Por Federico Guerrero
“Yo era el remplazo para el irremplazable, que era Pelé”, fueron las palabras que utilizó, hoy ya un hombre maduro de 80 años, Amarildo Tavares da Silveira. O de forma lacónica, Amarildo. Personaje icónico del fútbol brasileño, tierra sagrada del joga bonito. Todos saben quién es Pelé, tricampeón del mundo con la verde-amarela -1958, 1962 y 1970-, pero lo que muchos no saben es que en el Mundial ‘62, que se disputó en Chile, O Rei se lesionó en el segundo partido de la fase de grupos ante Checoslovaquia, a causa de un desgarro que lo terminó marginando por el resto de la competencia. Si bien la Canarinha contaba con enormes figuras como Garrincha y Vavá, todo era tristeza e incertidumbre. Se quedaban sin su ‘10’. Y la mayor pregunta era: ¿Quién lo iba remplazar?
Amarildo nació en la ciudad de Campos Goytacazes, en Río de Janeiro, cuna del carnaval más grande del planeta, y hogar de una de las siete maravillas del mundo, la estatua del Cristo Redentor. Pero no todo es fiesta y fe, también hay fútbol. Y en cantidad. El estado vio nacer a grandes cracks. “Corre por la cancha como alguien de Río de Janeiro, parece que está bailando”, lo define así el sociólogo y escritor brasileño Gilberto Freyre. La frase encaja también para el zurdo de piel morena, que roza el metro setenta, y que así jugaba, como un bailarín, usando el balón como compañera de pieza.
Tercer partido del Mundial ante España. Brasil necesitaba ganar para lograr la clasificación a cuartos de final. Todas las miradas estaban puestas en el remplazante del lesionado Pelé. Era un joven de apenas 22 años, figura del Botafogo, del cual el entrenador del equipo, Paulo Amaral, depositó su confianza. Dos goles ante los europeos le bastaron a Amarildo para respaldar esa fe de su DT y de sus compañeros. 2 a 1 concluyó el encuentro. Y el campeón del mundo había encontrado a una de sus figuras, que ayudaría a llevar a su selección a la final.
“Yo nací en una tierra de grandes jugadores. Tuve una infancia pobre, pero feliz porque donde yo vivía estaba rodeado de campos de fútbol”, recuerda su infancia el ex
delantero, con un tono nostálgico, pero pletórico. Además, agregó que la cancha de fútbol y la pelota son las cosas más bellas que alguien podría tener.
Final de la Copa del Mundo. Brasil se enfrentaba ante Checoslovaquia, rival que vio sucumbir al rey, pero que vería surgir a un príncipe. Bella ironía. Casi poética. Los favoritos eran los sudamericanos, pero se vieron en aprietos cuando los europeos se pusieron en ventaja con un gol de Masopust. Amarildo en un reportaje llamado Yo anoté un gol en la final de la Copa del Mundo de la FIFA, recordaba lo que le dijo su entrenador antes del partido: “Mirá, Amarildo, este portero siempre sale antes que crucen el balón”. El joven en un momento en el que todo era tensión, tuvo un segundo –o dos- de lucidez para encarar por el borde izquierdo del área y patear al primer palo del arquero checoslovaco, que intuyó .que el jugador con la dorsal ‘20’ iba a tirar el centro. Pero no. La pelota se le metió entre él y su poste. Gol de Brasil. Gol de Amarildo. Alegría en el pueblo brasileño. Tiempo después, agrandados por el empate, fueron por la victoria. Y la consiguieron de la mano de Vavá y
Garrincha. 3 a 1 final. La verde-amarela, bicampeona del mundo. El joven moreno por un día, por un instante, fue rey.
El recuerdo estará con él, donde quiera que vaya
El recuerdo será para siempre, donde sea que vaya
Por un día, un instante fue rey