lunes, septiembre 16, 2024

Crónica de una revolución patria

Por Franco Zabala

Por penales, con el equipo justo y después de haber pedido donaciones para poder viajar. Así fue como la selección argentina femenina juvenil de polo acuático eliminó a Estados Unidos del Panamericano, a fines de mayo.

Las Tiburoncitas, el seleccionado nacional femenino juvenil de polo acuático, compitieron en el Panamericano U-19 de El Salvador y fueron subcampeonas de América, pero estuvieron muy cerca de ni siquiera viajar.

El pasado 25 de marzo, la Confederación Argentina de Deportes Acuáticos (CADDA) anunció que todos los eventos que no fueran cubiertos por el Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (ENARD), deberían ser financiados de forma privada


Tras recibir esta noticia, las atletas tomaron la decisión de pedir donaciones para conseguir los fondos necesarios de cara al viaje. El 28 de marzo publicaron un posteo en su cuenta de Instagram, donde especificaban el alias y la cuenta que utilizarían de fondo común.

Si bien la convocatoria oficial de cara a El Salvador fue publicada el 16 de abril, las jugadoras ya habían tenido un aviso previo. Semanas antes, en una reunión de Zoom, autoridades y deportistas definieron si iban a viajar o no.

Ahí se presentó la lista por primera vez, así como el precio total del torneo. Había un total de 15 atletas, cuyos nombres no iban a poder ser modificados. En caso de que menos de 11 (el mínimo permitido para participar) dieran el sí, Argentina debería darse de baja. 

 

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Al final, 12 deportistas confirmaron su presencia. El equipo final fue: Avril Parada, Maylen Sampedro, Emma Sophia Riley, Juana Masini, Carolina Policastro, Isabella Mastronardi, Agostina Cataldo, Julieta Arce, Excelsa Montes, Bianca María Perasso, Anahí Bacigalupo y Faustina Escola. El cuerpo técnico estuvo integrado por Fabio Lombardo y Verónica Grieco. De esas 12, un total de 9 jugadoras habían estado en el Sudamericano Juvenil Buenos Aires 2023

Los equipos que iban a competir en El Salvador fueron definidos la temporada pasada. Cada subcontinente tenía su propio clasificatorio, y Argentina era local en su chance. Este certamen tuvo lugar entre el 16 y el 21 de septiembre, en el Jeanette Campbell (natatorio del Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo).

 

Las Tiburoncitas, en la ceremonia previa al partido con Paraguay.

Consistía de dos etapas: la fase de grupos y las eliminatorias. Las rioplatenses no tuvieron ningún tipo de problema durante la primera etapa. Se clasificaron a las semifinales como las segundas mejores (las cariocas fueron las primeras) y debían jugar contra Colombia. 

Las Tiburoncitas llegaron al partido justo después de que jugara Brasil, que despachó a Chile por más de 10 goles de diferencia y se convirtió en el primer finalista confirmado. 

El último enfrentamiento contra las cafeteras había sido tan solo 4 días atrás, y terminó 17 a 8 a favor del combinado albiceleste. Esta nueva batalla no pudo llegar a su final debido a un conflicto que descalificó a ambos equipos.

 

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La CADDA publicó un comunicado en su Instagram donde anunciaba la desafección de ambos equipos. Ese post aún está en pie y tiene 36 comentarios, una cantidad inusual para sus propios parámetros. 


Por su parte, Las Tiburoncitas hicieron un descargo en su cuenta oficial de Instagram y dieron su versión de los hechos. Allí, además de declarar que habían sido testigos de un juego agresivo por parte del rival, aseguraban que en todos los videos se observaba como las acciones violentas venían exclusivamente del lado colombiano. 

Por motivos de protección, el servicio de streaming pago que transmitía el torneo fue suspendido temporalmente durante el encuentro, eliminando así todo registro audiovisual de la revuelta entre ambos equipos.

 

 

Existe un video grabado por el público donde se puede visualizar desde el inicio hasta el final de la pelea. Sin embargo, como este no es parte de la transmisión autorizada, fue desestimado a la hora de presentar las apelaciones.

El torneo había terminado. El podio quedaba entonces con Brasil a la cabeza, Chile como subcampeón, Perú como bronce y Paraguay en el 4º puesto. En un principio, las dos selecciones descalificadas ni siquiera fueron parte de la tabla final de posiciones, decisión que terminaría por revertirse y dejaría a las locales en el 5º lugar.

Ese cambio fue fundamental para que las juveniles argentinas pudieran tener su pasaje a El Salvador. Es cierto que les había quedado la espina de la medalla, pero había una luz de esperanza dentro de tanta oscuridad. Después de todo, tanto Brasil como Colombia iban a estar presentes en el Panamericano también.

 

Las Tiburoncitas, antes de viajar a El Salvador.

Era momento de viajar a El Salvador. El formato del torneo era extremadamente sencillo, todos contra todos o “round robin” en la terminología oficial del campeonato (difícil de explicar debido a que 5 de los 7 contendores utilizaban el español como idioma oficial). 

Argentina no tuvo problemas en sus primeros encuentros. Venció a México con un marcador de 15-7; se cobró venganza con Colombia y la venció por 16-12; le ganó a Canadá 14-13 en lo que sólo puede ser descrito como un partidazo; y aplastó a Chile con una ventaja final de 15 goles.

La primera parte estaba adentro. Las tablas comenzaban a definir los candidatos al título, y el Sol de Mayo brillaba dentro de las posibilidades. Quedaban dos partidos: Brasil y Estados Unidos, en ese orden.

 

El abrazo entre Isabella Mastronardi (6) y Bianca Perasso (10), tras vencer a Canadá.

Argentina tenía una suerte de “escudo”, porque era la única selección que no había probado el sabor de la derrota. Los cariocas habían caído contra las estadounidenses, quienes a su vez habían perdido contra Canadá. 

El clásico sudamericano se lo llevó Brasil, con un resultado de 14-11. Esto generaba, al menos de forma artificial, una semifinal para las argentinas. En caso de ganar el próximo partido, volverían a quedar empatadas con el país vecino y definirían el título en una final.

A todo o nada, contra las barras y las estrellas. 

La certeza que manejaban las jugadoras era la misma que la de aquel que vive consciente de que su destino depende exclusivamente de sí mismo. 

Además, estaba el agregado de la fecha. Con motivo del 25 de mayo, en el camino a la pileta las jugadoras cambiaron su cábala. Dejaron de lado, al menos por un rato, al tema “Para la selección” al cual escuchaban en bucle, y pusieron el himno y la marcha de San Lorenzo.

El grito de guerra previo al partido también tuvo su modificación. En lugar de gritar “1, 2, 3, ¡Argentina!”, se pudo oír un “Viva la patria”. Hoy jugaban por ella. 

 

El seleccionado, después de vencer a México.

El encuentro fue extremadamente parejo. Las Tiburoncitas crearon una ventaja de un punto en el primer periodo y la sostuvieron hasta el cuarto, donde las norteamericanas consiguieron su tan ansiado empate. Cuando sonó la chicharra, el marcador iba 15-15.

Era el momento de los penales. 

Arrancaban las yankis, que mandaron a Kirra Pantaleón, máxima goleadora de su equipo durante el encuentro, a definir ante el arco defendido por Avril Parada. 

Después del tiro el marcador seguía en cero, pero Argentina lo había festejado como un gol. Fue obra de Parada, que bloqueó el disparo. 

La primera Tiburoncita en tirar fue Maylén Sampedro. Las del sur se ponían por delante.

Charlotte Raisin empató el partido, tras colocar la pelota fuera del alcance de la arquera argentina, y Agostina Cataldo recuperó la ventaja para las albicelestes.

El tercer penal para ambos equipos siguió con esa tónica. Mia Fabros anotó para el seleccionado norteamericano e Isabella Mastronardi, máxima goleadora de su equipo durante el encuentro, hizo lo propio para el suyo. 

La racha se cortó. Estados Unidos había convertido de la mano de Natalie Whitfield y a la argentina Bianca Perasso le habían atajado el penal. 

Otra vez, por segunda vez en el encuentro, las yankis recuperaban la igualdad. Quedaba un tiro para cada equipo. Las número cuatro de cada equipo eran las destinadas a cerrar la tanda. 

Parada, que venía de tocar los últimos tres tiros, atajó el penal de la estadounidense y las dejó en jaque. ¿Cómo hizo para adivinar todos los palos? No fue magia negra, sino un minucioso estudio estadístico por parte del banco argentino.

Todo quedaba en manos de Juana Masini. 

Decir que su penal fue festejado porque valió una clasificación a la final del Panamericano es faltar a la verdad. Cuando el tiro de la jugadora porteña golpeó el interior de la red, se concretó la épica de una selección que necesitaba redimirse.

Porque no tuvo la oportunidad de medirse ante Brasil en casa y con su gente, porque fue descalificada y tildada de irresponsable, porque tuvo que pedir ayuda económica para poder competir, pero sobre todo, porque le habían faltado el respeto.

Estados Unidos no llevó a sus mejores jugadoras a El Salvador. En cambio, presentó un combinado de edad menor, como si este torneo fuera poca cosa para ellos.

Esa fue la provocación que motivó a las “Tango Girls” (cómo las apodó la página de PanamAquatics). ¿Qué derecho tenían las norteamericanas de no jugar a toda máquina? ¿Por qué habían dejado a sus estrellas en casa? ¿Qué acaso eran demasiado buenas como para medirse ante la nación del fin del mundo? 

Se equivocaron. Las argentinas desmitificaron a la parte norte del continente en el partido contra Canadá y el partido contra Brasil no las había podido tumbar. Estaban de pie, y habían olido sangre. Eran conscientes de que el deporte sólo a veces daba revancha, y prácticamente nunca con tanta rapidez. 

Esta era la chance definitiva de gritarle al mundo que el espíritu argentino pesaba más que cualquier centro de entrenamiento de alto rendimiento. Que la pasión jugaba más que la plata, y que el sentimiento sigue sin poderse comprar.

Y ahora era el turno de ella, de la número 4 argentina.

Ella, que había sido parte del plantel descalificado en Buenos Aires 2023. Que la habían contado como parte del tumulto con Colombia, aunque solamente había ido a rescatar a una amiga y compañera. 

Ella, que en un principio no sabía si iba a poder viajar a ese torneo, ahora tenía el boleto a la final, en sus manos.

Afuera, la tensión de todo el torneo. Las cariocas miraban atónitas, porque ni ellas habían podido vencer a Estados Unidos. Las estadounidenses, porque no podían creer que las iba a eliminar una selección latinoamericana (que seguramente no podrían ubicar en el mapa). 

Las demás naciones alentaban por esta David del sur, que estaba por tirar un último hondazo. Todos estaban cautivados por este batacazo inaudito, hasta los relatores, que demostraban un dejo de fanatismo por la albiceleste en sus palabras. 

Las únicas tranquilas eran las argentinas, que sabían que las esperaba algo grande. Porque sabían todo lo que había costado esto. Porque habían contado cada una de las lágrimas derramadas en el vestuario del Jeanette Campbell, y conocían perfectamente el gusto de la bronca que tanto habían masticado durante estos meses. 

No podía ser coincidencia, tanta coincidencia, que justo tenían esa chance un 25 de mayo. El destino las estaba citando, y ellas le iban a contestar.

El disparo de Masini rebotó en el agua y se clavó en un ángulo. La arquera no llegó a manotearla, y la final estaba definida. Fue 4-3 por penales, para Argentina. Por todo eso, es injusto decir que esa tanda de penales fue sólo una semifinal panamericana. 

El post-partido fue un espectáculo. Los teléfonos de las chicas reventaban de tantas llamadas. Entre ellas estuvo la de Guillermo Setti, entrenador principal de la selección femenina mayor, quien disfrutó el show en compañía de un whisky.  

El padre de Emma Riley, la Tiburoncita que usa el gorro número 3, es de origen estadounidense. Tras ver el encuentro, prometió hacerse una lágrima con los colores de la bandera argentina por la emoción que le había generado el triunfo de las chicas.

 

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Entre festejo y festejo, la final las esperaba. No habían tenido tiempo de asimilar lo que habían hecho, que al otro día debían volver a medirse con Brasil. 

La final fue un tanto más complicada. El arranque del partido puso a las cariocas en ventaja por 4 goles, y se volvió muy difícil darlo vuelta. El marcador final fue 15-9 a favor de las brasileñas, que sumaban otro título a su vitrina. La verdeamarela era la única selección que no había hincado la rodilla ante las rioplatenses.

En cuanto al partido por el tercer puesto, Estados Unidos venció a Canadá por 4-2 en los penales, después de empatar 10-10 en el reglamentario y se quedó con el bronce.

Las jugadoras, después de vencer a Estados Unidos.

El torneo había terminado y Las Tiburoncitas se habían hecho un hueco en la historia del polo acuático argentino. Fue por eso que a la vuelta, en el aeropuerto de Ezeiza las aguardaba una sorpresa.

Entrenadores, jugadores y familiares estaban allí, el domingo 26 a la madrugada, esperando por sus heroínas. Porque eran eso, atletas que habían reivindicado la bandera, y todos los fanáticos del deporte les querían demostrar su agradecimiento. 

No es necesario conocer las reglas del polo acuático para estar emocionado. Es más, es muy difícil no emocionarse al ver la tanda de penales y el festejo posterior, aún si quien lo ve no sabe diferenciar una marca boya de una boya. 

Cada jugadora fue festejada de alguna manera. Hubo quien recibió una torta donde se la comparaba con Belgrano, estuvieron las que fueron aplaudidas en sus colegios por orden de alguna profesora, y ninguna se quedó sin celebración tras la vuelta al entrenamiento. 

¿Qué sigue? Lo mismo de siempre. Después de este enorme resultado, Las Tiburoncitas se ganaron el pasaje al Mundial U-20, que se disputa en Tailandia. 

Si bien el ENARD aún no dio su determinación, es decir que no se sabe a ciencia cierta si va financiar el viaje o no, es difícil creer que va a dar la positiva para los aéreos para Asia, cuando no la dio para centroamérica. Por eso, y como forma de anticiparse a cualquier tipo de imprevisto, las chicas ya comenzaron a buscar auspiciantes y fondos. 

Porque la vida del deportista amateur argentino es así. Y quizás, después de vender suficientes empanadas y buzos, Las Tiburoncitas viajen a tierras Tailandesas y derroquen algún otro Goliat, quién sabe. 

 

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