Por Joaquín Cartieri
Que no la toque Leo Gutiérrez. Esa era la consigna principal que planteó Fernando Duró para frenar a Ben Hur, vigente campeón de la Liga Nacional y la Liga Sudamericana. Gimnasia de Comodoro Rivadavia llegaba a las semifinales por tercera vez en su historia con un juego que fue de menos a más. Pese a la vuelta de Duró como entrenador, aquel que llevó al equipo de la Patagonia al subcampeonato en la Liga Sudamericana 2001, y de tener un plantel de jerarquía con nombres como Gabriel Cocha, Sebastián “Paco” Festa, Pablo Moldú o Leandro Masieri; terminaron el año 2005 en el puesto 13 de 16. “Fernando tiene una gran capacidad de gestión para sobreponerse a los momentos difíciles”, afirma Nicolás Casalánguida, su asistente esa temporada.
Gimnasia contaba con un entrenador de experiencia como lo es Duró. Había logrado el ascenso con Obras Sanitarias en 1996 y ese mismo año fue asistente de Guillermo Vecchio en los Juegos Olímpicos de Atlanta, la vuelta del básquet argentino a la máxima cita tras Helsinki 52. Era su regreso a la patagonia, su hogar -al igual que lo son Venezuela, Santiago del Estero y Capital Federal- llegaba a Comodoro Rivadavia con la medalla de oro colgada en el cuello de Atenas 2004, donde fue asistente de Rubén Magnano en la gesta más grande en la historia del básquet.
Nando, como le dicen cariñosamente, es más que un estratega deportivo. Conoce el deporte desde chico, un hábil anotador zurdo en sus años como jugador en las categorías infantiles del Centro Lucense. También es profesor de educación física, recibido en 1984. Es su ADN, así se define. Más allá de sus títulos -que son muchos- considera que su mayor logro como entrenador es ser un formador de jugadores y entrenadores. Casalánguida, luego de trabajar con Duró como asistente, lo sucedió en Gimnasia y fue elegido Mejor entrenador de la LNB en 2008, luego campeón con Regatas como técnico en 2013. “Cambió mi manera de entender el básquet profesional, fue como realizar un máster al lado de él”, dice.
Ronald Guillén, asistente en la selección de Venezuela, sostiene que Duró lo ayudó a mejorar en lo individual, gracias a que le exige cada día a dar lo mejor en función de lo colectivo. Su faceta de profesor de educación física siempre está vigente. Le da igual si son estrellas o adolescentes que apenas comienzan a transitar por las pistas de básquet. El profe -así lo llaman los venezolanos- los prepara de la misma forma, siempre fiel a sus fundamentos: una defensa con actitud, mucha presión y pelear cada rebote. Por eso cuando dirigió en el club Tres de Febrero a los chicos de 15 años, revolucionó las inferiores exigiéndoles como si fuesen profesionales, así lo recuerda Mariano García, uno de los tiradores de aquel equipo.
Duró cree en la importancia de la estructura de clubes como unidades formativas, lo sabe desde adentro, como cuando dirigió en Tres de Febrero o también en su primera experiencia como técnico. Fue en el 79, al mando del equipo femenino del Centro Galicia, antes llamado Centro Lucense. Hizo una prueba de seis meses y al término, se anotó en el profesorado de educación física para mejorar sus aptitudes como entrenador. Treinta años después, llegó al Ciclista Olímpico de La Banda, equipo que salvó del descenso en dos ocasiones.
Volvió a Santiago del Estero para un tercer ciclo a cargo de Olímpico en 2015. Ya conocía al club, ya había sufrido con el club, pero ahora lo acompañaba un plan de trabajo que se basaba en sacarle jugo al nuevo invento de la LNB: La Liga de Desarrollo. El entrenador mandó a armar un moderno albergue con todas las comodidades para entrenar y pasar ratos de ocio. Quería centrarse en la formación, no solo de futuros jugadores, sino también de personas, por eso era obligatorio que cumplieran con las obligaciones del colegio secundario. En cuanto al entrenamiento, bien al estilo de Duró: marcar los lineamientos del básquet profesional en los pibes de entrada. Ese año en la liga logró firmar una temporada histórica donde llevó a la institución santiagueña a jugar las semifinales, en una serie reñida donde cayó 3-2 ante La Unión de Formosa, a un paso de la final.
La llegada de Duró a la Vinotinto en 2017 significó un cambio rotundo para el básquet del país, porque no solo fue con la idea de mantener una línea de juego y aprovechar a la mejor generación venezolana de la historia, aquella que levantó la única Americup para el país en 2015. Llegó con la chapa de su último trabajo integral en La Banda, pero en Venezuela debía armar un cambio más profundo, romper con el paradigma de trabajo que estaba establecido. En ese marco nació el Plan Nacional de Desarrollo.
Creó la Escuela Nacional de Entrenadores y fomentó el armado de la Superliga, que se centra en el desarrollo de jugadores criollos -así los llama- y en federalizar este deporte. Quería cambiar el enfoque de la liga, que optaba por anteponer a los extranjeros por encima de los talentos propios por el rédito económico y el show. Duró quería que los criollos entre 20 y 26 años fueran los protagonistas e impulsar la reincorporación de las figuras de esta generación dorada. Nombres importantes como Gregory Vargas, Windi Graterol, Néstor Colmenares o Heissler Guillent pegaron la vuelta gracias a este proyecto.
Mientras el hincha venezolano goza los pocos años que le quedan de carrera a las grandes estrellas, Duró fue un paso más adelante y ya pensó en posibles recambios a futuro, así armó una selección alternativa formada por jóvenes talentos criollos, el llamado Equipo Blanco. 15 jugadores hasta la fecha debutaron en la Vinotinto de la mano del profe.
Parte importante de aquel Gimnasia finalista de la Liga Sudamericana en 2001, había dejado Chubut para probar suerte en la liga universitaria de Estados Unidos. El pívot, hermano del arquero de Boca, Sergio “Chiquito” Romero, llegó tan solo unas horas antes al encuentro y aportó 12 puntos en 21 minutos, con un gran juego ofensivo.
Venezuela tiene su plantel principal, aquel que se convirtió en uno de los mejores de América en la actualidad: logró clasificar a los mundiales de China 2019, donde pasó por primera vez a la segunda ronda, y ahora al del 2023 que se celebrará en Japón, Indonesia y Filipinas; al cual Argentina -vigente medalla de plata- no clasificó. Por otro lado, está el Equipo Blanco que lejos de jugar sólo amistosos, el entrenador lo llevó para la Americup del 2022 -que tuvo como campeón al seleccionado argentino- y lejos de desentonar, cerró su participación en un muy digno séptimo lugar para haber sido la primera experiencia internacional de muchos de sus jugadores.
Aferrado a sus convicciones, pero sin ser conservador. El profesor Duró absorbe como esponja un poco de todos los entrenadores y jugadores con los que le toca trabajar. Con casi 45 años de experiencia, tiene bien trazada una línea a seguir, producto de su forma de entender el juego en sí y el básquet como una forma de vida. Como punto de partida, la exigencia para sacar lo mejor de cada uno de sus alumnos.
Con esa misma exigencia, llevó a Gimnasia de Comodoro Rivadavia a remontar la temporada en el año 2006 y terminó arrebatándole el cuarto puesto a Boca para obtener la clasificación directa a los cuartos de final, donde derrotó al Xeneize por 3-1 en la serie. El objetivo estaba cumplido, llegar a las semifinales nuevamente, pero ya que estaban ahí, querían más. Enfrente tenían al puntero y mejor equipo en aquel entonces: Ben Hur de Rafaela. Duró ya conocía a Leo Gutierrez por su paso en la selección argentina, era el MVP de la liga. Además, eran dirigidos por uno de los estrategas más icónicos y exitosos del básquet argentino, el cinco veces campeón Julio Lamas. Con una defensa férrea y fuerte presión a los perimetrales, Gimnasia se llevó el primer partido de la serie como visitante 79-82. Luego de perder el segundo, tocaban los 2 de local. El Estadio Socios Fundadores estaba lleno, la gente soñaba con jugar su primera final y le hicieron sentir toda la presión de la Patagonia entera a los vigentes campeones. La táctica de Duró fue superior a la de Lamas y Gimnasia jugaba las finales de la Liga Nacional por primera vez en su historia.
La llegada de Duró a la Vinotinto en 2017 significó un cambio rotundo para el básquet del país, porque no solo fue con la idea de mantener una línea de juego y aprovechar a la mejor generación venezolana de la historia, aquella que levantó la única Americup para el país en 2015.
Antes de ser dos veces campeón de liga en Venezuela -una con Guaros de Lara y otra con Marinos de Anzoátegui- y de haber ganado la Liga Sudamericana con Guaros, Duró ya sabía lo que era perder una final. Con Gimnasia había caído frente al Estudiantes de Olavarría de otro ícono del básquet argentino: Sergio “Oveja” Hernández. Como asistente de Magnano en Argentina, había perdido frente a Yugoslavia en aquella recordada definición del Mundial de Indianápolis 2002 (Leo Gutiérrez estaba en ese equipo). Los jugadores de Gimnasia y Duró iban con los pies en la tierra, sabían que Libertad de Sunchales no era fácil, pero los hinchas del Mens Sana sentían que estaba todo dado para que ese 2006 sea el año donde Gimnasia gritaría campeón.
“Que de la mano, de Fernando, todos la vuelta vamos a dar”, cantaba la hinchada verde en un Estadio Socios Fundadores lleno de gente. Era el juego 6, iban en ventaja 3-2 y tenían la chance de liquidar la serie ante su público, en Chubut. Libertad de Sunchales era un rival duro, habían hecho una gran temporada, pero el planteo táctico de Duró venía a la perfección, con abultadas victorias en los partidos anteriores por 20 puntos de diferencia. No sólo era el técnico, los jugadores supieron responder a la perfección y cada uno aportó desde donde mejor se le daba, desde bajar un rebote hasta meter un triple.
Fue un juego frenético de principio a fin. Libertad no daba el brazo a torcer y Gimnasia quería coronar. El local había sufrido la baja de uno de sus mejores jugadores por una lesión: el cubano Ruperto Herrera. La dupla Duró-Casalánguida sacó el ancho de basto escondido debajo de la manga, que tenía nombre y apellido: Diego Romero. El misionero más patagónico, hijo adoptivo de la casa -hoy jugador con más presencias en la historia del club- y producto in situ de la escuela del profe Duró, quien lo había hecho debutar a los 16. Parte importante de aquel Gimnasia finalista de la Liga Sudamericana en 2001, había dejado Chubut para probar suerte en la liga universitaria de Estados Unidos. El pívot, hermano del exarquero de la Selección Argentina Sergio “Chiquito” Romero, llegó tan solo unas horas antes al encuentro y aportó 12 puntos en 21 minutos, con un gran juego ofensivo.
Último cuarto, a 15 segundos del final. La hinchada de Gimnasia eufórica porque su equipo iba en ventaja 82-77, hasta que Jorge Benítez recibe un pase de Sebastián Ginóbili al borde de la zona de campo, bien tirado de escolta, y mete el triple, 82-80 y la gente del verde se enmudeció. Los jugadores de Libertad apuran la salida y le cometen falta al Negro Cocha, el mejor de las finales y el capitán que jamás había errado un tiro libre en el Socios Fundadores. Había un suspenso que cortaba desde la más mínima brisa hasta el Pampero. Las aguas del Mar Argentino que rodean la costa patagónica estaban quietas. Cocha metió el primero. Y el segundo. Gimnasia de Comodoro Rivadavia, campeón de la Liga Nacional de Básquet 2005/06.
“Un grupo de valientes”, así lo destacó Duró, al igual que lo hizo con aquel de Obras que ascendió en el 96. Michael Carrera, una de las estrellas venezolanas, definió a la selección del profe como “un equipo de obreros”. Sea con los campeones de Atenas o los chicos que asisten a uno de sus muchos campus de entrenamiento que organiza por las distintas provincias, no es un simple entrenador, es un formador de personas, un docente con todas las letras. En más de 40 años de carrera, pasó por muchas cosas buenas y otras no tanto, pero siempre aferrado a su esencia y a exigir lo mejor para potenciar tanto jugadores como entrenadores.