jueves, noviembre 21, 2024

El capitán prohibido

Por Santiago Ballatore

Ricardo Primitivo González tiene 94 años, camina ayudado con un bastón y en su vida lo acompaña Margarita, quien lo asiste con las tareas del hogar. Vive en un departamento de un edificio antiguo del barrio de Palermo. En el comedor diario, una decena de recortes de diarios y revistas de distintas épocas. “Mirá pibe, hace poco me hizo una nota Cherquis Bialo, pero fue para un medio que tiene todo en internet”, dice, mientras muestra orgulloso la entrevista que el periodista le hizo para Infobae unas semanas atrás. Todo esto es hoy,  pero en 1950 tocó el cielo con las manos, ya que fue el capitán del equipo nacional que ganó el Mundial de básquet, luego de vencer a Estados Unidos en el Luna Park.

Los miércoles cena, casi religiosamente, en el Club Palermo. En esas comidas, si hay algo que abunda, es básquet. Las personas que comparten esa mesa son exjugadores del club, y algunos incluso siguen juntándose a jugar con más de 60 años. Hablan de la vida, de política, pero sobre todo, de básquet. Recuerdan el equipo de Racing campeón en la década del ’50 y a algún árbitro de aquel entonces que no les caía muy bien. Se toman un vino -tinto o blanco- y al final de la velada, abren el champagne. Brindan. Brindan por el básquet, que no es más que una excusa para que ellos se reúnan. Salvador Trombetta, que incluso compartió equipo con él, cuenta sobre Ricardo: “Es nuestro capitán general por lo que jugó al básquet, por ser el mayor de todos nosotros y por la continuidad que tuvo en el club. Desde el año 1948 que está jugando en el Club Palermo y sigue siendo el capitán”.

Pero ser campeón del mundo no significa que la vida de un deportista sea color de rosas, y mucho menos para alguien que había conseguido sus mayores logros deportivos en tiempos de gobierno de Perón. Cuando en 1955 la autodenominada “Revolución Libertadora” tiró las bombas en Plaza de Mayo y tomó el poder, no sólo proscribió al Partido Justicialista, sino que se encargó de eliminar todo símbolo de Peronismo que hubiera en la sociedad. Y el básquet no fue ajeno a esto, debido a que decenas de jugadores, entre ellos los campeones de 1950, fueron inhabilitados para jugar. González tenía 31 años, y a pesar de que después siguió ligado al deporte, no pudo volver a jugar en el primer nivel. “Da rabia. Porque si hubiese cometido algún delito, bueno. Pero el único delito era haber jugado al básquet”, dice, mientras toma y recuerda.

El plantel que representó a la Argentina en el Mundial de 1950. Abajo, con la 11, Ricardo Primitivo González.

No fue el Mundial el único éxito de la carrera del Negro. En los Juegos Olímpicos de Londres 1948 Argentina había perdido sólo por dos puntos frente a Estados Unidos en lo que fue un antes y un después del básquet nacional y marcó la antesala de 1950. Pero fue gracias a Palermo, club al que había llegado luego de los Juegos, que pudo conocer a Eva Perón y Juan Domingo Perón. Era 1949 y el equipo iba a realizar una gira por Europa. Ya tenían los pasajes y la ropa lista, pero no habían conseguido el permiso para viajar. Gracias a un contacto, pudieron llegar a Eva, quien les dijo que al día siguiente fueran a hablar con el Presidente. Cuando llegaron al encuentro, no sólo les fue otorgado el permiso, sino que el General les dijo que si les iba bien en la gira, los invitaría a París. “Al equipo le fue de maravilla. El primer partido lo perdimos; habíamos llegado el mismo día que teníamos que jugar. Después, ganamos los 14 siguientes. Y nos invitó nomás”, rememora con una sonrisa.

Según lo que cuentan compañeros y rivales, en la cancha tenía las mismas características que tiene ahora: alegre y colaborativo. Ezequiel Silveyra, presidente de Palermo, describe su carácter con una anécdota: “Cuando yo era cadete -jugaba en otro club y me ponían en primera-, justo nos cruzamos con Palermo. En la cancha él ayudaba a los contrarios; te decía ‘hacé esto, hacé lo otro’. Era un fuera de serie”.

En el quincho del club, que justamente se llama “El Negro” por él, hay casi un centenar de fotos y artículos pegados en la pared. Pero no sólo eso, sino que hay placas, y dos son muy particulares: una es un homenaje de Palermo a González, en la que está relatada su presidencia honoraria, y la otra es el recuerdo que le dio la Federación Internacional de Básquet (FIBA) cuando lo ingresó en el Salón de la Fama del baloncesto, en el 2009.

Luego de la sanción que le prohibió seguir jugando, el Negro fue entrenador de la primera del club. Hace hincapié en que ese hecho fue un enorme retroceso para el deporte argentino, ya que ese equipo podría haber dejado un legado incluso más grande que el que consiguió. “En los Juegos Panamericanos de México, en 1955, Argentina le ganó otra vez a Estados Unidos. Y después perdió con Brasil. Por diferencia de gol salió primero Estados Unidos, segundo Argentina y tercero Brasil. Hay poca gente que conoce esta historia. Cuando les ganamos a los americanos, quisieron jugar la revancha. Y la jugamos, en la ciudad de Norteamérica El Paso. Fuimos a jugar y les volvimos a ganar”, cuenta.

Ricardo Primitivo González en la tapa de la popular revista El Gráfico

Cuando habla del hecho concreto de la sanción, del cómo fue, le cambia la cara. Los militares citaron a los jugadores para interrogarlos, aunque ya sabían la decisión que tomarían. Las preguntas que les hicieron carecían de sentido. Les preguntaron, por ejemplo, por qué se habían puesto una corbata negra el día siguiente al fallecimiento de Eva Perón, mientras ellos estaban compitiendo en los Juegos Olímpicos de Helsinki, en 1952. La excusa que usaron los militares fue una licencia que les había dado el Presidente para importar autos, una especie de “premio” para el equipo campeón, cuando el deporte aún era amateur. Pero eso era sólo una fachada. No podrían haberlo hecho sin la complicidad dirigencial, por supuesto. “A nosotros los directivos nos dejaron abandonados, no nos dieron ni pelota”, afirma.

Le gusta sentarse a ver básquet. La última Copa del Mundo la observó entera, hasta los partidos que se jugaron a la madrugada. Pero algo que, dice, le gusta más que ver baloncesto, es mirar fútbol. Es hincha de Independiente, pero vio varios partidos en la cancha de River: “Antes del Mundial, nosotros estuvimos concentrados en River, donde estaba la concentración de los jugadores de primera. Los que eran casados se iban el miércoles a la tarde, después del último entrenamiento, y tenían que volver el jueves a las 8 de la mañana para el primer entrenamiento. Y los solteros quedábamos libres el domingo a la mañana, y la mayoría de las veces ni nos íbamos a casa, porque los jugadores de River nos invitaban a ver el partido y comer con ellos”.

Hoy, en 2019, mira al pasado con alegría, con las cosas buenas y las cosas malas que tuvo su carrera. Recuerda a su amigo Oscar Furlong, el otro baluarte del plantel campeón, que falleció en 2018: “Hace un par de años hablaba con Pillín (Furlong). Le decía: ‘Fuimos a dos olimpiadas, cuatro o cinco Campeonatos Sudamericanos, dos Panamericanos, tuvimos la suerte de representar a Argentina muchos años y viajar por todo el mundo haciendo lo que nos gustaba.’ Ese grupo campeón era muy unido. Fue una buena vida”.

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