viernes, octubre 4, 2024

Obreros del Ascenso

Por: Agustin Baus e Ignacio Ferreyra

El sueño de cualquier jugador que se inicia en las divisiones inferiores de un equipo es disfrutar y vivir del fútbol, como lo muestra la televisión a diario. Algunos son privilegiados de dedicarse profesionalmente, otros no. Los de Primera División tienen la posibilidad de estar con la mente puesta en el deporte al ciento por ciento, mientras que para los del ascenso es una realidad totalmente diferente; en la Primera Nacional, la gran minoría puede vivir del fútbol. Ya en las categorías B Metropolitana, C y D no logran esto por la situación económica del país y de cada club en específico, por lo que deben buscar opciones en otros empleos para adquirir recursos monetarios para llegar a fin de mes y, de esta manera, poder costear los gastos cotidianos. La dificultad financiera impide satisfacer a los entrenadores de tener en sus filas a refuerzos de calidad, asimismo, no les permite soñar con retener a sus máximas estrellas del plantel y deciden inclinarse por otras alternativas más accesibles en el mercado.

El número estimado de la inflación mensual en el país es de un 12%, y como consecuencia da una suba de precios todas las semanas. En este contexto, se profundiza un costado más obrero y todo lo referido al ascenso es “otra historia”. Los motivos: las canchas no tienen el mismo nivel de cuidado, las instalaciones son deplorables, los presupuestos son menores, los salarios son bajos -van desde $100.000 hasta $500.00 dependiendo categoría y rango en el equipo- y los jugadores no viven del fútbol, sino para el fútbol. Hacer frente a la mala situación económica. Muchos futbolistas consiguieron trabajos en otros rubros: Santiago Kojro (Juventud Unida) y Gastón Granado (Lugano) son jardineros, otros albañiles, como Agustin Sosa (Temperley) o hasta realizan sus propios emprendimientos. Así es el caso de Gastón Monzón (Fénix) que tiene locales de comida desde el año 2020 o Leandro Villagra (El Porvenir), quien vende medias antideslizantes. Los empleos son diversos pero el objetivo es uno solo y es tener un plato de comida al final de cada día en sus hogares.

A mediados de septiembre, se confirmó la suba en el ingreso salarial mínimo, vital y móvil, que será de 156 mil pesos -actualmente es de 118 mil pesos-. Los jugadores cobran un sueldo, dependiendo de la categoría, club y nivel jerárquico en el plantel. No es lo mismo ser un joven de reserva que un experimentado o uno bien asentado. En la D los jugadores cobran un promedio de $100.000, en la C varía en un mínimo de $150.00 hasta $300.000, y en la B también arranca desde $150.00 hasta $1.000.000. Además, un punto no menor son las formas de pago -no siempre es dinero- que puede ser con viáticos: muchos clubes lo que ofrecen y otorgan son un terreno, vivienda o departamento al jugador sumado a un “plus” por encuentro jugado. Si el futbolista realiza un partido completo o la gran mayoría de los minutos cobra un dinero que es de $80.000, pero puede llegar a ser menos -si juega poco tiempo o es expulsado-.

Lo primero que toda persona desea es tener una casa propia para vivir, pero la situación actual del país no permite esta posibilidad con los elevados precios de los  alquileres o ventas. Si un jugador quiere contar con una vivienda cercana a su club, por comodidad para ir a los entrenamientos o concentraciones, los precios rondan entre $170.00 y $230.000 en zona sur -Lomas de Zamora, Quilmes o Avellaneda, entre otras-. A esto se le suma gastos extras como la canasta básica, que es de $284.686. Los costos son realmente altos y, es por esto que, varios de los futbolistas viven con sus padres o disponen de otro trabajo para poder conseguir lo que quieren, un hogar y una familia sin falta de alimentos. También otra opción puede ser el compartir los gastos, que suele ser bastante común ya sea con una pareja o un compañero del plantel. Como por ejemplo, van a entrenar entre cuatro personas en un automóvil y se dividen el coste del combustible para que sea más accesible.

El apoyo de las familias es importante para los futbolistas, pueden tener un día malo o bueno pero ahí siempre estarán junto a ellos. Lo primero que hacen los afectos más cercanos es asistir a cada estadio que les toque jugar a su primo, hermano, hijo, nieto o sobrino, para alentarlos y acompañarlos en el proceso.  Si las canchas no tienen tribunas o están en construcción, es muy difícil que suceda esto. Agustín Cemento Sosa le tocó vivirlo desde adentro, debido a que su papá, quien trabaja de albañil, y su hermano que es maestro mayor de obras, ayudaron al club de sus amores (Temperley) e hicieron honor al apodo de su pariente: “Ellos dos juntos reformaron la platea del Gasolero mientras yo entrenaba del otro lado con mis compañeros”, dijo Cemento. No es algo que se visualice en Primera División, sin embargo en las divisiones del ascenso es muy común de ver; todos se ayudan entre sí y buscan el bien para todos, porque saben el esfuerzo que hacen todas las semanas para poder llegar a cada encuentro y estar en óptimas condiciones, a pesar de los ineficientes recursos y la poca visibilidad que hay en cada rincón del país.

En estas categorías tan descuidadas, los sueldos apenas alcanzan para cubrir los viáticos, los retrasos en los pagos son moneda corriente y las bajas condiciones en todos los sentidos es una costumbre que cada vez se hace más usual. Los protagonistas resisten por la pasión de estar dentro de una cancha, vestir los colores de sus clubes, llevar adelante el sueño de hacer una buena temporada y ser vistos por alguien que los lleve a escalar de divisiones o emigrar al exterior. Las carreras de los futbolistas son cortas y los años pasan rápido, mientras esperan la oportunidad de ser vistos y tener la posibilidad de cambiar sus vidas. A pesar de todos los inconvenientes económicos que suceden día tras día, los jugadores siguen con la convicción que tuvieron desde pequeños en el deporte y no eligen dedicarse a pleno en sus otros empleos porque, al menos, el fútbol les llena el alma.

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