martes, abril 23, 2024

Atila, el Rey de la pileta

Por Fernando Bajo

Luis Alberto Nicolao es considerado uno de los mejores nadadores argentinos de la historia. Las 24 medallas de oro en competencias sudamericanas que ostenta, el título nacional de Estados Unidos que ganó en 1965 y las tres preseas de bronce que obtuvo en los Juegos Panamericanos, denotan su calidad. Sin embargo, para lograr esas conquistas tuvo que superar su miedo de meterse a la pileta. Cuando era un niño acudía al Club Ateneo de la Juventud y allí las jornadas siempre finalizaban con una clase de natación, pero en el momento de ir a la piscina, se retiraba de la fila para zambullirse al agua.

No obstante, a los 9 años vio nadar a Fernando Fanjul, uno de los mejores mariposistas de la época, y decidió que quería practicar el mismo estilo que éste. A la jornada siguiente le notificó su intención a Alberto Carranza, su profesor, que le ordenó que comience en la Escuelita, con los más pequeños, pero él quería hacerlo con sus amigos.

Día tras día el entrenador lo echó de las prácticas. Pese a eso, Nicolao siguió yendo hasta que logró su propósito.

“Bueno, vení. Te metés y te vas agarrando del borde, pero no molestes a tus compañeros”, le dijo el instructor.

Nicolao fue y empezó a copiar los movimientos de los demás. “Al principio daba de a una brazada mientras me agarraba de una tabla. Si el entrenamiento comenzaba a las 17 yo llegaba un rato antes y si terminaba a las 19 me iba a las 19.30, siempre me quedaba más tiempo porque quería aprender”, rememora.

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Era el 29 de junio de 1955 y Nicolao, que había cumplido 11 años el día anterior, decidió competir en el campeonato que se llevaría a cabo en el Club Ateneo de la Juventud.

—¿Vos qué haces acá?— preguntó Carranza.

—Vine al torneo— respondió Nicolao.

—No te puedo incorporar al equipo. Los chicos vienen entrenando hace mucho, no voy a arriesgarme a hacer un papelón— le retrucó el entrenador.

Aquella mañana, luego de aquel diálogo, se retiró triste a sentarse en un rincón. Un rato después lo vio Carlos Yelmini, que era el presidente de la Federación Argentina de Natación (FAN), y le preguntó qué le pasaba. Posteriormente, Yelmini lo anotó en una de las pruebas para deportistas no federados. Nicolao, para sorpresa de todos, ganó el certamen.

Ese triunfo ocasionó que sea considerado por su director técnico para los próximos acontecimientos. Ahí comenzó a gestarse su trayectoria que culminaría en los Juegos Olímpicos de México 1968.

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El 27 de julio de 1962, Nicolao estaba en el club Guanabara de Brasil. Hacía dos días que había batido el récord mundial de 100 metros mariposa, que ostentaba Fred Schmidt, luego de marcar 58,04 segundos. Ahora, iba por superar su propio resultado. Tardó 57 segundos en completar la prueba y el público explotó de euforia. Nicolao logró lo inesperado: ser récord mundial dos veces en 72 horas. Al día siguiente, los medios argentinos visibilizaron el triunfo y el 16 de mayo de ese año fue tapa de la revista El Gráfico.

Debido a que siempre nadaba los 100 metros mariposa en menos de un minuto, el diario Clarín lo definió como Atila, que era el nombre del último Rey de Los Hunos, tribu asiática del siglo V.

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Nicolao está parado charlando con dos amigos en la recepción de la sede del Club Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires, ubicada en el barrio porteño de San Nicolás. Viste una campera de color marrón y un sombrero de vaquero. Mide 182 centímetros y tiene el cabello canoso, aunque ya no le queda demasiado. Sus grandes ojos celestes se asemejan al tinte del mar. Su larga barba blanca realza su figura y le da un aspecto de sapiencia. Habla suave y pausado, como meditando cada palabra que emite.

A pesar de que vive en Mar Del Plata, se las ingenia para visitar a menudo a sus amigos. “Es una gran persona y estoy seguro que fue la mayor figura que tuvo la natación argentina. Aunque está radicado lejos de Capital, hablamos todos los días”, detalla Aarón Sehter, quien fue trece veces campeón mundial de pelota vasca y uno de sus compinches en los últimos 60 años.

Con Sehter se conocieron en Estados Unidos a través de un amigo en común y en México 1968 afianzaron su relación. Allí, mientras que Kike obtuvo dos medallas de plata, Nicolao vivió la frustración más grande de su vida. Era su tercer torneo de esa relevancia, luego de haber participado en Roma 1960 y Tokio 1964, y con 24 años llegaba en su mejor forma física como consecuencia de haberse entrenado en el país anfitrión durante tres meses.

Mientras mira el piso, recuerda con impotencia: “Los dirigentes fueron de vacaciones. La delegación fue notificada una semana antes de que iba a haber complicaciones con el transporte porque se iba a estar disputando la maratón olímpica y yo nunca me enteré. Me tomé el ómnibus de siempre 4 horas antes de la semifinal de 100 metros mariposa y no llegué”.

Debido a esta situación el Comité Olímpico Argentino (COA) podía solicitar que tuviera una posibilidad más para intentar alcanzar la marca que lo clasificara a la final. Días después se constató que ese pedido nunca fue elevado al Comité Olímpico Internacional (COI) y quedó descalificado. “Ahí abandoné, si mi esfuerzo estaba en las manos de incapaces no tenía sentido continuar”, explica.

Luego de dejar el deporte terminó la carrera de Ciencias Políticas en la Universidad de Stanford, en Estados Unidos. Se casó con la nadadora Lee Davis y tuvo tres hijos, dos mujeres y un varón. En 1970 llegó a Brasil para perfeccionar a los nadadores del club Corinthians, pero diez años después volvió a Argentina, donde se puso en pareja con Graciela Maestripieri, ex jugadora de la selección argentina de hockey, y tuvieron dos hijas. Hasta 2016 se dedicó a ser instructor personal y el último de sus discípulos fue Joaquín Ampalio que asegura: “Lo mejor que me dejó Luis fue su enseñanza. Es un tipo sabio”. Fabián, padre del joven, especifica: “Es una persona maravillosa”.

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Quizá aquella vivencia en el país Azteca provocó que Nicolao fuera muy crítico con las autoridades del deporte nacional: “Al atleta no se le exige estudiar”, apunta y analiza: “Argentina está mejorando mucho deportivamente. Veo chicos con grandes condiciones, pero el resto del mundo avanza un poco más”. Tal es su conocimiento por las diferentes disciplinas que en 2008 fue uno de los asesores de los Juegos Olímpicos de Beijing.

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“Hoy a los 75 años nado mejor que a los 20, tengo más técnica”, dice Nicolao.

En enero retomó la actividad después de 30 años. Tenía 25 kilos de más. Vivía cansado y le dolía el cuerpo. “Un día llamé a un amigo que va a nadar todas las semanas y le dije que quería sumarme. Al otro día empecé y ahora me siento mejor”, relata. “Voy seguido a ver competencias, no participo porque no tengo ganas, pero quizás en cualquier momento me meto en alguna posta con un amigo”, se entusiasma.

Perseverancia, insistencia y sacrificio son, tal vez, las palabras que mejor lo describen. “Mi carrera la logré con voluntad y esfuerzo”, afirma. Desde el día en que se propuso ser nadador no paró hasta lograr su objetivo. De niño se repetía una frase que confiesa que es su lema: “Lo imposible no existe, con voluntad podés llegar a lo que te propongas”.

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Luego de haber estado una hora sentado se incorpora con mucho esfuerzo y comienza a caminar por el gimnasio a paso lento. “Me voy a la pileta un rato. Si dejo de nadar, por los problemas de columna que padezco, me tienen que operar. Aunque para eso -avisa Nicolao mientras se aleja- el cirujano me va a tener que correr”.

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