con la otra. Engancha hacia su derecha y Fenwick también es pasado.
“Maradona se acercó a mí para intercambiar camisetas, pero yo estaba destrozado, muy molesto y desmoralizado”, revela el excentral del Tottenham. El monumento maradoniano lo recogió Steve Hodge, leyenda del Nottingham Forest, club de su ciudad. La prenda con el 10 blanco en el dorsal fue subastada por 8.400.000 euros en mayo de 2022.
Peter Shilton
Peter Shilton, el hombre con más partidos en la historia del fútbol FIFA (1387), era adicto a la timba.
– ¿Cuánto perdiste apostando? – indaga el periodista Piers Morgan, en una entrevista publicada en su canal de Youtube.
– Cuarenta y cinco años – valora el tiempo Shilton.
Su pareja, Steph, lo rescató. Juntos parieron el libro: “Salvado: cómo superar una adicción al juego de 45 años”. El arquero bicampeón de la Champions League con el Nottingham Forest olvidó las noches a la espera de resultados deportivos y ahora lucha contra la esclavitud a los casinos: “Junto a Steph, fuimos oradores invitados a una conferencia anual celebrada en Oslo sobre los daños causados por el juego”, comenta en su última publicación en X.
El conferenciante de pelo blanco, corto y prolijo, de 75 septiembres vividos, es también el hombre de tímidos rizos morochos que representó a su país en 125 oportunidades y el muchacho de guantes que padeció, como ningún otro, la mitad de aquel día en Norteamérica. Shilton nunca respetará a Maradona. Diego jamás se disculpó con él: “El cabeza de termo se enojó porque le hice un gol con la mano. ¿Y el otro, no lo viste?”.
Ese otro gol se definió seis años antes en Wembley. El combinado nacional, dirigido por Cesar Luis Menotti, visitó al local y en una situación similar a la que vivirá, delantero contra arquero, el Diez definió al segundo palo y la pelota pasó por afuera. Luego, Hugo, el menor de sus hermanos (fallecido por un infarto a los 52 años), le aconsejó: “Tenías tiempo de amagar y entrar con la pelota y todo al arco”. Y el Pibe de Oro aprendió.
En las tribunas del estadio Azteca, en la capital de México, 115.000 personas se asombran con Maradona, pero, tras una apilada antológica, solo un ser humano, el más cercano, puede detenerlo. Shilton achica – o agranda- y el artista del conurbano, antes de que el tic cambie al tac, rememora al Hugo, desparrama al último contrincante e inmortaliza El gol del Siglo.
Para aplaudir
El agua de la pileta es un perfecto espejo. Nada la perturba. A su orilla, bajo la sombra, está Gary Lineker, perspicaz entrevistador y goleador del mundial de México 1986, con seis tantos, acaso el único futbolista que hizo algo más que Diego a lo largo de ese mes. De camisa, el delantero inglés sonríe y le confía a su interlocutor: “Fue la primera y probablemente la última vez en mi carrera que sentí ganas de aplaudir el gol de un contrario (luego anotó él y cerró el 1-2 definitivo)”. Maradona, fino, jocoso, le toma su brazo y simplifica lo complejo: “Es el gol soñado”.