Por Renata Scarpati
Euforia. La adrenalina como electricidad recorre el cuerpo lleno de alegría y los ojos se engrandecen. Ruido. Ingresa por el oído un sórdido alarido de aproximadamente 200 personas que rodean a un simple joven de la ciudad de Rosario, que viajó lejos de su casa para perseguir sus sueños, encontró en su mente la conexión justa de palabras y, líricamente, acaba de vencer a su rival sin chance de revertir ni un solo argumento. El Parque Los Andes corea su nombre. Camilo Grippo ha hecho historia improvisando.
Así como el rap, las batallas de freestyle nacen del hip hop, movimiento cultural que nació el 11 de agosto de 1973 en Estados Unidos, y constan de un enfrentamiento entre dos o más raperos (MC’s) a los que se les otorga un tiempo o patrones (entradas de cuatro compases) para expresarse y debatir rimando. En algunas competiciones también se les dan estímulos como temáticas o palabras para demostrar con precisión que lo que están haciendo es, en efecto, improvisado.
El jurado expectante aguarda el conteo. La tensión se corta con tijeras. El público del Parque Los Andes quiere saber quién avanzará a la final de la competencia “El Potrero” y se enfrentará al puntero de la tabla: “En 3, 2, 1… -se ve claramente tres manos apuntando a un competidor- ¡El ganador es…Grippo!”.
Las batallas de freestyle tienen como principal componente el rap (género musical predominante) y la improvisación como factor esencial. A partir de 2016, figuras como Wos, Duki o Trueno consiguieron que se pusiera el foco en el freestyle, lo que generó millones de visualizaciones en todas sus batallas y los catapultó a la música. Ya que comenzaba a asentarse como uno de los eventos más concurridos y la competencia era cada vez más intensa, se intentó profesionalizar la disciplina.
En 2005, la empresa de bebidas energizantes Red Bull se interesó por el freestyle y su presencia en los países hispanohablantes, y organizó la primera temporada de su competencia Red Bull Batalla. A partir de aquel año, se realizan clasificatorias nacionales en 13 países y cada campeón compite en la Final Internacional. Además, para los raperos consagrados, Red Bull implementó contratarlos como “atletas” de la marca, así como hacen con deportistas de élite como Max Verstappen, campeón de Fórmula 1.
En 2016 la empresa Urban Roosters creó la “Freestyle Master Series” (FMS), una liga pensada para profesionalizar el freestyle y que los MC’s tuvieran un sueldo por el que competir todos los meses. Cada batalla duraba aproximadamente media hora y constaba de cinco rondas con formatos para estimular a los competidores: palabras cada cinco y diez segundos, temáticas u objetos con los que debían improvisar rimas. Además, los jueces debían asignarle un puntaje a cada patrón de los participantes con un rango del 0 al 4, y que la suma total dé al ganador de la batalla.
Competencias como el Quinto Escalón en Argentina (la más importante de la historia de las batallas de freestyle en plazas) generaron un crecimiento exponencial de la disciplina, que logró llenar estadios como el WiZink Center de Madrid y congregar hasta cinco millones de personas de manera virtual. Los MC’s habían encontrado una forma de vivir de su pasión y las empresas comenzaban a interesarse por el freestyle, lo que obligó a los raperos a ser cada vez más competitivos. Lo lograron entrenando.
Existen distintas formas de entrenar el freestyle. Depende del estilo que se desee adoptar, algunos MC’s deciden decantarse por la musicalidad, mientras que otros prefieren ser efectivos y marcar sus acotes con más fuerza. Al ser una disciplina mental, el competidor ejercita el cerebro con estímulos que se suelen implementar en competencias para demostrar que, en efecto, lo que está haciendo el MC es improvisado y no escrito o premeditado. Se puede entrenar la habilidad de seguir una instrumental (música), las técnicas (rimar muchas palabras con las mismas o distintas terminaciones) o los “acotes” o “punchlines” (el remate de la rima, su punto más fuerte). Algunos improvisan con regularidad -con o sin estímulos- ya que es una forma de expresión y algo cotidiano en su vida. Un gran grupo de personas que viven el freestyle como estilo de vida, como pasión y no por competencia o trabajo le “declaró una guerra” a este último grupo (y viceversa), lo que marcó una profunda grieta.
En el circuito competitivo hay opiniones divididas, pero predomina la siguiente postura: el freestyle fue, es y será siempre arte. El tema a discutir en realidad deberían ser las batallas, habiéndose desplazado de las bases del hip hop. Algunos sostienen que la definición exacta debería ser “arte competitivo”, ya que los deportes tienen un ganador objetivo en base a una forma de medir puntos. En el fútbol gana quien mete más goles. El freestyle es subjetivo, como el nado sincronizado, que es deporte olímpico desde 1984 y el jurado define al ganador basado en su criterio personal y formado. Son los mismos argumentos utilizados por quienes defienden que las batallas sí pueden considerarse un deporte. Por más que el freestyle -no en batallas- jamás lo será, las competencias sí tienen características deportivas. Es un ejercicio mental, parecido al ajedrez, que es considerado un deporte y exige destreza y habilidad, que se logra por medio de entrenamiento.
El deporte que más se asemeja a las batallas de rap son las competencias de breaking, deporte olímpico en los Juegos de París 2024. Tanto el freestyle como el baile son elementos de la cultura hip hop, son improvisadas y evaluadas subjetivamente por un jurado. Una de las disimilitudes es lo físico. El freestyler entrena para estar en forma, pero no es lo obligatorio ni estipulado. Su rutina de preparación es mental casi en su totalidad. En cambio, el bailarín debe entrenarse y cuidar su cuerpo para rendir en la competencia.
El principal argumento de por qué las batallas de freestyle no podrían ser consideradas deporte es la barrera lingüística. El breaking, el skate o la gimnasia artística pueden realizarse sin dificultad entre hablantes de diversos idiomas. Por el contrario, al ser una actividad lírica, los MC’s deben entenderse entre sí, y el público a su vez debe comprender lo que dice cada uno.
En 2018 la guerra llegó a su punto cúlmine. Con el nacimiento de la Freestyle Master Series (la liga creada por Urban Roosters), la profesionalización de la disciplina parecía inevitable. Las rivalidades hicieron de la escena del freestyle un ecosistema bastante alejado de los valores del hip hop, como la hermandad entre países y personas de la cultura. El público fue clave en ello: al haber sido masivas, las batallas atrajeron espectadores que no conocían la historia del movimiento. Al expandirse el público, en cualquier ámbito, generalmente se pierde la esencia. Por ello se convirtió en un espectáculo, que requiere profesionalismo para ser llevado a cabo, y productoras que no siempre entienden de lo que va la disciplina.
“Prefiero mantenerme de esta escena bastante lejos
A mí no me sirve la escena muy tóxica
Después ellos se lamentaron
Se fue nos Dani, se nos fue Dani
Se fue el poco rap que había de verdad
Quedaron caretas en la sociedad
Que vienen a hablar de cultura y de rap
Pero no dan ni la mitad que yo daba cuando tenía 14 años de edad
Y si me trabo, es por lo que hago
Tengo los errores pero también soy un humano”
Sentenció Dani, competidor emblema del Quinto Escalón y “purista” del rap, mientras competía en una de sus últimas batallas en la FMS Argentina (mientras él corría riesgo de descender) el 5 de diciembre de 2018, en el pleno auge del freestyle.
A pesar de un futuro casi cantado, la gran mayoría de los protagonistas se opusieron y resistieron al cambio de esencia. Quienes cedieron, modificaron su forma de competir para ganar batallas, “deportivizando” su estilo por medio de atajos, rimas preparadas, relleno y recursos populistas o básicos. Raperos como Nasir Catriel, quien ha logrado imponer su estilo rapero y musical en el momento más deportivizado de la escena, declaró en infinidad de ocasiones que el freestyle no puede ser tomado como deporte por la simple razón de que en esencia es un medio de expresión. Ponerle normas y deportivizar hace que ceda el principal motivo de su existencia. Le saca la magia, lo que lo hace especial e interesante.
A partir del 2021, cuando el freestyle atravesó su crisis más grande desde sus inicios, surgió un cambio de mentalidad. Los MC’s más atractivos e influyentes abandonaron la disciplina por su distanciamiento de las bases. El público masivo y casual se aburrió y lo abandonó. Con ese fenómeno quedaron dos grupos: quienes permanecen porque el rap es parte de su vida, y quienes siguen esperando que las competencias se vuelvan profesionales.
La FMS dejó de tener la relevancia que solía ostentar. Expertos en la historia y funcionamiento de la disciplina, como Gastón Franchini, entrenador de freestylers, sostienen que la deportivización fue más un proceso histórico que un debate que sigue vigente. Eventos como Red Bull Batalla, que es el más esperado del año y en el que todos sueñan con participar, es la Cenicienta de la disciplina. Una noche de ensueño. Luego, cada uno regresa a su plaza.
En las plazas el ecosistema es muy diferente. Competencias como El Potrero, la Élite Free de Rosario, la Only Bars en Córdoba, son solo ejemplos de lugares donde raperos y activistas del hip hop se reúnen en pos de hacer cultura, de retroalimentarse de música, reflexiones y debates. Es donde se mantiene viva la cultura hip hop. A pesar de que estos eventos suelen ser súper competitivos, con miles de jóvenes que anhelan vivir de su pasión y muy pocos que lo logran, el lugar que dio a luz a las batallas de freestyle demuestra constantemente la magia que tiene la improvisación. Es en donde se respira, vibra y siente el rap. Nada se compara al grito desaforado del público cuando escucha una rima bien ejecutada, que parte de una conexión de palabras y ocurrencias de un joven como Camilo Grippo, que con un argumento logró en cuestión de décimas de segundos llegar a una respuesta ingeniosa, mientras seguía a la perfección la instrumental y acompañaba con su cuerpo y tono de voz la rima que hizo emocionar a esos casi 200 espectadores en el Parque Los Andes.
En las plazas se sostiene que el freestyle es arte y punto. Hay un ganador, y el jurado debe ser lo más objetivo posible, pero se es consciente de lo mágico de lo improvisado, de que son debates filosóficos y de lo emocionante que es ver a cientos de chicos y chicas que expresan sus sentimientos y demuestran su talento. Todos quieren ganar, pero es por el amor al arte y por el respeto a una cultura entera.
“El freestyle es etéreo, no se puede buscar una receta ganadora, es romper el código de toda la vida: expresión, la búsqueda del arte. El rapero tiene la responsabilidad de ser fiel a su mensaje, que tiene que representar sus valores y a la cultura hip hop. El freestyle en la búsqueda deportiva pierde su raíz de hacer algo impresionante, en el momento, sin receta. Algo espontáneo y mágico”, afirma emocionado el rapero Nasir Catriel, vestido de ancho y visera.
Nadie sabe qué será de la disciplina en el futuro, pero poco a poco la disyuntiva deja de ser tan conflictiva. A pesar de que en el mainstream continúe existiendo público alejado de los valores del rap, la esencia se mantiene en la plaza. Donde una competencia se haga por amor a la cultura, con los recursos que se tengan a mano, los freestylers acudan por las ganas de improvisar, de competir por amor al arte y el respeto de sus pares, allí vivirá el hip hop. Por ideales, es difícil que el freestyle sea considerado un deporte, aunque sus características sean bastante parecidas. A esta altura, depende de cada persona. El nicho más duro resiste y pregona día a día lo que es el freestyle, lo que para ellos significa el hip hop y la forma de expresarse mediante la improvisación. Quienes prefieran ignorar el origen, se chocarán contra una realidad inevitable: la magia del arte no se alcanza ni con millones de horas de entrenamiento y atajos.